Como tantas cosas postergadas, apagadas o destruidas por la pandemia de COVID-19, el centenario del nacimiento de Chabuca Granda, el 3 de septiembre de 2020, sucedió básicamente en las redes, y los relatos sobre su vida se publicaron en los medios entre notas sobre infecciones y muertes, actualizaciones sobre la investigación de la vacuna, criterios de confinamiento.
Pero justo antes de que la pandemia avanzara desde Asia y Europa hacia el continente americano, Luz María Carriquiry —también cantautora y también peruana— había terminado un disco de homenaje, Chabuca Viva, que ahora salió acompañado de una muestra multimedia. Al mismo tiempo se relanzó el libro Cantarureando canterurías, pensado como la recopilación más completa (100 canciones y 100 letras inéditas) de una obra que Perú declaró Patrimonio Cultural de la Nación en 2017, dos años antes de condecorar a la artista con la Orden del Sol. También el Gran Teatro Nacional presentó —en formato virtual— Chabuca, una obra didáctica, dirigida por Lucho Tuesta, sobre la vida de la autora de “La flor de la canela”, “Ese arar en el mar” y “Fina estampa”, entre otras canciones criollas famosas.
“Desde los primeros recuerdos de mi infancia, Chabuca Granda estuvo siempre presente en mi vida. En mi casa se escuchaba y se cantaba”, escribió Carriquiry en la presentación de su álbum, grabado con arreglos y producción del guitarrista Ernesto Hermoza (disco de oro, cuatro nominaciones al Grammy Latino), en una atmósfera sencillamente puntuada por el violín de Rolando Assante y el cajón de Gisella Giurfa. “Y a la antigua usanza”, destactó la cantante: “Con todos a la vez, para generar esa sensación de estar en vivo, de la adrenalina y el sentimiento compartido de un escenario”.
Carriquiry estudió música en Chile y hace 20 años, cuando grabó su primer disco, no debió pensar demasiado: las canciones de Granda fueron las primeras que llegaron a su mente. “Este disco representaba todo lo que yo traía conmigo y Chabuca era parte de mi historia”. Casi dos décadas después, cuando la invitaron al Festival Mono Núñez en Colombia, en un homenaje a la gran artista peruana, se dio cuenta que en ese tiempo “la obra, el sentir y el pensar” de Granda habían tenido una enorme importancia, le habían dado aliento y le habían enseñado mucho, desde el amor a la música hasta la cultura afroperuana.
Chabuca Viva presenta un repertorio ya universal: “El dueño ausente”, “El puente de los suspiros”, “Coplas a Fray Martín”, “Un río de vino”, “Fina estampa”, “El surco”, “María Landó”, “La flor de la canela”, “Ese arar en el mar” y “José Antonio”. En el mismo tono íntimo del álbum en su conjunto, Carriquiry decidió abrir sus versiones con textos que Granda usó alguna vez para explicar el origen de sus composiciones, como la propia Chabuca solía hacer en sus conciertos, reconocidamente habladora. “Porque sus canciones fueron crónicas”, escribió Carriquiry. “Le cantó a la gente, a su pueblo, a lo que sus ojos podían registrar y lo que su piel sentía”.
Repitió Carriquiry, por ejemplo, antes de empezar “El dueño ausente”:
Para la señora Doña Aurelia Canchari, empleada cocinera de la casa de mi madre. Vino a Lima en busca de su esposo, conscripto. Lima es grande, no le encontraba. Le hice esta canción. Extrañamente comenzó a silbar mientras trabajaba, largamente, tristemente: señal de que el serrano tiene nostalgia de su tierra. Un día se despidió para siempre; luego me hizo saber, agradecida, que allá en su tierra la esperaba su esposo.
O “Ese arar en el mar”:
Hice esta canción secretamente para mí, y la hice a partir de una de las frases inmortales de un gigante, Simón Bolívar: “He arado en el mar”.
Y por supuesto, “La flor de la canela”:
Déjame que te cuente “La Flor de la Canela”, canción a la que todo debo, inclusive estar ante ustedes hoy. Este año hace 31 años que la hice para doña Victoria Angulo, señora limeña de fina raza negra, por quien Lima tendría que alfombrarse para que ella la paseara de nuevo si ella así lo deseara. Madrina de la primera cuadrilla de cargadores de las andas de nuestro Señor de los Milagros. Eso es alcurnia negra en Lima. A ella y desde ella, esta canción como un ínfimo homenaje a esta admirable raza negra que nos devuelve incomprensibles años de injuria de la esclavitud, lo que la historia aún no ha calificado.
Carriquiry destacó que Granda suena con “la forma de hablar del Perú, de su gente”, según dijo en una entrevista publicada en La República. “Ese atrevimiento de ir más allá, de romper los esquemas de la música criolla tradicional”, explicó. “Ella tenía un estilo propio y rompió paradigmas. Ella instauró una nueva música peruana. Si quieren decir criolla, trajo una nueva ola de música criolla, pero también hacía música andina, afroperuana. En sus canciones habla del Perú, te muestra sus personajes, sus paisajes y también los problemas sociales”.
Un tesoro de textos inéditos
Esos personajes, esa gente, parecen haberse sentido identificados en esos retratos de María Isabel Granda y Larco, como se llamó Chabuca al nacer: en la víspera de su centenario, confinados por el COVID-19, 71.000 peruanos participaron en línea en la serenata que organizó la comuna limeña. “¡Eso es como llenar un Estadio Nacional y medio!”, dijo a El Comercio la hija de la artista, Teresa Fuller, cuando salió Cantarureando canterurías, publicado por editorial Cosas.
Fuller nació en los pocos años que Chabuca Granda no dedicó a la música: tenía 22 cuando se casó con un militar brasileño, Enrico Demetrio Fuller, y 32 cuando se separó —un escándalo en la Lima de los años cincuenta— porque él nunca aceptó que reanudara su carrera. Comenzó a vender productos de belleza para mantenerse mientras reanudaba contactos en el mundo de la música popular y escribía canciones: “Es como escribir una carta”, explicó luego su proceso de creación. “Si no tienes nada que contar, no la escribes”.
Grabó 110 composiciones, pero se estima que al morir en 1983, por problemas cardíacos, dejó otras 400 inéditas. Su hija ha identificado y ordenado unas 300, que parcialmente se publicaron en el libro. “Yo no tenía noción de lo que era un archivo”, contó al periódico de Lima. “Lo hacía con cariño, amor, respeto y admiración a mi mamá pero hasta ahí nomás, pues no había estudiado para esas cosas. Quién sabe por eso he tenido tanto celo y me he demorado tanto para publicar sus cosas”. Para hacerlo finalmente la ayudó el historiador Ricardo Rojas.
No se sabe si esos textos no fueron publicados en vida de Chabuca debido a que era una crítica muy severa de su trabajo —“Adquirí la humildad necesaria para exigirme personalmente mejores y mejores obras, y mi temor crece a la medida en que las voy produciendo”, la citó el artículo— o razones más azarosas. “Son textos que están en sus manuscritos, que luego pasó a sus cuadernos, algunos ella misma los ha pasado en su máquina de escribir”, señaló su hija. “¡Cómo saberlo! Tendría que decirlo ella misma. Son como cartas que nos ha dejado, que al leerlas puedes incluso cantarlas”.
Cantarureando canterurías —un título que evoca una de sus canciones, y también su placer al jugar con las palabras— contiene también un gran archivo fotográfico y, como señaló una crítica por el relanzamiento, publicada también en El Comercio, ”se atreve a indagar en sus contrastes y matices, en aquellas facetas de la artista que pueden parecer contradictorias”.
Por ejemplo, en uno de los textos de introducción —los hay de las cantante Susana Baca y Carmina Cannavino, del guitarrista Lucho González—, el musicólogo Julio Mendívil escribió: “En el año 1978 [Granda] delata su vena conservadora al apoyar públicamente la feroz dictadura del general Augusto Pinochet en Chile, un apoyo que relativiza apenas cuatro años más tarde en una entrevista con el afamado periodista peruano César Hildebrandt. Chabuca parece moverse en una ambivalencia política que se refleja tanto en la que imagen pública que construye como en las canciones que compuso. Las que hizo en homenaje a Javier Heraud, el joven poeta guerrillero asesinado por el ejército peruano en la selva del país en 1961, por ejemplo, abordan el tema de la injusticia y la violencia política”.
Adriana Miró Quesada, directora del proyecto del libro, explicó al periódico de Lima que Granda habló muchas veces del asunto: “Solía decir que no tenía ningún problema en cambiar de opinión. Luego de que se refirió a Pinochet pasó el tiempo y se supieron cosas, así que ella asumió que había tenido una opinión con la que ya no estaba de acuerdo. Era una forma de ser original, con contrastes y matices, pero completamente libre”.
El libro contiene reproducciones de muchos manuscritos, como “La puerta negra”, a los que Granda se dedicaba de noche, cuando se terminaban las visitas, los hijos dormían y nadie llamaba por teléfono. Una letra difícil que acentúa la ambigüedad de algunos de esos textos. “No se sabe si son el origen de una canción o simplemente fueron escritos sin una intención musical”, agregó Miró Quesada. “En algunos, la autora ya le apuntaba el género al que pertenecía, como podía ser un tondero o un vals, por ejemplo, pero muchos otros no llevan ésta inscripción, y su escritura resulta muy distinta a los anteriores, sin ese patrón rítmico tan marcado. Dejan de parecer canciones y se acercan al terreno de la poesía”, afirma.
Pero Granda nunca se consideró una poeta: “Soy una juglaresa”, recordó su hija que decía. “Por más que es precioso que la gente quiera amar a la manera del letrista, decidí dejar el amor para los poetas. Yo soy letrista, a pesar de que tengo algunas ideas poéticas. Vivo y siento como un poeta, pero sé que no soy uno de ellos”.
El libro pone en duda el buen criterio de la peruana para juzgarse a sí misma. Después de todo, la voz más reconocida de su país en el mundo creía que desafinaba: “Yo no tengo una voz brillante, canto muy mal”.
La muestra interactiva sobre Chabuca Viva, con videos y audios, está alojada en la página de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), en el área cultural, que participa en los preparativos para celebrar, el próximo 28 de julio, el Bicentenario del Perú.
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