“Conrad estaba compuesto de dos hombres: al lado del capitán del mar, habitaba aquel sutil, refinado y fastidioso analista al que llamó Marlow”, escribió Virginia Woolf en La belleza de una noche en el mar, el pequeño ensayo que publicó en 1924, con el ánimo estremecido aún por la súbita muerte de su colega víctima de un infarto. Tal como observa Woolf en esta estimación, varios aspectos de la vida y la obra de Joseph Conrad aparecen matizados por una doble faz recurrente. En el ámbito personal: el cambio de nacionalidad, polaca de nacimiento que de adulto trocó por la británica. Cambio que incluyó también su nombre y la adopción del inglés como idioma en el que escribió su obra. En el aspecto profesional: la naturaleza escindida de su personalidad se manifestó en la labor de marino mercante que ejerció gran parte de su vida, para abandonarla, pasados los 35 años, y dedicarse exclusivamente a la literatura.
En el despliegue de esta última actividad aparece nuevamente la multiplicidad, con el uso particular e innovador que hace de la figura del narrador en sus relatos, función que se multiplica en ellos y logra que la narración irrumpa desde varios puntos de vista. Debido a este recurso es que surge la figura de Marlow, una suerte de alter ego, al que menciona la autora de Las olas, cuya presencia, en varias de las obras de Conrad, complementa la perspectiva del autor con un enfoque más incisivo en la descripción de la realidad en la que se sitúa el relato. Pero sin lugar a dudas uno de los aspectos más llamativos en la trayectoria autoral de Conrad es el punto de inflexión que marca la novela Heart of Darkness –generalmente nombrada en castellano como El corazón de las tinieblas– en la índole de sus relatos.
Si en sus anteriores trabajos el peso específico estaba puesto en las peripecias de la trama de aventuras, en esta novela cobra importancia el elemento reflexivo y revelador de la realidad que constituye el contexto en el que se desarrolla la historia. Con el título Corazón de las tinieblas –así, sin la habitual anteposición del artículo por decisión del traductor– la editorial Eterna Cadencia acaba de publicar una nueva versión de esta novela que es considerada la mejor de la obra de Conrad. La traducción de esta edición, una introducción y los comentarios en notas al pie de página pertenecen al escritor, traductor y periodista argentino Jorge Fondebrider.
La promesa infantil que cambió una vida
Conrad nació el 3 de diciembre de 1857 en una ciudad del norte de Ucrania que en ese momento era territorio polaco ocupado por Rusia. Su nombre polaco fue Józef Teodor Konrad Nalecz-Korzeniowski. Su padre era escritor y traductor de Shakespeare y de Víctor Hugo, además de un activo militante político defensor del nacionalismo polaco en contra de la ocupación rusa. Esta última actividad lo llevó a ser perseguido por el gobierno zarista y exiliado en Siberia. La madre de Josef murió de tuberculosis durante el exilio del padre, y cuatro años más tarde murió éste. Conrad tenía entonces doce años y quedó bajo la tutela de un tío.
Al cumplir los 17, decidió no continuar estudiando y se marchó a Italia y a Francia para terminar, en Marsella, en el año 1875, enrolándose como marinero a bordo del buque Mont Blanc, dando inició así a una carrera que lo llevaría a viajar por todo el mundo y le brindaría materia prima abundante para su labor literaria. En 1878, para evitar el reclutamiento militar ruso, se instaló en Inglaterra, trabajando como tripulante en barcos de cabotaje. Por ese entonces solicitó y obtuvo la nacionalidad inglesa y también aprobó los exámenes de aptitud que lo convirtieron en oficial de la marina mercante de ese país.
En A Personal Record, una autobiografía parcial que publicó en 1912, Conrad cuenta que cuando tenía 9 años, mientras observaba un mapa de África notó los grandes espacios en blanco que había en su trazado, debido a lo poco explorado que permanecía aún el interior del territorio africano. En su mente infantil, según refiere, se propuso ir allí cuando fuera grande. Una intención que quedó latente durante décadas hasta que en 1889, ya convertido en ciudadano británico y poseedor del título de capitán de Marina, el director de una compañía belga que operaba en el territorio congolés, Albert Thys, le prometió el mando en un vapor a paletas en el río Congo. La promesa quedó en suspenso, sin visos de concretarse, hasta que el interesado recurrió a una tía política suya, quien movió sus influencias y logró que la Compagnies Belges du Congo lo contratara para comandar un barco en el territorio al que de niño se había propuesto visitar.
Con el manuscrito de los primeros capítulos de una novela que luego sería la primera de sus obras publicadas con el nombre de La locura de Almayer dentro de su equipaje, emprendió un viaje que lo llevó primero en tren a Burdeos, en Francia, y desde allí en barco, bordeando la costa oeste del África, hasta la ciudad de Boma, en el entonces llamado Estado libre del Congo. Desde allí viajó en barco hasta la ciudad de Maladi. En esta localidad conoció a Roger Casement, cónsul británico de origen irlandés que denunció las atrocidades y abusos del sistema colonial que se producían en el Congo bajo la dominación belga. Gracias a este encuentro Conrad recibió información de primera mano de lo que ocurría en esa región.
Desde Maladi se trasladó a pie hasta Kinshasa donde lo debía esperar el Florida, barco en el que estaba previsto que ejerciera su labor de capitán. Al llegar a destino se enteró de que el vapor en que debía asumir el mando se encontraba en reparaciones y recibió la orden de embarcar en el Roi des Belges, como segundo de a bordo, bajo el mando de un capitán sueco, Ludwig Koch. La misión que se les encomendó fue la de navegar río arriba, hasta el campamento que tenía la compañía en Stanley Falls, para buscar al agente Georges Antoine Klein que estaba muy enfermo. Klein murió en el viaje de regreso a Kinshasa, y el capitán Koch cayó también enfermó durante la travesía, de modo que Conrad terminó al mando del Roi des Belges.
Durante ese viaje estando a bordo contrajo malaria y disentería, pero aun en ese mal estado de salud pudo ver lo que sucedía a su alrededor: el trato inhumano que recibían los nativos a manos de los agentes de la compañía, en su mayoría ex tratantes de esclavos árabes, que practicaban desde crueles torturas hasta amputaciones de manos y pies o la muerte a los trabajadores que no cumplían con las exigencias de producción de la compañía o que intentaban escapar.
Espantado por lo que vio y enfermo de los males tropicales que lo afectaron, Conrad renunció y regresó a Europa apenas terminado este primer viaje por el río. Habían pasado solo seis meses desde su llegada a África en lugar de los 36 que especificaba su contrato. Años después, ya publicado Corazón de las tinieblas, cuya inspiración se había gestado en aquella experiencia congoleña, escribió en una carta a un amigo: “Navegando por el río Congo, dejé de ser un animal para convertirme en un escritor”, frase que sintetiza la transformación que se produjo en su espíritu debido a las infernales escenas de las que fue testigo.
Conrad escribió nueve años después la novela en la que mediante el personaje de Marlow replica con bastante fidelidad, los hitos y trayectorias de su propia aventura africana, pero con las referencias geográficas reales disfrazadas y los nombres auténticos de las estaciones y factorías de la Compañía eliminados o transformados. El manuscrito de este relato se publicó por entregas, en febrero, marzo y abril de 1899, en la revista Blackwood’s Edinburgh Magazine, y tres años después, en 1902, el relato se incorporó a un libro llamado Youth: A Narrative; and Two Other Stories, que contenía otros dos relatos más de los que Marlow también forma parte.
La realidad tenebrosa
En 2010, Mario Vargas Llosa publicó su novela El sueño del celta en la que recrea la vida de Roger Casement, el cónsul al que conoció Conrad en Maladi. El premio Nobel peruano investigó durante mucho tiempo antes de ponerse a escribir la novela sobre el personaje que la protagonizaría. Esa investigación lo puso en contacto con enorme cantidad de datos acerca de la realidad que se vivía en el Congo en épocas de la visita del entonces marinero y futuro escritor.
Mucha de esa información la utilizó Vargas Llosa en varios artículos periodísticos que escribió previamente a su novela. Uno de ellos: sobre el rey belga Leopoldo II y su maquinaria de explotación humana en el Congo, sobre Conrad y sobre Heart of Darkness, se publicó en la revista mexicana Letras libres. Parte del mismo fue utilizada por Fondebrider como fuente para la introducción que escribió en la flamante edición de Corazón de las tinieblas.
Uno de los primeros datos que se resalta en el artículo del autor de La ciudad y los perros es la cifra de entre cinco y ocho millones, que sería la cantidad de nativos exterminados como resultado de la puesta en práctica al plan de explotación diseñado por el monarca belga durante su dominio en el Congo. El objetivo de Leopoldo II fue el de obtener, en beneficio propio, el mayor provecho económico de la colonia que poseía su país en el centro del África. El resultado de esta operación lo convertiría en el líder de una potencia económica y política de primer orden.
El plan no obviaba la importancia de las relaciones públicas y Leopoldo II invirtió importantes sumas de dinero destinadas a comprar voluntades a favor de una campaña, de alcance planetario, que ocultaba, tras una cortina de humo, sus aviesas intenciones. La misma simulaba una beatífica acción humanitaria para salvar a los “caníbales africanos”. Sin embargo, en palabras de Vargas Llosa debido a ella: “Millones de congoleños fueron sometidos a una explotación inicua a fin de que cumplieran con las cuotas que la Compañía fijaba a las aldeas, las familias y los individuos en la extracción del caucho y las entregas de marfil y resina de copal. La Compañía tenía una organización militar y carecía de miramientos con sus trabajadores, a quienes, en comparación con el régimen al que ahora estaban sometidos, los antiguos negreros árabes debieron parecerles angelicales”.
El régimen de trabajo, sin horarios ni compensación salarial, sostenido solamente en base al terror a las torturas y mutilaciones, por la quema de las aldeas y las amenazas a los seres queridos más débiles de los trabajadores, dio el resultado esperado: convirtió a Leopoldo II en uno de los hombres más ricos del mundo. Gracias a las denuncias y el accionar de varios activistas de derechos humanos, entre los que figura Casement, a principios del siglo XX se fue disipando la cortina de humo con la que el monarca belga enmascaraba su plan de expoliación. Tras su muerte en 1909, sin embargo, su accionar genocida se diluyó en una suerte de olvido piadoso y en su país aún se le rinde homenaje.
El horror hecho novela
El argumento de Corazón de las tinieblas recrea en clave metafórica, la experiencia de Conrad en su viaje como marinero al servicio de la Compagnies Belges du Congo. En el caso de la novela, el que vive la aventura que lo hace testigo del espanto es Marlow. El relato se inicia con este personaje junto a un grupo de compañeros en la cubierta de un barco que aguardan el cambio de marea en el Támesis para iniciar un viaje. El paisaje en la costa londinense le trae a Marlow la idea de las invasiones romanas en la antigüedad, cuando los habitantes de las islas británicas eran bárbaros para los ciudadanos imperiales. Marlow visualiza en su mente a un joven legionario trasladado desde la refinada vida en Roma hasta un ambiente primitivo; imagina también la sensación de rechazo que puede haber sufrido aquel joven ante este nuevo escenario. Estos pensamientos convocan a su memoria los sucesos de los que fue testigo un tiempo atrás en una región salvaje del planeta al observar el accionar de los europeos frente a los pueblos nativos de aquella región y, de acuerdo a lo que la tradición sostiene que es costumbre de los marineros, relata a sus oyentes ese recuerdo.
La misión de Marlow en ese viaje era ir a rescatar a Kurtz, un agente de la compañía que lo contrató que ostentaba records en la producción de envíos de marfil, un personaje inteligente y culto en quien en el ambiente salvaje que lo rodea afloraron los instintos de la más primitiva crueldad. La imagen de Kurtz se va configurando mediada por el relato de Marlow, que a su vez va armando la figura de este personaje a medida que se acerca a su encuentro, en medio de una serie de situaciones horrorosas y absurdas que observa durante el viaje. Al encontrarse con el personaje real, sin embargo, Marlow halla solo el espectro del modelo que generó el mito. “Cuando vemos al Kurtz de carne y hueso, es ya una sombra de sí mismo, un moribundo enloquecido y delirante, en el que no quedan rastros de aquel proyecto ambicioso que, al parecer, lo abrasaba en el comienzo de su aventura africana, una ruina humana en la que Marlow no advierte una sola de aquellas supuestas ideas portentosas que antaño lo animaban”, escribe Vargas Llosa acerca de ese encuentro.
Desde la escena inicial en que Marlow relaciona el antiguo accionar romano con el moderno comportamiento de las naciones coloniales, como dos caras de una misma moneda, Corazón de las tinieblas es una sucesión de construcciones metafóricas encargadas de desacralizar el accionar imperialista de Europa. Lo asombroso es la manera en que Conrad lo hace mediante un uso extraordinario de la alusión, para el que Marlow es un aliado excelente. En una cita que se reproduce en la Introducción que escribió Fondebrider, el catedrático Cedric Watts, de la universidad de Sussex, sostiene que Marlow le sirvió a Conrad “como una máscara a través de la cual pudo hablar de una manera más fluida y diversa”.
El horror llevado al cine
En 1979, Francis Ford Coppola se inspiró en la novela de Conrad e hizo una adaptación para el cine a la que llamó Apocalypse Now. En ella, el escenario del drama se traslada en el espacio y en el tiempo. La versión del cineasta norteamericano en vez de ocurrir en el África en 1890, tiene lugar en 1969, durante la guerra de Vietnam y el personaje que reemplaza a Marlow es Willar, un capitán de Operaciones especiales del Ejército Norteamericano, a quien interpreta Martin Sheen. Quien mantiene su nombre es Kurtz, personificado por Marlon Brando, que en el film, en lugar de ser un agente de la compañía belga es un coronel que se ha vuelto loco y no responde a los mandos de los generales norteamericanos.
Más allá de que las diferencias en el desarrollo de la trama entre lo que imaginó Conrad en el papel y lo que plasmó Coppola en el celuloide, el trabajo estético que hace Coppola en el film está pleno de signos que remiten a otros que similares que parecen en la novela. Ya en el comienzo, mientras Willar espera en una habitación de hotel en Saigon, perdido entre delirios y sudando alcohol, que le asignen una misión, la cámara, con la música de The Doors de fondo, capta varias veces la figura de un Buda. La analogía es claramente un guiño a la descripción que hace Conrad en la novela de la figura de Marlow mientras inicia el relato de su aventura en Africa, a quien compara con un Buda. En su travesía hacia África, Marlow viaja en un barco francés desde el que observa un buque de guerra que dispara hacia la costa donde parece no haber nada. En la película de Coppola se hace alusión a este hecho, en varias ocasiones en que se bombardean y se realizan ataques aéreos hacia objetivos vacíos en los que no se ve al atacante, como el ataque aéreo con napalm después del ataque de los helicópteros de la Caballería Aérea.
En la tercera parte del libro se produce la llegada de Marlow a la estación donde vive Kurtz. Esta se encuentra cubierta de vegetación y la casa del agente, decorada con cráneos en de nativos sostenidos por lanzas, algo que Marlow no se da cuenta al principio. Allí Kurtz gobierna una tribu. Es lo mismo que en la película. Al llegar Willard al templo lo ve cubierto de cadáveres por todas partes, y cabezas cortadas a la entrada de la morada del coronel Kurtz, que también gobierna una tribu como si fuera un dios: él ordena y los demás obedecen. Y el toque final de coincidencias lo marca la muerte de Kurtz, que en ambos casos expira gritando “¡El horror, el horror!”, frase que quedó grabada como un símbolo de esta historia.
La nueva edición
A diferencia de la habitual traducción que se hace del título de la novela al castellano como El corazón de las tinieblas, Fondebrider eligió traducirlo para esta edición como Corazón de las tinieblas. La razón que expone en una de las notas de la flamante edición es que el autor llamó a su obra The Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas) solamente cuando la misma se publicó por primera vez en entregas en la revista Blackwood’s Edinburgh Magazine, pero cuando fue publicada como libro eliminó el artículo.
El nuevo libro que presenta Eterna Cadencia, además de la introducción que realizó Fondebrider, producto de una profusa investigación con numerosas fuentes, incluye también un apéndice con documentos autobiográficos del autor vinculados a su estadía en el Congo. En ese anexo aparecen: el Diario del Congo, serie de textos, datadas como entradas de un diario personal con fechas entre junio y agosto de 1890, que relatan las experiencias de su viaje entre Kinshasa y Matadi; una apreciación sobre Stanley Falls, grupo de siete grandes cascadas ubicadas en el río Lualaba, que en su parte inferior se convierte en el río Congo; un par de cartas personales de Conrad y un fragmento de A Personal Record.
En el apéndice figura también un listado con datos completos de las ediciones en español en que consta el nombre del traductor. Fondebrider consigna que la cantidad total de versiones traducidas a nuestro idioma es de 36. En una de ellas, realizada por Sergio Pitol y publicada por la Universidad Veracruzana, en 1996, el traductor escribió en la introducción: “El corazón de las tinieblas es un relato poseedor de un misterio inagotable. De ahí nace su poder literario. Podemos estar seguros de que este libro mantendrá un núcleo inescrutable defendido para siempre. Cada generación tratará de revelarlo, en ello consiste la perenne juventud de la novela”. Al acceder a esta nueva versión que se acaba de publicar uno tiende a darle toda la razón.
SEGUIR LEYENDO