Silvia Katz nació en Salta la linda en 1964. Estudió Bellas Artes en la escuela provincial de Bellas Artes Tomás Cabrera. Hace magia en sus quehaceres como educadora por el arte, como artista plástica, como autora integral, como ilustradora y también como escritora.
Hace 33 años que coordina el Taller Azul, un espacio de arte y literatura para las infancias. En estos años, creó la editorial Laralazul, que publica los libros del taller y algunas cosas más. El último libro es Navegantes: postales de la pandemia desde un puerto siempre azul, publicado en 2020. “Los chicos hablan y hablan. Y yo con 28 antenas, voy escribiendo.”
Ganó varios premios y menciones tanto con los libros del Taller Azul como también con obras individuales, como el reciente primer premio de poesía en la edición XVIII del Premio Luna de Aire, convocado junto con el Vicerrectorado de Cultura, Deporte y Extensión Universitaria de la Universidad de Castilla-La Mancha y Ediciones SM. En el certamen participaron 264 poemarios de autores de 21 nacionalidades diferentes. Su poemario Cuando juegan las palabras, fue elegido por unanimidad. Silvia se enteró por Instagram. Fue el 25 de febrero, y llovía. Cuenta que se acuerda la fecha exacta porque ese día se cumplían unos meses de la muerte de Maradona. Podremos disfrutar el libro a finales de este año.
Antes, en 2019, obtuvo el segundo lugar el Premio Oscar Montenegro a su poemario Palabras en bandadas, otorgado por la Municipalidad de Salta. En 1987 creó El tendedero, una feria de arte al aire libre a la que después renombraron como “feria de arte con fines de locro” Es una artista que cree en el hacer colectivo.
Desde 2014 es parte del grupo Allá ellas (cuatro mujeres artistas de distintas disciplinas de las artes visuales), donde crean proyectos para compartir y hacer circular sus producciones, algunas de ellas publicadas también por ediciones Laralazul. Además de libros y material musical, publicó Picante de tinta, revista de humor satírico con obras de periodistas, escritores y dibujantes nacionales, donde incluía, además, algunas producciones de los chicos del taller.
Silvia fuma, toma mate, y tiene una risa contagiosa. Cuenta que se crío yendo todos los domingos al cementerio a llevar flores y que vivió rodeada de arte. Atrás suyo, en el taller, uno ve las bibliotecas abarrotadas, cuenta que tiene todos sus libros de cuando era chica, algunos libros del taller azul y también a mano las pelucas y los lentes de las clases virtuales.
Al lado, sobre la mesa, entre obras y papeles, está Michigan, su gato blanco, que duerme acurrucado. “Michigan es un caso especial, vino de recién nacido y cuando escucha el timbre del taller viene a la puerta. Cuenta que los gatos siempre estuvieron presentes en la vida del taller. Que en el otro estaba Luna, de un ojo azul y otro verde, inmortalizada en muchos dibujos e historias. “Soy muy vichera. Tengo gatos, perros, tortugas, peces, y tengo además a Renato, un rano Albino africano. Acá es todo verde, entonces siempre aparece algún ututo, un mamboretá, y los miramos y los dibujamos.”
Cuenta que a veces le gustaría tener tiempo para otras cosas, pero se acomoda a los tiempos de la vida actual. El tiempo es un tema que le gustaría trabajar con los chicos y chicas.
En su casa-taller hay una mesa de ping pong, un altar al Cuchi (Leguizamón) una copla de amor que le tiró una vez por la ventana “Perecito” (Miguel Ángel Pérez) autor de la Zamba para la viuda, del que Silvia conserva el original, escrito a máquina y con correcciones, que le regaló el autor.
Conmueven su mirada de admiración y respeto a las infancias. Desde el arte invita a quienes participan en los talleres, a descubrir su voz propia, además de proponer diálogos creativos entre artistas de todas las edades. Silvia llega al hueso, eso es algo que tienen en común todos sus trabajos.
Cuando les dijo a sus padres que iba estudiar Bellas Artes, su papá le preguntó: “¿y de qué vas a vivir?” “Vos quédate tranquilo, papá”, contestó ella.
Concretamos la cita por Jitsi, una plataforma de software libre que es la que usa cuando tiene que dar clases virtuales. Es viernes y la luz de la tarde se funde con la charla.
Para asomarnos al universo de Silvia Katz, qué mejor que hacerlo de la mano de uno sus poemas:
Cuando digo
Cuando yo sea pequeña
pequeña así, ¿lo ves?
ves que podré jugar
jugar a que soy un rey
rey y no reina, digo
digo así y digo bien
bien quiero un reino libre
libre para yo ser.
(Cuando digo, Cuando juegan las palabras, 2021. Gentileza SM)
Encender la llama
- ¿Qué lugar tenían en tu infancia el arte?
- El arte fue fundante en mi infancia, mi mamá tocaba piano y siempre estaba con el piano. A pesar de que era farmacéutica, nos mandó a estudiar piano a todos y guitarra también. Yo fui la que menos tiempo duró porque era bastante dispersa, iba a las clases, pero odiaba solfear. Yo me ponía a tocar las canciones que le sacaba a mi mamá de oído. La buena música estuvo muy presente y la literatura también. Mis viejos, si invertían en algo, era en libros. Yo me críe con Monteiro Lobato, que me cambió la vida, es mi María Elena Walsh. Mi hijo también los leyó, no todos, los primeros, sobre todo, que son los más interesantes. De hecho, tengo toda la colección. Los que no tenía, los fui consiguiendo en librerías de viejo en Buenos Aires.
- ¿Y la pintura?
- El arte también, desde siempre, íbamos a un taller de arte con mis hermanos y con mis primos, era en la casa de un pintor: Antonio Nery Cambronero. Era un pintor cordobés bastante conocido en Salta. También fui al taller del CEBA, del centro estudiante de Bellas Artes que estaba en una casita en el parque, hemos tenido muchísimo estímulo, mis hermanos y yo. La fotografía también, mi mamá era una gran fotógrafa. Eso lo descubrimos viendo álbumes familiares. Hay unas fotos hermosísimas. De hecho, tres de mis hermanos hacen fotografía. Si bien se dedican a las ciencias duras, también hacen artes visuales, música y escriben. O sea, mira qué importante es la estimulación durante la infancia. Abre la mente totalmente. Lo de Nery fue revolucionario.
Tengo un recuerdo hermoso. Yo cumplía 10 u 11 años y Nery hizo un dibujo y me lo regaló. Y ese dibujo me lo acuerdo de memoria, y aunque después el dibujo se perdió, yo lo puedo dibujar hoy tal cual, porque lo dibujaba una y otra vez.
-Te escuché decir varias veces que tus mayores maestros son los chicos y las chicas. ¿Hay algún otro maestro o maestra que recuerdes especialmente?
- Sí, quiero retomar a Cambronero, porque el taller de arte que él abrió era un taller de libre expresión creadora. Era la primera vez que, en Salta, te estoy hablando de los años ´70, existía un taller así, donde no te ponían una imagen a copiar, donde no te daban un dibujo prediseñado para pintar, sino que vos trabajabas libremente. Yo soñaba con esas horas de ir al taller. Entonces, para mí es muy importante esta formación y yo creo que de alguna forma continúo su tarea, esta idea que él tenía, solo que bueno con el tiempo yo le fui sumando la palabra. Otro maestro, ahí yo ya tenía cerca de 30 años, fue el Yuyo Noé (Felipe Noé) que hacía poco había vuelto de Francia. Si bien tomé un taller muy cortito cuando tenía una beca en la Cárcova (Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto De la Cárcova). Aproveché las tardes que no tenía clases para ir al Seminario que él daba. Fue mágico. Duró poquito tiempo, pero ahí vi la forma que él tiene de crear, de aproximarse, de jugar con las líneas y con los colores. Me fascinó y me sigue fascinando como él con sus casi 88 años lo sigue haciendo. Es increíble, cómo sigue creando y generando cosas con esa vitalidad que no pasa para nada por la edad, Eso me sigue asombrando. Con él mantenemos una relación de amistad que sigue hasta hoy.
-Qué interesante, hay mucho en tu obra en el taller, como en tus creaciones personales, que tienen mucho del espíritu Noé.
- Sí, claro, es parte del juego, de la improvisación. A mí me encanta porque crear es jugar, jugar con las palabras, jugar con los colores, jugar con las líneas, con las notas, con el sonido. Creo que crear es parte de jugar y que a todos nos vuelve a nuestra infancia. Yuyo Noé escuchó la charla que di en el CCK (Centro Cultural Kirchner) entera. Casi me muero cuando me llamó para comentarme un montón de cosas. Tengo esa relación como de padre e hija. Incluso él hizo el prólogo en uno de los libros del taller: Con su permiso pintores, (el libro se centra en cuatro grandes maestros de la vanguardia artística del siglo 20: Pablo Picasso, Henri Matisse, Paul Klee y Marc Chagall), y después gestionó todo para la muestra que hicimos en el en el Centro Cultural Borges.
- Y el deambular entre artistas también te formó, ¿verdad?
- Sí, con Jacobo (Regen, poeta) éramos grandes amigos como con Perecito (Miguel Ángel Pérez) y con los Castilla se armaban reuniones increíbles. Dónde de pronto, Perecito se paraba y recitaba un poema del siglo de oro español. Yo era la más jovencita y me movía en ese mundo, con gente tan valiosa, tan buena, con Kuky (la poeta Teresa Leonardi) también, gente que ahora ya no vive o tiene de 70 para arriba. Yo lo buscaba al Cuchi (Leguizamón) y nos íbamos a carnavalear. Fue un regalo de la vida que me dio esa posibilidad.
De talleres y de azules. Una historia que son muchas
“En la cuarentena
lo que más crece
son las plantas.
Todo el día regando.”
Maitena Guillén Escudero, 8 años. (Navegantes, Laralazul,2020)
- ¿En qué momento te diste cuenta que las infancias eran centrales en tu vida? ¿Cómo surgió la idea de dar talleres?
-Bueno a todos nos gusta jugar a la maestra (risas). Yo era madrijá en la escuela de hebreo, en Salta. Con 14 años tenía mi a cargo chicos de 8 a 10 años y siempre estaba pensando qué actividades hacer. Muchas tenían que ver con la plástica. Ahí empecé, desde muy chiquita, pero en ningún momento pensé que me iba a dedicar a esto. Yo quería ser pintora, y cuando entré al primer año de Bellas Artes, justo se dio una vacante en el schule de Salta, y me llamaron. Fue una forma de empezar a trabajar. Después, cuando ya estaba en el profesorado, me dijeron si no quería armar un taller de arte, extra del horario de la escuela, ahí puse en práctica todo lo que había aprendido, la pedagogía, las técnicas, porque hasta ese momento había sido pura intuición.
- ¿Del schule al Taller Azul?
- Bueno, cuando terminé Bellas Artes, decidí abrir un taller en mi casa, yo ya vivía sola. Me encantaba el azul, pinté el portón y ahí empezó todo. Este año, cuando empecé mis clases y vino una chica a traer a su hijo, ella fue alumna, vienen muchos chicos y chicas hijos de exalumnos. Es increíble, hoy iba caminando y pasa una chica. Yo me doy vuelta y le digo: ¿Noel? Era una gurrumina de 5 años, pero yo le vi la cara, Y ella dice, “Ay, sí, yo me quedé pensando, esa es Silvia”. Son hermosos esos encuentros. Claro, dentro de poco voy a tener al nieto de una alumna, una súper abuela joven. Un montón de manchas azules por toda Salta.
- ¿Cómo es la dinámica del taller? ¿Qué orienta el trabajo de cada año?
- No es parejo, pienso ideas y ni sé dónde las anoto. En el verano voy como leyendo tirando ideas anotando, viendo por dónde voy a ir. Hay años que lo tengo muy clarito y hay años que de verdad empiezo sin tener idea de cuál va a ser el proyecto, el año pasado, por ejemplo, me pasó eso con la pandemia. No tenía ni idea para dónde iríamos. Sabía que quería hacer algo con poesía, algo con los chicos y con los objetos, desde la poesía, pero no lo tenía claro. También me gusta recibir el grupo e ir tanteando, porque todos los años se renueva un 30% y queda aproximadamente un 70. Es una constante, pero quería ver cómo funcionaban y bueno al poco tiempo lo tuve claro, el trabajo debía ser dejar testimonio de lo que estábamos viviendo.
- Ahí surgió Navegantes, el último libro, ¿no?
- Sí. Fue muy arduo pasar de lo presencial a lo virtual intentando que tuviera el mismo espíritu, que no perdiera la profundidad, la textura. Porque aquí en el taller jugamos, cantamos, traigo el ukelele, tengo títeres. Está Michigan. Toco el piano, cantamos. Era una exigencia para mí, que la pasaran bien todo el tiempo. Es más, todavía aquí tengo mis pelucas. Ellos preguntaban ¿No viene hoy la cuentera? Ya viene, les decía yo, y ahí me ponía la peluca y empezaba. (risas). Terminaba agotada, te digo, a veces ni cenaba, me iba a dormir directo.
- Es interesante como la coyuntura se mete en el taller y en tu vida. Históricamente, ¿verdad? En los libros: La ecología, las crisis, la pandemia… ¿Cómo fue armar un libro en pandemia?
- Fue rarísimo. Compartíamos las producciones en pantalla, en mayo hicimos todo virtual y en junio la mitad del grupo en el taller y la mitad en su casa por Jitsi. Pero era también mucho trabajo porque los que estaban en la casa estaban ansiosos y acá los chicos también me requerían, y había que estar pendiente de todos, pero bueno también era divertido saber que la semana siguiente iba a ser al revés. Yo les iba pidiendo a los papás que cuando venían a buscar los materiales, me trajeran todas las producciones. También las iba anotando cuando las veía por la pantalla, para acordarme, y así fuimos armándolo.
- ¿Y cómo es esa selección para el libro? ¿Qué lugar tienen los chicos en el proceso?
- Siempre depende del proyecto, pero es igualitario, es decir, ningún chico tiene más espacio que el otro, soy muy prusiana en este sentido. Antes de publicar, me siento con cada uno en la computadora y vemos todo. Leemos juntos, les pregunto si quieren decir algo más, o si quiere sacar algo. El año pasado, por ejemplo, que me dijeron: esto no lo pongas, es privado, o es triste, porque eso sucedió también con la pandemia. Si ellos no quieren, no se publica.
Nunca se trabaja pensando en el libro, o sea quiero decir yo no les digo durante el año “vamos a dibujar bonito para publicar”. Busco lo mejor que dio cada chico respecto al tema. Ese es un proceso hermoso cargado de posibilidades.
- ¿Cómo fue que empezó ese deseo de armar libros desde un taller de arte? ¿Cuándo entraron las palabras?
- La literatura siempre estuvo en el taller, pero más bien con los chicos como receptores, no como creadores, si bien inventaban cuentos, yo iba tomando notas atrás de los dibujos. Y eran cosas tan ricas que daba pena que ese material quedara arrumbado. Y ahí pensé qué lindo que sería hacer una pequeña compilación. Así nació el primer libro, que lo tipié en una máquina de escribir, fotocopiado, con tapas hechas en serigrafía. Esa fue una edición de 300 ejemplares cosidos a mano por mí.
- Siempre ponés la edad de los niños y las niñas que escriben e ilustran…
- Si, me parece fundamental, porque la edad es un registro, es un testimonio. En el taller, hay 7 grupos de diferentes edades. Y me interesa, por ejemplo, en los diccionarios, poner las definiciones del más chiquito al más grande, porque daba cuenta el desarrollo del pensamiento infantil. No es lo mismo lo que piensa un niño, una niña a determinada edad, como articula el lenguaje. Es algo que me parece clave.
- Antes nombraste Con su permiso pintores, que fue bastante distinto a los que venías haciendo en el taller. Hubo un cambio de enfoque, ¿no? ¿cómo fue el proceso de trabajo con este libro?
- Fue la primera vez que uno de los libros o proyectos del taller se enfocó en la vida de cuatro pintores. Sobre todo, me interesó contarles a ellos la historia de estos pintores cuando eran niños, qué los unía, por ejemplo: todos tenían algún trabajo sobre el circo. Son pintores de la vanguardia del siglo 20 que muchos de ellos vuelven a las imágenes infantiles. Picasso mismo dijo “En aprender a pintar como los pintores del renacimiento tardé unos años; pintar como los niños me llevó toda la vida.” O Chagall, los chicos se enamoran de su poética. Fue un trabajo muy arduo. No fue simplemente elegir las obras de los pintores, sino buscar videos, cortos, dibujitos animados, como el de Cantinflas con Picasso. Todo tipo de motivaciones para que todos terminaran inmersos en las vidas de estos artistas. Contarles que Paul Klee dijo “una línea es un punto que se pone a caminar”. Es un libro que nos sigue dando un montón de satisfacción. Hicimos dos tiradas. Es un material que se usa en la Universidad de Lomas de Zamora y en otros lugares como bibliografía.
- Además de los libros, incursionaron en revistas. ¿De qué se trató Prensa Azul?
- ¡Sí! Unos años después de hacer los primeros libros hicimos la revista Prensa azul. Allí los chicos hacían crítica de arte, íbamos a muestras, y hasta realizamos críticas de película. En ese año se había estrenado Titanic. Todos los temas entraban. La política, el arte. Siempre la coyuntura se mete, como vos decías, los chicos critican, opinan. ¡Y creaban publicidades! Es un semillero social. También nos sumamos cuando surgió el movimiento Ni una menos, buscando información y haciendo carteles. Siempre la realidad entra y sale transformada.
- ¿Qué les pasa a los chicos en el momento que tienen el libro en la mano?
- En general la mayor parte de las veces hago una impresión de cuando estamos en los últimos días de clases. Entonces lo vamos viendo, pero todavía son hojas sueltas no es el objeto libro. La sorpresa es en la presentación, no lo pueden creer, se sienten Cortázar, se sienten escuchados, sienten que lo que ellos cuentan, que lo que dibujan es importante, es visto por los otros. Un libro es lo que hacen los escritores, los artistas. Imagínate que, si el libro infantil muchas veces es relegado, un libro realizado por chicos, más.
- En muchas muestras del taller azul hacen remeras. Si vos tuvieras que elegir una frase o una ilustración que digas #EsRemera, ¿cuál sería?
- Un signo de pregunta. Mi hijo tiene una que yo le compré. Tiene el fondo azul y un signo de pregunta blanco. Me encantaría robársela. Tiene mucho que ver conmigo. Yo con los chicos necesito ponerme en el lugar de la que no sabe todo, necesito preguntarme. Porque a veces se supone que los niños son los que preguntan porque no saben y que los grandes tienen la respuesta. A mí me gusta la vereda de enfrente, al lado de los niños y aprender de ellos. Porque pareciera que cuando somos grandes no podemos no tener respuestas. Y ellos tienen unas opiniones tan increíbles, tan incisivas, que nos cuestionan también a nosotros.
- Te propongo un juego, como si fuera La decisión de Sophie. Si tuvieras que elegir un libro hoy ¿cuál elegirías?
-Bueno, qué difícil (risas) Por decir uno: Pin pon. Cuentos que van y vienen. Eso de mandar y recibir historias y crear entre varios, fue divertidísimo, y estoy siempre agradecida con los escritores que se prendieron (Ruth Kaufman, Adela Basch, Sergio López Suarez, María Teresa Andruetto, Pablo Henríquez Micheletti, Daniel Sagárnaga y Eduardo Abel Gimenez), que dijeron que sí de una.
La duda es escribir, dijo Marguerite Duras…Las palabras propias, cuando juegan
¿Quién?
Es tozuda
muy picuda
tan forzuda
y orejuda
es dentuda
concienzuda
y peliaguda
doña Duda.
(¿Quién?, Cuando juegan las palabras, 2021. Gentileza SM)
- Y de este Pin Pon podemos pasar a tu libro de poemas, porque esa idea del vaivén también aparece Cuando juegan las palabras, ¿no? ¿Cómo armaste el diálogo entre tus poemas y las definiciones de los chicos y las chicas del taller?
- ¿Sabés? Fue un diálogo de último momento. Sentía que le faltaba una vuelta… Esa duda que yo tenía, como dijo Paula, alumna del taller: “Dudar es poner en riesgo tu pensamiento”. Entonces me puse a cambiarlo todo. Ahí armé el diálogo entre mis poemas y las definiciones de los chicos, que a veces tiene que ver con una palabra del poema, o con el tema, o por su sonido, o porque sí, o también porque no, como escribí en el prólogo. Exactamente al rato de terminarlo se lo mande a Adolfo Córdova (escritor, investigador, periodista y mediador de lectura mexicano), que me dijo: “Vas a ganar”. ¡Y tuvo razón! (risas)
- ¿Cómo fue el proceso de escritura?
- Yo juego con las palabras todo el tiempo, y esto es, de hecho, lo que más me gusta en la vida. Tengo en mis notas de celular millones que se me van ocurriendo. Voy caminando y paro porque apareció algo. Es natural, y la musicalidad viene también naturalmente. Tengo fascinación por la música popular de Salta, por la copla. Escribo siempre y cuando armamos rondas, como cuando participaba en un grupo de canto colectivo con caja, aparecía la copla. Yo creo que la copla está en el ADN de quienes nacimos en el norte argentino. La copla vino de España y fue cambiando. Hay una que me fascina que dice: “Mi caballo es andaluz / de los que trajo Mendoza / no le tiene miedo al tigre / pero tiembla ante una rosa”. La escucho y me saco el sombrero y se me caen las medias.
- El libro entero tiene ritmo, hay poemas cortos, otros más largos, rima, verso libre, modismos locales. Armaste un universo cuya clave parece estar dada por animarse a jugar…
- Yo era muy dispareja en mi forma de escribir, iba guardando en cajas, hasta que decidí que necesitaba aprender más. Algo de técnica, porque la técnica te lleva a hacer de otros modos, te marca alguna restricción que te hace pensar distinto las palabras. En 2014 tomé un curso con Jorge Luján. Y en 2018 hice un curso online con David Wapner, fue poquito tiempo porque justo mi mamá se enfermó y no lo retomé, pero realmente me abrió la cabeza. Y en 2019 hice el curso Entre palabras con Cecilia Pisos y eso fue maravilloso. Cecilia es una persona increíble, generosa, puntillosa en sus devoluciones y me transformó. De alguna forma, fue ella la que me llevó a este deseo de publicar. Me dijo: ¿Por qué no lo mandas a Luna de aire? Yo había hecho un libro grande con montón de poemas porque estaba el concurso literario provincial de 2019. Antes de mandarlo necesitaba armar un currículum y quería poner el curso que había hecho con David, pero no me acordaba cómo se llamaba. Le escribí, él me dice el nombre, pero también me dice que le encantaría leer los poemas. Yo no estaba tan segura, tenía como una forma, pero sentía que había dos libros allí. Y justo él me responde: “Ahí tenés dos libros”. Esto fue la noche anterior al envío. Entonces uno lo mandé a Salta y ahí me dan en segundo premio. Y me quedó libre todo el otro proyecto. En esa otra mitad del libro decido profundizar. Me quedaban unos meses, y era la pandemia. Me dio mucha alegría ese tiempo nuevo de trabajo. Y lo mandé finalmente a Luna de Aire.
- Si te concedieran la oportunidad de elegir cualquier pintor o ilustrador, vivo o muerto ¿Quién te gustaría que lo ilustre?
- Tengo muchos amigos y se me van a ofender. (Risas). No sé, no se me ocurrió, qué difícil. Pero si me dan a elegir, te digo Paul Klee, que me encanta, porque creo que va, que tiene mucho abstracto, de juego. Vos me decís, yo elijo (risas). Pero qué sé yo, me lo imaginé dibujado por Juan Lima, por Diego Bianki, por Daniel Roldán. Lo que sí sé es que yo ni loca lo ilustro.
- Si tuvieras que definir tu trabajo con una palabra de los diccionarios que hicieron en el taller, o con varias, ¿cuáles serían?
- Se me ocurren ahora dos definiciones, o tres, una de Josefina que cuando tenía 8 años, y yo le pregunté: ¿Qué pasaría si no pasara nada? Dijo: “Estaríamos soñando con todo lo que puede pasar”. Esa posibilidad abierta. Yo me acuerdo de muchas, hoy, cuando me crucé con Noel, me acordé de su definición divina de nacer: “Salir del misterioso hueco”. Y la última, una niña que dijo que “un poeta es alguien que escribe palabras que se quieren entre sí”, es la mejor definición de poesía que escuché en mi vida.
- Y eso es lo que vos hiciste en tu Cuando juegan las palabras.
- Ay, sí. Yo de chica siempre pensaba que estamos llenos de palabras y que los niños están llenos de palabras por adentro y por afuera. Y que tal vez el trabajo de quien escribe o busca escribir es encontrar que la lengua tal vez no tiene límites, o sea, las palabras para mí son como los colores, como los sonidos. No me nace una palabra utilitaria, busco otros usos no utilitarios, que fue lo que nos dijeron que tenían las palabras, y esto ayuda a leer el mundo de una forma distinta, poética. La poesía como una casa especial que invita a habitarla, donde el tiempo no importa, donde, como decía María Elena, hay un tiempo no apurado.
Silvia en su propia salsa
En el libro Este es mi yo (Larazul, 2018), uno de los tantísimos libros del taller azul, los chicos fueron inventando preguntas que quedaban en frascos y fueron pasando y aumentando y respondiéndose de un grupo a otro. Aquí, tres de estas preguntas, las contesta Silvia:
-¿Qué es lo que más te gusta de vos?
-(Risas) Mi dispersión. Soy saltimbanqui, me gusta, aunque a veces reniego contra eso. Me cuesta profundizar en una sola cosa. Me pongo algo, voy a otra cosa, tocó un poco el piano y después salto de una cosa a la otra. Me gusta, pero, a veces, me juega en contra.
-¿Te gusta tu vida como está actualmente?
-(Risas) Si, la verdad es que me siento privilegiada de poder hacer lo que me gusta, vivir esto que elegí o que no elegí, pero se fue dando. Y donde me fui metiendo como al mar profundo. Pasan cosas mágicas, como lo que sucede con la poesía y los chicos. El otro día les dije, “vamos a leer algunos poemas, van a elegir aquellos que más les gusten y los vamos a copiar y lo vamos a colgar de las parras para que el viento los mueva y después cuando venga el otro grupo, van a sacan los que les gustan y dejar otros”. Fue un intercambio de poemas tremendo. Quien dice que a los chicos no les gusta la poesía no entiende nada. Leímos al Teuco Castilla, a Jacobo Regen, ni yo lo podía creer,
Todo depende de la forma en que la ofrezcas. Si invitas a jugar, siempre el chico va a responder. Tiene mala prensa la poesía. Para mí cuando hacen le hacen autopsia a la poesía, para “analizarla”, la matan.
-Si pudieras pedir tres deseos, ¿Cuáles serían?
Como dicen los chicos: pedir deseos infinitos. Pero pediría un mundo más justo, más igualitario en todo sentido. Poesía para todes, ese es mi deseo más profundo. Y el tercer deseo, que se cumplan los dos primeros. (Risas)
Y para terminar… otro de los poemas de Cuando juegan las palabras:
“Dicen que está cansado
de ser el que viene atrás;
apaga puertas, cierra luces
lo llaman punto final.”
*La reproducción de los poemas que se leen en esta entrevista fueron autorizados por editorial SM
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