El protagonista de la nouvelle Harvey, de la escritora joven estadounidense mejor paga del presente, Emma Cline, es el ex productor de cine Harvey Weinstein, y a la vez no lo es.
Es un hombre lo suficientemente rico como para quejarse de la cantidad de dinero que le cobran sus abogados por defenderlo de las acusaciones de violación y abuso sexual que procesa un tribunal de Nueva York, alojado en la mansión de un amigo en Connecticut, atendido por un valet que le renueva el café caliente antes de que llegue a gritar porque se ha enfriado, mimados sus pies en medias de fil d’Ecosse que debe pasar con cuidado por dentro del monitor electrónico ajustado al tobillo.
Es un hombre acostumbrado a las formas contemporáneas del poder y el estatus: “Entendía que Epstein se hubiese ahorcado en la celda, porque ¿qué pinta tendría la vida, después? Nada de cenas, nada de respeto, nada de ese amortiguador de miedo y admiración que te envolvía en una especie de agradable trance, con el mundo amoldándose a ti”.
Es un hombre que hace una tras otra llamadas telefónicas de tono imperativo e impaciente, para avanzar en el nuevo gran proyecto que se le acaba de ocurrir y para arreglar la gran entrevista que dará al día siguiente, cuando supone que el jurado lo declarará inocente: “Creía, con toda sinceridad, que lo absolverían. ¿Cómo no lo iban a absolver?”.
Que googlea su nombre obsesivamente, que revisa los comentarios a las noticias sobre su caso hasta que encuentra, aunque sea al final de un scrolling interminable, uno positivo —acaso tibio, pero no importa— como el de Maverick1973, quien consideró “muuuuuuuy CURIOSO que ahora de pronto todas esas chicas se pongan a llorar cuando en su día pedían trabajos y coches!”. Era un augurio, o al menos un alivio temporal.
Al mismo tiempo no es Weinstein, porque es ficción: en su nuevo libro en castellano —en inglés, Cline acaba de publicar Daddy, una colección de relatos—, la autora de Las chicas imaginó las 24 horas anteriores al veredicto de culpable que recibió el millonario de Hollywood, por el cual actualmente cumple 23 años de cárcel. Durante ese tiempo, la confianza de intocable se va extinguiendo como la luz del día, hasta que comienza a comprender que es apenas un delirio, un mecanismo mental con el cual protegerse del miedo a la realidad inminente.
En la mente del depredador
El punto de vista con el que Cline cuenta la historia, que es la perspectiva del propio Harvey, es tan transgresor como el que le permitió contar los crímenes de Charles Manson —en su primera novela, que Hulu convertirá en película— sin repetir datos archiconocidos: el de las adolescentes que vivían en el rancho, seducidas en el culto de los sesenta que fue la Familia Manson. La protagonista, Evie, muestra cómo —sin aburrir con explicaciones ni una vez, solamente por medio de sus actos— con demasiada asiduidad las mujeres jóvenes terminan sometidas, y hasta cómplices, de actos que no desean, pero vienen en el paquete de las historias rosas que les han enseñado a anhelar.
Pero en el caso Weinstein, que fue la chispa del movimiento #MeToo en el mundo entero, la transgresión ha tocado sensibilidades. Porque al contar el patetismo de un hombre al borde de un abismo, sin juzgar si él mismo se puso allí o no, ha recordado que el depredador sexual es humano.
“Entiendo la voluntad de describir a las personas como héroes o villanos”, dijo en una entrevista para El País, de España, por la salida de la traducción. “A todos nos gusta el binarismo, el blanco y el negro. Nuestros cerebros disfrutan con esas categorizaciones. Pero yo no soy legisladora, no estoy a cargo de crear una ley sobre acoso sexual en el trabajo. Lo que soy es novelista y, como tal, debo explorar todos los grises”.
El primero, el más elemental: nadie es bueno o malo las 24 horas del día.
“White Noise” —un homenaje a Don DeLillo, a quien Harvey cree ver en un vecino— se publicó originalmente en The New Yorker, y de inmediato Cline debió responder a preguntas sobre cómo se le ocurrió ese punto de vista.
Entre sus muchas elaboraciones, recordó En aquellas tinieblas, de Gitta Sereny, un libro basado en 70 horas de entrevistas con el comandante de Treblinka, Franz Stangl. “Es uno de los libros más dementes, intensos y humanos”, dijo a Los Angeles Times. “Y funciona, porque Sereny es... creo que la palabra podría ser ‘respetuosa’, por extraño que suene”.
No hace falta expresar que el jefe de un campo nazi de exterminio es alguien monstruoso. Pero hay algo que aprender sobre la condición humana al escuchar su voz, porque no es un marciano ni un villano de Marvel: es una persona.
—Creo que la ficción se beneficia de la ambigüedad —concluyó Cline— mientras que la vida, obviamente, no.
La literatura no es activismo
Ella ha manifestado su apoyo al movimiento #MeToo en varias ocasiones, recordó en distintas entrevistas, y cree que es importante que se obtenga justicia y la gente pague por el daño y el dolor que causa a otra gente. Pero no considera que el activismo se pueda entrelazar en la ficción. Más aún, agregó, casi alarmada, a The New Yorker:
—Y me parece estrafalario pedirle a la ficción que sólo dedique tiempo a los personajes que son ejemplos morales o son ordinarios o no son retorcidos.
Su Harvey confirma esa opinión. Cuando recuerda, por ejemplo, un episodio como aquellos por los que estaba siendo juzgado, se le nota:
Solo quedaba por saber cuánto tiempo llevaría, cómo serían los momentos entre la demanda de él y la capitulación de ella. Al final, para él, en último término, sería lo mismo, como cualquier otro triunfo. Solo el entretanto sería distinto, compuesto por una secuencia distinta de concesiones, las características peculiares de cada persona. Alguna gente se resistía, otra no. Alguna gente se quedaba parada, inmóvil; otra se echaba a reír, de incomodidad. Las disfrutaba todas, incluso las victorias más triviales: eran como los distintos sabores de helado.
Sentir curiosidad por lo que pasa en la cabeza de un hombre como Weinstein no se traduce en aprobación, agregó la autora que en 2014 recibió el Plimpton Prize, de The Paris Review: “No busco que la ficción refuerce las normas políticas o sociales, o que funcione como una especie de performance moral. Al menos desde el momento de la concepción y hasta que termino un proyecto no pienso demasiado en las implicancias de la historia”.
Así Harvey es un depredador sexual pero también es un hombre con miedo, que mira Netflix sin parar porque las horas del día previo a la decisión del jurado parecen estirarse, que tiene hambre y que se irrita, que siente pena de sí mismo porque tiene que explicarle a una nieta que el abuelito no va a ir preso y porque una de sus hijas sólo se dirige a él en largos correos electrónicos, todos con copia a su psiquiatra, con la palabra “violación”, en mayúscula, en el asunto.
“Me interesa explorar esos momentos de humanidad, la banalidad y el autoengaño, las debilidades reconocibles”, detalló al New Yorker. “El Harvey de la ficción es mezquino del mismo modo que lo somos todos; está solo y tiene miedo. Sí, acaso, esta humanidad hace que sus actos de depredación sean más ominosos, o subraya su desviación”. Es más que el cuco: más aterrador, más inquietante, describió, porque presenta un espejo.
Un encuentro previo con el abogado de Weinstein
Antes de escribir Harvey, Cline creyó que no tendría la fuerza de volver a emprender un proyecto literario.
Curioso, dado que a los 25 años y sin siquiera el original terminado, Random House compró los derechos de Las chicas, y los dos libros siguientes que quisiera, por USD 2 millones. Tras la publicación, el éxito que tuvo le consiguió traducciones —hoy la novela está en 40 países— y el productor Scott Rudin le pidió los derechos para convertirla en película.
Pero entonces David Boies, uno de los abogados que luego defendería a Weinstein, representó a la ex pareja de Cline, Chaz Reetz-Laiolo, en una denuncia por plagio contra ella.
Así como Boies contrató a investigadores privados para que encontraran información personal de las acusadoras de Weinstein que pudiera desacreditarlas, en su escrito de 110 páginas sobre presunto espionaje y robo de texto llenó 13 con conversaciones privadas de Cline y numerosas fotos íntimas. Para defenderse, Cline contrató a la especialista en pornografía de venganza Carrie Goldberg.
“Hay una ironía impresionante en el hecho de que una autora, cuya primera novela trata sobre cómo los hombres explotan a las mujeres, sea ella misma explotada de esta manera”, sopesó The Guardian en un análisis del caso. “Por fin los detalles sexuales privados se eliminaron de la denuncia, y en 2018 un juez desestimó las acusaciones de plagio”.
Como esto sucedió en pleno éxito de Las chicas, el caso tuvo mucha repercusión en los medios y las redes. “Hubo un momento en el que me sentí tan dolida y tan abatida que pensé que no volvería a trabajar, porque requiere mucha ternura y apertura”, dijo al diario de Los Angeles, donde ella vive. “Es como si uno no tuviera piel”.
No obstante lo hizo, y su nuevo libro, Daddy, reúne 10 cuentos centrados en la circulación del poder en las relaciones. Si bien “White Noise” no es parte de la colección, Harvey no desentonaría entre sus personajes oscuros y complejos.
SEGUIR LEYENDO: