“Parece que escribo sobre el pasado, pero siempre estoy pensando en el presente”, dice Cristina Rivera Garza. Lo dirá más de una vez durante la entrevista, un modo de advertir al lector para que no se deje engañar por los señuelos históricos del relato o por el documentado ejercicio de reconstrucción del pasado que emprende en su último libro, Autobiografía del algodón (Random House). Un relato bellísimo, áspero a veces, conmovedor, poético, implacable, que pone en marcha un viaje en el tiempo, un viaje hacia los orígenes de su familia y hacia los orígenes de un territorio hoy devastado por la violencia.
Cristina Rivera Garza es todavía una autora poco conocida en la Argentina, pero en México, el país donde nació y adonde vuelve en cada uno de sus libros, pese a que ya hace más de 30 años que vive en Estados Unidos, es una de las escritoras más reconocidas de su generación, especialmente desde la publicación de su novela Nadie me verá llorar, ganadora del Premio Nacional de Novela y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, sobre la que Carlos Fuentes hizo una crítica consagratoria: “una de las obras de ficción más notables de la literatura no sólo mexicana, sino en castellano, de la vuelta de siglo”.
Nacida en 1964, en Matamoros, bien al norte de su país en una zona signada por la frontera, Rivera Garza -socióloga, doctora en historia latinoamericana, directora y fundadora del doctorado de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Houston- construyó una obra literaria que va de la poesía al ensayo, del ensayo a la ficción, de la autobiografía a la investigación histórica, en la que la indagación sobre género, violencia contra las mujeres, identidad, lenguaje, migración y pertenencia tiene un lugar central. Y es justamente en la frontera de los géneros y sus límites, que cruza y transgrede permanentemente, donde vuelve a encontrar la mejor forma para contar, esta vez, la historia de sus abuelos y con ellos parte de la historia de México en las primeras décadas del siglo XX, cuando el auge del algodón parecía augurar tiempos de tierra y trabajo para los agricultores que llegaban hasta la frontera norte del país.
Hija de una historia familiar de migración y desplazamientos que se remonta, descubrirá, hasta sus antepasados indígenas, (“Migrar también es borrar. Y ser borrado. No tengo manera de saber si ésta fue una mera omisión personal de mi abuelo o una decisión estratégica de sobrevivencia en un territorio que, como el norteño, acostumbra a contar su historia como la historia de la desaparición de las naciones indígenas”, escribe) acude a los archivos históricos a un lado y al otro de la frontera entre México y Estados Unidos, desempolva documentos oficiales, lanza preguntas sobre el olvido familiar y pone a trabajar la memoria de su tribu que la proveerá de anécdotas, pistas más o menos firmes, recuerdos. De todo eso está hecha su materia narrativa. Y también del polvo de los caminos, porque el viaje de Autobiografía del algodón no es sólo un viaje intelectual, metafórico, sino un viaje concreto y real por los territorios donde esas vidas fueron posibles e imposibles, por el desierto, por pueblos fantasmas que antes fueron aldeas vibrantes llenas de promesas que hoy sabemos incumplidas.
Lo que sigue es la conversación que tuvimos al aire en el ciclo radial Mundo Migrante (sábados de 21 a 22 en AM1110), en Radio Ciudad, y el intercambio que mantuvimos después para completar la información.
-Entre los muchos temas que se abordan en Autobiografía del algodón uno sin duda es el de la transmisión, lo que se vuelve legado, y lo que se olvida o se silencia. ¿Por qué es importante registrar esto?
-Esa es una pregunta muy importante para mí en este libro y en otros. En Autobiografía del algodón el énfasis está muy puesto en la relación entre el territorio y el cuerpo, hay una interrogación sobre los lugares que ocupamos y los lugares de los que hablamos y de los que no hablamos, lo que se borra, también, ¿no? Hoy se habla mucho de la frontera norte de México, pero a mí me interesaba volver a pensar cómo se hacen las fronteras, de qué manera se contribuye o han contribuido hombres y mujeres venidos de tantos lados a construir de manera concreta esas fronteras. Y claro, esa pregunta pasa por saber qué hacen los cuerpos, de qué manera trabajan, cómo se relacionan, cómo se aman, cómo se acuestan. Las relaciones entre los humanos y las de los humanos con otras especies, y cuanto más investigué todo eso, me iba dando cuenta de que habíamos conocido experiencias, por ejemplo de mis abuelos, pero lo que no sabíamos era que mi abuelo paterno en su documento de nacimiento está inscripto como indígena y mi primera abuela paterna también. Ellos fueron especialmente trabajadores de minas, son vidas muy difíciles, vidas de mucha carga de trabajo, vidas en caravana, de mucho movimiento, de largas caminatas, y yo creo que aunque esa información se fue perdiendo en mi familia, eso no quiere decir que la experiencia no se transmita de generación en generación. Casi si lo quieres ver de una manera genética, ¿no? de una genética cultural, y me parecía importantísimo para las siguientes generaciones el desencriptar esa experiencia que es personal, pero que es social también. Y que tiene que ver con unas personas y con un territorio específico. Yo creo que de ahí viene la pregunta, que es personal pero que también es política, es decir, si ellos están ahí, ¿quién no está? Si ellos ya no están en el registro de la historia nacional, ¿por qué esa ausencia? Creo que empezar a interrogar esta relación entre la ausencia y el territorio es fundamentalmente una pregunta que tiene que ver con el poder, con quién cuenta las historias y quién tiene la capacidad de pasarlas como un legado a las siguientes generaciones.
- En el libro aparecen aquellos abuelos, sus hijos y finalmente los nietos, tu generación, que “crecerían para hacer algo más, para alejarse del algodón, para entrar en la vida moderna”, y se plantea la pregunta sobre cómo honrar esas vidas pasadas, cómo escribir sobre ellas sin traicionarlas. ¿Sentís que lo lograste, que pudiste honrar sin traicionar?
-Bueno, yo creo que esa es, debe ser, la pregunta ética de toda escritura. Siempre estamos trabajando con materiales ajenos cuando escribimos, incluso cuando decimos que esa historia que narramos es parte de nosotros mismos. Ha habido tantas discusiones importantes sobre el proceso de apropiación, de extractivismo, en el contar las historias de otros. Para mí es fundamental el cuidado que se ponga en ello; escribo sobre esta historia con tantas herramientas y tantos recursos como los que soy capaz de poner en juego porque ahí está la muestra del cuidado. Para alejarse del extractivismo, para poder responder al llamado ético de la escritura, yo creo que es necesario el cuidado en la investigación y además, por supuesto, el cuidado, la cortesía básica, como les digo a veces a mis alumnos, de hacer las preguntas, de pedir permiso, de decir “¿te parece bien?”. La respuesta final a tu pregunta, si lo logré o no lo logré, lo tendrán que responder los lectores, ¿verdad?
-El libro empieza con la huelga de los trabajadores del algodón en 1937, y llega hasta hoy, cuando todo ese territorio que había conocido buenos tiempos es tierra arrasada. ¿Cómo es para vos el vínculo entre el territorio, las decisiones políticas y la vida?
-Sabes, las preguntas de las que parto son siempre preguntas del presente. En este y en otros libros, son preguntas del pasado o hacia el pasado, pero que parten del presente. Parece que estamos hablando de 1937 y después de los años 40, en esta zona del norte del país, pero mi esfuerzo es no dejar que el lector olvide que estamos hablando del presente siempre, porque hay una relación con lo histórico que a mí me interesa que no olvidemos, y es que, en determinado momento se tomó una decisión estatal de decir “hay que reforzar las fronteras, nos están regresando gente, hay muchos deportados, tenemos que darles trabajo, necesitamos al mismo tiempo producir presencia estatal en la frontera”, y entonces se arma este proyecto algodonero que, claro, en un primer momento generó una riqueza enorme, y la movilidad social entonces fue también enorme, y yo creo que un poco el hecho de que yo esté escribiendo este libro es resultado de aquella primera movilidad social que produjo la riqueza del algodón. Pero lo que no hay que olvidar es que el monocultivo del algodón, una agricultura industrial dedicada a la exportación, tuvo como resultado final un deterioro y una devastación ecológica que, y esto es lo que argumento en el libro, es la que termina abriéndoles las puertas a las maquiladoras en la frontera, y eventualmente, a la violencia asociada a la mal llamada guerra contra el narcotráfico.
-¿Inluyó en tu ánimo al escribir la era Trump, con sus insultos, amenazas y agresiones a los migrantes, especialmente a los mexicanos?
-La terriblemente cruel política migratoria que se estableció durante el gobierno de Trump estuvo en el centro mismo de la escritura de este libro. Observé con gran terror cómo se fueron disparando no solo discursos de odio sino prácticas de odio en la vida cotidiana de este país. Y fue mientras estaba poniendo atención a eso que surgieron las imágenes y las voces de estas caravanas de migrantes que venían atravesando este país tan rudo que es México para los migrantes y que se acercaban a las fronteras con EE.UU. Eso también me hizo dar otro salto que me hace entender que el pasado no es pasado, y que el presente siempre está abrazando ese pasado. El salto fue hacia el proceso migratorio de mi propia familia, no podía no ver la conexión entre cómo se hizo la frontera en los años 30, como se asentaron las bases migratorias también de esa frontera en los años 30, cuando familias enteras de campesinos sin tierra llegaron juntos buscando compañía, solidaridad, un lugar donde asentarse, un lugar que pudieran llamar propio. Y claro que estuvo muy presente también en la historia materna de mis abuelos que fueron expulsados de Estados Unidos como resultado de una legislación migratoria tan cruel y tan dañina como la que estaba sucediendo mientras escribía el libro. En el caso de mis abuelos les tocó la legislación contra migrantes especialmente mexicanos de los años 30, que fue la política del presidente Hoover. La excusa en aquel momento fue el crash económico de 1929 y como siempre el patito feo fueron los migrantes, especialmente mexicanos, y es una etapa en que el número de deportaciones creció dramáticamente. Entonces ahí hay un lazo que es imposible no ver y que a mí en el libro me importaba mucho resaltar, por eso que vengo diciendo que este libro parece que está mirando al pasado pero realmente tiene los pies muy bien puestos en esta emergencia que es el presente.
-Hay otro posicionamiento muy fuerte en este libro que es la defensa de las mujeres y la denuncia de la violencia patriarcal. Y ahí también hay un hilo entre el pasado y el presente que es estremecedor. ¿Cómo fue ese descubrimiento?
-Esa fue una de las cosas más difíciles de escribir para mí y de hecho fue una parte que me hizo detener el proceso de escritura por mucho tiempo. Encontrar la palabra rapto en el acta de matrimonio de mi abuelo paterno con su tercera esposa, que era mucho más joven, me hizo detenerme radicalmente porque eso también tiene conexión con tragedias, crímenes, violencia contra las mujeres que hemos vivido en mi familia de manera presente, con el femicidio del que fue víctima mi hermana en 1990, entonces para mí era inevitable hacer ese salto también. Y en un primer momento no sabía si estaba preparada para hacerlo. Finalmente pensé que no podía publicar un libro en el que eso no estuviera ahí, pero que hablar de esas cosas iba a requerir un trabajo mucho más amplio, una conversación mucho más amplia también con los miembros de mi familia y eso de lo que hablábamos antes, pedir permiso, hablar más, cambiar nuestra vida en el presente conforme íbamos también haciendo otro tipo de asociaciones con el pasado. Seguir la línea del ombligo, que es seguir la línea de las mujeres en la genealogía, inevitablemente lleva a una auscultación más cercana con asuntos de violencia y cuerpo. Y en este libro, que en un inicio estuvo muy dominado por las historias de los hombres, porque son de las que se encuentran más en los archivos, o al menos más fácilmente, yo no quise perder la oportunidad de trabajar también, y de trabajar más porque siempre cuesta más esfuerzo dar con la historia de las mujeres, entonces yo creo que esa es una parte fundamental del libro, es una parte que liga el pasado con el presente y una vez más nos hace entender, o al menos esta es una de las argumentaciones del libro, que el pasado nunca es pasado, que está latiendo con nosotros y que el libro tal vez es una lupa crítica que nos permite ir hacia abajo, a través de las capas literarias, históricas, corporales, emotivas que van formando el pálpito de una vida.
- Autobiografía del algodón es un libro que narra muchas injusticias, muchas derrotas, y sin embargo, es una lectura luminosa. Tal vez tenga que ver con las felicidades del lenguaje y la poesía, que a su modo ofrecen consuelo, o con lo que escribiste sobre el libro y el viaje al pasado familiar como una reparación. Pero también puede pensarse en una dimensión política, que lo luminoso que deja su lectura esté relacionado con que el libro narra las derrotas o las violencias o los olvidos no para aceptarlos como un status quo inamovible, sino para denunciar un estado de cosas que debe ser cambiado, que puede ser cambiado. ¿Te propusiste algo de esto último como parte de este proyecto literario, que por lo demás es el primer paso de una trilogía?
-Me haces pensar en aquella famosa frase de Borges de que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece. Y a mí eso siempre me ha iluminado de alguna manera en muchas de estas historias que son historias de resiliencia, de resistencia, de oposición, historias que se enfrentan al poderío del Estado o del capital con las armas que tienen los débiles, ¿no?, y que son muy creativas, y que son muy constantes también, se heredan. Mi intención era tomar ese tipo de estrategia en su justa dimensión: el enemigo no es menor, nunca es menor, y aquí yo creo que están fusionadas, entrelazadas, las fuerzas del Estado naciente después de la revolución y las fuerzas del capital también tratando de extraer tanta riqueza como fuera posible de territorios importantes en esta vecindad entre México y EEUU. Pero así como son de fuertes los enemigos, yo creo que hay una tradición que es igualmente testaruda y enorme que hace que todos estos otros actores y comunidades no sean vistos solamente como víctimas pasivas de fuerzas inconmensurables. Siempre es importante tener en cuenta que si hemos sobrevivido, en parte se debe a esa multiplicidad de tradiciones que tienen que ver con prácticas, pero que también tienen que ver con lenguaje y tienen que ver con narrativas que necesitamos para irnos contando y para podernos enfrentar, cada generación y cada uno de nosotros, a nuestros contrarios concretos. Para mí eso era importante. Y es cierto que las historias del libro son tristes, son muy fuertes, hay demasiada muerte, demasiada injusticia y, sin embargo, cuando me he topado con personas que me hablan del libro, o lo están leyendo, una de las primeras reacciones que veo es que inmediatamente quieren contarme la historia de sus vidas. Y para mí eso es como la culminación de la escritura, porque no solo estás escribiendo y abrazando la historia de otro sino que estás de inmediato poniéndote ahí en la línea y contribuyendo con tu propia historia a que el libro crezca y se ensanche. Esa posibilidad tiene mucho que ver, o me gustaría pensarlo así, con la fuerza de la historia en sí, pero también con la estructura del libro, que no es una estructura cerrada que se alce como una especie de modelo o como un faro, que quiera dar lecciones de nada, sino una estructura muy abierta, fragmentaria, por donde caben grietas y por donde cabe la presencia misma de lector y las historias de esos lectores y lectoras. A mí me interesa mucho estar trabajando de manera muy directa con este tipo de estructuras y he venido persiguiendo mucho ese momento, el momento en que la lectora cierra el libro y lo que dice es “estoy lista para contar mi historia también, aquí va lo mío”. Creo que hay algo de eso en la relación que se establece con los lectores y este libro y a mí eso me llena de una muy íntima alegría, saber que es por ahí, que ése es el caminito que quiero hacer, esa conversación que para mí han ido fraguando tantos libros que han cambiado mi vida y me gustaría pensar que este libro podría ser también el espacio de refugio y el espacio de encuentro para otros lectores.
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