Las novelas de Kazuo Ishiguro hablan de un mundo muy parecido al nuestro, casi idéntico, pero con un ligero desplazamiento hacia una zona fantástica y cruel, que, paradójicamente, provoca que el nuestro se vuelva algo aún más extraño, escalofriante, remoto. Autor de la escasez, ha publicado menos de una decena de libros. El primero, Pálida luz en las montañas, salió en 1992. Su nueva novela, Klara y el sol, que en América latina se publica en abril, es recién la octava. Dice que no siente la obligación de tener que escribir todos los días; dice que, si no le aparece el deseo, prefiere aprovechar el tiempo para pensar, escuchar música o para sostener conversaciones con sus amigos.
No es un autor profuso, pero con lo poco que ha escrito —se pueden mencionar: Los restos del día, Un artista del mundo flotante, Los inconsolables— le bastó como para ganar el Premio Nobel de Literatura en 2017. Con un estilo clásico y ascético, sus libros son grandes ensayos sobre la naturaleza humana.
La protagonista de Klara y el sol es una androide que funciona como “amiga artificial” de una adolescente solitaria con graves problemas de salud. Si se ha de pensar en un género para el libro, por la manera cómo la robot se relaciona con el mundo, su manera de mirar el entorno, de entender el amor, la memoria e incluso la religión, antes que una historia de ciencia ficción, Klara y el sol es una novela de aprendizaje al mejor estilo de Demián, de Herman Hesse, Las ventajas de ser invisible, de Stephen Chbosky, Nunca me abandones, del propio Ishiguro, o Tokio Blues, de Haruki Murakami —la mención a Murakami no es gratuita: es uno de los autores favoritos de Ishiguro—.
Anagrama, la editorial que publica toda la obra de Ishiguro en español, organizó una rueda de prensa con el autor, quien a través de una videoconferencia respondió las preguntas de periodistas de Argentina, Chile, España y México. Durante casi dos horas, habló de sus intereses y preocupaciones, de los desafíos ante un futuro hipertecnificado, de cómo siente que lo influye más el western y el cine de Kubrick que la literatura. Dijo también que hay que leer a Tolstoi y a Borges y que un gran vehículo para problematizar la cuestión política de la memoria es la película El secreto de sus ojos.
Kazuo y el optimismo
“Cuando volví de Estocolmo pensé que todos mis problemas de escritura iban a desaparecer”, dijo Ishiguro en relación a la aceptación del premio Nobel, “y que iba a escribir de una manera más grandiosa, pero escribí exactamente igual y todos mis problemas fueron los mismos. Siento que el premio sucedió en un planeta distinto y que la escritura de Klara y el sol fue en este”.
Quienes hayan leído Nunca me abandones seguramente encontrarán puntos en común entre ambas novelas. En aquella, que salió en 2005, la trama giraba en torno a unos adolescentes que estaban pupilos en un instituto educativo. Pero, a medida que crecían, descubrían que eran clones y que tenían la función de convertirse en una suerte de repositorio de órganos para los humanos que los habían creado. Qué es un hombre, cuáles son sus límites, cuál es y cómo se define la misión de una vida: estas preguntas aparecen de nuevo en Klara y el sol.
“Cuando estaba llegando al final se me ocurrió que esta novela podía ser una suerte de respuesta a nivel emocional de aquella otra”, señaló Ishiguro. “Hace seis o siete años tuve que volver a leer Nunca me abandones y pensé que era una historia muy triste y que el hombre que la había escrito necesitaba alegrarse un poco. Quizás ahora, que soy más grande, me hice un poco más optimista sobre la naturaleza humana. Klara y el sol habita un territorio similar, pero expresa esperanza. Era importante que Klara no perdiera su candidez infantil ni la esperanza en la humanidad”.
Yo soy tu amigo (artificial) fiel
Un segundo vínculo que se puede reconocer en ambas novelas es, por supuesto, la relación con la tecnología. Lejos del énfasis —efectivo, por cierto— de Black Mirror, la manera en que Ishiguro aborda el desarrollo tecnológico está definida por los efectos a nivel íntimo: cómo estos avances reconfiguran las tragedias privadas de cada uno. Ishiguro dijo que sus influencias fueron n2001. Odisea del espacio, Metrópolis y las películas de Yasujiro Ozu—, aunque también mencionó la relevancia que, en su momento, tuvo la lectura de Isaac Asimov. Podría pensarse que hay una conexión lábil entre la nueva novela y El hombre bicentenario.
“¿En un futuro los robots serán más empáticos que los hombres?”, se preguntó. “Es posible, pero no tengo respuesta para eso. Sin embargo, creo que los seres humanos siempre van a necesitar a otros seres humanos. Los ‘amigos artificiales’ tienen el rol de una mascota. Los gatos y los perros cumplen un papel muy importante en nuestras vidas, pero los humanos necesitan a los humanos. Por eso, una de las obsesiones de Klara es la soledad. Fue creada para acompañar a un adolescente y sabe que esa persona que la necesita está sola”.
La relación entre avance tecnológico y empatía es una de las claves de la novela y uno de los grandes desafíos de nuestra sociedad. “El modelo de negocios de las grandes empresas tecnológicas no favorecen al bienestar de los hombres”, dijo. “Hay que encontrar la manera de controlarlas para que no causen grandes inequidades. El modelo de negocios de esas compañías se basa en observar nuestro comportamiento y a partir de ahí crear datos, por lo tanto, hay un desajuste entre el interés de la sociedad y de esas empresas. Necesitamos que se alineen, porque si no vamos a sufrir los perjuicios. Hay un potencial enorme para hacer el bien sobre todo en el ámbito de la salud. Como sociedad necesitamos reorganizarnos y evitar los grandes peligros”.
Y continuó: “Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos con el avance de la tecnología es el desempleo masivo. La inteligencia artificial va a eliminar muchos trabajos. Tenemos que pensar en cómo se va a dirigir nuestra sociedad, cuando, durante tantos siglos y siglos, la mayoría de la gente tenía empleos y podía alimentar a su familia. El trasfondo de Klara y el sol tiene precisamente una parte de esos elementos. La gente ya no es desempleada sino ‘post empleada’. La pregunta es cómo sobrevive la gente cuando desaparece la idea capitalista que ya no funciona. El tema del desempleo es mucho más urgente que el temor de si los robots van a tomar el mundo”.
La metáfora de la clase trabajadora
La incertidumbre sobre la tecnología y el futuro fue una constante en la rueda de prensa. Pero Ishiguro también habló de otros temas:
La memoria: “Hay una película argentina, El secreto de sus ojos, de Campanella, que articula muy bien la necesidad de pasar de página. Si te obsesionas mucho con el pasado te puede consumir, te puede detener, te puede impedir seguir adelante. La película tiene que ver con ese período tan difícil de la historia argentina y tiene un paralelismo con la historia de un hombre cuya novia es asesinada y él busca venganza. Y al final esa venganza le destruye la vida, lo consume. Ese tipo de historias me fascinan”.
La literatura y los géneros. “Las ideas que teníamos hace 40 o 50 sobre la literatura seria y los géneros se tienen que romper, fusionar, reorganizar. Las etiquetas pueden ser útiles, pero muchas categorías tienen su origen en mundo pasado más antiguo. Hoy los escritores jóvenes combinan, mezclan y, aunque un poco me descoloque por mi generación, la literatura debe ser así, abierta, de cara al futuro. Quizá en la superficie parezca algo muy diferente de Tolstoi o Borges, pero es muy importante abrirse a todo”.
Una serie que Ishiguro elabora con sus libros —si se toman, por ejemplo, Los restos del día, Nunca me abandones y ahora Klara y el sol— es la del lugar protagónico de quien ocupa el lado del débil, del sirviente, de la clase baja, de la clase obrera.
—¿Por qué toma esta clase de personajes para indagar sobre la naturaleza humana y qué resultados ha encontrado a partir de esto?
—Desde un punto de vista político, me definiría de izquierda. Siempre he creído en un algún tipo de revolución. Pero no creo que mis libros hablen necesariamente de las clases trabajadoras. Lo que intento decir es que, en nuestra relación con el poder, la mayoría de nosotros somos como sirvientes. El mayordomo de Los restos del día es una metáfora de todos nosotros. La mayoría de nosotros trabaja para alguien más y no sabemos cómo nuestra contribución se va a utilizar en un marco más amplio; lo único que podemos hacer es esperar a que se utilice de manera correcta. Pero las decisiones más poderosas se toman desde arriba y si nosotros hemos contribuido a algo bueno o malo se nos escapa de las manos. Se podría decir que Kathy, el clon en Nunca me abandones, es una víctima dentro de un sistema cruel, pero, desde otro punto de vista, lo mismo podríamos decir de nosotros mismos. Todos estamos ante una situación dramática, que es la propia mortalidad, y tenemos que transformarla en algo que sea positivo, en una decencia y en cosas que nos den orgullo.
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