Tengo un recuerdo vívido, luminoso y muy personal del 24 de marzo de 1976: estamos en el tren con Abelardo Castillo. Contentos, sin creerlo demasiado todavía, nos miramos las manos con las flamantes alianzas. Venimos de San Pedro donde cuatro días atrás, el 20 de marzo, nos casamos. Esa es una parte, la personal y querida.
Recuerdo otra escena petrificada en mi memoria: antes de viajar a San Pedro, en el almacén de don Antonio, por Lavalle, a la vuelta de nuestro departamento, escucho a la gente comentar la situación general y el inminente golpe de estado. Más que comentarlo, pidiéndolo a gritos. Un clima ominoso pesó todo aquel largo verano del ’76.
Días después, el 24, cuando volvimos y nos bajamos del tren en Retiro, fuimos derecho a un kiosco a comprar el diario. Los titulares anunciaban lo largamente anunciado: el golpe de los militares. Nos quedamos ahí, yo leyendo de costado el diario que Abelardo tenía abierto, cuando él me señala, exhibido en el kiosco, un horóscopo o revista de predicciones con los vaticinios del Hermano Anael, seudónimo de López Rega. Sé lo que me pasó en aquel momento: me quedé impresionada por la comprobación, una vez más, de la impunidad con que se mostraba ese personaje nefasto.
El Hermano Anael, encaramado en lo más alto del poder desde la muerte de Perón, creador de la Triple A, la Alianza Anticomunista Argentina, propagador de la idea de Perón como Conductor Cósmico. La persecución que comandaba fue prólogo y anticipación de lo que vendría. En unas semanas el golpe arrasaría con todo, pero los recuerdos son caprichosos y este recuerdo mío del 24 de marzo del ’76 se debe, y es Borges el que me da la palabra, a la conjunción de dos cosas por completo distintas: aquella llegada en tren desde San Pedro, algo que habíamos hecho muchas veces, pero ésa fue la primera después de casarnos, y el horóscopo del Hermano Anael. Y encadenadas o simultáneas, otras imágenes: Isabelita vestida con un equipo naranja, como de esquiadora, la cara patética bajo la gorra, en la Antártida con Lastiri; López Rega dictándole al oído mientras ella da un discurso, apenas disimulado por una cortina; la cara de Isabel tras una ventana, encarcelada por los militares en no sé qué lugar de Bariloche, noticias de gente que se iba del país huyendo de la Triple A.
Todo asociado a aquel 24 de marzo de nuestra vuelta al mundo real, que habíamos dejado por cinco días. Porque en el fondo del clima amenazante y premonitorio que venía desde meses atrás, lo que me alcanzó de la revista exhibida fue esa grotesquería de brujo en las sombras, carcomiéndolo todo, dando una idea despreciable de la realidad en que vivíamos. Y quiero ser muy clara: estoy sólo tratando de explicar un mecanismo de la memoria a la pregunta sobre esta fecha.
Muy poco después, confirmamos que el 24 de marzo de 1976 fue el día en que empezó el período más siniestro de la historia contemporánea argentina. Pero en aquel momento, junto al kiosco, aunque lo leíamos en los titulares, no sabíamos todavía bajo qué amenazas anónimas, listas negras, teléfonos pinchados, prohibición de publicar y de aparecer en radio y televisión, de visitas del ejército a nuestras casas, de requisas de libros, de delaciones, de detenciones en bares por matones encubiertos paramilitares, de desapariciones de amigos y amigas, de conocidos y desconocidas, de torturas en centros clandestinos, de robos de bebés y de crímenes terribles tendríamos que pasarlo.
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