Doce días después de nacer, en 1855, Cecilia Beaux perdió a su madre. Diagnóstico: fiebre puerperal. Tenía 33 años. Cecilia y su hermana de tres años a la que le decían Etta tenían un padre que era francés, fabricante de seda. Tras la muerte de su esposa, el hombre quedó destruido y sin rumbo. Tomó la peor decisión para las niñas: huir. Se volvió a su país y Cecilia y Etta quedaron al cuidado de su abuela materna.
El hombre volvió un tiempo después pero no había amor, no había vínculo, no había nada. Sólo un extraño y arbitrario lazo de sangre. “No queríamos mucho a papá. Era tan extranjero... Pensábamos que era una persona muy singular”, contó Cecilia mucho tiempo después. Su familia no era clásica pero era grande: además de su abuela estaban sus tías y los maridos de sus tías, es decir, sus tíos. Pese a las tragedias iniciales, fueron buenos años en Filadelfia.
Un día como cualquier otro, Cecilia estaba dibujando en el living, recostada en el piso con el lápiz sobre la hoja. Una tía pasa a su lado, mira el boceto y le parece increíble. “¡Miren! ¡Miren cómo dibuja Cecilia!” Todos en la casa sabían de su dedicación pero a partir de entonces entendieron que había algo más: talento. Como no podía pagar por clases particulares de arte, la familia otra vez fue el sostén.
Su hermana Etta se acaba de casar con Henry Sturgis Drinker, un ingeniero mecánico y abogado con aires de escritor, que tenía una hermana: Catherine Ann Drinker, una destacada artista con clientes que posaban para ella. Para Cecilia fue más que una maestra, fue su ídola, y por ese motivo un día le dijo que era hora de que buscara un maestro real, que le enseñase cosas que ella no podía. Entonces comenzó a asistir a las clases de Francis Adolf Van der Wielen, el maestro de su primera maestra.
A los 18 años, Cecilia Beaux consiguió trabajo como profesora de dibujo en el Miss Sanford’s School. También dio clases particulares de arte, comenzó a pintar pequeños retratos, hizo ilustraciones científicas y probó con la pintura de porcelana, hasta que logró entrar a la Academia de Bellas Artes de Pensilvania. Allí ganó el Premio Mary Smith en las exposiciones de 1885, 1887, 1891 y 1892. Desde entonces lo supo: tenía una carrera.
En 1888 partió hacia Europa, puntualmente a París, para vivir ese tiempo que se conoce como la Belle Époque. Era un momento de furor artístico único en la historia, y ella tenía que vivirlo, conocerlo y absorberlo para transmitir luego esa potencia en sus cuadros. Estudió en la Académie Julian, así como también tomó clases con los artistas William-Adolphe Bouguereau y Tony Robert Fleury. Volvió al año siguiente a Filadelfia y desde entonces su éxito fue en ascenso.
En 1895 se convirtió en la primera mujer instructora en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, en 1896 expuso seis retratos en el Salón de París. Pero nunca se olvidó de los que la ayudaron: en 1898, por ejemplo, realizó un cuadro especial, un retrato de su cuñado, a quien le tenía mucho cariño: Henry Sturgis Drinker. Junto con su hermana, le darían seis sobrinos. Lo pintó con su gato y es el cuadro que aquí presentamos como belleza del día.
Hombre con gato —cuyo título original es Henry Sturgis Drinker— está en el Museo Smithsoniano de Arte Americano de Washington D. C., Estados Unidos. Es un óleo sobre lienzo de 121,9 centímetros de alto por 87,8 de ancho. La postura, la vestimenta y la mirada del ingeniero sugieren una gran seguridad. Según los críticos, Cecilia tenía una personalidad similar. Seguramente se admiraban mutuamente.
En 1906 Beaux se mudó a una cabaña en Gloucester, Massachusetts, donde tenía a sus amigos de vecinos. Hacia 1912 presentó una gran exposición de 35 pinturas en la Corcoran Gallery of Art de Washington D.C. Seguía recibiendo menciones y premios. Era una pintora famosa y muy productiva, aunque eso poco a poco comenzó a caer. El mercado del arte giraba hacia el modernismo y a ella no le gustaba seguir las modas.
Una noche de 1924, paseando por París, cayó y se fracturó la cadera. Desde entonces se fue alejando paulatinamente de la pintura. Son años de mucha reflexión: escribe un libro autobiográfico que se publica en 1930. Mientras tanto, sus cuadros, los que había pintado años atrás, seguían exponiéndose. Algo enfática y entusiasta, cuando era Primera Dama Eleanor Roosevelt dijo de ella: “Beaux es la mujer americana que ha hecho la mayor contribución a la cultura del mundo”.
Murió en 1942, muy mayor, en su cabaña.
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