“López”: la pasión fotográfica y la vida desmesurada de un artista de la cámara

El documental de Ulises Rosell registra la rutina y los cambios permanentes en la vida ciclotímica del fotógrafo argentino que cambió la manera de retratar en Latinoamérica

“López”: la pasión fotográfica y la vida desmesurada de un artista de la cámara

Cuando se presentó López en el BAFICI, el fotógrafo y protagonista del documental, Marcos López, dijo que era muy importante vivir y tener cerca de casa al psicólogo y al biógrafo, y luego miró al director de la película, Ulises Rosell. Rosell lo miró y se rió, por lo gracioso de que lo haya juntado con su terapeuta y porque -como sabemos- siempre el humor tiene sustrato verdadero y esta película lo confirmaba.

A medida que el documental avanza, vemos que la cámara de Rosell participa de situaciones muy personales de López con su hija Aliona y con su madre, lo vemos con un insólito dentista, descubriendo una “locación” para sus fotos, llevando al veterinario a su perra vieja y enferma. Toda esa sucesión de escenas revelan el tiempo de trabajo, esos quince meses siguiendo o acompañando a su personaje, estando siempre “ahí”, y hasta podemos intuir el llamado diario de Rosell a López: -¿Hoy qué hacés? ¿A dónde vas? En vez de preparar ceremoniosamente la situación, Rosell tiene la actitud de quien está a la espera y con los reflejos rápidos. Por eso López decía que el biógrafo tiene que vivir cerca.

Trailer de "López", de Ulises Rosell

Pero antes, en el comienzo de esos quince meses, de esos tiempos largos que se toman los documentales llamados a permanecer, está la intuición de que ahí hay un personaje, de que hay que filmarlo, de que hay algo único allí. ¿Y qué es “eso” que es único? En una descripción apurada, podríamos tropezar y centrarnos en que Marcos López es un celebrado fotógrafo cuyos trabajos -en gran medida, retratos, pero también fotos escenificadas- han ido definiendo un obra del pop latinoamericano de estos últimos casi treinta años, rasgada por la ironía en su modo de mirar los íconos y modos de la cultura popular y de ir posicionándose como “latinamerican artisssssst”, y así lo han canonizado la galerías, museos y espacios culturales de todo el mundo, y así acepta definirse el propio López en la película. Pero no siempre de artistas enormes o famosos, o filósofos, o políticos, pensamos que hay un documental en ellos esperando ser filmado.

Rosell tuvo el ojo del documentalista que ve el ojo del fotógrafo, esa intuición y ese deseo de filmarlo. Y un día, López se separa, cumple 60 años y algo parecido a un orden en el caos (el “mundo López”) se resquebraja. Rosell estaba antes y también está después, con la cámara delante de su personaje cuando cae la máscara del “yo puedo todo”. Y ahí aparece lo que no estaba al comienzo: la narrativa.

Marcos Lopez con las obras "Messi", "Gardel" y "Gauchito Gil" (Télam)

Si es cierta aquella “Ley Luis Ospina” que postula que filmar ficciones es como ir de caza y filmar documentales es como ir de pesca, podríamos decir que Rosell fue de pesca al río-López. Pero a esa “ley” le falta una clave de la materia documental: quien va de pesca sabe que en ese río o esa costa del mar hay, o suele haber peces. Quizás no logre pescarlos, porque se quedó sin carnada, porque llegó al lugar tarde, porque eran grandes y corcoveaban, quizás esa porfía le consuma años de ir tras ellos, porque el documentalista es siempre un Ahab introvertido yendo tras su Moby Dick. Pero Rosell sabía que ese torbellino, esa ansiedad de López para sacar fotos, para cocinar, para decorar su casa, para discutir, para elaborar miles de teorías muchas veces inverosímiles, eso era el personaje y que ahí estaba pescando, no en un río seco.

Pero en esa lucha entre el documentalista y su personaje, entre el pescador y su pez indómito, se juega la suerte de la película. Rosell filma a López (como antes lo hizo con Bonanza Muchinsci, ese oro de la chatarra, en su centelleante opera prima Bonanza, en 2001) porque sabe que quien gobierna ese caos creativo le impone un challenge. Es como si López, tácitamente, lo desafiara: ¿Vas a estar a la altura, Ulises? ¿O te voy a arrasar como una topadora? Rosell le sigue el tren: sus fotos armadas, su madre orgullosa y lapidaria, sus enfermedades, sus brebajes y licuados, sus elucubraciones depresivas, todo seguido, y que Rosell, si puede, asuma un paso, que marche como él, que marche a su paso, que la película López marche a su paso. Estamos ante el clásico problema del documental con personaje aluvional que parece querer devorarse la película. Pero la película López es de Ulises Rosell, no de Marcos López.

Escena de "López"

El arte de retratar y el arte del retratado

Están los fotógrafos que han hecho una obra de capturar el instante, esos sicarios del momento, que gatillan o momifican, congelan esa fugacidad que solo ellos parecen ver, como Henri Cartier-Bresson y su “instante decisivo”. O como Robert Capa, diciendo que no hacía falta apelar a trucos para hacer fotos: “No hay que hacer posar a nadie ante la cámara”. ¿Qué le respondería López? Le diría que siempre se pone en escena, porque siempre hay encuadre, luz, altura de la cámara. Toda la obra de Marcos López es una refutación de esa premisa, todo en él es pose, es un acto de poner en escena cada detalle -como se ve en sus famosísimos Asado en Mendiolaza o Autopsia- y convirtiendo el retrato en una puesta en escena.

López siempre asumió su lugar de personaje. No saca fotos sobre algo que preexiste, las arma para fotografiar eso que existe y que él ve como una base, una fuente de inspiración o un soporte con un potencial para reinventar, que va a convertirse en algo nuevo solo porque él lo crea. Construye una escena: lo vemos buscar una locación que lo seduce porque tiene algo desfasado o saturado (un objeto, un color, un tipo de construcción o personaje), de ese rasgo que lo empuja a reaccionar y accionar pasa a pedirle a la persona que se pare delante de un cartel con una fruta gigante y “mirar para allá”), que es lo que le dio siempre singularidad a su trabajo. El retrato no captura al otro sino que es una negociación entre los dos, entre quien retrata y el retratado. Como decía el célebre Richard Avedon, aquel de Nastassja Kinski y la serpiente: “Mis retratos son más acerca de mí que lo que son sobre la gente que fotografío”.

“Asado en Mendiolaza”, la versión de López sobre La Última Cena

Pero ahí Rosell vuelve a medirse con López, como en una puesta en abismo, que duplica la idea de que el retrato es siempre de dos, solo que aquí son tres planos, porque es Rosell filmando a un fotógrafo que a su vez pone en escena para fotografiar los elementos y las personas buscando un efecto, pensando en quien mira, y esas personas se ubican y son empujadas a hacer un papel (“usted pone cara de…”, “no, para ahí no, para el otro lado la cabeza, como si estuviera dormido”). Y esos planos sucesivos son también una forma de la ironía y la distancia, son también un modo pop, es decir irónico de ver el mundo. López es a la vez un retrato de Marcos López y de Ulises Rosell. Ya sabemos que el cineasta que hace documentales siempre se debate entre filmarse a sí mismo o filmar el mundo. Pero aún cuando filma al otro, en casos extraordinarios como el de la película López, quizás termina descubriendo -como en aquel cuento de Borges- que ese laberinto de líneas que es su otro no es sino el dibujo del propio rostro.

*López puede verse en CINE.AR

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