Es hija de desaparecidos y escribió un diario “sin lágrimas ni golpes bajos”: la “princesa montonera” que se atreve a la irreverencia

Planeta acaba de reeditar el libro de Mariana Eva Perez, “Diario de una princesa montonera”, donde amplía el relato lleno de ironías y tensiones que en 2012 nació como blog. “La figura de la ‘luchadora incansable’ es un mandato terrible. Yo no quiero vivir el dolor con heroísmo”, sostiene

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Mariana Eva Perez (Foto: Alejandra
Mariana Eva Perez (Foto: Alejandra López / Editorial Planeta)

Con un lenguaje impertinente y fresco que explora otras vías de diálogos frente a los discursos concluyentes y sacralizados en torno al dolor y la memoria, Mariana Eva Perez triplica la primera edición de su libro Diario de una princesa montonera —el texto autobiográfico en el que desgrana su generación como hija de desaparecidos durante la dictadura cívico militar— y agrega dos nuevas partes, la primera sobre su viaje-exilio en Berlín y la última concentrada en el regreso a Buenos Aires para ser parte de la querella en el juicio por el secuestro y desaparición de sus padres.

La princesa montonera está de nuevo. Pasaron varios años de la publicación de la primera edición en el 2012, cuando esa escritura que surgió de un blog con espontaneidad tendió una conversación singular con la memoria y la identidad más cerca de las contradicciones, la ironía y las tensiones, que de los esfuerzos por sostenerlas en cajitas de cristal. “Así somos los hijis, fans del pasado. Nos gustan los mercados de pulgas y venimos sosteniendo la industria del mosaico calcáreo desde fines de los noventa”. Como ese cruce que roza el humor con una experiencia significativa, las páginas de este libro transitan vertiginosas al ritmo de una lengua ácida, tanto que la misma autora les advierte a sus lectores que no encontrarán “lágrimas o golpes bajos”.

Pero también hay tristeza porque el dolor como una daga está siempre allí, a veces inmovilizando, otras cuestionando, activando, transformando. Es que si la autora puede sonar burlona, disonar, explorar instancias que se prefieren ocultas —como las reparaciones económicas o la conflictiva relación con su hermano recuperado— es porque ella misma ha vivido y trabajado toda su vida en este campo: sus rupturas son caminos para entender mejor. Y su relato es conmovedor.

Las víctimas también pueden ser incómodas y Mariana Eva Perez revisa esa categoría hasta hacer del concepto un montón de pedacitos y volver a armarlo. “No es que quiera ser víctima de cualquier cosa a cualquier costo, pero son aspectos del plan, práctica o coso sistemático que no suelen pensarse, su impacto en las familias, en las distintas generaciones”, escribe la autora, o su alter ego la princesa montonera, en este libro reeditado por la editorial Planeta que plantea nuevas interpelaciones en el escenario del presente.

Diario de una princesa montonera,
Diario de una princesa montonera, de Mariana Eva Pérez

“Hay muchas lagunas, pero me parece que lo más grave que se atraviesa es la situación de los juicios de Lesa Humanidad que fueron bandera reclamo y durante tantos años y lo sostuvimos y no funcionan como deberían, no van lo rápido que debieran, las causas no se unifican, los perpetradores ya son todos grandes y les dan domiciliaria entonces hay como una suerte de amnistía biológica. Entonces sí, cambió y no cambió —caracteriza la autora—. Por un lado, tenemos de vuelta un gobierno de signo kirchnerista con el cual este libro entabla un diálogo crítico paródico interesante, mucho más interesante que si este libro se hubiera publicado en el macrismo donde yo hubiese tenido que estar enunciando cosas literariamente menos interesantes”.

Mariana nació en 1977 y a los quince meses fue secuestrada junto a su mamá, Patricia Roisinblit, que estaba embarazada. Unas horas más tarde la llevaron con su familia paterna. Ese mismo día también secuestraron a su papá, José Manuel Perez Rojo. Los dos militantes montoneros están desaparecidos. Hace casi dos décadas, Mariana pudo encontrar a su hermano que nació en la Esma. Se crió con abuelas que levantaron banderas, impulsaron búsquedas y reclamos, Mariana toda su vida estuvo atravesada por el “temita”, como le dice. Su vocabulario incluye definirse como la “esmóloga” más joven, reconocerse a veces como una militonta y referirse a su generación de padres desaparecidos como hijis.

En la segunda parte que amplía este volumen inicial, la princesa montonera se exilia a Berlín, “territorio liberado” donde su origen judío no es una amenaza. Allí la princesa montonera se calza el traje de la “chica científica”: licenciada en ciencia política realiza su doctorado en Literatura Romántica en la Universidad de Konstanz y decide tener “un chiquito berlinés”. La relación con la maternidad abre otras perspectivas para pensar el trauma, el dolor, la filiación. Mientras que en la tercera parte, “Mi pequeño Nürenberg”, vuelve a Buenos Aires y con una escritura lúcida distanciada del plano emotivo narra el juicio por el secuestro y desaparición de sus padres, donde se presenta como querellante en un proceso que había iniciado a la distancia.

La Abuela de Plaza de
La Abuela de Plaza de Mayo Rosa Roisinblit junto a sus nietos Guillermo Perez Roisinblit y Mariana Eva Perez, en 2016 (Foto: AFP)

—Si bien la memoria reciente presenta un conjunto de principios irreductibles no se puede entender como categoría cerrada, siempre está sometida a su revisión y este libro con su humor, su impertinencia expone eso. ¿Cómo creés que dialogaba este texto en 2012 y cómo lo hace ahora con el signo de época actual?

—No es casual que no haya podido terminar este libro durante el macrismo, durante esos años no había nada de lo cual reírse en este paisaje de la desaparición forzada que habitamos de modo más palpable algunos que activamos o trabajamos en este campo. Que este texto vuelva a salir bajo el signo de un gobierno kirchnerista me parece que es un producto kirchnerista aunque yo no lo sea. La princesa se define montonera, kirchnerista conflictuada... puede que esa sea mi identidad política, ni siquiera estoy segura. En algún sentido hay un gesto, risueño si se quiere, una risa grotesca, un chiste no logrado, un intento de reírse y algo que no funciona y termina en llanto, pero ni siquiera ese mínimo hecho de querer reírse estaba en el macrismo. En esos años estaba en el proyecto de escribir la segunda y tercera parte y me acuerdo de haberme quedado en blanco con la desaparición de Santiago Maldonado, ¿qué chistes con desaparecidos podía contar? Cambiaron las circunstancias de publicación porque pasó esto en el medio, porque los juicios tan prometidos siguieron llevándose a cabo a cuentagotas, porque tampoco, veo yo, que hubiera una auténtica iniciativa para resolver problemas tales como la situación de los niños que siguen desaparecidos. O temas tabú de los que nadie quiere hablar porque son horribles, como las reparaciones económicas que han sido fuentes de un montón de injusticias, no solamente de nosotros, los parcialmente reconocidos como hijos, sino también entre los exiliados.

—En este país donde los derechos humanos consolidaron un piso de entendimiento, quienes padecieron experiencias traumáticas parecieran estar obligadas a una coherencia, una forma de vivir el dolor. Este libro expone y desacraliza esa idea. ¿Cómo entender estos mantos de pureza que imponen los dramas históricos, el trauma?

La figura de la “luchadora incansable” o “luchadora inclaudicable” son mandatos terribles. Primero, no es verdad, yo vivo muy cansada. Si algo me pasó con la escritura de este libro, con el juicio, con la maternidad, es que vivo cansada. De incansable no tengo nada. Y lo de inclaudicable ¡qué mandato! Pobres mujeres cuándo van a poder claudicar un poco, bueno no sé si claudicar pero me parece que ahí hay algo para el resto de la sociedad que es hacerse cargo de la parte que le toca. Al estar estas figuras inclaudicables, el resto lo que tiene que hacer es aplaudirlas. Me parece que es una forma de sacarse de encima la responsabilidad que le corresponde a toda la sociedad civil en lo que pasó. Pareciera que no se pueden revisar esas cosas: condenamos el macrismo, condenamos los 90, pero no se puede decir que hay cosas que se podrían haber hecho mejor durante los años del kirchnerismo. Y por otro lado, no estoy segura del piso de entendimiento. Con Maldonado fue un cachetazo darme cuenta que quizá ese piso era más frágil de lo que pensábamos o quizá nada de lo conseguido era fijo y estable, este Nunca Más que nos gusta decirnos a nosotros mismos es un compromiso que tiene que ser cotidiano, constante. No es que un día llegaste, lo alcanzaste, lo dijiste y se terminó.

Mariana Eva Perez (Foto: Alejandra
Mariana Eva Perez (Foto: Alejandra López / Editorial Planeta)

—¿Y con el dolor cómo se hace?

—Yo no quiero vivirlo con heroísmo, no quiero ser coherente, no quiero comprometerme a la entrega, no quiero nada de todo eso. No obstante, trabajo en estos temas hace muchos años. Con excepciones de pocos años ha sido el trabajo de toda mi vida. Reivindico para mí una forma de lidiar con esto que sea propia, particular, que no esté tan marcada por mandatos que vienen de afuera.

—El libro está poblado de sueños, constituyen un género en sí mismo en donde la ficción parece disputarle a la memoria su condición de verdad, ¿cómo los trabajaste?

—Traté de contarlos de la manera más literal posible, sin añadir ni sacar nada. Son sueños reales, eso sí son 100 por ciento real, y los dejé porque me parecen que son el reverso de elaboraciones que la princesa montonera hace en la vigilia, elaboraciones intelectuales, poéticas, lúdicas. De pronto en los sueños aparece el miedo, el horror, las obsesiones. Soñar de esa manera y la escritura son procesos que se dieron juntos. Yo no sigo soñando así, acepté que era un proceso onírico de cómo trabaja este libro y siento que hay algo como enigmático, secreto que no entiendo ni quiero entender.

—¿Logró la escritura funcionar para liberar, dejarte “limpia” y “pura”, como decís en la primera parte del libro?

—No sé si me dejó limpia y pura, al revés: me dejó muchas cosas que no iban en este libro pero tengo ganas de contarlas, como escenas y personajes. De pronto pienso que quizá tengo un libro de cuentos por delante pero lo pienso con alegría, que esto va a decantar para algún lado con la certeza de que voy a seguir escribiendo. Si en la primera parte podría devenir escritora ya no me lo pregunto más, ahora estoy más afianzada.

Fuente: Télam

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