Exiliado voluntario, el gran pintor Francisco de Goya y Lucientes abandonó Madrid en 1824 para huir del regreso del absolutismo de Fernando VII. Cuando llegó a Burdeos, Francia, donde moriría en 1828, tenía 78 años y estaba completamente sordo. Dibujó un autorretrato metafórico, “Aún aprendo” en el que reveló su estado de ánimo.
Pero quizá lo más importante de los años de Burdeos fue que resultaron un periodo fructífero para Goya, lleno de creatividad y de ganas de experimentar con nuevas técnicas litográficas. Fue una época en la que consolidó su libertad y autonomía creativa, centrada en sus deseos e inquietudes más personales, lejos de las encargos de la corte española. Y gestó lo que hoy se consideraría la perspectiva de un reportero.
Goya fue un gran artista que abordó todos los géneros pictóricos, pero que tuvo la mirada aguda de un fotoperiodista y supo observar y describir la sociedad y los acontecimientos de su tiempo. Sus dibujos pueden considerarse ilustraciones de prensa: con los Desastres de la Guerra, inventó el reportaje gráfico y participó en el nacimiento de un periodismo visual.
Estos dibujos sentaron un precedente en el género de los reportajes fotográficos de guerra a gran escala. Por ejemplo, el dibujo de la serie Desastres de la guerra titulado “Estragos de la guerra” aparece como la primera escena de un bombardeo sobre una población civil. Goya, como precursor del fotoperiodismo, nos ha dejado una colección iconográfica que anticipa toda la barbarie de las guerras venideras.
El artista se inspiró en la realidad que percibía con sus cinco sentidos, cualidad fundamental de todo buen reportero, como decía el periodista polaco Ryszard Kapuscinski.
El arte realista que presenta Goya con la realización de los Desastres de la guerra o Los fusilamientos del 3 de mayo requiere una excelente preparación, al igual que un buen reportaje, según Kapuscinski: “Lecturas preparatorias, investigación sobre el terreno y reflexión a posteriori”.
El trabajo del reportero —como el del pintor— requiere el arte del discernimiento, como señala el reportero polaco: “Tengo que tener una mirada. Es una verdadera habilidad: saber seleccionar. A tu alrededor ves cientos de imágenes, pero sabes que son inútiles, tienes que concentrarte en lo que pretendes mostrar. La imagen en el lugar correcto”.
Goya lo hace en particular con Los fusilamientos del 3 de mayo, traduciendo un pensamiento fotográfico que resume la larga narración de la guerra en un encuadre magistral. Una imagen que se acerca a la famosa foto de Robert Capa “Muerte de un miliciano”, publicada en la revista Life en 1937.
El reportaje “historiográfico” con el que se asocia a Kapuscinski se aproxima a la pintura en su dimensión visual, con la descripción de escenas, imágenes y detalles que construyen la narración. Con su mirada independiente, Goya denuncia las atrocidades de ambos bandos, como lo haría un reportero imparcial. El gusto de Goya por el reportaje gráfico en forma de dibujos sigue siendo evidente en la etapa de Burdeos en su singular Tratado de la violencia. Aquí, Goya muestra a hombres encadenados y a personas que son ejecutadas, por ejemplo en su serie sobre la guillotina. En el dibujo 161 del Álbum G de Burdeos, titulado “El perro volador”, se ve un perro agresivo que sobrevuela una ciudad como una máquina de matar.
El perro asesino lleva en su lomo un libro en blanco con los supuestos nombres de los promotores de esta cacería orquestada. Es una alegoría de la violencia de un Estado represivo. Una visión fantástica, ciertamente, pero hoy menos, con la invención de los robots asesinos. El perro evoca la videovigilancia, pero también los drones que nos acechan las 24 horas del día. Visionario, Goya explora libremente una serie de amenazas que se han convertido en realidades en nuestras sociedades contemporáneas, y anticipa fenómenos omnipresentes en el siglo XXI.
La obsesión por la actualidad
En Burdeos se convirtió en el cronista de la ciudad. Al final de su vida, pintó para sí mismo, por placer, para denunciar, sin limitaciones ni autocensura. Se liberó y se alejó de lo políticamente correcto. Este cambio ya había comenzado con la publicación de la serie Caprichos. Sus historias se asemejan a los cómics documentales actuales. Yendo más allá, en una transposición temporal anacrónica, uno podría imaginar a Goya publicando sus ilustraciones para Charlie Hebdo. Pone sus dibujos al servicio de una historia contundente, mediante narraciones episódicas y siempre con un breve pie de foto, en un enfoque muy periodístico.
La ironía, la sátira, el sarcasmo, lo grotesco, son los recursos que Goya utiliza para reforzar su relato visual. Sus obsesiones, sus miedos, sus monstruos son también los nuestros. Parecen emanar de nuestro tiempo. Denuncia el oscurantismo de su tiempo, inmortalizado por el famoso dibujo “El sueño de la razón produce monstruos”.
Sus Álbumes G y H, realizados en Burdeos, nos muestran a un Goya interesado en la vertiente popular de la ciudad. Está atento a lo invisible, a los olvidados. Goya, después de haber estado al servicio de los que hacen la historia como pintor de la corte y de los poderosos, acaba defendiendo la causa de “los que sufren la Historia”, como afirmó Albert Camus en referencia a la misión del arte y al papel del escritor en su famoso discurso al recibir el premio Nobel de Literatura.
Dibuja a los marginados, los locos, los pobres, las prostitutas, los precarios, los abandonados de la sociedad. Denuncia la pena de muerte, la desigualdad, los excesos de la religión, la ignorancia y la corrupción.
Más allá de su legado artístico, Goya es autor de una reflexión moral y filosófica sobre el comportamiento humano que sigue siendo muy actual. El pintor es un icono de la modernidad por su defensa de la libertad, la razón, la justicia social y la igualdad. Su personalidad cívica e intelectual merece ser explorada en mayor profundidad. El historiador de arte alemán Fred Licht, especialista en Goya, escribió con razón en 1979:
“Cualquiera que haya visto, aunque sea de forma superficial, los periódicos del último medio siglo ha comprobado que Goya ilustró hace más de 150 años las noticias más significativas”.
Si sus imágenes nos conmueven hoy, es porque encontramos en ellas el eco, e incluso la explicación, de acontecimientos recientes, muy posteriores a la muerte del pintor.
Intérprete de la angustia
Con toda su fuerza, Goya trató de comprender el comportamiento, las actitudes y los gestos humanos ante la historia y de representarlos de la manera más veraz y factual, como un verdadero reportero que se ocupa de los hechos. La verdad que busca es la de las pasiones, el amor, la violencia, la guerra, la locura y la injusticia. Uno tiene la impresión de que estos dibujos fueron concebidos para ilustrar los males de nuestro tiempo. André Malraux, en su libro Saturno, ensayo sobre Goya (1950), lo llamó “el mayor intérprete de la angustia que ha conocido Occidente; cuando un genio encuentra la canción profunda del mal”. Goya nos revela la parte invisible del mundo.
Como dice Susan Sontag: “Las imágenes de Goya acercan al espectador al horror”. A veces, el artista se inspira en los reportajes, otras veces en el testimonio directo, como un verdadero reportero. Pero es siempre la búsqueda de la verdad lo que determina sus fuentes de inspiración: se trata de dar testimonio, de alertar, de denunciar, de advertir.
La obra de Goya contiene las semillas del tormento revolucionario del arte moderno. En su concepción del arte, el pueblo desempeña un papel central: encarna al pueblo en la historia. Representa, como nadie lo ha hecho, la entrada en escena del fanatismo de las ideas, de la multitud, de la masa en acción, es decir, el advenimiento del populismo. Su sesgo es el de un editorialista que escribe con imágenes y señala las disfunciones de la sociedad con sus pies de foto. El cineasta Luis Buñuel dijo de Goya: “El pintor debe leer el mundo para los demás, para los que no pueden leer el mundo…”.
La estancia de Francisco de Goya en Burdeos le permitió recuperar la alegría de vivir. Su testamento, como símbolo de esperanza, se encuentra en su última obra, que muestra una escena de la vida cotidiana: “La lechera de Burdeos”, una joven trabajadora modesta, delicada y soñadora. Un cuadro con acentos impresionistas que prefigura una nueva era en el arte pictórico.
Publicado originalmente en The Conversation
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