¿Cuál es la función del arte?, ¿tiene un objetivo?, ¿por qué hay obras que nos parecen más bellas que otras?, ¿de qué depende esa percepción? Las respuestas pueden ser tantas como las subjetividades de los que aprecian una obra, pero en José Gutiérrez Solana, Solana, la respuesta es sencilla: la belleza es aquello que nos rodea de manera cruda y que refleja, sin artificios, la vida.
Solana (1886-1945) fue un pintor, grabador, pero sobre todo el gran expresionista español, aunque él nunca fue consciente de eso. Hombre alejado de las vanguardias, desarrolló un estilo muy particular, donde retoma la herencia de las pinturas negras de Francisco Goya, aunque las desplaza hacia la crítica o la representación social de la España de aquellas épocas, como sucede en Las mujeres de la vida, que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao
Solana frecuentó círculos culturales, en especial el de Ramón Gómez de la Serna, en el mítico café de Pombo, donde tenía relaciones con artistas como Francisco Iturrino, Anselmo Miguel Nieto, José Bergamín y los hermanos Zubiaurre, entre otros, a quienes retrató en Mis amigos.
Mujeres de la vida (1920) es la primera obra en la que Solana ingresa al mundo oficial de lo museos. Representa las calles, una plaza, a través de un estilo lúgubre, con el que resaltaba el estado de las cosas, alejándose de la mirada de las vanguardias, donde se hacía mucho eje en los colores brillantes. Y no es que en sus pinturas no abuden la perspectiva cromática, que sí sucedía, sino que esos colores eran interpretados detrás de una patina del espíritu que se respiraba: el hambre, la pérdida de la identidad, la necesidad.
Solana no pintaba para agradar, siquiera le importaba el mercado del arte, lo hacía porque además de fluirle por la sangre creía que el objetivo debía superar la cuestión estética. Su obra era bella porque no se explicaba con textos, no se sostenía en manifestos ni en lo que los potenciales vendedores esperaban. Lo era -lo es- porque era cruda, porque era sincera.
También conocido como Las prostitutas y El portal de las chicas, la pieza representa a cuatro mujeres de diferentes edades que, acompañadas de la celestina, esperan a sus clientes. Detrás, un grupo de personas se reúnen, dialogan en su propio mundo, ajenos a lo que es la naturalidad de lo cotidiano. Las mujeres esperan, pensativas, algo que sucederá o no y entre ellas se destaca la celestina, la más alta, una mujer que aparece en otras obras de Solana y está inspirada en la dueña de un burdel de Santander, Cantabria, a la que conoció cuando vivió allí entre 1909 y 1917.
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