La belleza del día: “La hora del almuerzo”, de Pio Collivadino

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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“La hora del almuerzo” (1903)
“La hora del almuerzo” (1903) de Pio Collivadino

I

Quizás todos estemos de acuerdo —o casi todos— en que la mejor parte del trabajo es ese momento intermedio, breve, relajante, donde se frena la maquinaria productiva para disfrutar de un almuerzo en compañía. Dependerá del rubro laboral y de las condiciones de ese descanso —en pandemia todo cambia— pero sentarse a almorzar con los compañeros luego de una dura jornada matutina es un momento muy agradable.

Y eso fue lo que vio Pio Collivadino cuando, recién entrado el siglo XX, observó a un grupo de obreros de la construcción almorzando en un mediodía de sol. La hora del almuerzo es un óleo sobre tela de 160,5 centímetros de ancho por 252 centímetros de alto que hoy se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué vemos en esta obra académica, realista, social y costumbrista?

Siete obreros almorzando. Algunos abstraídos, otros conversando e intercambiando bromas y otro, que ya terminó de comer —¿habrá comido?—, fumando una pipa. “Con pinceladas sueltas y toques de luz brillante en las manchas de cal, la composición presenta un grupo de tipos populares contemporáneos, de diferentes edades, con particular detenimiento en el estudio de las diversas fisonomías”, explica la crítica e historiadora Laura Malosetti Costa.

II

“Hace solo unos pocos años su figura comenzó a tener un merecido reconocimiento en la historiografía del arte argentino. Su obra estuvo soterrada por mucho tiempo por esas cuestiones de la dialéctica del arte”, sostiene Juan Gabriel Batalla, y agrega: “Fue un pintor esencial en el difícil pasaje del siglo XIX al XX que supo componer una estética con elementos de las vanguardias europeas pero con un espíritu porteño que documentó su época con una estética puntillista y preciosita”.

En Barracas, Ciudad de Buenos Aires, año 1869, nació Pío Collivadino. Estudió dibujo en la sociedad cultural ítalo-argentina, Societá Nazionale de Buenos Aires y en 1889, con veinte años, viajó a Roma. Fue aceptado en 1891 en la Accademia di San Luca, la Academia Nacional de Bellas Artes, donde estudió con Cesare Mariani y colaboró en los frescos decorativos de la Corte Constitucional de Italia.

Cuando volvió a Argentina, en 1896, se hizo conocido por sus litografías románticas, pero al poco tiempo regresó a Italia, donde estaba instalado y consideraba, enm ese entonces, su casa. Y tras una visita a la Exposición Universal de París en 1900 recibió la influencia de la “pintura moderna” francesa. Fue entonces que decidió dejar de lado la composición de escenas de “gran asunto” —como el trabajo que estaba haciendo sobre Caín— para encarar obras más cotidianas.

En esa época, entre tantas pinturas y dibujos, hizo la que tal vez sea su gran obra: La hora del almuerzo. Y la envió a la Bienal de Venecia, pero con malos resultados —era el segundo cuadro que enviaba; en 1901 fue aceptado su díptico Vita onesta, que hoy se encuentra en la Galleria d’Arte Moderna—: el jurado lo rechazó, pero fue expuesto junto a las obras de otros 36 pintores y tres escultores en una sala aparte.

III

Una de las críticas que recibió decía que en los rostros de los obreros “no se transparenta aspereza alguna hacia el capital para el cual levantan día tras día el edificio: salvo aquél que está en mayor evidencia en primer plano del cuadro y que muerde su panecillo relleno dirigiendo su mirada hacia el porvenir con una cierta resignada amargura por su presente, todos los otros charlan alegremente”.

Y continuaba: “algunos se iluminan con una bella y franca risotada que refleja la íntima satisfacción de quien sabe que está ganándose el pan y puede engullirlo sin remordimientos, con el solo deseo modesto y legítimo de no tener más que luchar para tenerlo cada día”. Tal vez el crítico le exigía al pintor una toma de posición, una subjetivación, sin ver que lo que Collivadino hizo fue graficar un momento: la alegría de, por unos instantes, descansar con los compañeros.

Ese mismo año, 1903, Eduardo Schiaffino, entonces director del Museo Nacional de Bellas Artes, incluyó el cuadro en su selección de obras para el envío argentino a la Louisiana Purchase Exposition de 1904. Allí, La hora del almuerzo ganó una merecidísima medalla de oro. Dos años más tarde, el mismo Schiaffino la adquirió para el Museo con fondos del gobierno. Desde entonces, los visitantes pueden apreciarla.

IV

En vida, hay que decirlo, alcanzó la fama y el prestigio: fue honrado con la Orden de la Corona de Italia en 1905 y se convirtió en miembro honorario de la Academia de Brera, en Milán. Pero era argentino, y lo requerían en sus tierras: por eso aceptó el nombramiento de Director de la Academia de Bellas Artes en 1908. Nunca dejó de pintar y, además, creó su propio teatro llamado “La Higuerita”. También tuvo a su cargo la dirección escenográfica en el famoso Teatro Colón.

En la Academia Nacional de Bellas Artes, donde enseñó hasta su jubilación en 1935, tuvo de alumnos a Lino Enea Spilimbergo, Miguel Victorica, Raquel Forner, Héctor Basaldúa y Benito Quinquela Martín, entre otros. En 1944 fue obligado a renunciar del cargo de director de la Escuela Prilidiano Pueyrredón. El nuevo gobierno militar del general Pedro Pablo Ramírez mantuvo una política cultural hostil contra las influencias europeas intentando favorecer las “virtudes criollas”.

Uno de sus últimos alumnos en la Escuela Prilidiano Pueyrredón, Geno Díaz, escribió: “Don Pío Collivadino, un hombre de grandes conocimientos técnicos, un reconocido artista que había dedicado su vida a la Escuela. Fue cruelmente reemplazado por uno de esos perversos incompetentes, y el ilustre maestro anciano murió de tristeza. Fue un crimen más, entre muchos otros, del fascismo en Argentina”.

V

En Buenos Aires, el 26 de agosto de 1945, a los 75 años, falleció un hombre culto, sensible y noble que supo capturar en sus telas —sostiene Laura Malosetti Costa en su libro de 2006 titulado Collivadino— “el perfume de otros tiempos, la nostalgia de lo apenas perdido”. Se llamaba Pío Collivadino.

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