La consagración
La publicación de su segunda novela, Sobre héroes y tumbas, a finales de 1961, catapultó a Ernesto Sabato, que por entonces tenía cincuenta años, al podio de los más destacados escritores argentinos. En aquel tiempo, de gran expansión de la cultura urbana y el mercado de las publicaciones impresas, el autor conquistó una popularidad que muy pocos hombres de letras alcanzaron en el país y que lo llevaría a transformarse en una de las voces principales de la cultura nacional.
El libro fue impreso por la Compañía General Fabril Editora como parte de la colección Anaquel, que ese mismo año había ofrecido trabajos de Juan Carlos Onetti, Haroldo Conti y Jerome David Salinger. Sabato mismo eligió la ilustración para la portada: la obra Viva la Santa Federación, de su amigo pintor Luis Felipe Noé, referente de la corriente conocida como Nueva Figuración. El responsable de la Fabril, Jacobo Muchnik, contó alguna vez que al enterarse de que Sabato tenía entre manos una nueva novela le ofreció publicarla en su sello sin saber siquiera de qué se trataba. Luego de la aparición del libro, el escritor le entregó al editor una suerte de diploma que rezaba: “Por cuanto don Jacobo Muchnik tuvo el loco valor de aceptar Sobre héroes y tumbas sin leerlo, por tanto Ernesto Sabato lo propone miembro de número de la sociedad de editores esquizofrénicos”.
En sus páginas, propone un intenso relato gótico y entrelaza tres historias paralelas, buceando en la intimidad conflictiva de los personajes y los desgarramientos de la historia nacional. La relación entre Martín y Alejandra como alegoría de las diferencias sociales y el incesto entre esta y su padre, el poético derrotero que termina con la muerte del general Juan de Lavalle y el “Informe sobre ciegos” integran la trilogía que sustenta la novela, considerada por el periodista alemán Günter Lorenz, especialista en literatura hispanoamericana, como la más importante de las expresiones del género en el siglo XX. Lorenz escribió esa afirmación en 1967 en el periódico Die Welt, donde sostuvo que se trataba de “un testimonio sumamente asombroso de nuestro tiempo” y “un hito que señala rumbos hacia el porvenir de la prosa del pensamiento científico”.
La gestación del texto demandó un proceso personal difícil y angustiante en el que los originales fueron sufriendo mutaciones y hasta corrieron serio riesgo de terminar destruidos. Algunos críticos avezados han sabido ver en el texto ese camino, tortuoso y conflictuado, sembrado de injertos y salidas de emergencia. Sabato se refirió muchas veces a los días de incertidumbre y desesperación vividos en la casa de Santos Lugares y aseguró que fue Matilde la responsable de haber salvado la obra. Mezclando ficción y realidad, el escritor narró algunas de las circunstancias de ese traumático cierre en su siguiente novela, Abaddón el Exterminador.
En una carta dirigida en marzo de 1968 al intendente del Parque Nacional Lanín, Carlos Lozada Acuña –difundida en 2013 por los hijos del ex funcionario–, Sabato revela haber escrito “una de las partes decisivas” de la novela durante una estadía de alrededor de un mes en la seccional Epulafquen. Según se supo muchos años después, Ernesto y Matilde se hospedaron allí en el verano de 1960 por invitación del ingeniero forestal Lucas Tortorelli a quien el escritor había conocido en Francia durante su beca en el Laboratorio Curie. La leyenda tejida en el lugar indica que la belleza de aquel entorno habría influido en el ánimo de Sabato para torcer el destino del personaje Martín del Castillo.
Otra mujer que al parecer tuvo mucho que ver con la novela fue la ya citada Enriqueta Muñiz. Así surge de una esquela que conserva la familia de esta en la que el escritor le agradece por haberlo ayudado a destrabar un problema que le impedía avanzar en una de las tres historias que se narran en la novela: “He trabajado intensamente en estos días, y el milagro de haber vuelto a mi trilogía y de ver de pronto la solución al problema central que me agobiaba, me ha parecido de todos el signo más trascendental. La precisión misteriosa con que tú habías interpretado mi problema humano y literario fue sin duda la fuerza que me puso nuevamente en movimiento, después de un larguísimo período de depresión, que llegó a su extremo más tenebroso el domingo que precedió a nuestra entrevista. Si ese día hubiese tenido forma de verte, lo habría hecho: hasta ese punto sentía dentro una extraña intuición de que serías la fuerza que me levantaría”. Marike Muñiz, nieta de la periodista, contó que “ella era muy entusiasta y solidaria y lo encontró en uno de esos momentos de recaída que tenía Sabato e intentó sostenerlo, levantarle el espíritu”.
Con un lenguaje directo e impregnada de realidades, situaciones y personajes asequibles para los lectores, la novela tuvo una amplísima repercusión tanto en el país como en el extranjero. Su circulación fuera de la Argentina precedió por poco al inicio del llamado boom de la literatura latinoamericana, un fenómeno global de carácter editorial y comercial por el cual las obras de narradores latinoamericanos se ubicaron en los primeros puestos de ventas en las más importantes librerías de todo el mundo. Sus principales exponentes fueron Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. La renovación y experimentación con el lenguaje, la integración de lo real con lo fantástico y la descripción de la realidad social de América Latina fueron los principales rasgos que caracterizaron este fenómeno.
Aunque muchos expertos lo identifican con aquel suceso literario y hasta se arriesgan a situarlo como uno de sus iniciadores, Sabato pertenecía, en realidad, a una generación anterior. De hecho, la difusión de su obra resultó beneficiada durante el boom con el aumento en las ventas, pero, pasado un tiempo, empezó a verse relegada frente a la de los nuevos adalides de las letras del continente. Herido por los desplantes de los integrantes de esa nueva camada y el efecto de desplazamiento, tuvo con varios de ellos una relación conflictiva. Sin dejar de reconocer las virtudes literarias de sus principales promotores, sostenía que el boom consistía más bien en una velada acción empresarial-propagandística que dejaba fuera a los autores que no comulgaban con cierta ideología izquierdista. A veces decía que aquello había sido “puro bochinche” y se enojaba porque había mucha gente convencida de que la historia de la literatura latinoamericana había empezado con el boom. Más de una vez, consultado sobre su relación con ese movimiento, el autor de Sobre héroes y tumbas se definió como un “francotirador” enemigo de los grupos y recalcó que él era “anterior”, “exterior” y también “posterior” a dicho suceso. Le molestó siempre lo que consideraba una actitud mezquina de varios de los autores emblemáticos de “esa organización” de considerarse los iniciadores de la gran literatura hispanoamericana, lo cual le parecía una enorme injusticia no solo para con él sino también hacia talentos de la talla de Borges, Roberto Arlt, Alejo Carpentier o César Vallejo, entre otros. Solía recordar, enfadado, que la última vez que había tenido noticias de Carlos Fuentes fue cuando se publicó Sobre héroes y tumbas en varios países de Europa. Entonces, contaba, Fuentes le escribió una carta en la que le dijo que su éxito iba a ayudar “a todos los que venimos atrás”.
La presencia de lugares y otros aspectos reconocibles de la vida de la Buenos Aires de esos años adquiere en Sobre héroes y tumbas un carácter nodal. El texto continúa la minuciosa exploración del escenario urbano que había comenzado en El túnel. La ciudad parece cobrar vida y hasta, por momentos, disputar el espacio a los protagonistas. Uno de los sitios centrales en el texto es el palacete perteneciente en la ficción a la familia Vidal Olmos, donde funcionó el primer hospital pediátrico porteño. Ubicado en Almagro, pero relocalizado por Sabato en el barrio de La Boca a los efectos de la narración, el aristocrático edificio contaba con un mirador que con el tiempo fue rebautizado popularmente como el “mirador de Sabato”. Otra historia singular que unió a la novela con la arquitectura ciudadana es la de la estatua de Ceres que se hallaba originalmente en el Parque Lezama –tal como aparece en el comienzo del relato– y terminó en el jardín trasero de la casa de Santos Lugares. Ocurre que, cuando el prestigioso arquitecto modernista Alberto Prébisch –creador, entre otras obras, del Obelisco– fue intendente de la ciudad de Buenos Aires, durante la presidencia de José María Guido, decidió cedérsela a Sabato “a perpetuidad”, en reconocimiento a los aportes que este había realizado a la toma de conciencia sobre la preservación de la arquitectura y los antiguos espacios de Buenos Aires. El escritor y el arquitecto se habían conocido, años atrás, a través de Victoria Ocampo, en el ambiente de la revista Sur, donde ambos colaboraban.
SEGUIR LEYENDO