Aún hacía calor en Buenos Aires aquel 26 de abril de 1900 cuando Ekatherine Lostraibitzer pujaba y pujaba para que, por fin, naciera su único hijo varón. Parado, en el marco de la puerta, Karl Arlt, oriundo del Reino de Prusia, observaba inquieto a su esposa, que también era inmigrante, pero de otro rincón del mundo: el Imperio Austrohúngaro. Ambos llegaron a la Argentina en un barco enorme y lento del siglo XIX que dejaba atrás un mundo que muy pronto se extinguiría. El bebé recién nacido era Roberto Arlt, “el novelista más importante de la literatura argentina del siglo XX”. Así lo define Diego Cano, politólogo y ensayista, en su nuevo libro, Roberto Arlt, el monstruo, que acaba de publicarse por la editorial Bärenhaus. Ahora, en un diálogo epistolar vía mail con Infobae Cultura, argumenta: “Borges es cuentista, relato corto, no compiten por el mismo lugar. Más jugado es César Aira que lo llama ‘el mayor novelista argentino’ sin más (en Diccionario de autores Latinoamericanos). Mi afirmación es que es el más importante del siglo XX, los autores que fallecieron en el siglo XXI estarían en debate a qué siglo pertenecen. Estoy convencido que sus novelas son un antes y un después en la narrativa argentina, me parece que la mayoría de los críticos coinciden con esta afirmación”.
A los 17 años, en 1988, cuando Roberto Arlt llevaba muerto más de cuatro décadas, Diego Cano se sentó por primera vez con toda la fuerza posible de su todavía adolescente concentración a leer Los siete locos. “Creo no haber entendido mucho, pero sí haber disfrutado enormemente. La memoria hace trampas, ya sabemos, se resignifica todo el tiempo, pero mi recuerdo es quedar maravillado frente a ese mundo arltiano”, confiesa. Esa fascinación inicial fue mutando, creciendo, se fue ampliando, ramificando, hasta que concibió la idea de escribir un libro sobre Arlt.
“Hace diez años que creo haber pensado por primera vez escribir algo, primero empecé a releer seguido las cuatro novelas, empecé a juntar las primeras ediciones, todos los libros y artículos sobre Arlt, y las Aguafuertes originales del diario El mundo (cuya edición completa todavía está faltando), busqué todo el material existente. Cuando trabajo algo preciso sentir que absorbí el tema en su totalidad, sólo ahí siento el impulso de empezar la escritura. El libro lo empecé hace cinco años aproximadamente y lo terminé durante la pandemia”, sostiene Cano, autor de Franz Kafka, una literatura del absurdo y la risa (Bärenhaus, 2020).
En Roberto Arlt, el monstruo, Cano analiza la potencia del escritor fallecido en 1942, joven, a los 42 años, desde una perspectiva original: lo monstruoso. Hace un recorrido por sus novelas —El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas y El amor brujo— y destaca en esa particular literatura la “potencia imaginativa”, cómo “se mezclan la angustia y el resentimiento con el humor”, el “uso antojadizo y caprichosos del lenguaje a partir de expresiones cultas o vulgares, neologismos, arcaismos, regionalismos”, la “estructura folletinesca” y la ”exageración poética”.
Además, escribe, “la crueldad y perversidad de sus personajes, la monstruosidad de su literatura hace que, a casi un siglo de la publicación de su primera novela, todavía quede mucha tela para cortar y que podamos aún encontrar nuevos caminos en el intrincado laberinto de sus novelas”. Y en otro página se lee: “Arlt puede prometer revoluciones, sectas, estallidos políticos, estallidos de amor y dejar todo en la nada sin decepcionar porque el disfrute de su literatura no se encuentra en el tema si no en la forma, el valor de la lectura por sí sola despojada de la intriga. Ese gesto de terminar las historias bruscamente sin que se concreten los proyectos megalómanos es otro recurso que le permite mostrar la teatralidad farsesca de la política”.
Cuando Arlt publica Los Lanzallamas en 1931, ya era una figura reconocida en el ambiente literario. Los Siete Locos iba por la tercera edición y El Juguete Rabioso por la segunda. Tenía apenas 31 años y el mundo se le abría de par en par. Entonces, en esta tercera novela decide escribir un prólogo. Aunque esto no es un prólogo, no, es algo más. ¿Un declaración de prinicipios? ¿Un manifiesto, tal vez? “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula”, escribe antes de dejar al lector ingresar de lleno en la historia. ¿Una advertencia, quizás? Esta analogía con el golpe de boxeo refleja, no sólo una metáfora picante y conflictiva, sino también una cosmovisión de la literatura: la violenta relación entre el escritor y el lector en la que el primero despierta y sorprende al segundo. No es necesariamente asimétrica. Lo que pide Arlt es un permiso generalizado para saltearse el acuerdo ameno de la cordialidad. Lo que pide Arlt es eso que sugería Franz Kafka, en una carta de 1907, a su amigo Oskar Pollak: “Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
“Arlt crea mundos con su literatura desenfrenada —asegura Diego Cano— develando lo más siniestro de la sociedad. Arlt es monstruo porque muestra lo que no quiere ser visto, lo oculto, poniéndole luz a través de una narrativa con una capacidad imaginativa desbocada única. El monstruo exorciza, saca para afuera sus demonios, los pone identificables delante de los lectores con sus hipérboles, exageraciones y grotescos. Arlt crea personajes monstruosos, como Erdosain, al cual se le suele valorar y empatizar, pero sobre el que ninguna crítica ha destacado el carácter perverso de intentar aprovecharse de una niña de ocho años. Arlt lo tenía claro: su literatura crea monstruos. La palabra monstruo y sus derivadas (’monstruoso’; ‘monstruosidad’) aparecen mencionadas más de sesenta veces en Los siete locos y Los lanzallamas, además de que el título original de Los lanzallamas iba a ser, efectivamente, Los monstruos. Arlt es para mí un monstruo porque, en ese despliegue de imaginación que son sus novelas, saca afuera su propia angustia en sintonía con la actitud de los artistas expresionistas en boga en aquellos años”.
Antes, en 1929, sale Los siete locos, un libro raro, existencialista, incómodo, arriesgado: una sociedad secreta que se reúne para pergeñar un plan maestro que los lleve a voltear el orden social existente con la financiación de una red de burdeles. El ideólogo es El Astrólogo, un ser siniestro, inteligente y delirante. “El proyecto del Astrólogo, rimbombante y lleno de verborragia revolucionaria, termina en una farsa, en un montaje que sólo persigue sus intereses personales. El Astrólogo, castrado por accidente, termina fugado con La coja en casi diría: una historia de amor. Como decía Alberto Laiseca: ‘la realidad es delirante y siempre está oculta’, Arlt capta ese núcleo delirante del poder y lo hace literatura. No me atrevería a decir que Arlt expone el inevitable fracaso de la humanidad, aunque tal vez sí de la forma de organización de la sociedad actual. Sin embargo, afirmo esto, y quiero contradecirme, esa es mi interpretación del texto, no está dicho así en ninguna parte de manera expresa, sus procedimientos literarios como el grotesco, la delirante actitud de los personajes, son los que nos dejan ahí abierta esa posibilidad, otros lectores pueden hacer una interpretación diferente igualmente válida, y ahí está la belleza de su literatura”, sostiene Cano.
Fueron una ráfaga inolvidable para la literatura argentina esos 42 años en que Roberto Arlt habitó este mundo. Pero la muerte, caprichosa, le llegó una noche de frío, el 26 de julio de 1942. Un paro cardíaco fue lo que lo hizo traspasar el umbral de los vivos. Sus restos fueron incinerados en el Cementerio de la Chacarita y sus cenizas arrojadas en el río Paraná. Hubo una ceremonia de despedida con un numeroso grupo de gente; el escritor Nicolás Olivari dijo algunas palabras sentidas y el poeta Horacio Rega Molina leyó un poema; todos se quedaron mirando el río como si fuera un abismo.
“Roberto Arlt quería ser feliz, y no pudo. Tuvo que conformarse con ser un genio”, escribió Abelardo Castillo en Las palabras y los días. “La literatura de Roberto Arlt es de una rabiosa actualidad”, asegura Diego Cano y concluye: “Rescatarlo de lecturas encallecidas, repetidoras de ideas que ya habían sido machadas en los setenta y ochenta, quitarlo de la politización absoluta de su literatura, de una concepción del realismo literario que ya no existe, es traer y reivindicar a Roberto Arlt en su más poderosa creación que es su fuerza novelesca. Volver a debatirlo es volver a discutir las bases de nuestra literatura hoy, y ahí, quizás, está la necesidad última de mi libro”.
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