No nos es indiferente el origen de la historia de la que parte el documental rumano Collective: a las 22.32 del 30 de octubre de 2015 ardió “Colectiv Club”, una discoteca de Bucarest que carecía de salida de emergencia, y tuvo por consecuencia más dramática la muerte de 27 jóvenes esa misma noche y otros 37 heridos que fallecieron en los cuatro meses posteriores al incendio. mposible sustraerse a las simetrías con el origen de la tragedia de Cromañón de 2004 que, sorprendentemente o no tanto, recién tuvo su documental en 2015, con “La lluvia es tambièn no verte”, de Mayra Bottero, y que tendrá en breve una serie que prepara una productora y antes tuvo un libro de Camila Fabbri, El día que apagaron la luz, evocación personal de esa noche que recoge también las historias de otros en un entrelazado de discursos, a la vez generacional y poético, pero que elige otros caminos en vez de meterse en la investigación de raíces y responsables. Y es, justamente, la investigación aquello que define el centro de gravedad de Collective, que viene cosechando premios desde su presentación en el Festival de Venecia de 2019 hasta lograr las dos nominaciones al Oscar, en las categorías de Mejor Película Extranjera (junto a cuatro ficciones) y Mejor Documental.
Nada nuevo, podríamos decir, si nos atenemos a los modos más convencionales con los que se piensan, exhiben, critican y consumen los documentales en todo el mundo. Es más: si algo caracteriza a los documentales es la investigación, al punto de que con frecuencia se crea que “con eso” alcanza, o se crea que todas las maneras de encarar una investigación documentales son iguales. Finalmente, Ricardo Piglia decía que solo pueden narrarse viajes e investigaciones. Lo que sucede en Collective es que el sistema que adquiere la investigación no se parece al de otros documentales.
Lo que hace el director Alexander Nanau es centrarse en un periodista (nada nuevo, otra vez) pero que se dedica al periodismo deportivo, por lo que el hilo se va desplegando en las páginas del diario Gazeta Sporturilor y girando en torno de Catalin Tolontán, el lacónico, y obsesivo periodista que descubre la punta insospechada de la tragedia en la infección hospitalaria que aqueja a muchos de los heridos y que se irradia a una trama de corrupción política, con ministros que renuncian o mueren sospechosamente, sobreprecios, empresas, concursos manipulados para cargos de directores de hospitales y sus correspondencias en la sociedad civil, con la acción de movilizaciones, medios periodísticos y organizaciones sociales, mientras “el caso Colectiv” se va irradiando: de información general a policiales, de policiales a economía, de política nacional a política internacional. Y todo mediante increíbles portadas en las que los avances de la letal infección bacteriana por desinfectantes ilegalmente diluídos parecen encastradas entre un mar de noticias de fútbol, basquet o tenis.
Pero Collective es un documental que cree tanto en aquello de que para hacer cine hacen falta tres cosas, “a good story, a good story y a good story”, aquella legendaria premisa de los viejos patriarcas de Hollywood, que no le concede un milímetro de vida privada de su personaje al espectador, no se aparta nunca “de la historia”, no se distrae en armar un paradigma de rasgos de Tolontán, como si asumiera los modos ya un poco inhallables del periodismo más tradicional y lo volviera más una función narrativa que un personaje con crisis, defectos, brillos y mezquindades. Lo vemos en acción con su pequeño equipo de dos aliados, todos yendo tras las pruebas de laboratorio o en las conferencias de prensa pero se han suprimido todos los tiempos muertos u ociosos. Y su asistente Mirela casi da una definición de los sorprendentes giros que da la narración: “La historia es tan asombrosa que podemos parecer locos”. Vemos a Tolontán todo el tiempo, pero no sabemos nada de él salvo aquello que deja que Nanau filme de él. Es poco y es todo.
Previsibilidad y sorpresa
Si solo se contentara con llevar adelante su relato-investigación a través del periodista, el director Nanau se podría dar por satisfecho pero hacia la mitad de Collective aparece el ministro de salud entrante, Vlad Voicolescu, que busca eliminar toda presunción de corrupción y mostrar empatía, con gestos de apertura a los familiares de las víctimas, con los propios heridos y hasta con el realizador del film, permitiéndole filmar las reuniones con sus colaboradores. Si bien es algo que frecuentó el Cine Directo de los ´60, con Drew y Leacock y la filmación de la intimidad de los despachos de Kennedy, no es muy habitual que los políticos abran esa opción.
Una vez que se le ha abierto la puerta de lo prohibido, lo lógico hubiera sido que Nanau distribuyera el juego entre sus dos grandes personajes: el periodista incisivo e inmutable y el ministro pacificador y omnicomprensivo. Sin embargo, allí Collective elige torcer el rumbo y bifurcar su norte, dedicándose a su nuevo personaje, el más desconocido, intentando que en esa convivencia o rutina de filmación aparezcan esos otros rasgos que el documental pareciera estar esperando agazapado. No es que Nanau se distrae sino que entiende que el curso de los hechos lo ha puesto delante de un personaje nuevo, del que lo desconoce todo y ése es el desafío: en su elección se juega la suerte de la película. Podría continuar siguiendo al periodista pero es algo que ya hizo y el modo que eligió para filmarlo no ofrece mayores novedades para él y por tanto para el espectador, más allá de los poderosos giros políticos del tema. Pero el ministro Voicolescu le plantea un crossroad, un cruce de caminos que lo obliga a decidir por algo insospechado (¿filmar las intimidades del gabinete? ¿de verdad me deja meter mi cámara ahí?) pero lo guía su intuición de que en ese cambio de rumbo la incertidumbre es el camino hacia un lugar inquietante, que hace que se sorprendan, al mismo tiempo, el director y el espectador.
Adoptando la misma condición invisible que mientras se centraba en el periodista, Nanau en ningún momento apela a la entrevista, o el relato de personaje a cámara, y deja que sean las mismas situaciones las que alimenten la progresión dramática y ahí termina de corroborarse que el otro gran secreto de Collective es su capacidad de estar siempre en los lugares en los que tiene que estar, como si el cine fuera una materia flexible y el documentalista fuera (o volviera a ser, como aquellos camarógrafos de comienzos del siglo XX) un periodista con cámara porque, como los periodistas, “yo también debía ser una-mosca-en-la-pared”, según explicó Nanu. Eso hace que la película se vea “como una ficción”, utilizando incluso recursos como el plano-contraplano, esa modalidad que el cine suele usar para filmar un diálogo y vemos a uno y a otro alternadamente, eso que es tan infrecuente en el documental, porque hay situaciones que no admiten más de una cámara lograrlo, porque hacen falta equipos de gente más numerosos y menos portátiles, porque lo indiscernible de las escenas hace que al filmar un plano se vea la referencia de la cámara en el otro, todo eso que no sucede en Collective y por eso “se ve como una ficción”, porque seguimos las peripecias como en un cuento (que aquí, como dijimos, va mutando de género).
Y en eso de que “se ve como una ficción” radica también la explicación de que haya sido nominada al Oscar en las categorías de documental y de película extranjera junto a ficciones. Porque, de alguna manera, Collective toma una materia real hasta el hueso -siendo casi, o al mismo tiempo, una clase magistral sobre cómo investigar- y no la suelta nunca, ni siquiera al quebrar el punto de vista único, pero la ejecución cinematográfica adopta lo modos vibrantes de los policiales políticos, como los de El informante, por tomar un caso de la ficción operando sobre un caso real de la industria del tabaco.
Desde siempre hubo una fascinación de Hollywood por las historias surgidas desde las entrañas del periodismo y los modos en los que la prensa construye poder o lo desafía, o queda enredado en él, empezando por El ciudadano, siguiendo con Todos los hombres del presidente pasando por Bajo fuego hasta llegar a Spotlight. Pero esta vez quien logró un gran relato sobre periodismo y política fue un documental y no lo hizo un cineasta norteamericano sino un cineasta rumano.
*Collective fue coproducida por HBO Europa y se puede ver en la señal HBO.
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