Tiene que ver con la furia. Independencia, la nueva novela de Javier Cercas, es la continuación de Terra Alta y es la segunda de una serie que el escritor anticipa será de cuatro títulos —o tal vez cinco— protagonizados por el policía Melchor Marín. Y tiene que ver con la furia porque la rabia y la crispación de Marín son un espejo, dice Cercas, de la rabia y de la crispación de él mismo.
Situadas en Cataluña y corridas unos pocos años en el futuro —la primera, que se publicó en 2019 sucedía en 2021, la segunda pasa en 2025—, tienen como marco el ambiente de pesadez y oscuridad que dejó en la sociedad la escalada independentista que comenzó en 2012 y derivó en la crisis de 2017, cuando se votó el referéndum para emancipar el territorio catalán de España y que siguió con la proclama del Congreso en la que se declaraba la independencia del país. Si bien este hecho se aborda elípticamente, queda claro que funciona como el sostén de la intriga y de la corrupción a la que se enfrenta Melchor.
Y es que, para Cercas, aquellos días decantaron en la escritura: “Son el carburante de estas novelas”, dice ahora en diálogo por videoconferencia con Infobae Cultura. “Es ese dolor, ese desconcierto y esa perplejidad ante lo que había ocurrido. Y también conmigo mismo: qué hice yo, cómo no pude prever esto. Esto me ha revuelto por completo. Nunca creí que uno de los lugares más privilegiados del mundo se iba a partir por la mitad como se partió y se llegaría a una situación que, como dijo el historiador Josep Fontana, sería prebélica”.
—El título Independencia, en ese sentido, es un título taimado.
—Hay algo de provocación. Umberto Eco decía que el mejor título de la literatura universal era Los tres mosqueteros porque el más importante era el cuarto. Ese tipo de títulos polisémicos e intrigantes me encantan.
—En la literatura, el héroe de la independencia es una figura romántica. Pero usted habla del gobierno catalán casi como si fueran villanos.
—La idea de la independencia es la idea nacionalista del siglo XIX. Tú estás hablando de la Argentina y de Latinoamérica. Esa es una idea del siglo XIX y las ideas no son buenas en abstracto. Un poeta español dice: lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido. Esa idea, que en aquel momento era una idea progresista, liberadora, y que luego se convirtió en una idea reaccionaria y que acabó siendo tóxica, venenosa. El nacionalismo había sido una ideología liberadora para Alemania, para Italia, para los países latinoamericanos, para muchos sitios. Hasta que se convirtió en una idea de esclavitud: eso es la Segunda Guerra Mundial. Hoy día es una muy mala idea. Es muy mala idea que ha traído catástrofes. Hay que ir a lo contrario. ¡Yo soy dependentista! Quiero depender de Europa, quiero tener una moneda común, una justicia común, un gobierno común.
El nacionalismo era una idea progresista y liberadora que se convirtió en una idea reaccionaria y que acabó siendo tóxica, venenosa
—¿Habla también del Brexit?
—Por supuesto. El llamado nacional populismo es el retorno al nacionalismo. Lo que ocurrió en Cataluña en 2017 no es más que la manifestación española de un fenómeno general que fue el nacional populismo y que tuvo manifestaciones distintas en diversos países. El ejemplo más visible es el de Donald Trump en Estados Unidos, pero se manifiesta en el Brexit, se manifiesta en Europa por todas partes y en España se manifestó con el independentismo catalán. Ese no es un movimiento progresista. Es un movimiento profundamente reaccionario y, como se lo demostró en 2017, antidemocrático, que arremetió contra el estado de derecho.
—Ahora hay un resurgimiento de la extrema derecha, con discursos más convocantes y hasta con sus propios “influencers”. ¿Qué se debe hacer para desactivarlos?
—Entendiéndolos a fondo. La única forma de combatir el mal es entenderlo. No es ignorarlo, no es fingir que no existe. Es entenderlo, y para eso sirve la literatura. Shakespeare nos permite entender a un canalla como Ricardo III, que es un verdadero asesino. Tal vez sea el canalla más grande de la historia universal y nos ponemos en su piel. Dostoievski nos permite entender a un asesino como Raskolnicov. Francis Ford Coppola nos permite entender a un mafioso capaz de matar a su propio hermano y nos ponemos de su lado. Y yo, modestamente, quiero que el lector celebre cómo un tipo como Melchor, que es un buen tipo, hace lo que hace.
Autor de Soldados de Salamina, Anatomía de un instante, Las leyes de la frontera, El impostor y un largo etcétera, cada libro de Cercas provoca un temblor entre los lectores.
Hay en él una enorme fe por la literatura. En última instancia se podría decir que es un escritor moral que cree que las palabras pueden cambiar el mundo. Se entiende, entonces, cuál es la búsqueda en cada libro y por qué sus protagonistas encaran la figura del héroe, aún cuando algunos, como Melchor Marín, lo sean de una manera heterodoxa.
El argumento de Independencia se anuda en torno a un chantaje que recibe la alcaldesa de Barcelona: la extorsionan con un video sexual en el que ella está involucrada y le piden que renuncie a su cargo. Y Melchor —que, como Bartleby, preferiría no hacerlo— es el encargado de llevar adelante la investigación. A medida que avanza, lo que queda expuesto es la trama del poder detrás del poder, la presencia inmóvil e inamovible de quienes mueven los hilos.
El regreso a la ficción con estas novelas fue, sin embargo, un hecho imprevisto porque Cercas había inventado un género, que era el de la novela sin ficción. Alguna vez, incluso, se identificó con el francés Emmanuel Carrère en este procedimiento, aunque ahora piensa de otro modo.
“Yo estaba equivocado”, dice. “Lo que hacemos Carrère y yo tiene muy poco que ver. Él básicamente hace periodismo, yo vengo de otro lado”.
—¿Por qué con Terra Alta e Independencia, que tienen el independentismo como marco, volvió a la ficción?
—Hay determinados libros que exigen prescindir de la ficción. El primero fue Anatomía de un instante, el segundo El impostor y el tercero El monarca de las sombras. Esas novelas me lo exigían. Y con El monarca de las sombras tuve la certeza de que no podía continuar por ese camino. Por ese camino ya había dicho todo lo que tenía que decir y, si continuaba por allí, corría el riesgo de repetirme, de convertirme en un imitador de mí mismo. Eso no lo pienso hacer. Que otros hagan novelas sin ficción, que hagan autoficción. De hecho, lo hacen; ahora todo el mundo hace cosas que yo hacía hace veinte años. Pero no voy a hacerlo más. La obligación del escritor es abrir sendas nuevas para decir cosas nuevas. Entiendo que haya gente a la que Terra Alta le desconcertase y me alegro mucho. Los escritores estamos para ir a donde nadie nos espera, para decir cosas que no estaban previstas.
A Borges le gustaba lo que a mí me gusta de la novela policial: su humildad. Frente a tanta literatura pomposa con pretensiones, la humildad aparente de la literatura policial es maravillosa
—Pero con La velocidad de la luz y La verdad de Agamenón, por ejemplo, ya había hecho novelas con ficción.
—Esa división me parece más adecuada: novelas con ficción y novelas sin ficción. Las novelas de Melchor Marín desconciertan y me preguntan cómo es posible que haya hecho novelas policíacas. Y mi respuesta es muy sencilla. Borges, que es casi tan importante como Cervantes, dijo que todas las novelas son novelas policíacas. Todas mis novelas lo son, siempre lo han sido. En todas mis novelas hay un enigma y alguien que quiere descifrarlo. Es verdad que en Terra Alta y en Independencia hay un policía, pero fue por casualidad. No lo tenía previsto. Se impuso de manera natural porque el tema central de las novelas es la justicia y la venganza. Y cuando hablas de justicia y venganza, casi inevitablemente aparece el policía.
—¿Le molesta que por ser policiales se las mire con cierto prejuicio?
—No. Primero porque quien cree que existen géneros mayores y menores no sabe qué es la literatura. La novela policial no es un género menor porque no existen géneros mayores o menores sino formas mayores o menores de usar los géneros. La comedia y la tragedia tiene a Shakespeare y tiene a un montón de inútiles. El género policial tiene a Poe, a Borges, a Sciascia, a algunos más que son muy buenos y a otros que son unos inútiles. En segundo lugar, solo hay dos tipos de novelas: las buenas y las malas. Todo lo demás es palabrería. Y, en tercer lugar, y para acabar, creo que a Borges le gustaba lo que a mí me gusta de la novela policial: su humildad. Frente a tanta literatura pomposa con pretensiones, la humildad aparente de la literatura policial es maravillosa.
—Hace unos años, cuando presentaba El impostor, dijo que “la revolución consiste en volver a Cervantes”. Ahora, en Independencia, hay un homenaje al Quijote cuando Melchor se entera de que un tal Javier Cercas escribió la novela de su vida.
—Me gusta mucho esa frase porque estoy de acuerdo conmigo mismo. El Quijote tiene esa cualidad única de contener en germen todas las posibilidades futuras del género. Efectivamente, en Independencia hay un rasgo cervantino. Es una novela autónoma que se puede leer si no has leído Terra alta pero al mismo tiempo es la segunda parte. Me parecía muy lógico que hubiese gente que haya leído Terra Alta —Melchor no, por supuesto, porque sólo lee novelas del XIX— y me parecía lógico que, como dice un amigo mío, haya gente diga que “este Cercas es un liante de cojones, que cuando dice que todo es verdad todo es mentira y cuando dice que todo es mentira es todo verdad”. No hay novela sin humor o, como mínimo, sin ironía. Y el humor bien entendido empieza por uno mismo. Eso también nos lo enseñó Cervantes, lo que pasa es que nosotros somos muy zoquetes y no acabamos de aprenderlo.
—Con esa idea de que cuando dice que todo es verdad todo es mentira y cuando dice que todo es mentira es todo verdad, me hace volver a preguntarle por el sentido de la novela y de la ficción.
—Una cosa es la verdad científica, la verdad histórica, la verdad periodística, y otra cosa es la verdad literaria. La verdad periodística es la verdad histórica: qué ocurrió en determinado momento, en determinado lugar y a determinadas personas. En cambio, la verdad literaria —es decir: la verosimilitud— es otra cosa. La podríamos llamar verdad moral, verdad universal. Aspira a averiguar qué es lo que nos ocurre a todos los hombres en cualquier circunstancia y en cualquier lugar. Esta es la verdad literaria. Esto es Aristóteles; fíjate si es antiguo. Lo que ocurre es que para llegar a la verdad literaria casi siempre hay que desviarse a través de la ficción. A través de eso que tú llamas “mentira”, que es correcto. Vargas Llosa la llama la verdad de la mentira. La ficción no es exactamente una mentira pero se le parece bastante. De hecho, en latín el verbo mentiri significa mentir e inventar. Para llegar a esa verdad universal tenemos que hacerlo a través de la ficción. Nos inventamos a un señor que se vuelve loco en La Mancha y a través de él llegamos a verdades a las que nunca tendríamos acceso de otra manera.
Manuel Puig me parece un gran escritor. Lo he leído con mucho interés; creo que lo he leído todo
—Un personaje de Independencia se llama Manel Puig, que a nosotros nos resulta muy cercano por Manuel Puig. ¿Hay un homenaje velado o tal vez inconsciente?
—Puig me parece un gran escritor. Lo he leído con mucho interés; creo que lo he leído todo. Pero debo decir que no hay ningún homenaje. Primero que ustedes decís puig y este de aquí es puch. Manel Puig es un nombre muy catalán, por eso se lo puse.
—La pregunta venía por una idea que usted ha dicho varias veces sobre el deseo de que la literatura sea popular.
—Yo aspiro a que la literatura vuelva a ser popular. La principal superstición literaria de nuestro tiempo es aquella que dice que la buena literatura es solo literatura de catacumbas. Volvamos a Cervantes: la gente cree que el Quijote es un libro elitista. ¡Todo lo contrario! Es un libro que fue enormemente popular, un auténtico bestseller en su época. Shakespeare era un autor enormemente popular. Alguien dijo que Lord Byron era tan famoso como Paul McCartney y tenía razón. No estoy diciendo que sólo la literatura popular sea buena, lo que digo es que la literatura popular no tiene por qué ser mala. Nada mejor para la literatura y sobre todo en nuestro tiempo, que vuelva a ser popular. Que vuelva a ser relevante, que vuelva a decirle cosas importantes a la gente. Ojalá eso ocurra.
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