Las mujeres y el humor: ¿quién dice que no podemos hacer reír?

Desde la literatura clásica a los manuales de modales, a las mujeres se las presentó como una fábrica de hijos, no de chistes. Pero la historia moderna ha dejado en evidencia que esta es una construcción patriarcal y no una realidad

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Las mujeres y el humor:
Las mujeres y el humor: ¿quién dice que no podemos hacer reír?

¿Es el reconocimiento del derecho al sentido del humor -y su consiguiente práctica- una de las conquistas que aún nos faltaría alcanzar plenamente a las mujeres? Vale preguntárselo cuando se hace un repaso a ciertas notas periodísticas firmadas por varones de distintas latitudes en años cercanos, a encuestas donde ellos opinan sobre el tema y aparece esa resistencia, a veces solapada, a aceptar que ellas sean capaces de ejercer la ironía, disparar epigramas, replicar con gracia y celeridad, volverse mordaces si viene al caso, acertar con el humor negro… O recurrir con felicidad al nonsense, saliéndose de la lógica del sentido común, como lo hace Gaby Blanco en su reciente libro de cuentos Una chica normal (Paradiso Ediciones, que distribuye Galerna en distintos puntos de Capital y el interior).

Un género el nonsense que ¿hace falta señalarlo? cultivó a las mil maravillas nuestra María Elena Walsh en sus canciones para niños, inspirándose en la tradición anglosajona que le transmitió su padre y que encontró en esta poeta absoluta -con una amplia producción que va mucho más allá de los temas y cuentos dedicados a los chicos- una formulación precisa y bien personal en castellano. Deliciosamente humorística con la luna que baja en camisón revoleando su sombrilla de azafrán o en ese reino del revés donde una araña y un ciempiés van montados en caballos de ajedrez; asimismo, en ocasiones trastocando los contenidos del folclore argentino, por caso en la Baguala de Juan Poquito, el grillo que llora con sus alas, o la Chacarera de los gatos, es decir, de los tres morrongos de bastón, galera y guantes que van en tranvía a Tucumán, confundiendo un concurso para gato y chacarera con uno de belleza… Nursery rhymes, limericks, rima y métrica ajustadas, el disparate porque sí para crear con toda libertad imágenes poéticas, para jugar con las palabras, su sentido y su sonido, extendiendo generosamente el vocabulario.

Niní Marshall
Niní Marshall

Pues bien, en el país de MEW y de otra genia de gracia plena -en diferente registro pero de semejante potencia creadora- como Niní Marshall; en el país de Silvina Ocampo y Alicia Steinberg, de Olinda Bozán y Elena Lucena,de las Gambas al Ajillo y Sara Gallardo, hace unos 35 años, en una mesa redonda de la Feria del Libro se dictaminó alegremente que las mujeres carecían de sentido del humor, tal si los debatientes viviesen en el País del Nomeacuerdo. Es decir, quedó demostrado que los caballeros de esa mesa redonda (nada que ver con los que se reunían en el hotel Algonquin de NY en torno a otra mesa -realmente circular- hace un siglo, animados por la excelsa humorista Dorothy Parker, guionista, escritora, poeta), menospreciaban el llamado sexto sentido en ellas. O acaso los irritaba la mera posibilidad de que las mujeres incursionaran por su cuenta y riesgo en lo que consideraban patrimonio exclusivo masculino (o sea, universal) desde tiempos remotos. Abrir su cabeza un pasito más allá, ay, qué miedo que les dio.

No es de sorprender que todavía, en la actualidad del XXI, exista semejante rémora, esa reticencia a aceptar de buen grado que las mujeres puedan intervenir desarrollando esa herramienta de poder social que confiere el sentido del humor inteligente, ingenioso; a veces, desestabilizador, subversivo. Apto para tirar abajo toda expresión de solemnidad echando una luz nueva, crítica, con especificidad de género, sin límites temáticos.

Dorothy Parker (Everett/Shutterstock)
Dorothy Parker (Everett/Shutterstock)

¿Solo destinadas a reproducir y criar machistas?

Ciento y pico de años después de que la recién creada revista Harper’s Bazaar se formulara en su portada la pregunta ¿Tienen sentido del humor las mujeres?, ya en pleno siglo XXI, año 2007, el brillante polemista inglés Christopher Hitchens publicó en Vanity Fair un famoso artículo donde -otro señor que nos explica cosas- sostenía que las mujeres son incapaces de ser graciosas. Al revés de los hombres, pontificaba el socialista que se volvió neoconservador, ellas no necesitan del humor para conquistar a los varones, mientras que la estrategia de ellos es lograr “la dulce rendición de la risa femenina”. Por supuesto, faltaba más, Hitch bendice paternalmente a las mujeres por sus buenos corazones que desean una vida justa y apacible. Y reconoce que muchos señores prefieren que no sean divertidas, puesto que las quieren como audiencia reidora antes que como rivales chistosas.

Christopher Hitchens  (Reuters)
Christopher Hitchens (Reuters)

Desinformado de lo que han hecho sobre los escenarios y en la tevé unas cuantas comediantes de tierras australes con letra propia como Gabriela Acher o las antes mencionadas Gambas (para remitir a ejemplos argentinos), dice el columnista que -salvo Lucille Ball y Helen Fielding- las mujeres no ironizan con la propia decadencia física. Y citando al mismísimo Rudyard Kipling, a propósito de su poema La hembra de las especies, preconiza que cada fibra del cuerpo femenino está destinada en una sola dirección, que quien se enfrenta al dolor y a la muerte con cada vida que lleva en su seno, no puede desviarse en bromas o compromisos públicos. La cuestión de la gracia, subraya por su lado C.H., sería básicamente secundaria para ellas, conscientes de un llamado superior, que no es motivo de risa: la maternidad y la crianza de los hijos (aquí habría que anotar que el mismo ensayista fue un padre desatento, al menos durante la infancia, con los cuatro que tuvo de dos matrimonios; y también que a su primera esposa la dejó embarazada del segundo por un flechazo con otra mujer). Guardián de ciertos intereses masculinos, Christopher Hitchens sentencia que para los hombres es una tragedia que las dos cosas que más valoran, las mujeres (¡hummm!) y el humor, sean tan antitéticas. Con amigos aduladores de esta calaña, que te valoran de esta guisa, ¿no serían preferibles los enemigos desembozados?

¡A las risas, ciudadanas!

Hitchens y Kipling son apenas dos muestras -si bien significativas- de los millones de señores que a través de generaciones nos han explicado cosas con condescendencia, incluso con unas palmaditas indulgentes en el hombro, para recordarnos el lugar que nos asignó el patriarcado como fábrica de hijos, no de chistes. En todo caso, si afuera hay actividades extenuantes del tipo de las bélicas, ser el reposo del guerrero al que hay que esperar pacientemente, fielmente, a lo sumo tejiendo y destejiendo. Sin siquiera poder elegir Penélope la música si hay extraños -los famosos pretendientes- en las inmediaciones, según remarca Mary Beard, catedrática inglesa de clásicos, en Mujeres y poder (Crítica, Barcelona), citando el momento en que Telémaco manda a su madre de vuelta a sus labores femeninas diciéndole: “El relato estará al cuidado de los hombres. (…) Mío pues es el gobierno de la casa”.

Mary Beard  en la
Mary Beard en la National Gallery de London, 2020 (REUTERS/Simon Dawson)

Entonces, ya en las primeras evidencias escritas de la cultura occidental, las voces de las mujeres son acalladas en la esfera pública: “Tal como lo plantea Homero, una parte integrante del desarrollo del varón consiste en controlar el discurso público y en silenciar a las hembras de su especie”, dice Beard, erudita con gran sentido de la ironía que, por si hacía falta, del griego pasa al mundo romano, a la Metamorfosis de Ovidio, “probablemente la obra más influyente de la literatura occidental después de la Biblia, que vuelve reiteradamente a la idea de acallar a las mujeres en su proceso de transformación”. Y da ejemplos bien concretos, apropiados para aventar cualquier duda.

Si vale remontarse a las citas literarias de la Antigüedad -amén de las bases respecto de los roles de género que dejaron asentadas- es porque el humor representa una forma del discurso público: necesita audiencia, ya sea en una reunión social, en un teatro o un cine, mirando televisión o leyendo libros, artículos, tuits, tiras cómicas. Desde luego, un discurso que exige libertad de expresión, estímulos, un cacho de cultura: condiciones de las que se privó históricamente a las mujeres en general (salvando excepciones dentro de la nobleza y en los conventos -que alumbraron a personas con sentido de la paradoja y de la autocrítica de a ratos burlona, como Sor Juana o Santa Teresa).

Gambas al ajillo
Gambas al ajillo

El confinamiento y la educación desalentaron largamente el desarrollo del sexto sentido en las mujeres. Muchos manuales de buenos modales hasta entrado el siglo XX han predicado que ellas no debían hacer chistes ni contar anécdotas graciosas en la mesa, que no era de buen tono soltar una carcajada… En suma, se implantó que sentido del humor y mujeres se excluían mutuamente, y se endulzó ese prejuicio poniendo en valor la sensibilidad, la delicadeza, la emotividad, la abnegación. El propio machista Hitchens después de anotar en su artículo que el humor es signo de inteligencia, al menos tiene la decencia de reconocer que “muchas mujeres han recibido el aviso de que si parecían demasiado brillantes, se podían volver amenazadoras para los hombres”.

“Reír es propio del hombre”, avisó Rabelais en el prólogo de su delirante, gozoso Gargantúa (1534), se cree que inspirándose en Aristóteles y su afirmación de que reír es una rara cualidad exclusivamente humana. Obvio que durante siglos muchos varones aplicaron ese aforismo al género masculino, incluso cuando ya habían irrumpido a fines del XIX, comienzos del XX actrices en estado de gracia y con un toque de locura (grain de folie, dirían en Francia) que encontraron el burlesque, el music-hall, el varieté, la comedia, en oportunidades con letra propia (la impagable atrevida Mae West) o ajena (Katharine Hepburn), los cauces ideales para aplicar un talento generador de risas.

FANNY

Entre las pioneras descuella la grandiosa Fanny Brice, notable mujer orquesta nacida en 1891 que tanto te aliñaba un burlesque como te interpretaba un musical en Broadway o te entonaba un tema de jazz, sin dejar de lado las actuaciones en radio con guiones que le pertenecían (Barbra Streisand la homenajeó libremente en el film Funny Girl, 1964). Estas chicas iluminadas solían saltarse límites, salirse de madre, sembrar el caos y la anarquía. Que algunas comedias del Hollywood de los ’30 y comienzos de los ’40 subvirtieron los valores más prestigiosos de la tragedia gracias a las actrices lo demuestra el pasaje de la divina Greta Garbo -insuperable Anna Karenina o Dama de las camelias- a este género con Ninotchka (1939), de la sabia mano de Ernst Lubitsch: el eslogan publicitario solo decía: “¡Garbo ríe!”

La lista de actrices, guionistas, escritoras, directoras, dibujantes dotadas para el humor acá y en el mundo, a esta altura del 2021 es tan vasta que ya no habría necesidad de seguir dando examen, si no fuera porque aún se sigue cuestionando ese talento en las mujeres. Hay algo que incomoda, que mueve el piso masculino en el hecho de que las humoristas de todos los registros (incluida la negra ferocidad de Elfriede Jelinek, de Virginie Despentes) hayan tomado la palabra en este tipo de discurso público, particularmente cuando se lanzan sin bridas y sin estribos a patear desenfadadamente tótems y tabúes, mandatos y conformismos que cercenan libertades civiles, de pensamiento y de accionar.

Afiche de "Ninotchka", con Greta
Afiche de "Ninotchka", con Greta Garbo, donde dice "Garbo ríe"

Gaby Blanco y el indescifrable encanto del nonsense

En algunos cuentos del libro Una chica normal, Gaby Blanco deja colar como quien no quiere la cosa, de soslayo, el peligro que nos persigue -y a veces nos alcanza o nos toca de cerca- desde hace más de un año: la maldecida pandemia. Lo hace desdramatizando, desde escenarios familiares que ella sabe enrarecer por la vertiente oblicua de cierto nonsense. Pero sin llegar a los estados más puros de este género, es decir, la ausencia completa de sentido común, despegada sin más de la realidad. Blanco mantiene una suerte de control, desorganiza hasta cierto punto la vida de varios de sus personajes, los empuja a hacer cosas fuera de las reglas, insensatas; a intentar realizar deseos inalcanzables… Y de pronto los suelta para que se estrellen y comprueben que la vida no es sueño. Justo cuando la lectora, el lector habían entrado en ese mundillo lunático, irresponsable.

Gaby Blanco es dramaturga, directora teatral, performer. Su obra Consorcio Zoom ganó el Concurso Nacional de Actividades Performáticas en Entornos Visuales del INT, y en el Festival Shakespeare de Buenos Aires resultó seleccionada la pieza Romeo y Julieta QR. En el reciente Fiba presentó la audiobra Para decir adios, perfo desde el lago Regatas de Palermo hasta el río: una forma de reparación de los rituales de despedida que la cuarentena sustrajo. En cada función se recolectaron audios que referían a lo que no había podido ser antes de realizar una procesión laica. Algunos de estos mensajes apelaban a un humor cariñoso. Blanco creó esta obra en homenaje a una amiga muerta por covid en confinamiento.

"Una chica normal", de Gaby
"Una chica normal", de Gaby Blanco

En uno de los relatos de Una chica normal hay una vecina de la provincia de Buenos Aires que decide, frente al persistente virus, adelantarse y escribir su propio obituario tirando a jodón y mandarlo al diario local, con foto y todo: “Quiero que el mundo sepa lo que el mundo sabe, porque las cosas se saben, y más acá, en Chacabuco”. Y ahí comienza el deschave donde no salvará su honor pero sí determinado prestigio.

En el que acaso sea el cuento más chiflado, Fundir el vidrio, la protagonista se erotiza y desmelena mientras Daniel San, adiestrado de cerca por el señor Miyagi, limpia del lado de afuera los vidrios de su ventana, aunque no estamos en los departamentos South Seas (¡la narradora vive en Bartolomé Mitre y Perón!). Como quiera que sea, la frase “Pule y encera” excita a la chica. (No hace falta haber visto la saga Karate Kid para disfrutar de esta ensoñación).

Como telón de fondo, la pandemia se hace presente asimismo en El alpinista, con la ciudad desierta como si estuviera amenazada por Godzilla mientras que un hombre afecto a la montaña cae azarosamente en un gimnasio donde se enseña alpinismo de pared. Y el mismo tipo, escritor sin éxito de un solo libro, descubre -en otro relato- su texto dentro de un canasto de saldos junto a un volumen de Doña Petrona. Naturalmente, tomará una decisión descabellada.

Gaby Blanco
Gaby Blanco

Una canción coreana parece arrancar en un tono racional y muy pronto se desequilibra para convertirse en una sátira, indirecta pero mordaz, a la pretendida amistad en redes. En otros cuentos, la autora revela como un pequeño gesto innecesario puede generar en efecto dominó una serie de desastres crecientes; o combina la lista de cosas para hacer guardada en una cartera con la obsesión por tener mano verde con los helechos… En un país invadido por chimpancés que han tomado amablemente el poder (Escalera al cielo) se trenzan un par de malignos gemelos albinos, su quisquillosa tía, árboles de navidad y una fuente con vitel toné. Siempre rozando el absurdo, una mujer enamoradiza, quizás la misma que ¿intimó? con Daniel San y el señor Miyagi, imita sin proponérselo a la Anita Eckberg de La Dolce Vita, en la Fontana de Trevi, en pleno verano romano.

Así son las cosas en este breve libro excéntrico -con algunos descuidos en la corrección de tiempos verbales y otras menudencias- que brinda la alegría inexplicable, el placer sonriente y esa gratuidad del nonsense donde lo insólito se vuelve posible y el desorden se presenta como un paréntesis incongruente en la vida cotidiana.

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