Dos hermanas gemelas de diez años, una copia casi idéntica, se dedican a escribir, cada una en su cuaderno. Cuando terminan, se cambian los textos, leen. Tienen la misma vida: comparten la casa, los padres, la ropa y la comida. Pero en la escritura aparecen ellas, tanto en sus diferencias como en todo lo que las une. Se sienten solas, están tristes, no se animan a hablar. Escriben. Piensan que dejan un registro de su dolor, un documento: “Lo escribo y algún día se hará justicia”, dicen.
En casa, Paula y María no discuten, no confrontan, se portan bien, no molestan. En sus diarios íntimos lloran, denuncian, se enojan. Y después, algunas páginas después, aparece la poesía, la distancia y la comprensión que permite la palabra escrita. Otra vez: tienen diez años, pero estas nenas que viven en Rosario, que extrañan a su papá y que no se llevan bien con la nueva pareja de su mamá, ya descubrieron que en la escritura ellas aparecen, tienen una voz, dejan su registro. A lo largo de su vida, también descubrirán una cosa más: de esa tristeza también van a salir juntas y será casi imposible soltarse.
“Una obra de arte es buena si ha nacido por el impulso de una íntima necesidad”, escribió Rilke en su glorioso texto Cartas a un joven poeta. Allí le pedía a los incipientes escritores que fueran a la infancia, que intenten hacer resurgir las sensaciones de ese pasado, asegurando que a partir de ese momento la personalidad se afirma. Del mundo de la infancia se compone el universo creativo de Paula y María Marull. No por elección, sino por necesidad.
La vida en un pueblo, las costumbres, las maneras de hablar, la disconformidad, el deseo de cambiar, las pausas eternas, la indiferencia de la infancia, la presencia de la naturaleza y un creciente vacío existencial.
La Pilarcita, de María Marull y Yo no duermo la siesta, de Paula Marull, funcionan como síntesis perfectas de ese territorio. La vida en un pueblo, las costumbres, las maneras de hablar, la disconformidad, el deseo de cambiar, las pausas eternas, la indiferencia de la infancia, la presencia de la naturaleza y un creciente vacío existencial. Todos temas de sus espectáculos, siempre atravesados por cierta inocencia, recursos que van entre el realismo y el minimalismo, los sueños, lo fantástico, el espíritu lúdico y el desparpajo en la actuación.
Durante la pandemia, las mellizas se animaron como nunca a mostrar ese mundo que aparecía por capas sutiles y ficcionales en sus obras de teatro con el estreno del documental Lo que el río hace, una producción del Complejo Teatral de Buenos Aires en el que exploran el proceso creativo del espectáculo que tienen previsto estrenar a fines de este año o a comienzos del próximo.
Este registro audiovisual, disponible en la plataforma Vivamos cultura del Gobierno de la Ciudad, combina imágenes de ensayos, entrevistas a los actores y las reuniones por zoom como un acercamiento único a los protagonistas reales del universo creativo de estas hermanas: el pueblo de Esquina, en Corrientes, sus habitantes, la fiesta del Pacú, el carnaval y, por supuesto, la relación con el padre. En última instancia, esa es la búsqueda final: Lo que el río hace es un viaje tras los rastros del padre, quiénes eran sus amigos, qué cosas le gustaban, qué podía compartir con sus hijas cada verano que estaban juntos en un pueblo atravesado por la presencia y los estados del Río Corrientes.
“La infancia está totalmente idealizada, es como la maternidad. Nosotras sufrimos un montón de chicas. Nuestras obras siempre retoman ese mundo, el sentirse desdibujado y que los adultos funcionen en otro lenguaje”, dice Paula Marull. Su hermana María, que recuerda los diarios, la escritura y los momentos de lectura, piensa en aquella catarsis de a dos: “Nosotras en la infancia tuvimos una voz. La escritura nos salvó mucho. Enseguida nos dimos cuenta de que escribir y estar en contacto con lo creativo es la mejor manera de acercarte a lo que vos sos”.
Antes de tener esa propia voz, de llevar a los escenarios porteños el acento de los pueblos del interior, las siestas, los sonidos de la naturaleza y la angustia por el futuro, la vida de las hermanas Marull probó otros rumbos. Se fueron juntas de Rosario hacia Buenos Aires a los 19 años con la excusa de que querían estudiar. “Nos buscamos una carrera que no estuviera cerca de casa”, cuentan.
Fueron modelos y hasta conductoras de programas de televisión. Pero poco tenían que ver ellas con una vida superficial. En las clases de actuación primero y en las de dramaturgia después, con maestros como Ricardo Monti, Mauricio Kartun y Javier Daulte, las chicas se reencontraron con su propia voz, esa que las había salvado en la infancia, y empezaron a escribir, dirigir y actuar en el circuito independiente.
“Nosotras no elegimos ir a la infancia, la infancia nos llama. Hay algo real: esos años duran mucho más, quedan impregnados. Tal vez de los 30 a los 35 ni me acuerdo qué hice. Tomamos conciencia de lo importante que es Esquina para nosotras por las obras. Cuando uno trata de recordar esas sensaciones, ese tiempo de allá, ese aire, ese calor, realmente lo puedo volver a sentir. La adultez aparece de otra manera. La infancia llega sola. Cada vez creo más en descubrir en vez de inventar. Cuando uno inventa, lo hace con la mente, mientras que descubrir pasa en todo el cuerpo”, dice María.
Si los personajes de las hermanas Marull se impusieron en el teatro off de Buenos Aires protegidos por el manto de la ficción, en el documental Lo que el río hace se animaron a hacer el procedimiento inverso. ¿Quiénes son esos personajes tan queribles que se quedan en la vereda para mirar quién pasa? ¿De dónde vienen estas mujeres que se pasan semanas preparando un traje para el carnaval, mientras proyectan viajes y estilos de vida que no tienen?
El documental cruza ficción y realidad: entrevistan a los amigos de Esquina que vieron crecer a las mellizas, a los guías de pesca, la dueña de un hotel que fue como una madre para ellas, las amigas. Luego, los actores y las actrices -afectados todos en plena pandemia por el encierro y la imposibilidad de trabajar- juegan a ser ellos, construyen voces y esa forma de vivir arriba de un escenario.
“Todos los personajes de Esquina que nosotras retratamos son personas encantadoras. En Buenos Aires no vemos gente así y ellos no se ven a sí mismos cómo los vemos acá. Hay una distancia, que nosotras podemos escribir porque estuvimos en los dos lugares. No tenemos una mirada cínica, no nos creemos superiores, somos parte de eso. Nosotras bailamos como las Islas Malvinas en el carnaval. Nunca vamos a decir “¡mirá la comparsa, qué bizarro!”. Nosotras también somos parte de la comparsa”, dice Paula.
¿Cómo es crecer con alguien que se nos parece, que vivió las mismas situaciones, que tiene los mismos gustos y que hizo los mismos viajes?. María y Paula juegan con esa dualidad, esa vida simétrica que no les molesta y hasta exploran. En el documental, muestran todos los objetos que comparten: souvenirs, muñecos, cajitas, todo por dos, cada una en su casa. También se las ve trabajando juntas, las dos frente a la misma computadora: una lee, la otra escribe, una borra y la otra dice está bien. No hay competencia, no se miden, se olvidan de quién es cada palabra. Lo mismo que hacían esas nenas que se juntaban a escribir para poder llorar tranquilas.
La propuesta del Complejo Teatral de Buenos Aires de filmar un documental sobre lo que será la obra que tienen previsto estrenar fue un salto al vacío y también un salvataje en medio de la pandemia. Poner el cuerpo y la mente en la creación. “Sentimos que había que hacer algo honesto, era y es todavía un momento delicado. Todos la estábamos pasando mal, no es una época para el firulete. La sensación era que no estaba el clima para ocurrencias, sino para ahondar, para hacernos preguntas más que respuestas. Fue un trabajo bastante grupal. Cada actor se filmaba en su casa, fue un tiempo para descubrir más que para hacernos los locos”, cuenta María.
Esa intención de buscar la honestidad, de detenerse en imágenes, de recuperar recuerdos queda instalado en cualquier espectáculo de Paula y María Marull. No son cancheras, no tienen una mirada snob, no buscan guiños intelectuales. Se detienen en fragmentos de la vida, en las charlas que acontecen mientras se espera que pase algo, en el cansancio de los que no paran, en el calor y desde ahí escriben, dirigen y actúan. Encontraron esa propia voz, pero la exploran juntas.
*Lo que el río hace: el documental, puede verse acá
Ficha:
Autoras María Marull y Paula Marull
Dirección María Marull y Paula Marull
Elenco María Marull, Paula Marull, William Prociuk, Mónica Raiola, Mariano Saborido, Débora Zanolli
Edición de video Alba Ávila Jácome
Asesoría audiovisual Marcelo Charras
Dirección audiovisual Belina Zavadisca
Diseño de luces Adrián Grimozzi
Diseño de vestuario Jam Monti
Diseño de escenografía Santiago Badillo
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