En los tiempos de intromisión reflexiva, extrañamiento y de incertidumbre creciente que instaló el coronavirus, la mirada poética permite anclar en sus versos algunos sentimientos que en la vigilia y lo cotidiano se hacen escurridizos, como lo muestran la reciente aparición de Un tiempo sin destino (fragmentos de un discurso en pandemia) de Sara Cohen y Osvaldo Picardo y Decálogo para un casamiento, de María Paula Zacharías, “también una obra de cuarentena”, según dice su autora, quien ordenando cajones y antigua libretas pulió viejos versos que nunca habían salido al mundo exterior.
Ambos libros reflejan desde distintos ángulos y vivencias un momento en el que la pandemia, el confinamiento y la muerte ocupan un espacio central en el mundo. “En el primer canto de La Ilíada, Homero ya habla de una terrible epidemia”, dice Picardo. Y agrega: “Y para no ir tan lejos el peruano Watanabe tiene un hermoso poema dedicado a su hermano muerto, donde dice ‘la peste tenía su oficio’”. Para el poeta marplatense la relación que puede existir entre pandemia y poesía sólo podría ser temática, pero no cree que tuviera otra vinculación más sustancial.
En la misma dirección piensa Cohen, la coautora de Un tiempo sin destino. La poeta afirma: “Creo que quienes leemos y escribimos poesía no lo hemos dejado de hacer, ni por disponer de otros tiempos lo hemos hecho más”. En el caso de Cohen, se ha visto alterada, en un primer momento, la relación entre el carácter introspectivo de la escritura y su vínculo con la experiencia y el afuera: “El primer confinamiento, que fue extremo, alteró esa retroalimentación que genera una vida con otros, las percepciones y la riqueza de la sorpresa de cada día”, relata.
Zacharías cree que la cuarentena sumergió a las personas en otro tipo de tiempo, sin límites, sin coordenadas: “Un tiempo acuático, que transitamos metidos en la pecera que fueron nuestras casas, donde nos topamos de frente con cosas olvidadas, papeles viejos, recuerdos”. Para la periodista que se especializa en arte, el encierro obligó al encuentro con el otro más próximo: “nuestros co-habitantes. Y entonces, al menos para mí, fue un disparador para poner en valor mis viejos escritos privados, mis poemas de amor y los que escribo a diario sobre los milagros que ocurren adentro de mi casa. Una celebración de eso que redescubrimos”, aclara.
Ante quienes creen que el confinamiento y el miedo han favorecido la escritura, Picardo asegura que la poesía exige otra cosa: “Puede que sea una rara enfermedad escribir versos y hasta te admito que haya ‘versos pandémicos’ y viralizados por las redes, pero creo que la poesía no es terapéutica ni cosa de epidemiólogos” asegura el director de la revista La Pecera.
Un tiempo sin destino -con el subtítulo bartheano “fragmentos de un discurso en pandemia” publicado por Paradiso- es un contrapunto poético dividido en tres diarios donde, por momentos, se distinguen las dos voces de los autores y en otros se funden en una sola. Picardo desde el patio de su casa en Mar del Plata, y la poeta y psicoanalista Cohen, desde el balcón de su departamento en Buenos Aires, dialogaron durante los ocho meses de confinamiento con un intercambio de prosa poética.
En Los primeros días que conforman el Diario I del libro, el tema central es la pandemia, pero además del encierro y el alcohol en gel está presente el mar, los balcones y el otoño. Ya En el corazón del invierno (Diario II) además del encierro aparecen el insomnio, el mundo onírico, las lecturas: esta parte del libro es un espacio en el cual los árboles ocupan un lugar central, casi tan importante como la poesía, la cuarentena, la muerte y los recuerdos paternos. En el Diario III, Dejando atrás el frío , ya es la tos y la fiebre, la pérdida del olfato y el silencio entre lecturas los que ocupan todos los rincones del texto.
Para Cohen, con la escritura de este nuevo libro ambos poetas instalaron “un afuera, otro, en otra ciudad, en un momento en el que el escribir podía devenir un acto que acentuaba lo solitario” asegura y aporta: “lo importante de haber llevado a cabo este diálogo ha sido el intentar romper el aislamiento al buscar un interlocutor para la escritura”.
Por su lado, Picardo explica cómo a partir del 20 de marzo se fue formando una especie de diario con dos voces, en el que volcaron “los pequeños y breves acontecimientos de nuestras vidas confinadas. Ambos empezamos a ver cómo se construía un puente entre un balcón de Buenos Aires y el patio de Mar del Plata”, dice. En noviembre del año pasado empezaron a corregir y seleccionaron los fragmentos de ambas voces que representaran lo mejor de la experiencia: “realmente, fue muy reconfortante, a pesar de la pandemia y sus negras sombras. Y creo que eso mismo se siente al volver a leerlo”, añade.
En Decálogo de un casamiento (Mansalva), Zacharías, quien nació en Buenos Aires en 1978 y es periodista especializada en artes visuales, el sujeto poético se refugia en la poesía de un matrimonio dichoso y en la felicidad de la familia. Un libro con un clima que a la escritora Cecilia Pavón la lleva a preguntarse en la contratapa: “¿Qué dulce ensueño se despliega en ese rito ancestral y siempre nuevo de la alianza amorosa? ¿Y cómo son las palabras y los tonos que pronuncian las poetas enamoradas cuando tienen la suerte de caer en un matrimonio feliz? ¿O será al revés, será que todo poema es un conjuro y un rezo para nunca salir del espacio hechizado y transfigurado de la familia y el amor?”.
Decálogo de un casamiento comenzó a tomar forma cuando Zacharias era una niña y todavía no sabía escribir y le dictaba sus diarios a su mamá. Durante la pandemia se propuso darles un orden a veinte años de versos, pulir, seleccionar, descartar, y así llegó a un manuscrito con la ayuda de su “gran maestra, Cecilia Pavón”, en encuentros por zoom. El manuscrito fue por mail a la editorial y ahí comenzó una larga cadena de correos en la que fue tomando forma el libro, cada uno en su aislamiento. “Tapa, correcciones, título, paratexto, todo fue un ida y vuelta digital, pandemia mediante”, cuenta la autora.
A los veintipico, la periodista escribía prosa poética y humorística sobre sus conquistas y aventuras amorosas según detalla: “Después fui afilando el lápiz y con la ayuda de mi maestro Arturo Carrera me puse más elegante, con versos más livianos. Seguí escribiendo siempre, en secreto, sobre el amor a la distancia, sobre los ritos, los nacimientos, los fenómenos felices de lo cotidiano”.
Picardo, traductor y autor de Una complicidad que sobrevive (2001) y 21 gramos (2014), asegura que lo cotidiano y lo extraordinario tienen fronteras débiles cuando la palabra poética interviene e indaga en las formas de la existencia, por eso afirma que “la pandemia y el confinamiento pusieron de relieve esas fronteras”. “Así el tiempo dejó de ser el de los horarios habituales, así el espacio descubrió sus extrañamientos. Lo mismo con los sueños y sus vigilias. La realidad se intensifica cuando le sumamos el sueño, los deseos, las nostalgias. La vida consiste entonces, en algo más que el trabajo y el éxito”, describe.
Cohen es autora de El poema que insiste (1992), Escena con cartas (2003), El murmullo y la incertidumbre (2009), y Detrás de la cabeza (2018); también es ensayista y traductora del francés: entre otros ha traducido a Henri Michaux, Bernard Noël, Claude Esteban, Nicole Brossard y Gaston Miron. Para ella la poesía es una vía paralela presente en la vida cotidiana, “por momentos emerge y se impone. Entremezcla sueños, vigilia, recuerdos y por sobre todo nos permite jugar con las palabras”, sostiene.
Para Zacharías la poesía también emerge todo el tiempo, en cualquier lugar, “donde algo me deja pasmada de amor, alegría o felicidad” y supone que es una capacidad de ver, más que de escribir: “Cuando escribo es porque quiero guardar algo hermoso para no olvidarlo. Mis poemas son pequeñas felicidades de lo más comunes que ocurren al pasear al perro, cerrar ventanas, mirar a un pájaro, dormir a un bebé o lavar platos... y también en ese espacio infinito que es la pareja. Maravillas cotidianas” asegura.
La autora del libro Maestro Cafiso explica: “Hay versos que empiezo a escribir cuando me desvelo, ni despierta ni dormida. Y para no olvidarlos, cuando entro en razones, corro escribir en mi libretita de la mesita de luz, a tientas. A veces, a la mañana siguiente siento que alguien me los sopló en un sueño”, concluye la periodista.
Fuente: Télam
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