Frida Kahlo, la pintora, la mujer, la feminista, la oprimida, el mito, la Santa. Una de las artistas más duales, que se admira y discute, pero nunca resulta indiferente. La mexicana posee uno de los rostros más conocidos del mundo y se han hecho películas y escrito un sinfín de libros sobre su vida y obra, y ahora también un nuevo documental, Frida. Viva la vida.
El fenómeno Kahlo necesita un análisis profundo. Surgió de las cenizas del olvido y pudo escapar de la sombra de quien fuera su pareja, Diego Rivera, una especie de fagocitador del arte mexicano, un Saturno mitológico que tras su enorme figura ensombreció a otros grandes muralistas contemporáneos como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Juan O’Gorman, por nombrar algunos.
Y hoy Frida no solo ha superado su figura, sino también es mucho más popular que sus contemporáneas María Izquierdo, Leonora Carrington o Remedios Varo. Y es que Frida es un ícono pop, quizá uno de los más famosos del mundo, ella misma es la obra y su obra es, en gran parte, ella misma.
Infobae Cultura dialogó con Hilda Trujillo, ex directora de La Casa Azul, la casa-museo donde Frida creció y pasó sus últimos días, y quien forma parte de Frida. Viva la Vida, el documental que el lunes estrena NatGeo y que cuenta con la dirección de Giovanni Troilo y la participación de Asia Argento como narradora.
“Frida se vuelve un ícono en los años recientes. A principios de los ’80 se hizo una exposición en París en las vitrinas de una galería porque no encontraron un museo para exponerla. Ahora se ha catapultado su obra y su imagen, porque también se reconoce al personaje. Hace unos años una revista publicó que las tres imágenes que más se reproducen a nivel mundial eran el Che Guevara, Zapata y Frida. A donde vayas te encuentras a Frida; me tocó ir a ciudades pequeñas de Nueva Zelanda y verla. Es la adopción por identificación sobre todo en las mujeres jóvenes. Era una mujer muy liberal, no tenía trabas sociales, decía lo que quería, y fue admirada por gente como Breton o Trotski, Bresson, todas personas de un nivel intelectual y cultural altísimo”, explica Trujillo.
Cierre los ojos e imagine un producto. Vaya a Google y búsquelo. Sin dudas, hay uno con el rostro de Frida: brazaletes, carteras, almohadones, stickers, tazas, todo tipo de indumentaria, incluso cerveza, lógicamente tequila, y, por supuesto, una edición especial de la muñeca Barbie. Es, por poner un ejemplo del poder del marketing, como La Gioconda, todo el mundo sabe cómo luce.
Uno de los grandes aciertos del filme es que es la primera vez en que se muestran los “objetos de dolor” de la artista, que estuvieron sellados por 50 años. “Es el primero en que se relata la historia de cómo abrimos los archivos y cómo conocimos a otra Frida en La Casa Azul. Diego Rivera pidió que por 15 años algunos espacios quedaran cerrados, pero pasaron 50. Había dos baños, baúles, bodegas y un cuarto, eran muchos. Cuando los abrimos nos encontramos a una Frida que salía de aquello de la ‘Frida, la sufrida, casada con Diego’, para encontrar una mujer intelectualmente inquieta. No se conocía esta otra parte, se ha reescrito quién fue, cómo se explica mejor su obra”.
“Al mismo tiempo, encontrar la casa que dejó, la fuimos restaurando cómo la tenía a partir de fotografías antiguas. Frida no sólo creó sus óleos y dibujos, sino también ella misma se convirtió en una obra de arte y su casa también. Todo lo que tocaba e intervenía lo transformaba en una pieza artística. Fue descubrir la casa, que ayuda a explicar muchísimo su legado”.
Frida es, a su vez, un fenómeno que crece a partir de su propia historia de resiliencia. Una figura que fue superando una vida con muchos desafíos y que también ha generado empatía a partir de esa particularidad. En ese sentido, el documental, que se estrena el 8M, realiza un recorrido desde su infancia, a través de cartas, diarios y pinturas.
Uno de los ejes del documental se revela en la dualidad de Frida, una dualidad que aparece una y otra vez en su obra, desde la unión de dos culturas en sus padres a su mirada sobre EE.UU. e incluso sobre ella misma, como se representa en una de sus piezas más famosas, Las dos Fridas, finalizada ni bien se divorcia de Rivera.
“Ella siempre en sus collares, dibujos y diarios está representando el yin y el yang, la noche y el día, el positivo y el negativo. Ella así lo representa en Las dos Fridas, su sangre indígena y española, el hombre mujer. Hay una obra en lápiz en el museo en la que ella se dibuja de forma andrógina; su proceso creativo e intelectual siempre está aludiendo a esa dualidad que todos los seres humanos tenemos. Siempre está mirando los mundos que forman parte de una unidad”, dice Trujillo.
Frida nació en 1907 en Coyoacán, en La Casa Azul, aunque solía decir que lo había hecho en 1910, año de la revolución, como un símbolo de que lo había hecho al mismo tiempo que el nuevo México.
En su obra realizó un trazado de toda su existencia, desde Mis abuelos, mis padres y yo (1936), en los que a modo de árbol genealógico pinta a las anteriores generaciones y a ella misma en el vientre de su madre y, a su vez, como una niña en el centro de La Casa Azul. O en Mi nana y yo (1937) retrata a la mujer que la amantaba en lugar de su madre -su hermana Cristina nació 11 meses después que ella- con un rostro indefinido, oscurecido por la falta de recuerdos y sin emoción.
A los 6, Frida sufrió el primer revés a su salud, cuando una poliomielitis produjo un subdesarrollo de su pierna derecha, que le daría el mote de ‘la coja’. Durante aquellos 9 meses en cama, su padre, fotógrafo, que también tenía una salud endeble, estuvo junto a ella.
Frida empezó a pintar en el ’25, luego del famoso accidente en que un tranvía chocó al autobús en que se encontraba. De aquel incidente solo hay dos obras, Accidente (1926), un dibujo en lápiz donde ingresa por primera vez a la estética de los exvotos, y Retablo (1943). Es conocido que su padre armó su cama con un espejo en el techo y un sistema para que pudiera pintar, convirtiendo su propia imagen en su máxima inspiración. “Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco”, decía.
Frida realizó múltiples autorretratos al óleo. El primero es el 1926, que se representa con un traje aterciopelado, con una estética italiana, un cuello a lo Parmigianino o Modigliani. En los posteriores, abandona la influencia europea y aparece con los peinados y ropas típicas de los pueblos originarios de su país.
“La biografía y obra de Frida es el autorretrato. Y ahí hay una gran influencia del padre, que se hacía autorretratos, hay uno que se hace desnundo a finales del ’19, ya que era un hombre muy liberal. Ella misma decía ‘me pinto a mi misma porque soy lo mejor que conozco’ y además pasaba mucho tiempo sola por su discapacidad, Si bien viajó, el tema de la soledad es algo muy recurrente en sus textos”, explica Trujillo.
Y agrega: “Fue fotografiada por más de una veintena de grandes artistas, porque era muy carismática, y siempre estaba posando, en las cuadros y fotos, mirando de frente, retando a la cámara, como le enseñó al padre. Tenía una actitud de seguridad en sí misma. Impuso su presencia en los círculos en los que convivía y fue muy independiente. En EE.UU. o México, llegaban las señoras elegantísimas con sus pieles y ella con sus vestidos de las distintas culturas indígenas mexicanas. Los cánones sociales no eran lo de ella, que fue lo suficientemente liberal y fuerte”.
Kahlo creó una estética propia, inspirada en el arte popular mexicano y la cultura prehispánica, además de utilizar la imaginería sacra sin ser creyente, de mártires y santos, de retablos y exvotos. Autorretratos de cabeza y busto como El tiempo vuela (1929), Con collar de espinas (1940), Con el pelo suelto (1947), por ejemplo, muestran ese desarrollo que va del uso de remeras blancas a trajes autóctonos.
En el ’28 comienza su relación con Rivera, que la retrata en el mural Balada de la Revolución del Ministerio de Cultura, repartiendo armas para la lucha. Un año después se casan y en 1930 sufre su primer aborto y se trasladan a EE.UU., donde el muralista tenía varios encargos.
Allí realiza obras como Autorretrato en la frontera entre México y los Estados Unidos y Allá cuelga mi vestido, donde la dualidad de la artista expone su tierra, de la naturaleza y los mitos, de la tierra y el ciclo vital, y el estadounidense, regido por las máquinas.
Frida perdió por segunda vez un embarazo, que se tradujo en su famosa obra La cama volando (o Henry Ford Hospital) de estética exvoto. Los autorretratos del cuerpo de Frida tienen una simbología más potente que los de cara y busto, en estos expresa con mayor amplitud simbólica sus pensamientos y sentires del momento. Son, además, pinturas más osadas y potentes que, en algunos casos, causaron controversias, como Unos cuantos piquetitos (1935).
Esta obra, en la que una mujer desnuda aparece masacrada por un hombre que representa la estética del “macho mexicano” tiene dos explicaciones, por un lado es lo que un asesino había dicho ante el tribunal para defenderse tras matar a su mujer por celos. La segunda es más personal: Rivera había iniciado una relación amorosa con su hermana menor, Cristina, lo que devino en la ruptura de la pareja. Aquella infidelidad cayó en el peor momento posible, cuando la pintora acaba de sufrir su tercer aborto por “infantilismo de los ovarios” y tras atravesar el amputamiento de varios dedos de su pie derecho.
La relación de Kahlo y Rivera fue pasional, pero no sencilla. Ambos fueron infieles, pero discretos, aunque esta traición marcaría un antes y después en la vida de la artista. Sin embargo, pensar en Rivera como un narcisista que no se interesaba por su pareja es un error, dice Hilda.
“Diego era un mujeriego, pero no era un controlador. Siempre la impulsaba. Hay cartas muy lindas en las que alaba su obra, en una le dice ‘tú eres de los mejores artistas entre hombres y mujeres que tiene México’. Hay frases muy bonitas de reconocimiento y como él la impulsaba a seguir creando y exponiendo. Él no quería sojuzgarla. Diego era celoso y sí un poco machista, ella tenía que esconderse un poco. Se puso muy celoso con Trotski, pero hacía la vista gorda con las mujeres. Eran una pareja liberal, pero discretos entre ellos, había un respeto”.
Durante la separación, que duró un año, Frida mantiene un romance con el escultor estadounidense Isamu Noguchi, pero regresan y la Caza Azul se convierte en la nueva residencia de León Trotski y Natalia Sedova. En el ’38 conoce a André Breton, quien cuando vio el Autorretrato dedicado a León Trotski, escribió: “En la pared del cuarto de trabajo de Trotski he admirado un autorretrato de Frida Kahlo de Rivera. Con un manto de alas de mariposas doradas, así ataviada abre una rendija en la cortina interior. No es dado, como en los hermosos días del Romanticismo alemán, asistir a la entrada en escena de una bella joven dotada con todos los poderes de la seducción”.
Gracias al contacto con Breton, tuvo su primera exposición en el extranjero, en la neoyorquina galería de Julien Levy. De los 25 cuadros que la conformaban, vendió la mitad y comenzó a recibir numerosos encargos. Una reseña en Vogue aseguró: “Aunque André Breton le dijera que ella es una surrealista, no fue siguiendo los métodos de esta escuela que ella logró su estilo. Completamente libre de los símbolos freudianos y de la filosofía que parece poseer a los surrealistas, su estilo es una especie de surrealismo ‘ingenuo’ que ella creó para sí misma Mientras el Surrealismo oficial se ocupa de algo así como sueños, pesadillas y símbolos neuróticos, en la variante de madame Rivera combina el ingenio y el humor”.
Para aquel entonces la relación con Rivera estaba rota, se divorcian y comienza un romance con el fotógrafo Nickolas Muray. El ’39 lo comenzó en París, donde Breton le había asegurado que harían una muestra, pero no hizo las negociaciones y fue Marcel Duchamp quien tomó la posta para que se realizara en la galería Renou & Colle.
“De este montón de locos hijos de puta que son los surrealistas, Duchamp es el único que tiene los pies en el suelo. Me hacen vomitar. Son tan condenadamente ‘intelectuales’ y degenerados, que no los aguanto más. Ha valido la pena venir aquí para ver que Europa se pudre y que todos estos tunantes son la razón de todos los Hitlers y Mussolinis”, le escribió a Muray.
La muestra no fue tan exitosa como la de EE.UU. y su experiencia con los surrealistas la desalentó, por lo que renunció a una a realizarse en la Galería Guggenheim Jeune, de Londres. Sin embargo, tuvo críticas positivas e incluso el Louvre compró Autorretrato “The Frame”, siendo ésta la primera obra de un artista mexicano de este siglo en entrar al acervo del museo francés.
Regresó a NY, donde terminó su relación con Muray para volver con Rivera. “Sabía que Nueva York no era para tí más que un sustituto, y espero que a tu vuelta hayas encontrado el refugio que buscabas. Eramos tres, pero, en el fondo, eran ustedes dos. Siempre lo he intuido. Tus lágrimas cuando escuchabas su voz me lo decían. Te estaré eternamente agradecido por la felicidad que, sin embargo, me has dado”, se despidió Muray.
A fines del ’40 vuelve a casarse con Rivera, aunque esta vez ella pone las pautas: “Hay una carta en la que le dice a Diego, ‘estas son mis reglas’, de aquí en adelante yo voy a vivir de mi obra”, relata Hilda y en otro punto de esta misiva agrega: “no volver a mantener contacto sexual”.
El matrimonio se celebró el 8 de diciembre del ’40, el día del cumpleaños del pintor. Ambos se establecieron en la Casa Azul, donde ella viviría hasta el final de sus días.
“La relación es casi paternal de Diego hacia Frida y maternal de Frida hacia Diego, en esta condición de enfermedad ella está en una situación muy débil frente a la sociedad y Diego la apoyó. Hay un libro, El significado de los otros, que relata parejas de artistas que en lugar de aplastarse se apoyan para salir juntos adelante, que es este caso”.
Hay obra en ambas direcciones que apoyan esta teoría de la maternidad-paternidad, como El abrazo de amor de El universo, la tierra (México), Yo, Diego y el señor Xólotol (1949), donde ella se pinta en la dualidad noche y día, tomándolo entre sus brazos como si fuera un niño. Él, por su parte, se pinta como un infante junto a Frida en un detalle del mural Sueño de una tarde de domingo en el parque de la Alameda (1947/48), donde ella demás sostiene el símbolo del Yin-Yang.
Frida comienza a tener mayor reconocimiento en su país, recibe el Premio Nacional, dicta clases, es elegida miembro del Seminario de Cultura Mexicana, pero su salud solo empeora. En dos años es operada de la columna 8 veces, y pasa 9 meses en el hospital. Cuando le dan el alta sólo puede moverse en silla de ruedas y comienza a tomar anabólicos para el dolor. Aquí realiza obras emblemáticas como La columna rota (1944), El venado herido y Árbol de la esperanza mantente firme, ambas de 1946. A su vez, su obra se vuelve más política, con la presencia de Marx o Stalin.
El consumo de drogas afecta su pintura, y sus obras comienzan a perder el detalle, y a parecer inacabadas, borrosas en algunos casos. Se dedica a pintar, sobretodo, naturalezas muertas o, como las llama, naturalezas vivas. En el ’53 se le realiza su primera exposición individual en México, para la inauguración se le instala una cama. Sufre la amputación de su pierna derecha hasta la rodilla.
Enferma de una infección pulmonar, y contra el consejo de sus médicos, participa de una manifestación contra la intervención estadounidense en Guatemala. Muere días después, el 13 de julio del ’53. Su funeral es masivo, su cenizas son colocadas en una vasija en forma de sapo prehispánica.
Uno de los debates centrales acerca de Frida es cómo se convirtió en una figura relacionada al feminismo. En ese sentido, su personalidad y su libertad la acercan a una imagen fuerte e independiente, mientras que la constante aparición de Diego en su obra, como en sus diarios, parecen reducirla a un espacio de subordinación.
“En todos los países hay desigualdad con la mujer, pero especialmente México es muy machista. Diego la alentó a ser independiente, hay que interpretarlo también desde su condición de incapacidad, ella necesitaba que alguien la cuidara, del cariño y del cuidado”, comenta Trujillo.
“Esa crítica a Frida es reciente, la ven como una mujer mexicana pegada a su marido, pero no era así, no fue una relación de una mujer subyugada. Ella se impuso y Diego la impulsó a ser libre. La reivindicación del feminismo en Frida es que logró ser lo que ella quería ser, la reivindicación de sí misma como una mujer libre, ese es el ejemplo”.
En ese sentido, la especialista sostiene que Frida produce una gran empatía en las mujeres jóvenes, por sobre las más adultas: “Hay una identificación, el 63% de los visitantes de Casa Azul son mujeres y en particular mujeres jóvenes. Cuando doy conferencias por su obra siempre noto que hay mujeres de cierta edad y clase social a las que les resulta un personaje un poco incómodo por ser tan liberal”.
“Se está reescribiendo la historia del arte incluyendo a las mujeres, y Frida se ha vuelto una referencia obligada y como una representación de la mujer de hoy día, es muy actual”, finalizaTrujillo.
*El documental Frida. Viva la Vida, dirigido por Giovanni Troilo, se estrena el lunes 8 de marzo en NatGeo
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