Josep Bartolí, el artista catalán que dibujó a sus verdugos y enamoró a Frida Kahlo

Fue uno de los más de 500 mil españoles que huyeron en el final de la Guerra Civil y consiguió plasmar para siempre en un cuaderno los días que pasó en los campos de internamiento de Francia. Una premiada película de animación reconstruye ese episodio. Además, se conservan 25 cartas de amor de la mexicana, que fueron subastadas en 2015. Historia de un combatiente que cambió el fusil por el lápiz

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Una mujer está internada en un sanatorio de Nueva York. Decir “una mujer” en este caso es un reduccionismo, no es cualquier mujer, es Frida Kahlo quien está internada en ese hospital de Manhattan, en junio de 1946. Van a someterla a una intervención delicadísima, una de las treinta y dos cirugías con las que los médicos buscaron incansablemente a lo largo de los años reparar su columna y su cadera, destrozadas en el accidente que sufrió a los 18 años. Frida está internada y triste. Su hermana Cristina, que quiere verla sonreír, hace pasar disimuladamente a su habitación a un hombre, un artista, como ella. Un hombre diferente, como Frida, alguien que también volvió de la muerte, es catalán y se llama Josep Bartolí.

“Mi Bartolí, no sé cómo escribir cartas de amor. Pero quería decirte que todo mi ser está abierto para ti. Desde que me enamoré de ti todo se transforma y está lleno de belleza, el amor es como un aroma. Como una corriente, como la lluvia”.

“Me acordé de tus últimas palabras y empecé a pintar. Trabajé toda la mañana y después de comer hasta que no hubo más luz. Pero luego me sentí extenuada y todo me dolía (...) Por ti he vuelto a pintar, a vivir, a ser feliz. Eres mi árbol de la esperanza”.

Josep Bartolí y Frida. No
Josep Bartolí y Frida. No se sabe con exactitud cuándo y dónde fue tomada esta foto. Tampoco quién es el autor de la fotografía.

Hubo un amor o algo que al menos uno de los dos protagonistas de esta historia -ella- llamó amor. El romance no ocupa mucho espacio en las biografías de Frida y Josep aunque el episodio se menciona y hay, también, pruebas: 25 cartas de la artista mexicana que se conservaron y se subastaron hace algunos años. Cien páginas que son puro fuego y están fechadas entre 1946 y 1949, es decir, a partir de los 39 años de Frida y cuando ya llevaba ya varios años en pareja con Diego Rivera, aquel a quien la unía un vínculo de amor, odio, infidelidades y admiración; un culebrón tormentoso que se sostuvo hasta la muerte de ella, en 1954. Rivera murió tres años después.

La relación de Frida y Bartolí era conocida por pocas personas: la hermana de Frida y dos amigas. Si bien es cierto que aún puede leerse la pasión desaforada de la letra de la mexicana, quien hasta delira con la posibilidad de tener un hijo de Bartolí, sin embargo no parece que haya quedado ninguna carta del catalán. ¿Frida se deshizo de ellas en un ataque de furia por una pasión no correspondida? ¿Las rompía luego de leerlas para que Diego no las encontrara?

“Anoche sentía como si muchas alas me acariciaran toda, como si en las yemas de tus dedos hubiera bocas que me besaran la piel. Los átomos de mi cuerpo son los tuyos y vibran juntos para querernos. Quiero vivir y ser fuerte, para amarte con toda la ternura que te mereces, para entregarte todo lo que de bueno haya en mí (...) Te escribiría horas y horas, aprenderé historias para contarte, inventaré nuevas palabras para decirte en todas que te quiero como a nadie”. La carta de la mexicana está datada en agosto de 1946.

Frida Kahlo y Diego Rivera
Frida Kahlo y Diego Rivera (Foto: Sitio Web Museo Frida Kahlo)

Josep, el combatiente y el cautivo

Mucho antes de vivir en Nueva York, antes todavía de vivir unos años en México, Josep Bartolí, quien había nacido en 1910, aprendió a dibujar en la casa familiar. Hijo de un profesor de música y de una madre ama de casa que murió temprano, se educó en la Barcelona anarquista, estudió arte y empezó a publicar sus dibujos en diferentes revistas y periódicos catalanes. Bartolí militó en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y creó el sindicato de dibujantes de España. Y fue, también, uno de los 500 mil españoles que sobre el final de la Guerra Civil escaparon a Francia y terminaron internados en campos de refugiados que eran, en definitiva, campos de concentración, aunque luego del nazismo las palabras lastimen con otras asociaciones.

Josep Bartolí en su taller.
Josep Bartolí en su taller. (Archivo Municipal del Ayuntamiento de Barcelona)

Mientras pasaba hambre y enfermedades en los siete campos franceses en los que estuvo prisionero durante dos años, Bartolí dibujaba en carbonilla escenas de la vida cotidiana de ese infierno en un cuaderno que escondía en la arena. Miraba, sufría y dibujaba. Y también buscaba a su amada, María Valdes, quien como él había huido de la guerra y la represión franquista en aquella estampida de cientos de miles, aunque no lograba localizarla. A diferencia de él, quien cruzó la frontera a pie, ella había partido en tren, estaba embarazada. Para su búsqueda, Bartolí usaba uno de sus dibujos a modo de referencia. Nunca la encontró; supo más tarde ese tren en el que María viajaba fue blanco de un bombardeo nazi.

Se habla poco de los campos de internamiento franceses, posiblemente porque la industria de la muerte del nazismo impregnó el concepto y la imagen de esta figura. Hacia el final de la Guerra Civil Española, a fin de contener las olas de refugiados, llamados “extranjeros indeseables” en documentos oficiales, las autoridades francesas mandaron a construir de apuro, en apenas un par de semanas, campos de internamiento para mantener encerrados a los cerca de 550.000 republicanos españoles que huían de la represión franquista.

La mayoría de esos campos se construyeron cerca de la frontera en forma de barracas o de zonas vigiladas a la intemperie. No había agua potable ni condiciones mínimas de higiene. Tampoco abrigo. A los prisioneros, que superaban y en mucho la capacidad del espacio, apenas si se les daba algo de comida. Para muchos la muerte no llegó por medio de las balas sino de la desnutrición, las enfermedades por el debilitamiento y también por torturas.

Uno de los dibujos de
Uno de los dibujos de Bartolí.

Josep Bartolí, el que vivió y sufrió la intemperie física y emocional de los campos, había estado en el frente durante la guerra civil, luego de alistarse en la columna organizada por Caridad Mercader, la madre de Ramón Mercader, quien terminaría siendo conocido como el asesino de León Trotsky, justamente en México. Sobre el final de la guerra, y como otros republicanos en el ojo de la venganza, eligió huir. Tras la caída de Barcelona a manos de las tropas de Franco, Bartolí se decidió a cruzar la frontera a pie el 14 de febrero de 1939. Desde su llegada a Francia, cambió el fusil por el lápiz.

Le gustaba decir que sus obras no buscaban ser un ensayo más de arte o literatura sino “un documento vivo, doloroso y brutal”. Comenzó a dibujar a sus compañeros de cautiverio y a sus verdugos en el campo de Le Barcarès, cerca de Perpignan, donde contrajo tifus, y luego siguió dibujando, siempre manteniendo oculto su cuaderno. Del último campo logró huir a París, donde trabajó un tiempo en diseño de escenarios en el Moulin Rouge y el Folies Bergère, antes de ser detenido por la Gestapo. La suya fue una vida de película: Bartolí volvió a huir esta vez, mientras lo trasladaban a Dachau.

Campo de prisioneros, por Josep
Campo de prisioneros, por Josep Bartolí.

Gracias a una red de ayuda a refugiados judíos, el artista catalán logró embarcar en Marsella y luego de pasar por Casablanca llegó a México, donde se sumó a los cerca de 20.000 exiliados españoles que se habían instalado en ese país bajo la protección del presidente Lázaro Cárdenas. Allí conoció al grupo de artistas e intelectuales que comulgaban con el estalinismo y entonces pasó una temporada en la célebre Casa Azul de Frida y Diego Rivera. Fue por entonces que el artista creó junto con Enric Adroher Gironella y otros artistas, periodistas y escritores la revista Mundo en México (1943-45). También en México publicó su libro Campos de Concentración 1939-1943.

Más de uno señaló también que su reserva era tal que cuando le preguntaban si había conocido a Frida Kahlo, Bartolí decía que no.

En 1946 Bartolí emigró definitivamente a Nueva York, donde renació como un artista cotizado que pintaba decorados para películas históricas de Hollywood, hasta que se convirtió en uno de los damnificados por la persecución anticomunista del senador Joseph McCarthy durante la guerra fría. Bartolí fue dibujante principal de la revista de viajes Holiday y formó parte del círculo de exitosos artistas integrado entre otros por Jackson Pollock, Mark Rothko y Willem De Kooning, conocido como el grupo 10th Street, por la calle del Village en donde estaba ubicado el estudio de De Kooning. De esos tiempos son los trabajos de Bartolí como pintor.

De sus amigos, quedaron algunos testimonios sobre su personalidad: “utópico, iconoclasta y reivindicativo”; “gran conversador, con una gran modestia y secretismo respecto a su vida privada”, “discreto y todo un caballero”. Discreción, en eso coinciden todos. Más de uno señaló también que su reserva era tal que cuando le preguntaban si había conocido a Frida Kahlo, Bartolí decía que no.

Autorretrato mínimo de Frida que
Autorretrato mínimo de Frida que conservó Josep Bartolí hasta su muerte.

En la exhaustiva biografía de Frida escrita en los años 90 por la estadounidense Hayden Herrera -también autora de una biografía de Arshile Gorky- hay lugar para Bartolí aunque, respetando su discreción, no aparece su nombre: solo la inicial B. Escribe Hayden Herrera: “La relación más larga e importante para Frida fue con un pintor refugiado de España, quien desea permanecer en el anonimato y quien vivió en México. Afirma que se instaló en la casa de Coyoacán y que Rivera aceptaba el arreglo con ecuanimidad”. Luego la biógrafa añade que, pese a esta aclaración de Bartolí, a juzgar por algunas cartas queda claro que Frida buscaba mantener en secreto su relación amorosa. Y, de hecho, había diseñado una estrategia para mantener la correspondencia con su amante que involucraba a dos amigas que actuaban como intermediarias.

Herrera parece haber sido la única persona que obtuvo testimonio de Bartolí acerca de la relación entre los artistas: “El amante de Frida siempre fue ardientemente fiel a la memoria de ella. Valoraba mucho el autorretrato ovalado, de unos cinco centímetros de alto, que ella le regaló más o menos en 1946. En la fecha en que se escribió este libro, todavía lo guardaba en una caja con otros recuerdos: un listón de color rosa para el cabello, un arete, unos dibujos y la cabeza de Tlatilco montada en un broche de plata. La relación duró hasta 1952”, escribió.

Autorretrato de Bartolí. (EL MONO
Autorretrato de Bartolí. (EL MONO LIBRE EDITORIAL 2020 / ACTES SUD 2009)

En un artículo de Karina Avilés para el diario La Jornada de México, de 1998, aparece un testimonio importante. Se trata de Enriqueta, cuñada de Bartolí, quien asegura en una entrevista telefónica que los artistas “tuvieron una aventura de amor. Josep decía que, para él, Frida era como la madre. De hecho, la llamaba mare, en catalán. ‘Frida es el amor de mi vida’, así lo dijo una ocasión que vino a visitarnos a Francia’’, afirmaba Enriqueta, esposa de Salvador, uno de los hermanos del dibujante desde su departamento de Perpignan, al sur de Francia: “Hablaba de Frida como de una persona muy dulce, amorosa, sentimental. En repetidas ocasiones expresaba su admiración por ella: `es muy inteligente, una gran artista’, decía. Contaba que no andaba bien de salud y que estaba imposibilitada en una cama. Pero para Josep era un amor sincero, una aventura muy bonita en la que -según nos dijo- ella también lo quería.’'

A Wolfe, junto con su marido una de las fundadoras del Partido Comunista en Estados Unidos, la pintora mexicana le escribió una vez: “A ti sí puedo decirte que lo quiero de verdad y que es la única razón que me hace sentir de nuevo con ganas de vivir”.

Olga Campos y Ella Wolfe eran las intermediarias de la correspondencia entre Frida Kahlo y Bartolí. Campos contó alguna vez que que cuando le entregaba las cartas de su amante, Frida las leía y las besaba. A Wolfe, junto con su marido una de las fundadoras del Partido Comunista en Estados Unidos, la pintora mexicana le escribió una vez: “A ti sí puedo decirte que lo quiero de verdad y que es la única razón que me hace sentir de nuevo con ganas de vivir”.

Esa carta de Frida a Wolfe es citada por Herrera. Las 25 cartas de Frida al dibujante suman más de cien páginas y no son solo palabras: como señalaba la biógrafa de la mexicana, también hay dibujos, fotografías, flores prensadas y otros souvenirs que el artista catalán conservó hasta su muerte.

“Como no puedo ir a todos los lugares que tú vas, yo te espero a diario en el sillón o en la cama. Guárdame siempre en tu corazón, que yo no te olvido nunca”.

“Te amo, mi niño, mi bartolí, mi árbol de la esperanza, mi cielo de México, mi vida”.

La película

Trailer de "Josep"

Dijimos que la vida del catalán fue una vida de película y eso finalmente consiguió tomar forma en un film, una premiada película que fue dirigida por el dibujante francés Aurel, uno de los grandes nombres de la sátira política en su país, en publicaciones como Le Monde o Le Canard Enchaîné. Josep, que se presentó en Cannes en 2020 y recibió entre otros premios el Cesar de animación y el premio a la mejor película de animación europea, se centra únicamente en el primer tiempo del exilio de Bartolí en Francia, cuando era prisionero de los franceses en las barracas rodeadas de alambrados de púa.

Aurel descubrió los dibujos de Bartolí a partir de la publicación del libro La retirada (El mono libre Editorial 2020 / Actes Sud 2009), en el que el fotógrafo Georges Bartoli, sobrino de Josep, junto con la periodista Laurence Garcia, narran el exilio del dibujante pero a partir de su historia, también el de los españoles en general. “La retirada” es justamente el nombre con el que se conoce en España el episodio histórico de la salida de cientos de miles de republicanos hacia Francia, sobre el final de la guerra civil. El libro fue ilustrado con diversos materiales como fotos de Georges y dibujos de Josep de los campos de concentración.

En la película de Aurel, que cuenta con una musicalización hermosa y las voces de Sergui López y la gran Silvia Pérez Cruz, asistimos durante 74 minutos a lo que era la dramática condición de vida de los cautivos, el horror que Josep Bartolí consiguió plasmar en sus dibujos: niños muertos, enfermos, hambrientos, madres desesperadas, combatientes derrotados y sin ánimo de vida, la miseria y la ruindad de los soldados franceses y los tiradores senegaleses, encargados de vigilar las barracas. (En la película, en un recurso que recuerda al Maus de Art Spiegelman o las metamorfosis de Miyazaki, los gendarmes humanos se transforman en cerdos o en excitados perros de presa). Se advierte el peso de la humillación constante por parte de los franceses, que se burlan de los españoles vencidos de todas las maneras posibles. Hay una excepción, un vigilante -Serge- que no actúa como sus pares y que, en cambio, busca ayudar a Bartolí. Un detalle: esa solidaridad forma parte de la ficción.

Imagen de la película "Josep",
Imagen de la película "Josep", de Aurel.

El guión de la película es de Jean-Louis Milesi, quien eligió contar la historia a partir del relato de diferentes anécdotas protagonizadas por Bartolí que le hace desde la cama un anciano postrado a su nieto adolescente, quien lo está cuidando por pedido de su madre. ¿Quién es este anciano que lo vio todo?

La vida agonizante en los campos y el relato de un hombre que agoniza: se trata de dos tiempos históricos diferentes y el modo de narrarlos por medio del dibujo es también con diferentes técnicas. Se escucha hablar en tres lenguas: francés, catalán y español. Y se escucha la hermosa voz de Pérez Cruz, esa voz que es un desgarro, como la vida miserable que fueron obligados a llevar los cautivos en los campos.

Afiche de "Josep", la premiada
Afiche de "Josep", la premiada película que cuenta un episodio dramático de la vida de Bartolí.

Un secreto hasta la muerte

En su última carta, del 3 de noviembre de 1949, Frida -quien usaba el nombre de Mara en su correspondencia con Bartolí, mientras para referirse a él usaba el nombre de Sonja- le escribió: “Sé que me llevarás contigo algún día”. A su manera, Bartolí cumplió con ese deseo, ya que preservó las cartas de amor secretas.

Una de las cartas de
Una de las cartas de Frida Kahlo a Josep Bartolí, subastadas en 2015. Ella firmaba como Mara.

Ya era un hombre grande cuando el cáncer de cerebro comenzó a dejarlo ciego. Cuenta la restauradora de arte Joelle Lemmens en el artículo de Avilés de La Jornada, que había un ritual con los objetos que Bartolí guardaba en un baúl y que, ya anciano, había decidido resguardar en el estudio de un sobrino, en Barcelona. “Era como un encuentro sagrado. Un día estábamos varios y nos echó a todos, salvo a su sobrina Marga y a mí”, contó Lemmens, esposa del artista Floreal Radresa. “Lo que quería Bartolí eran nuestras manos de mujer para sacar unas cartas. Las de Frida. Al parecer, ella las firmaba con una clave que no recuerdo; `busquen con tal nombre’, nos dijo (N. de la R.: el nombre era Mara). Cuando las tuvo en sus manos se las llevó a la nariz. La imagen fue impresionante: un hombre de ochenta y tantos años, con los ojos cerrados, olfateando unas cartas que aún conservaban un aroma de flores. Después dijo: ‘miren, son de ella’’’.

Cuando las tuvo en sus manos se las llevó a la nariz. La imagen fue impresionante: un hombre de ochenta y tantos años, con los ojos cerrados, olfateando unas cartas que aún conservaban un aroma de flores.

Si se piensa en la intensidad de su vida y de su obra, parece poco conocida. La historia de Bartolí, el dibujante, el miliciano, el amante de Frida, el pintor amigo de los grandes artistas abstractos estadounidenses, comienza a salir a la luz. Desde 1989, 116 de sus dibujos originales están en el Archivo Histórico de Barcelona, luego de un acuerdo al que llegaron el artista y la ciudad, que le pagó por ello una pensión hasta su muerte. En 2020, 270 obras de Bartolí fueron donadas al Memorial de Rivesaltes, uno de los campos de concentración por los que pasó el artista. Josep, la película, es una hermosa forma de homenaje al combatiente que dibujó a sus verdugos.

Josep Bartolí trabajando en su
Josep Bartolí trabajando en su estudio. (Archivo Municipal del Ayuntamiento de Barcelona)

Josep Bartolí murió en Nueva York el 3 de diciembre de 1995. Sus cenizas fueron arrojadas al Mediterráneo tres meses más tarde por su esposa, la estadounidense Berenice Bromberg y unos sobrinos, quienes luego fueron todos juntos a buscar el famoso baúl de los recuerdos: la primavera se sentía en Barcelona cuando vieron cómo Berenice, quien fue la pareja de Bartolí desde 1958, diseccionaba cuidadosamente las cartas y los objetos de Frida.

Años después, la esposa de Bartolí vendió esos recuerdos y, más tarde aún, el nuevo propietario subastó las cartas y los objetos en 2015 y consiguió por ese amoroso tesoro la suma de 137 mil dólares.

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