Bárbara Blasco, ganadora del Premio Tusquets 2020: “Lo que más me molesta de la literatura es el esnobismo”

Con la novela “Dicen los síntomas”, la escritora española ganó el prestigioso galardón colocándose en el centro de la escena. “La literatura sólo nos salva cuando comprendemos que no hay salvación, es decir, sólo sirve a los caídos. Es un arte perfectamente inútil y necesario”, sostiene

Guardar
Bárbara Blasco (Foto: Télam)
Bárbara Blasco (Foto: Télam)

Con una mirada ácida y un registro que por momentos le da espacio al humor, la novela Dicen los síntomas, de la española Bárbara Blasco, sepulta cualquier atisbo de autocompasión frente a la enfermedad desde el punto de vista de una mujer que, mientras cuida a su padre agónico desanda los vínculos disfuncionales de su familia a la que analiza impiadosamente. La obra tiene como protagonista a Virginia, una joven empleada de un bar, que en plena crisis por la maternidad, pasa largas horas junto a su padre enfermo de cáncer, en una sala de hospital, donde se detiene a diseccionar la relación con su madre, su padre y su hermana, y a observar los olores y los ritmos que acompañan ese clima organizado y riguroso de horarios, comidas y paliativos que anteceden a la muerte, y la reacción de los pacientes.

Virginia enfrenta con mordacidad ese entorno, al que le contrapone la belleza y el remanso de la mano de la literatura, el sexo y el amor a partir del arribo de un nuevo paciente —al que la familia llama “el extraño”— que la acompañará en un final inesperado. Ganadora del premio Tusquets de Novela 2020 con esta obra, atravesada también por el tema de la soledad, Blasco se refirió en este diálogo a la injerencia de las redes sociales en los vínculos con los demás. “Cada día me produce más pudor mostrarme en redes”, confiesa.

—¿Cómo fue el proceso de gestación de esta obra? ¿Por qué te interesó abordar la cuestión de la enfermedad?

—Me interesaba la enfermedad porque es allí adonde se dirigen casi todos los cuerpos. Y me interesaba relacionar enfermedad y familia, la familia como ese gran cuerpo con distintos órganos conectados, donde si uno enferma, todos se ven afectados. En general me parece que la decadencia, también la que produce la enfermedad, tiene una belleza que resulta muy literaria.

—El tono de la novela, dado por un punto de vista crítico e incisivo de la protagonista, resulta muy atractivo. No hay autocompasión por lo que sucede, todo lo contrario: ironía, acidez. ¿Qué te llevó a adoptar ese tono?

—La propia historia, y la ley de la compensación. Uno no puede escribir sobre temas trascendentes y dolorosos, y ponerse trascendente e intenso. El exceso acaba matando, resultando paródico. Es verdad que suelo vigilar a mis personajes para que no se autocompadezcan, porque al fin y al cabo, yo soy mis personajes, y también a mí me asalta la tentación de usar la literatura como un libro de reclamaciones, como un lugar donde lamerme las heridas, algo que está feo. Virginia es ácida, no se puede negar, pero ¿quién no lo es si pasamos 24 horas en su cabeza? Los pensamientos resultan mucho más incorrectos y corrosivos de lo que la cortesía social permite. Y esa es precisamente una de las ventajas de la lectura: poder ver a la gente por dentro, sin filtros, viajar a la mente del otro.

"Dicen los síntomas", de Bárbara
"Dicen los síntomas", de Bárbara Blasco

—La enfermedad pone en cuestión los vínculos familiares ¿La muerte y/o la enfermedad son un punto de inflexión de todo lo dado o establecido en esa familia?

—Esa es la idea inicial de Virginia. Ella alberga una fe irrompible en la capacidad de los finales para reescribir la historia y darle un sentido al todo, una idea muy novelesca por otra parte. Pero el padre entra en coma y eso desbarata sus planes. El padre se va a ir de este mundo exactamente de la misma forma en que vivió, sin arrepentirse de nada, sin respuestas, dejando todos los misterios intactos. Ella se ve impelida a buscar el cierre en otro lugar, muy cerca de esa cama de hospital. Una de las ideas que más me interesaba en el libro era tratar cómo se relacionan la realidad y la ficción en nosotros. Finalmente resulta, como descubre Virginia, que nuestras vidas sí están sujetas a las leyes de la ficción.

—En esa mirada corrosiva que tiene la protagonista hacia su familia, ¿puede haber un sentimiento de bronca u odio hacia el padre, por la herencia que le ha dejado en relación al cáncer?

—Creo que es un rencor que se suma al rencor principal, a ese maltrato psicológico al que se ha visto sometida Virginia, a ese rechazo familiar orquestado bajo la batuta del padre. En ese sentido, la herencia genética transformada en su propio cáncer es la gota que colma el vaso -ella se pregunta: ¿por qué tengo yo un cáncer si el cáncer es de ellos - y es también la constatación de que por más que tratemos de reconstruirnos al margen de la familia, existe un vínculo genético que no se puede borrar.

—La protagonista cuestiona el entorno hospitalario y la deshumanización en la que a veces cae la medicina. Esa visión responde de alguna manera a la inutilidad y los límites de la medicina ante determinadas enfermedades?

—Creo que el ámbito médico es vastísimo, hay tantas formas de ejercer la medicina como personas que la ejercen. En esta pandemia hemos visto más que nunca lo complicado y lo admirable de esta profesión. No era mi idea cuestionarla ni tampoco a los límites alcanzados por la medicina. Me parece alucinante, casi de ciencia ficción que pueda trasplantarse un corazón, que se haga cirugía con un robot, o la historia de las vacunas, ¡bendita medicina! Lo que sí me apetecía cuestionar es la comunicación entre el enfermo y el paciente, esa jerga a veces eufemística, a veces indescifrable, que se cuela entre ellos. Claro que la comunicación es cosa de dos, yo he visto a pacientes renunciar a saber lo que sucede en la oscuridad interior de sus cuerpos, y encomendarse al médico como a un dios, delegando en él toda responsabilidad. Yo necesito saber, yo quiero decidir. El médico sabrá de medicina pero nadie conoce mejor mi cuerpo que yo, que llevo viviendo en él toda la vida.

—La soledad como un fenómeno de este tiempo aparece también desde la mirada de la protagonista y a través del cuestionamiento de las redes sociales. ¿Cómo te llevás con las redes sociales?

—Me llevo como alguien que tiene un pie en del siglo XX y otro en el XXI. Anoto la paradoja de la soledad creciente en este mundo hiperconectado, trato de ver en qué se convierte la intimidad cuando la lanzamos tan lejos, qué sucede cuando se derriten las fronteras entre lo público y lo privado. Lo cierto es que cada día me produce más pudor mostrarme en redes, mostrar cosas personales. Cada día soy más consciente de que hay extraños que miran y no se manifiestan, pero están ahí, de las trampas de un espacio que es público y privado al tiempo. No puedo negar que la hiperconexión nos ha vuelto a todos más listos y nos ha hecho también más conscientes de lo importante del relato, de que no vivimos del todo la vida si no nos la contamos (algo que viene diciendo la literatura desde hace siglos, algo que viene haciendo la memoria desde hace mucho más). Pero aun así, yo quiero quedar con mis amigos y tener novedades que contarles que no hayan leído en mis redes, quiero guardar algo solo para los míos y para mí misma. Como dice “el extraño”, la intimidad y el anonimato se están convirtiendo en los nuevos lujos.

Bárbara Blasco (Foto: Télam)
Bárbara Blasco (Foto: Télam)

—En una parte de la obra, la protagonista dice respecto de la literatura que si un libro “no le interesa a un condenado a muerte, no es bueno”. ¿Cuál es tu criterio respecto de la creación literaria y a la calidad literaria de un libro?

—Exactamente ese. Seguramente exagero, pero de una forma metafórica todos estamos condenados a muerte. La literatura sólo nos salva cuando comprendemos que no hay salvación, es decir, sólo sirve a los caídos. Es un arte perfectamente inútil y necesario. Respecto a la calidad, no tengo un canon estricto, me interesa mucho el estilo, me puede gustar un libro sólo por la música pero también puedo engancharme a una trama. La receta para suscitar el interés es muy variada. En general diría que me quedo con los libros donde percibo alguna clase de necesidad por parte del autor de escribirlos, como si la vida le fuera en ello, como si mi vida le fuera en ello. Lo que más me molesta de la literatura es el esnobismo, tanta gente diciendo que le gustan libros que en la intimidad se le han caído de las manos. Respeto cualquier criterio, cualquier gusto literario siempre que sea sincero. Se miente mucho en literatura, lo sé porque yo misma lo he hecho.

—La literatura, el amor y la sexualidad aparecen como los elementos que se contraponen a la muerte y a la mediocridad con que afronta la vida la familia de la protagonista. ¿Qué obras te acompañaron en la escritura de esta novela y por qué?

—El de Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas, me ayudó a comprender cómo el relato influye en la consideración social de la enfermedad y cómo esta acaba influyendo en la mente y en el cuerpo del enfermo. El de Virginia Woolf, De la enfermedad, por la mirada literaria sobre el tema, por los territorios que se descubren cuando la salud se esfuma, aunque sea por una gripe Y luego algunas novelas, Canción de tumba del mexicano Julián Herbert, La hora violeta de Sergio del Molino, Mortal y rosa de Umbral porque hablan de enfermedad y de relaciones entre padres e hijos. En cuanto al amor y la sexualidad, hay un libro que no aparece en la novela pero que inspiró claramente la relación entre los protagonistas y es el de la japonesa Hiromi Kawakami, El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor contada con una delicadeza japonesa brutal.

—Por momentos sentí una influencia de Almodóvar en la novela. ¿Hay algo de esa mirada que te haya acompañado conscientemente?

—Jajaja, la verdad es que no, nunca pensé en él al escribir, y no porque no me guste, me encanta Almodóvar, sobre todo el de Mujeres al borde de un ataque de nervios, Átame o Qué he hecho yo para merecer esto. Ahora que lo dices puede que haya algo muy español en esa forma de entender la familia, donde se dan cita el patetismo y la ternura, lo visceral y lo paródico.

Fuente: Télam

SEGUIR LEYENDO

Guardar

Últimas Noticias

Los inconformistas que soñaron su utopía: historia viva del Greenwich Village, la primera bohemia de EE.UU.

Un siglo después, las huellas de aquel barrio artístico e intelectual de principios del siglo XX sobreviven en una exposición. Se titula “Bohemia estadounidense” y se puede visitar en la Biblioteca Pública de Nueva York
Los inconformistas que soñaron su

Eduardo Halfon: “Como judío, si hoy te ponen el micrófono, digas lo que digas vas a ofender a alguien”

El escritor guatemalteco habla sobre su novela “Tarántula”, en la que recrea un episodio traumático de su pubertad y regresa literariamente a su país y al judaísmo, espacios de identidad de los que siempre parece fugarse
Eduardo Halfon: “Como judío, si

“El resto es memoria”: cómo imaginar las vidas anónimas que murieron en el Holocausto y la historia no pudo reconstruir

En su nueva novela, Lily Tuck pone la lupa sobre Czeslawa Kwoka, una niña católica polaca asesinada en Auschwitz a sus 14 años, y de la que se sabe prácticamente nada
“El resto es memoria”: cómo

“Casa de agua”: memoria, fantasía y “la primera vez que escribí en primera persona”

La autora nacida en Aristóbulo del Valle, Misiones, reconstruye el proceso creativo a partir del entrelazamiento entre los recuerdos de infancia y los sueños
“Casa de agua”: memoria, fantasía

“Nosferatu” vuelve de entre los muertos: si le dieras una cámara a Mary Shelley o a Edgar Allan Poe harían algo así

El clásico del cine de Murnau regresa 102 años después con una versión visualmente deslumbrante a cargo del director Robert Eggers: sobrenatural, erótica y fatalista
“Nosferatu” vuelve de entre los