Cancelaciones. Las redes sociales parecen habilitar una posibilidad inédita: una multitud de usuarios inclinan la balanza hacia mirar con ojos del presente los productos artísticos que se realizaron en el pasado o productos presentes que se cancelan por conductas de sus creadores en el pasado o en el presente. Hace apenas unos días, Michel Foucault estuvo en boca de todos. Es extraño que el apellido de un filósofo figure como trending topic en Twitter. El motivo es lamentable: Guy Sorman, en su nuevo libro, Mi diccionario de mierda, afirmó que en la década del sesenta, el filósofo mantuvo relaciones sexuales con niños árabes mientras vivía en Túnez. “Hubo muchos testigos, pero nadie hizo historias así en ese momento. Foucault es como un dios en Francia”, dijo. Esto abre puertas, y una de ellas da a 1977, casi diez años después del Mayo francés.
Durante la segunda mitad del siglo XX, Francia fue un lugar de convulsión de ideas y debates. En 1977, mientras se discutía en el Parlamento una reforma del Código Penal, un tema clave era la edad del consentimiento, es decir, a partir de qué edad una persona puede decidir tener sexo o no.
Hay que ubicar este debate en un contexto: por un lado, la liberación sexual de una sociedad en la que empezaba a pisar fuerte el feminismo y se establecían métodos anticonceptivos, pero, por otro, una fuerte reacción de los sectores más conservadores y homofóbicos que buscaban imponer su moral. Y también, el contexto legal: hasta 1945, la edad fijada por ley para el consentimiento era 21 años. En el caso de las relaciones homosexuales, en 1974 se redujo a 18 años.
En 1977, un grupo de intelectuales dirigió una petición —desde la Revolución Francesa que se reconoce el derecho a la petición de cualquier individuo— exigiendo la derogación de varios artículos de la ley sobre la edad de consentimiento, que el nuevo Código establecía en 15 años. El texto lleva la firma de Michel Foucault, Louis Aragon, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Louis Althusser, Roland Barthes, Simone de Beauvoir, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Michel Leiris, Alain Robbe-Grillet, Philippe Sollers, Jacques Rancière, Jean-François Lyotard, Francis Ponge y Bernard Besret, entre otros.
Dos casos como antecedentes
Hay dos casos que hacen de este tema una discusión mayor.
El primero es el suicidio, en 1969, de Gabrielle Russier, una profesora que tenía una relación con Christian Rossi, un alumno del secundario que entonces tenía 16 años, casi la mitad de la edad de ella. Los padres de la escuela comienzan a hostigarla y la Justicia la sentencia a un año de prisión por “secuestro y malversación de un menor”. El músico Charles Aznavour compone en 1971 una canción titulada “Morir para amar”, que se vuelve muy popular en Francia, y André Cayatte filma una película ese mismo año que ven en el cine más de 6 millones de personas.
El segundo, que funciona como detonante, es conocido como el caso Versalles. Tres hombres estuvieron en prisión preventiva durante tres años por haber mantenido relaciones sexuales con chicos y chicas menores de 15 años “sin violencia” en el Camping Club de Meudon.
Se trata de Bernard Dejager, Jean-Claude Gallien y Jean Burckhardt, que fueron detenidos en octubre de 1973, y se enfrentaban a cargos de diez años por “atentado al pudor sin violencia contra menores de 15 años. En noviembre de 1976, el escritor Gabriel Matzneff —en 2019, Vanessa Sprigora denunció en su libro El consentimiento (publicado por Lumen y que ahora se consigue en América Latina) que mantuvo relaciones con él cuando ella tenía 14 y él 50— publicó en el diario Le Monde su apoyo a los acusados bajo el título ¿Es el amor un crimen? y repudió a los “intelectuales que están guardando silencio”.
La petición
En 1977, es también Le Monde el medio que publica, en la edición del 26 de enero, el día antes del juicio por el caso Versalles, una petición de un nutrido grupo de intelectuales. Entre los firmantes estaban Michel Foucault, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Louis Aragon, André Glucksmann, Gilles Deleuze, Roland Barthes, Francis Ponge, Guy Hocquenghem, los futuros ministros Jack Lang y Bernard Kouchner y unos 22 médicos de renombre.
Sostenían que “tres años son suficientes” para un episodio que definieron como un “simple asunto de moral” en el cual “los niños no fueron víctimas de la más mínima violencia”. “Consideramos que existe una manifiesta desproporción entre la calificación de ‘delito’ que justifica tal gravedad, y la naturaleza de los hechos alegados; por otro lado, entre el carácter obsoleto de la ley y la cotidiana realidad de una sociedad que tiende a reconocer en los niños y adolescentes la existencia de una vida sexual (¿para qué sirve, entonces, que una niña de trece años tenga derecho a la píldora anticonceptiva?)”, agregan.
“La ley francesa se contradice cuando reconoce una capacidad de discernimiento en un menor de trece o catorce años al que puede juzgar y condenar, mientras que le niega esta capacidad en lo que respecta a su vida afectiva y sexual. Tres años de prisión por abrazos y besos son suficientes. No entenderíamos que el 29 de enero Dejager, Gallien y Burckhardt no encuentran su libertad”, concluye el comunicado.
Al día siguiente ocurre el juicio y, si bien las víctimas sostienen que dieron su consentimiento, la Justicia establece que son demasiado jóvenes como para comprender la manipulación de los adultos. Y tres días después, Le Monde se distancia de la petición y denuncia la gravedad de los hechos.
La ley de pudor
En abril de 1978 la petición y la sentencia fueron discutidas en una transmisión de la radio France Culture en el programa Diálogos, de la que participaron Michel Foucault, que era uno de los grandes teóricos de los cruces entre sexualidad y moral, junto con el dramaturgo y actor Jean Danet y el novelista y activista gay Guy Hocquenghem. La transcripción publicada posteriormente bajo el título La Loi de la pudeur, que en inglés se tradujo como Sexual Morality and the Law, luego reeditado como The Danger of Child Sexuality, puede leerse en español como La ley del pudor.
“En cualquier caso, una barrera de edad establecida por ley no tiene mucho sentido. Una vez más, se puede confiar en que el niño dirá si fue o no sometido a violencia. Un juez de instrucción, un liberal, me dijo una vez cuando discutíamos esta cuestión: después de todo, hay muchachas de dieciocho años que se ven prácticamente obligadas a hacer el amor con sus padres o padrastros; pueden tener dieciocho años, pero es un intolerable sistema de coacción. Y uno, además, que siente que es intolerable, si tan solo la gente está dispuesta a escucharlos y ponerlos en condiciones para que puedan decir lo que sienten”, dice Foucault entonces.
“Por un lado —agrega Hocquenghem—, no pusimos ningún límite de edad en nuestro texto. En cualquier caso, no nos consideramos legisladores, sino simplemente un movimiento de opinión que exige la abolición de determinadas leyes. En lo que respecta a esta cuestión del consentimiento, prefiero los términos utilizados por Michel Foucault: escuchar lo que dice el niño y darle cierta credibilidad. Esta noción de consentimiento es una trampa, en cualquier caso. Lo que sí es seguro es que la forma legal de un consentimiento intersexual es una tontería. Nadie firma un contrato antes de hacer el amor“.
Es entonces donde se produce un contrapunto: si bien Hocquenghem es el único de los tres que aboga por la despenalización de las relaciones sexuales siempre que no haya violencia ni coacción, los tres se están de acuerdo en que el objeto de la discusión es esencialmente cuestionar las categorías de poder y represión, y no producir nuevos estándares o defender la pedofilia como tal. “Hemos tenido mucho cuidado de no abordar de ninguna manera el tema de la violación, que es totalmente diferente”, dice Hocquenghem.
Foucault acá se sostiene que “lo que está surgiendo es un nuevo sistema penal, un nuevo sistema legislativo, cuya función no es tanto sancionar las infracciones contra estas leyes generales de decencia (...) Por supuesto, están los niños, pueden encontrarse a merced de una sexualidad adulta que les es ajena y que bien puede resultarles dañina”; sin embargo, aclara, “los niños sí tienen una sexualidad, no podemos volver a esas viejas nociones de que los niños son puros”.
En estas legislaciones, Foucault miraba hacia el futuro: “Vamos a tener una sociedad de peligros, con, por un lado, los que están en peligro y, por el otro, los que son peligrosos. Y la sexualidad ya no será una especie de comportamiento delimitado por prohibiciones precisas, sino una especie de peligro errante, una especie de fantasma omnipresente, un fantasma que se jugará entre hombres y mujeres, niños y adultos, y posiblemente entre los mismos adultos, etc. La sexualidad se convertirá en una amenaza en todas las relaciones sociales, en todas las relaciones entre miembros de diferentes grupos de edad, en todas las relaciones entre individuos”.
Acusaciones a Foucault
Todo este gran episodio parece volver al presente y resignificarse ante las nuevas acusaciones a Michel Foucault. Según Guy Sorman describió en su nuevo libro, Mi diccionario de mierda, el filósofo habría tenido relaciones sexuales con niños árabes mientras vivía en Túnez a fines de la década del sesenta. “Hubo muchos testigos, pero nadie hizo historias así en ese momento. Foucault es como un dios en Francia”, dijo en una entrevista con el diario británico The Sunday Times.
Sorman escribió en un pasaje de su libro que había visitado a Foucault con un grupo de amigos en un viaje de vacaciones de Semana Santa al pueblo de Sidi Bou Said, cerca de Túnez, donde vivía el filósofo en 1969. Y allí “los niños pequeños corrían detrás de Foucault diciendo ‘¿y yo? Llévame, llévame’ Tenían ocho, nueve, diez años, les tiraba dinero y les decía: ‘Nos vemos a las 10 de la noche en el lugar habitual’”.
De acuerdo con su versión, el lugar era el cementerio local: “Allí hacía el amor en las lápidas con los muchachos. Ni siquiera se ha planteado la cuestión del consentimiento”. El autor, además, lamentó no haber realizado la denuncia en aquella época, en la policía o la prensa, aunque aseguró que no era el único en estar al tanto de este comportamiento y que al filósofo se lo protegía por su estatus bajo una mirada colonialista.
Esto se suma a una serie importante de acusaciones que vienen teniendo lugar en Francia, como el caso del politólogo Olivier Duhamel. En el libro La familia grande, Camille Kouchner lo denuncia de haber agredido sexualmente a su hermano mellizo cuando era adolescente y también acusa a su círculo (escritores y artistas de izquierda) de encubrirlo. Poco a poco, los oscuros episodios de la élite intelectual salen a la luz.
Como suele ocurrir, desde que Sorman habló, Michel Foucault comenzó a ser “cancelado” en las redes sociales. No solo repudiaron estos posibles actos miles de lectores, también muchos aseguraron que jamás volverían a comprar sus libros.
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