¿Cómo retratar al cine que es, como se sabe, más grande que la vida? Es decir: pintar la propia aldea que son los estudios de filmación y los festivales; contar la historia de las estrellas que una vez fulguraron en las pantallas y en las marquesinas de los cinematógrafos; narrar la trastienda de la alquimia que convierte rollos de película en esculturas de luz y de tiempo; mostrar a los enemigos del cine, que se oponen al principal ingrediente del séptimo arte que es la libertad. Pues bien: Javier Torre -director, guionista, hombre de la cultura e hijo de Leopoldo Torre Nilsson- intentó realizarlo a través de la novela La gloria, que explora ciertos acontecimientos ocurridos en Cannes, Madrid, México y Buenos Aires y que entre otros protagonistas, el autor incluye a un Javier Torre niño. Todo atravesado por esa fábrica de sueños que es el cine y sus obreros. Infobae Cultura conversó con Torre en una confitería de Belgrano, barrio que alberga uno de los ejes narrativos de La gloria (Editorial Corregidor).
“En esa iglesia, la Redonda, daba sus sermones antológicos el padre Filipo, un cura anticomunista y antiperonista que cautivaba a los feligreses -dice Torre señalando la cúpula que domina la avenida Juramento-. Era una época agitada”.
–¿Cuánto tiempo le llevó escribir La gloria?
–Escribirla me llevó unos cuatro meses, más o menos, pero yo venía tomando notas y estudiando y buscando material, imaginando, hacía mucho tiempo, mucho tiempo; y nunca me decidía y me parecía algo poco probable de escribir, me parecía muy complejo. Es un tema complejísimo para abordar, por los personajes, por los lugares, por el respeto casi reverencial por esas películas y por esos personajes que ya no están y que yo quiero y admiro tanto desde siempre, ¿viste?
–Pero usted también inventó personajes.
–Existían pero no se llamaban como en la novela. Yo conocí mucho a Joaquim Teixeira, que era un personaje como cuenta la novela, excepcional, que vivía en festivales de cine, terminaba un festival, se subía a un tren y se iba a otro, y así podía vivir sin recursos. Pero era un ser extraordinario, era portugues y hablaba todos los idiomas, entendía con todos hablando, se escribía con Bergman, con Fellini. Además había personajes que solo hablaban de cine, sintonizados en ninguna otra cosa que el cine y, claro, sabían muchísimo de cine.
–Todavía hay de esos personajes...
–Por supuesto que los hay, sí, la novela tiene gran respeto por los grandes críticos del cine, porque son personajes muy particulares y uno los ve en acción, digamos, antes de entrar a la película se anotan todo y están en la previa, están por ver la película y están dando vueltas por el hall y después están en el cine, que es sagrado para ellos, y después salen y siguen. Después están los grandes personajes míticos, extraordinarios como Georges Sadoul, su figura máxima, Sadoul como el dios, como el apolo de la crítica, el más grande que bendice además y que defiende al gran cine y defiende la libertad de los cineastas. Sadoul no se deja amedrentar por nada y cuando a él le gusta una película la defiende a capa y espada. También defiende el cine como un arma de provocación filosófica, cultural, literaria, histórica, ¿no? También hay una pregunta filosófica en la novela: qué es la suerte y qué pasa con la suerte que se puede volver esquiva, ¿no? Lo que pasa en Cannes es como la suma total de la suerte que una persona puede recibir: ganar dinero, ganar el premio de la crítica, ganar el amor y la ovación de la gente, el consenso social, sobreponerse a todas las dificultades en un país en el que ya se anticipan nubarrones de lo que va a pasar después. En 1960 llega Frondizi con un voto más o menos progresista, pero está con amenazas de golpes militares, con planteamientos permanentemente, con crecimiento del pensamiento más conservador y cinco años después viene el golpe de Onganía. Mi padre Torre Nilsson tuvo toda la suerte del mundo y la esperaba disfrutar en la Argentina que era un país en el que de pronto podías hacer hechos extraordinarios culturalmente hablando, pero se aproximaban horas difíciles.
La novela, atravesada por el cine, se realiza en cuatro planos: las peripecias de Torre Nilsson y Beatriz Guido por llevar La mano en la trampa a Cannes, las peripecias de Luis Buñuel para llevar Viridiana a Cannes, la persecución de la iglesia católica en el festival para censurar a films “blasfemos” de la mano del oscuro Marcial Maciel y las estratagemas de los niños Pablo y Javier Torre en su colegio confesional marista que condenaba a su padre.
–Además de los distintos planos de relato, al existir un personaje Torre Nilsson, el personaje Javier Torre niño, y así, ¿nota la contaminación genérica entre biografía y ficción, entre crónica familiar y gran relato de un mundo?
–Bueno, yo creo que es parte del encanto que tiene La gloria, ¿no? Al ser una novela justifica esa dualidad, o esa sensualidad, esa ambigüedad. ¿Cuánto hay de ficción, cuánto de cierto? La memoria también se desenvuelve, hasta traiciona. La novela tiene mucho de verdad pero también la mirada de unos niños que observan ese mundo fabuloso y a su vez que se cuenta cincuenta años más tarde. En esa época había personajes que no eran míticos pero hoy lo son, como el caso de Leonardo Favio, que no era mítico en ese momento, pero hoy para nosotros lo es.
–Usted tenía un lugar privilegiado para desarrollar esa mirada.
–Si, yo tuve digamos un lugar privilegiado como decis vos, tuve la fortuna de tener ese lugar privilegiado. Yo trato con mucho respeto a los personajes, con mucho cariño, con mucho amor, son personajes que para mi fueron fascinantes en su momento y el tiempo los ha vuelto más fascinantes todavía. Elsa Daniel para mí es un personaje mágico que está en el cielo, es un ángel.
– Y que no quedó como un mito...
– No quedó como un mito, pero yo la rescato porque en su momento pareció como que iba a ser la más grande de todas, de hecho Sadoul realmente la comparaba con Greta Garbo.Elsa en ese momento pareció que iba a ser la estrella más bella y más rutilante de su época, y después no sucedió pero para mí, sí. O el caso de Francisco Rabal, a quién conocí mucho. En aquel momento Rabal era Maradona, Rabal arrasaba, era el galán más codiciado, el mejor actor, el más atractivo. Filmó acá, en España, en Italia, se movía por el mundo, las mujeres se rendían a sus pies, los directores se peleaban por contratarlo, bueno yo tuve la suerte de conocerlo mucho a Rabal, era un personaje maravilloso. Entonces una pincelada de ficción es inevitable, y yo tampoco quiero que se piense que escribí una biografía…
–También habla de la iglesia redonda de Belgrano, que era un centro de adoctrinamiento derechista.
–El centro del poder de verdad estaba acá, en la iglesia. El párroco era antiperonista, la iglesia era antiperonista y creo que lo sigue siendo. Entonces el famoso padre Filipo, que era el párroco de nuestra iglesia por cincuenta años, se caracterizaba por unos sermones que eran impresionantes y había un público que era muy educado. La gente veneraba al padre Filipo, pero eran ultra conservadores de la Revolución Libertadora, para ellos el gran momento argentino había sido la Revolución Libertadora, la de Aramburu, Rojas y toda la cúpula y a Perón lo tenían como un ser diabólico, no se lo podía nombrar. Estoy seguro de que acá las elecciones las ganó Macri.
La gloria no es una novela de intriga; casi desde el primer momento se le indica al lector que, hace 60 años ya, en aquel 1961 Viridiana ganaría la Palma de Oro de Cannes y La mano en la trampa el Gran Premio de la Crítica. La única vez en la historia que dos películas habladas en español (y protagonizada por una misma estrella, Francisco Rabal) ganarían los máximos premios del gran festival de Francia. Obvio, se dará cuenta de la obsesión por el juego de Torre Nilsson, el eterno menú de fideos con aceite de oliva de Beatriz Guido, la pareja inaudita de Silvia Pinal –protagonista de la gran película de Luis Buñuel– con su marido y el recibimiento de Frondizi a Babsy –como se conocía a Torre Nilsson– y, mejor aún el recibimiento al director en la cancha de Estudiantes de La Plata.
–La popularidad de mi padre es un tema muy interesante porque si bien los directores no eran tantos, no eran conocidos visualmente. Mi padre sí: había logrado popularidad, había sido una de las primeras personas mediáticas, por aparecer en noticiosos, en programas de televisión como el de Pipo Mancera, el primer almuerzo que hizo Mirtha Legrand fue con mi padre, es decir, él lograba esa adhesión y despertaba curiosidad en todos los lugares, la gente lo miraba.
–Además cultivaba una imagen...
–Sus anteojos característicos, los trajes que elegía. Era muy alto mi padre.
–Pero para los niños, que son protagonistas de la novela, hay una distancia, una vergüenza, ¿no?
–Exacto, porque esos niños vivían en una contradicción ideológica también, es decir, vivían en este Belgrano ultraconservador pero tenían un padre que, por ejemplo, se jactaba de ser ateo y se burlaba de los sacerdotes, le parecían personas sin demasiado valor. En esa época surge un gran enfrentamiento ideológico contra las personas que pudieran ser comunistas o izquierdistas. Mi padre no era una persona comunista ni izquierdista, pero tenía ideas progresistas que eran muy comunes entre los intelectuales de esos tiempos. Entonces para estos niños estar metidos en este ping pong, en esta tensión... Nosotros escondíamos en el colegio quiénes éramos, no decíamos que éramos hijos de Torre Nilsson, pero se notaba que había algo, la gente nos miraba de una manera muy especial, yo tenía esa sensación.
–También participaban de un campo cultural bastante sofisticado en aquellos años sesenta que comenzaban.
–Si, mi padre era una persona muy culta y un hombre muy actualizado y muy interesado por la política, pero desde un punto de vista cultural. Por ejemplo, Gabriel García Márquez viene en el 67 a la Argentina y presenta Cien años de soledad en la casa de mi padre, un hecho poco conocido, se hace una reunión social ahí y se presenta Cien años de soledad en Buenos Aires en la casa de mi padre. Y Torre Nilsson enfrenta a García Márquez porque según él era un escritor de derecha, que generaba una estética conservadora con su narración. Curiosamente el que parecía ser un escritor de izquierda era muy joven y acababa de aparecer, era Mario Vargas Llosa. Después la cosa se cruzó, porque Vargas Llosa se hizo de derecha y García Márquez se hizo de izquierda. Eran los temas del momento; mi padre participaba de estos temas y le gustaban y además él estaba en contacto con toda esa gente y eso es muy interesante porque viajaba todo el tiempo, a veces estaba un año en el extranjero y no lo veíamos por un año, pero cuando estaba acá se encontraba con Rodolfo Walsh, con Mujica Láinez, con Martha Lynch y era muy activo en el mundo de los directores, era una persona polifacética, que vivía como un hombre de derecha. Yo siempre le decía: “Papá, vos sos la derecha de la izquierda” porque vivía en departamentos fastuosos, tenía los mejores autos, iba a los mejores restaurantes, le gustaba la gran vida, como se dice, con cosas que ni vos ni yo nos podríamos dar.
–¡Era la gauche caviar!
–Claro, caviar, tal cual. Me hacés reír con esto, pero era así. Los años sesenta eran un poco así.
–Tal vez se podía datar el comienzo de la década en ese 1961.
–Me parece interesante, en la novela yo capto ese momento, que no volvió a pasar, cuando dos películas habladas en español ganan los principales premios en español en Cannes. Es un hecho relevante, Cannes era el foro del cine mundial. Pero la novela toca también otros temas: hay varias novelas de amor metidas ahí adentro, el amor por el cine sobre todas las cosas, amor entre hombres y mujeres, entre mi padre y Beatriz Guido, entre Silvia Pinal y el empresario maderero y productor Gustavo Alatriste, entre Buñuel y su mujer Jeanne Rucar. Son todos amores distintos, ¿viste? El de mi padre con Beatriz fue un amor muy fuerte, una pasión absoluta, de creación, de compromiso con el cine, de llevar adelante a una persona pasara lo que pasara, incluso triunfar, llegar a la gloria. El amor de Buñuel y Jeanne es el amor de un hombre que estuvo con una sola mujer, un amor más pasivo, es decir, era ella una mujer más de su casa, que lo esperaba siempre, que lo bancó en las dificultades, que pasaron hambre, qué se yo, en una época de ninguna bonanza se tuvo que ir a Estados Unidos a trabajar de doblador de películas. Pasó hambre Buñuel. El amor del maderero con Silvia Pinal es el típico amor de un tipo al que le gustan las actrices y quiere entrar al mundo del cine y gasta toda su plata porque produce la película para conquistar a Silvia Pinal. Esas historias de amor a mí me gustan mucho, están muy bien entrelazadas todas.
–¿Y qué grado de relación tenía usted con Beatriz Guido?
–La última vez que la ví yo ya era director del San Martín, esto ya fue en los años ochenta y yo había ido a París con mi hija, que tenía 15 años. Mi padre ya había muerto y a Beatriz yo no la veía desde hacía dos o tres años porque ella era agregada cultural en Madrid, entonces estábamos distanciados. No nos escribíamos, no nos veíamos, en esa época no había whatsapp, no había nada y entonces yo venía de París a Buenos Aires e hice escala en Madrid, bajamos con mi hija a caminar y en una mesa estaba sentada Beatriz sola en el aeropuerto. Fue muy fuerte. Entonces nos hizo un gesto para que nos acerquemos. “Siéntense que estoy esperando a alguien que va a venir de la Argentina”, nos dijo, porque ella recibía gente que iba de acá a España y entonces charlamos un buen rato emotivamente del pasado, de recuerdos, esas cosas, y de pronto Beatriz abrió la cartera y metió la mano muy al estilo de ella y sacó toda la plata que tenía y se la regaló a mi hija. Era toda su plata, y le dije: “Cómo te vas a quedar sin plata”, “Yo quiero que ella se lleve algo”. Era una suma enorme. Así era Beatriz, tenía esa cosa generosa, insólita, nadie te da toda la plata que tiene en la cartera.
Otro personaje increíble era Leonardo Favio, papá le produjo Crónica de un niño solo. Él vendía relojes y comía donde podía encontrar un plato en una mesa. Leonardo vendía todo para tener plata para vivir en el centro y poder filmar. Era muy pobre. Después se hizo rico y más con la música que con el cine, con lo que cantaba. Había otra relación con el dinero, yo creo que se apostaba a otros valores, se vivía de otra manera, no les interesaba el valor material de algo sino la puerta que se abría hacia otras cosas.
–También hay personajes menos maravillosos como el cura Marcial Maciel.
–Marcial Maciel era millonario, todavía tiene seguidores, tiene multitudes que lo siguen y tiene universidades en México, en Estados Unidos, en España, tiene colegios. En la novela ficcionalizo en su persona la realidad de amenazas contra las películas y el festival de Cannes mismo por sectores ultraderechistas y de la Iglesia. Pero bien podría haber estado ahí. Maciel era dueño de un yate, le gustaba la vida fastuosa era heroinómano y además usaba la heroína como forma de poder sobre todos esos chicos con los que tenía relaciones, obviamente los violaba. Era amigo del papa Juan Pablo II, es decir, no era un don nadie. Todavía tiene seguidores a ultranza, es muy curioso porque el tipo tiene comprobado que corrompió a menores, que tuvo hijos con siete mujeres, que se drogaba, que tenía en Madrid un departamento que todavía está ahí, que le había puesto a una de sus amantes, que fue condenado por la justicia en México.
–Usted también muestra las dificultades de las dos películas por llegar a Cannes, ¿no?.
– Todo eso es cierto, todo eso es sacado de un libro de historia del cine. El torero Dominguín ayuda a sacar los rollos de Viridiana, arma toda la trama para esconder el negativo en el auto que lo lleva de Madrid a Cannes. Dominguín era amigo de Franco, era toda una celebridad, como Maradona. Era el torero más famoso de España, y también era amigo de Buñuel, tenía ese don, de esas personas que pueden ser amigas de todos, y le gustaban mucho las actrices, fue amante de actrices conocidisimas, es famoso su affaire con Ava Gardner. Primero ayuda a que Buñuel pueda filmar en España, ayuda con su trama social, pero después ayuda en lo secreto a que la película salga escondida a Francia, al laboratorio para que la puedan procesar y mandar a Cannes, es una historia fascinante. A Franco le gustó la película pero la mandó a quemar.
–¿Y las peripecias de Beatriz para que La mano en la trampa llegue a Cannes?
–Son todas ciertas, pero mis fuentes son directas (ríe). Vendió objetos de valor, viajó del modo más inimaginable para llegar a tiempo y lo logró. Se alojó en el hotel Martínez, uno de los más lujosos de la Costa Azul. Acompañó a Torre Nilsson al casino de Montecarlo y a las carreras, comían cada noche en un pueblito diferente y se cruzaban una mañana con Anthony Perkins, una noche con Sofía Loren y Carlo Ponti. Cuando volvieron con el premio fueron recibidos como se recibe a quien obtiene la gloria, desde el presidente Arturo Frondizi a muestras de cariño popular genuinas. Fue con sus dos hijos, Pablo y Javier a ver a Estudiantes, el estadio entero coreó su nombre. Sus hijos lo miraron de una manera diferente.
La gloria es una novela sobre tiempos idos y sobre los actuales, sobre un star system de la cinematografía local muy sofisticado e inteligente. Tal vez Babsy y Beatriz Guido conformaran la pareja emblemática de esas relaciones, tal vez Javier Torre haya sido un niño que pudo verlo desde muy cerca, temerlo y disfrutarlo en una época de esplendor y temblor. La novela sirve, entonces, al lector que quiera ser testigo con sólo recorrer con la mirada una historia acerca de la pasión.
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