¿Quién es este muchacho llamado C. Tangana, hoy convertido en el mayor fenómeno musical de su país? Un rapero-trapero-reggaetonero -no se sabía muy bien qué- a quien no se tomaba demasiado en serio, exceptuando a sus ávidos consumidores que se alimentan a base de algoritmo. Ahora es capaz de poner a bailar a la generación Tik Tok, con canciones que no superan los 3 minutos de duración y en donde brillan como invitados varios reputados cincuentones y sexagenarios de la música popular de España y América latina, junto a otros -emergentes talentos- que son más jóvenes que él mismo, que ya va por los 30. Es decir, hizo el disco del año de la música popular de habla hispana.
C. Tangana también es, para información biográfica, el ex de Rosalía, LA estrella española global del siglo XXI. Hacia allí va él, aquí y ahora. Su nombre es Antón Álvarez. O Pucho, dicen. Nació en Madrid en 1990, fue criado en familia clase media alta y, al terminar la secundaria, se anotó a la carrera de Filosofía de la Complutense. Acaba de publicar El Madrileño, un disco de 14 urgentes canciones que impresiona con sus cifras de vistas, escuchas y demás reacciones sociales propias de la época. Que no valdría la pena citar en esta nota porque en este mismo momento, cambian y suben.
Escribe sobre el susudicho Andrés Calamaro -una de las coestrellas de El Madrileño, con la gloriosa “Hong Kong”- a pedido de Infobae Cultura. “Se define como artista clave en esta época del Milenio, como referente del idioma, reivindica lo simbólico y lo madrileño, se ha desmarcado del género urbano, elude lo previsto, sabe lo que quiere y confirma en este disco grande lo que venía asomando en sus anteriores colaboraciones con Niño de Elche, La Húngara y otros artistas. Sin dudas es la gran esperanza blanca, lo que estábamos esperando de los géneros urbanos, el que patea el tablero y vino para quedarse”.
C. Tangana empezó muy joven en el hip hop y hasta 2015 era un rapero destacado de la rama indie gracias a su lugar protagónico en un colectivo llamado Agorazein: sus letras, desde que debutó con el alias de Crema, se caracterizaban por una cierta complejidad de pensamiento que poco tenían que ver con el imaginario del género -dinero, descontrol, joyas, champagne, un tigre por mascota. Cuando firmó contrato con el sello Sony en 2015, cuenta el presidente de la compañía a El Periódico de Cataluña, les dijo “ustedes son un atajo para llegar adonde quiero llegar”.
Apenas cinco años después, el poder de las canciones de El Madrileño -a caballo de una generosa campaña de marketing, bueno es mencionarlo- están haciendo el resto. En el medio del ruido mediático de las redes sociales, en donde le apuntan por machismo y misoginia -resabios de otra época-, firma un disco moderno que se nutre de centenarios ritmos de su tierra, letras masculinas escritas a flor de piel (“nuestra forma de vivir la emoción viene por ahí: para nosotros el amor es también dolor”, declaró esta semana) y una delicada curaduría de producción sonora a cargo del Dj e ingeniero en telecomunicaciones Alizzz: el alias de Cristian Quirante, compañero de ruta desde los tiempos de Rosalía.
En el medio del ruido mediático de las redes sociales, en donde le apuntan por machismo y misoginia -resabios de otra época-, firma un disco moderno que se nutre de centenarios ritmos de su tierra, letras masculinas escritas a flor de piel
La clave del encanto está en esa combinación. Rumba, copla, guaracha, bossa nova, rock clásico surcadas por beats mutantes y pulso electrónico. Cada una de las catorce canciones que componen El Madrileño tienen un detalle, un sonido, un sample -incluso moderados ejercicios de auto tune- que las proyectan a un más allá sonoro como para encontrar, ahí justo, un cruce intergeneracional único y distinto.
Este es un disco que marca época, vanguardista y popular a la vez: recibe buenas críticas de la prensa seria y a la vez, satura radios, se viraliza en YouTube y retumba en los pasillos de un supermercado. Suena en Madrid, Buenos Aires, Ciudad de México y pronto, como pasó con Rosalía, será la banda de sonido de un local de ropa ultramoderna en Brick Lane (Londres) y Shimokitazawa (Tokio). Maravillas de la globalización.
Ya es tiempo de hablar de los invitados, estrellas de un disco coral que opera como acto de graduación para el artista. Primero aquellos que no suenan tan familiares. Del palo del flamenco contemporáneo ahí están La Húngara y Niño de Elche, del lado regional mexicano de alto alcance popular aparecen Adriel Favela y Carín León y hay más aztecas: el joven maravilla folk Ed Maverick y el cantautor estadounidense de padres mexicanos Omar Apollo (“El Prince mexicano-americano”, según LA Times). Espectral y cálido a la vez (sus años de gloria fueron los 50, murió en 1981), aparece la voz del coplero Pepe Blanco -sorprendente featuring, que obligó a medios españoles a escribir notas del tipo “Quién es Pepe Blanco, el maestro de la copla que ha resucitado C. Tangana”.
Este es un disco que marca época, vanguardista y popular a la vez: recibe buenas críticas de la prensa seria y a la vez, satura radios, se viraliza en YouTube y retumba en los pasillos de un supermercado
También están Toquinho (en una sugestiva bossa nova titulada “Comerte entera”), los ¡Gipsy Kings! en la salerosa “Ingobernable”, ¡José Feliciano! con su voz intacta en un bolero que muta en suave rumba (“Un veneno - G-Mix”) y el maestro cubano Elíades Ochoa, en una bonita página de inocultable sabor cubano que dura apenas 3 minutos: comienza como una rumba, vira hacia el trap y concluye salsera. Pero quienes brillan en todo su esplendor son tres.
El inoxidable Kiko Veneno le pone sabor a una rumba de las suyas, “Los Tontos”. Jorge Drexler coprotagoniza “El nominao”, una pícara semblanza de lo que alguna vez todo músico -y su ego- temen: que ya nadie los reconozca. El mismo Drexler participa en un discreto segundo plano de coautor y guitarrista eventual -un impactante video con millones de vistas así lo demuestra- en el último tema del disco, un Calamaro auténtico con pasta de hit de los suyos. “Escribimos y grabamos Hong Kong en tres horas, un domingo invernal hace pocos meses”, cuenta Calamaro. Toda una revelación la sociedad Calamaro-Drexler al servicio del joven talento.
Escribe el rocker mitad madrileño mitad porteño: “Mi aparición en este disco me consagra de nuevo, está vez para una nueva década y posibles nuevas generaciones que van a descubrirme a dúo con Antón Tangana, trío con el estupendo Jorge Drexler y como parte de un disco grande que ya se confirma entre los más grandes discos del año o del año UNO”.
El tal C. Tangana firma, pues, una declaración de principios musicales que no parece impostada. Su contemporaneidad se nutre de las raíces. E incluso, con tanto invitado ilustre por ahí, deja camino libre al lucimiento ajeno. Pero sigue siendo su disco. En la era del “cortar y pegar” de la música, este muchacho de 30 años vampiriza tradiciones de otras generaciones, rinde homenaje y entrega bellas canciones de amor y despecho, excesos y obsesiones, en un producto envasado al vacío -con marca de origen- listo para ser consumido en cualquier parte del mundo. Satisfacción garantizada.
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