Cuenta Élisabeth Roudinesco en Lacan: esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento, la biografía canónica, que la primera vez que Lacan escuchó hablar de Sigmund Freud fue en 1923. Pero esa lectura se posterga unos años y es su propia trayectoria y las dicotomías de la época lo que hacen de ese encuentro —un joven y flaco Lacan subrayando frenéticamente y haciendo anotando en el margen ideas y preguntas— algo verdaderamente relevante en la historia del pensamiento occidental. Pero empecemos por el principio: la familia. Jacques Marie Émile Lacan nació en una casa parisina de clase media católica el 13 de abril de 1901, hace exactamente 120 años. Luego nacieron sus tres hermanos: Raymond, en 1902, que falleció a los dos años de una hepatitis; Madeleine, en 1903; y Marc-François, en 1908, que se convirtió en monje benedictino. Su temprano interés por la filosofía, principalmente por Baruch Spinoza y su Ética, lo tiene en el Collège Stanislas de París. Ahí comienza a formarse su ateísmo que produce una polarización en la familia con su hermano en el otro extremo. Al año siguiente ingresa a la Facultad de Medicina de la Universidad de París cabalgando sobre unas cuantas inquietudes intelectuales.
Las postales de Lacan esa época incluyen la librería de Adrienne Monnier en la calle del Odéon, la fascinación con el dadaísmo y el surrealismo, algunos cafés con André Breton, con Philippe Soupaulr, una sonrisa entusiasta al oír la primera lectura del Ulises de James Joyce en Shakespeare and Co. En ese preciso momento, Freud era leído en Francia desde dos ángulos: desde la vía médica y desde las vanguardias artísticas. “En la misma medida en que el medio médico adoptó el chovinismo y se adhirió a una visión estrictamente terapéutica del psicoanálisis —explica Roudinesco—, el medio literario aceptó la doctrina ampliada de la sexualidad, se llegó a considerar el freudismo como una ‘cultura germánica’ y defendió a menudo el carácter profano del psicoanálisis. Por ese Iado, con todas las tendencias confundidas. se miró al sueño como la gran aventura del siglo, se intentó cambiar al hombre gracias a la omnipotencia del deseo, se inventó la utopía de un inconsciente por fin abierto a las libertades y se admiró, por encina de todo, la valentía con que un austero científico había osado ponerse a la escucha de las pulsiones más íntimas del ser, desafiando el conformismo burgués a riesgo del escándalo y de la soledad”.
Mientras se especializaba en Psiquiatría y estudiaba casos como el trauma de guerra y el delirio alucinatorio, comienza a involucrarse en el movimiento surrealista y a publicar textos en la revista Minotaure. También a leer con sumo interés a Edmund Husserl, Friederich Nietzsche, Hegel y Martin Heidegger. De pronto, la constelación de ideas se arma sola. Se reunía con intelectuales como Alexandre Koyré y Georges Bataille. También con artistas. De Picasso fue durante un tiempo su médico personal. Con Dalí, en cambio, encontró grandes coincidencias teóricas. Es el surrealismo el que lo lleva a volver con una gran fuerza en la década del cincuenta, ya fallecido Freud y después del desastre de la Segunda Guerra Mundial, a esos textos que creía estancos, a interrogarlos, a machacarlos con preguntas, con nuevos problemas, a desafiarlos. Y lo que Lacan encuentra ahí es la piedra angular de su teoría. Entonces expone sus ideas en sus clases universitarias. Su mayor obra son sus conferencias donde ataca el dogma haciendo del psicoanálisis un método para desgranar lo que nos vuelve humanos: el lenguaje. Ahí, descubre Lacan, está el problema latiendo con toda su fuerza, pero también las huellas sombreadas de alguna solución. Ahí, en el lenguaje, está todo.
En ese sentido, como relectura de Freud, acercarse a Lacan es una tarea ardua. Luis Gusmán, psicoanalista, narrador y ensayista argentino —El frasquito, La pregunta freudiana y La valija de Frankenstein, entre otros libros— cuenta: “Llegué a Lacan por Oscar Masotta. La experiencia es que no entendía mucho, pero volvía a Freud y entendía. Esa era la vuelta a Freud”. “Mi primer acercamiento a la obra de Lacan fue en los años noventa en la Facultad de Psicología, como muchos de mi generación”, cuenta Marina Esborraz, psicoanalista y autora de Celos, seducción y vergüenza y La comedia de los sexos junto a Luciano Lutereau. “Recuerdo que el primer texto que leí de él fue el escrito Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, del cual pasé las primeras hojas creyendo que lo que planteaba no era importante ni relevante. En realidad, no entendía nada de lo que decía y como defensa usaba ese mecanismo tan habitual de creer que si no entiendo es porque no es importante o no tiene sentido. Cuando lo leímos con la profesora en la clase y ella fue explicando párrafo por párrafo el texto, mi visión cambió completamente. Lacan no es un autor sencillo, su estilo, a diferencia de Freud, no produce amor a ‘primera lectura’. Sin embargo, una vez que se logra entrar en su lógica, es imposible negar su genialidad. Y un poco te terminás enamorando también”.
“Pienso al psicoanálisis como un virus que se te mete y no te suelta, no como algo que uno elige después de leer un menú”, afirma Nahuel Krauss, también psicoanalista, autor de La segunda pérdida: Ensayo sobre lo melancólico. “Después aprendí a leer otros autores, pero desde un principio supe que si alguien quiere practicar y habitar al psicoanálisis como discurso no puede desviarse del deseo de Freud, y encontré en Lacan la mejor manera de ser freudiano. Por otro lado, mi primera experiencia de lectura fue casi musical. No entendía nada, pero sabía que había que poner la oreja y soportar aburrirse, como cuando se aprende a tocar un instrumento. Después uno entiende que el que es difícil es Freud, porque te hace creer que entendés, pero para eso hace falta Lacan”. Por su parte, José Luis Juresa, psicoanalista y co-autor junto a Cristian Rodríguez de Gerard Haddad: un periférico del Psicoanálisis y Auschwitz con Hiroshima cuenta: “Mi primer contacto con la obra de Lacan fue en la facultad “Yo había leído a Freud, me había impactado, pero sentía que algunos elementos conceptuales de su trabajo me sonaban ‘fantásticos’, como un relato de ciencia ficción. Cuando leí a Lacan por primera vez, si bien no era de entendimiento inmediato, enseguida intuí que me solucionaba tener que ‘creer’ en Freud. Le dio un soporte lógico parecido a la ciencia. En aquel momento eso fue muy importante para mi”.
“Puso el psicoanálisis al revés mediante otra lectura”, dice Luis Gusmán
Los textos de Lacan están dispersos pero hay una colección, sus seminarios, 27 tomos de tapa amarillenta y letras bordó que nuclean su pensamiento. ¿Y qué pasa en esos seminarios, en su obra? ¿Cuáles son sus grandes aportes al pensamiento crítico? Dice Marina Esborraz: “Es muy difícil rescatar un solo aporte de un psicoanalista como Jacques Lacan, alguien que durante casi 30 años produjo una revisión de todo lo que se había conceptualizado hasta entonces en psicoanálisis bajo su premisa del ‘retorno a Freud’. Sus aportes son muchos y variados, aunque creo que el haber puesto el acento en el hecho de que estamos traumatizados por el lenguaje, que la palabra es un virus que trastoca nuestro ser, nuestro cuerpo y nuestros deseos ha sido y sigue siendo lo más valioso de su enseñanza. Que no hay nada humano por fuera de la palabra, porque incluso para sobrevivir necesitamos que un otro, además de cuidarnos y alimentarnos, nos hable y nos nombre, es decir, que nos aloje a través de un deseo no anónimo que conjugue deseo y amor”. Gusmán sentencia: “Puso el psicoanálisis al revés mediante otra lectura. El reverso del guante. La paradoja, el malentendido, el inconsciente, como un saber no sabido. Las diabluras de lalengua, todo junto, por las que un sujeto es hablado”.
“El gran aporte de Lacan fue ‘limpiar’ al psicoanálisis del exceso de sentido, darle el soporte conceptual para evitar su desvío hacia la religión. El que el mismo llama ‘su aporte’, que es el objeto ‘a’, va en esa dirección”, dice Juresa, y Krauss agrega: “Particularmente, creo que dejó en claro que siempre se trata de lecturas. Es cierto que hay política, y siempre vamos a tratar de que una lectura prevalezca sobre otras, no es todo paz y amor, pero Lacan siempre se encargó de subrayar que él era un lector de Freud, privilegiado, pero un lector al fin -y un animal político-. Por supuesto que era imposible que calcule los efectos de su persona en algunos de sus seguidores, para quienes si Lacan no lo dijo ‘está mal’ y es causa de chicanas. Pero eso es un tema inherente a ciertas posiciones de un lacanismo mimético, no de Lacan. Aunque él tenía lo suyo, no podemos culparlo por quienes se identificaron a lo peor de él. Creo que Lacan siempre intentó sostener el vacío en el origen, que no hay lectura original, y que no se trata de superar a nadie, ni a él ni a Freud, que fueron fundadores de discurso, de modos de hablar”.
Si para sacar a Freud de la vidriera inalterable Lacan tuvo que, empapado por su época, contrastar sus teorías a los problemas de la segunda mitad del siglo XX, ¿cómo se leen, ya no sólo Freud, sino Lacan, en esta era particularmente rara, con el narcisismo de la redes sociales y la incertidumbre de la pandemia como posibles emblemas? ¿Cómo interpelan sus textos a esta nueva época, a la sociedad de hoy?
“Siempre interpelan, Por la frase que el mismo Lacan escribió: que renuncie aquel que no esté dispuesto a interrogar la subjetividad de su época”, afirma Gusmán. Juresa agrega: “Colocando un vacío allí donde la tendencia es el la ilusión de un ‘reencuentro’ con un objeto que jamás estuvo. Sobre ese vacío el ser humano se reencuentra con su soledad, sin asustarse, sin entrar en pánico, sin desesperación. Tal vez la lectura de Lacan, la crítica más iracunda que se le hace, tenga que ver con esto: no brinda respuestas inmediatas, no da fórmulas -aunque se hayan hiperdivulgado algunas que lo parecen- sino que promueve un recorrido, la construcción de un estilo, la diferencia en colectividad. Creo que uno de los aspectos mas fuertes que interroga su obra hoy y siempre son los fanatismos y el permanente reciclamiento de los imperativos aniquiladores del deseo. El deseo siempre lleva al otro, y el fanatismo al estado de guerra en el que se atrinchera el individuo”.
“Nuestra sociedad ya no es exactamente la misma que aquella en la que vivió Lacan —dice Esborraz—, lo que no quiere decir que su obra no revista una enorme actualidad. Cuando, por ejemplo, hace cuarenta años atrás afirmaba que el capitalismo forcluye la castración y deja de lado lo que llamamos las cosas del amor; ¿no nos encontramos hoy con la gran dificultad que existe para establecer lazos duraderos entre las personas? La fragilidad de los lazos es un síntoma de esta época y el psicoanálisis es una gran herramienta, porque va a contrapelo del discurso imperante. Eso también le trae grandes complicaciones, porque apelar a la castración es lo contrario a sostener discursos que apuntan a la omnipotencia del narcisismo, del yo y de la voluntad al estilo ‘Impossible is nothing’. Esto no quiere decir que el psicoanálisis sea una cosmovisión o que diga la verdad sobre las cosas. En todo caso, dice cosas que, en ocasiones, tienen efecto de verdad”.
Para Nahuel Krauss, los textos de Lacan “interpelan en varias direcciones. Por un lado, Lacan tenía una ética de lo real, cierto gusto por lo concreto, casi antiintelectualista. No se dejaba amagar por el narcisismo intelectual o la infatuación propia del snob o el progresismo académico, tan de moda actualmente. Por otro, supo formalizar los discursos que habitamos -lo sepamos o no-, y supo pronosticar, allá por los sesenta, el retorno del fascismo. Sabía que Hitler perdió en batalla pero ganó culturalmente. Aunque ese fascismo también -y principalmente- retornó como modo de relación al lenguaje y a la verdad, es decir, como literalidad, como lenguaje de abejas, como confusión absoluta entre discriminar, que es una función fundamental del lenguaje, y segregar, causa de toda crueldad y empuje a callar al otro. Al menos esto entiendo por lo que él llamó ‘rechazo del inconsciente’, es decir, del otro como diferencia y no como pura proyección narcisista, como reflejo de lo lindos o inteligentes que somos. Esta crisis del lazo social y su consecuente crueldad es algo a lo que Lacan se anticipó de un modo admirable”.
“Pienso al psicoanálisis como un virus que se te mete y no te suelta, no como algo que uno elige después de leer un menú”, dice Nahuel Krauss.
Élisabeth Roudinesco define a Lacan como “un hombre que quiso, con plena conciencia, ser el fundador de un sistema de pensamiento cuya particularidad consistió en considerar que el mundo moderno de después de Auschwitz había reprimido, recubierto y quebrantado la esencia de la revolución freudiana”. Es una vuelta al origen de esa disciplina minuciosa, atenta, disruptivamente conversacional que trabaja con la palabra, con el decir —y por supuesto su reverso: lo que se esconde en el silencio—, con lo decible y lo que no está permitido decir, en definitiva: con el lenguaje. Lacan propone y ejecuta una relectura, con todo lo que ese término significa, porque releer no es sólo volver a leer, repetir el proceso de aprendizaje, reiterar las sensaciones iniciales, el goce de la lectura, releer es también profundizar la atención, revisitar el texto con más herramientas, radicalizar las tensiones, cuestionarlo, ponerlo en contraste con la nueva época, desafiarlo, hasta encontrar, al fin, algo nuevo.
Cáncer de colón fue lo que lo llevó a morir el 9 de septiembre de 1981 en la clínica Hartmann de Neuilly-sur-Seine. Se dice que las últimas palabras que pronunció, ahí, acostado en la camilla, fueron estas, profundamente poéticas: “Soy obstinado. Desaparezco”. Pero hubo muchas importantes durante toda su vida. Por ejemplo, en la década del sesenta, cuando un alumno de la Universidad de París VIII le preguntó qué era el amor, respondió: “Dar lo que no se tiene a quien no lo es”. También están las de 1980, un año antes de morir, en Caracas. Reunió a sus alumnos y les dijo: “Vengo aquí a impulsar mi causa freudiana. Como ven, me interesa este adjetivo. Es asunto de ustedes ser lacanianos si lo desean. Yo soy freudiano”.
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