Entre el sexo desenfrenado de una porno y el amor idealizado de una novela rosa, el nuevo libro lésbico-fantástico de Dalia Rosetti, alter ego de la poeta y artista visual Fernanda Laguna, despliega un mordaz sentido del humor para radiografiar los vicios del mundillo del arte, con la excusa de un congreso internacional de curaduría en la Patagonia, donde se ambienta El fuego entre nosotras. Agitadora fundamental de la escena latinoamericana desde hace dos décadas, Laguna -poeta, narradora, artista, curadora, creadora de la editorial Eloísa Cartonera y de la galería Belleza y Felicidad- conoce a la perfección el universo sobre el que despliega su nueva novela, publicada por Random House.
“No se me ha secado ni una bombacha y no es porque hace semanas no para de llover sino por la excitación que me visita estos días”, se lee en el comienzo de la novela en las palabras de Valeria, una empleada doméstica enamorada de su “patrona”, María, quien asistirá a un congreso de arte, donde ocurrirán toda clase de situaciones tan hilarantes como inverosímiles. Será en el encuentro en Bariloche donde los personajes de Valeria y María conocerán a Dalia Rosetti -alter ego de Laguna y seudónimo con el que ha firmado varios de sus libros-, en donde la autora esbozará una secuencia fantástica de sucesos a raíz de un malentendido: un mensaje de amor que se convierte en una inesperada y no planeada “obra de arte conceptual tremenda”.
Los asistentes al encuentro lo interpretarán como “la obra revolucionaria de un genio anónimo”, será trending topic en las redes y hasta los servicios de seguridad argentinos enviarán a la la Prefectura y al Ejército para investigar”, en una narración que incluirá la preparación de una performance, escenas porno lésbicas y un hilarante sentido del humor. “Dalia Rosetti bate mucha fruta y cruza límites entre lo correcto y lo incorrecto. La materia de su cuerpo se construye con cada letra que dice algo. Dalia de vez en cuando necesita hacer de las suyas, así que yo la ayudo a tener su presencia física para que pueda hacerlo”, dice Laguna en esta entrevista sobre su alter ego con el que firma El fuego entre nosotras.
—¿Cuál fue la génesis, el disparador de la novela?
—Como siempre el disparador es ponerme a escribir; las ganas de perderme en una aventura que no sé a donde irá. El misterio. El disparador es lanzarme hacia el ir para un adelante y para abajo en el Word. En ese mundo habita Dalia Rosetti. La materia de su cuerpo se construye con cada letra que dice algo.
—¿Qué licencias te permite tomar Dalia Rosetti como tu alter ego, que no puedas llevar a cabo con Fernanda Laguna?
—Muchísimas. Dalia bate mucha fruta y cruza límites entre lo correcto y lo incorrecto. Ella dice lo que piensa y a veces no es muy políticamente correcto lo que dice o hace. Hay una idea patriarcal que la mujer debe ser santa y no se le permite otra cosa que alcanzar la perfección. Ser silenciosa y ubicada. Dalia es una chica que se muestra abiertamente y que cada quien la juzgue. En su mundo hay mujeres violadoras, asesinas, truchas, que se tiran pedos, ambiciosas, que escupen en el piso y muy competitivas.
—¿Qué tiene de vos, y qué no, esta alter ego?
—Dalia surgió cuando fui a un bar y me puse a escribir porque tardaba mucho la comida. Me habían dado un voucher de cena gratis. Y en un momento me paranoiquié con que por ahí la tarjeta estaba vencida. Y yo no tenía un peso. Para distraerme me puse a escribir Tatuada para siempre, un cuentito donde terminamos en una cárcel hot con Dalia por no haber pagado el restaurante. Ella vino a rescatarme, dinamitó la prisión de mi autopercepción como un ser individual. No somos jamás una. Incluso me abrió el camino a lo que ahora creo que es, que no existe un individuo, si no que somos multiseres con les seres que hacemos contacto. Hay muchas cosas de Fernanda que son incompatibles con Dalia: el mundo del mercado del arte, mis muestras, tener un currículum y ser aprobada por virtudes, la maternidad. Así que me di cuenta que no éramos una sola. Entonces pasó que una parte de mí necesitaba su independencia. Fue como una fruta que, cada vez más pesada, cayo del árbol. Y ahí nació Dalia. Ahora se me cayó otra fruta y me ramifiqué en Blixmi Velo Aurín (sangrecita), una yo más duenda y artesana.
—La tensión en la novela se da cuando aparece una supuesta obra de arte que fascina y escandaliza a todos por igual, luego de que pase un perrito y la defeque encima. ¿Qué aspectos del mundillo del arte que tan bien conocés te sirvieron para ambientar la novela?
—Lo más extravagante que maneja el mundo del arte es el nivel cuántico de relatividad. Todo puede ser dos cosas o más a la vez. Algo puede ser a la vez genial y una porquería. Que valga millones o nada. Les mejores son les peores, y les peores son de culto. Así que fue una panzada de maravilla ir a ese congreso de arte. Mucho levante, mucho snobeo, ¡mucho champagne! Me excitó mucho ponerme en el cuerpo de personas que creen en el mundo del arte. Me causa tanto placer que seguiría escribiendo sobre eso para siempre.
—La novela juega con la idea de que exista una obra de arte “tan sutil o conceptual” que uno no se dé cuenta. ¿Cómo percibís el arte conceptual contemporáneo?
—No creo que las cosas tengan un solo sentido o lectura. Y tampoco pienso que haya que reflexionar sobre todo y sacar conclusiones tranquilizadoras que nos dejen paradas en un lugar de seguridad. Todo tiene su error, todo. Y no hay que condenarlo a un sentido de aprendizaje. Está bueno que las cosas no solo sirvan para reflexionar. Yo escribo para el entretenimiento de la sonrisa y para calentar los motores.
—La protagonista dice que le “cuesta despegar la realidad de la ficción” porque sospecha que son lo mismo. ¿De qué manera esa frase resuena en tu cotidianeidad?
—La experiencia de convivencia con Dalia me hace creer en la que realidad es un tipo de ficción y viceversa. La realidad es una composición, un relato. Eso se sabe, pero lo más lindo es que la ficción es real. Dalia existe, es una ficción que se escribe a sí misma. La ficción es una gradación diferente de realidad, ponele a un 60 por ciento. Hace reír, llorar, excita, une viaja, muere, resucita. Todo lo que pensamos que existe lo hacemos real. Y me parece que hay que defender la autopercepción que tenemos de lo real, defender nuestra mirada propia.
—La novela despliega iguales dosis de fantasía y de relato erótico. ¿Cómo llegaste a combinar ambos aspectos?
—Me encanta el cuerpo. ¿No es como un extraño con el que convivimos? Es medio nuestro compañere torpe que se ocupa de los temas menos pretenciosos y escatológicos de la vida. En ese sentido me encanta relatar escenas de cogidas, a las que veo como una rama más de la escatología (que da mucho placer) y sobre todo que libera bombas de energía que anulan la razón y no producen nada. ¡Y eso es mucho en un mundo donde todo tiene que ser para algo! También me gustan mucho las películas descerebradas de acción, la cosa coreográfica de las persecuciones, explosiones, cuando giran sobre el piso o saltan por una ventana. Así que Dalia y yo tratamos de poner mucha bijouterie a la novela. Mucho olor a pólvora quemada.
Fuente: Télam
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