El desamor y la literatura como una de las formas posibles del amor son los ejes que vertebran El oficio de narrar, un texto breve e inclasificable, entre el manual de escritura y la novela confesional, en el que el escritor Kike Ferrari se aleja del género negro que acostumbra transitar y entrega una escritura visceral y probablemente catártica, tanto para el narrador como para el lector. “Hay días de tristeza y otros de furia. Hay charlas y lágrimas y sexo y después una calma muda que se parece bastante a un precipicio, a la incertidumbre y a la muerte de un gato”, plantea la voz narrativa desde el comienzo. Y luego llega la aclaración: “Por suerte, la literatura lo invade todo (...) Y es en ella donde las cosas se ordenan o encuentran un nuevo desorden”, escribe el narrador.
El oficio de escribir desgrana las distintas situaciones que vive una pareja en vías de disolución. Pero cada una de ellas es vista a través del prisma de la escritura, que las resignifica y las transforma, mientras el autor puede ser sujeto y narrador de su propia historia. Ambos núcleos están acompañados por un tercer elemento que los potencia y, a la vez, los complementa: las ilustraciones de Nicolás Aponte, conocido como Apo. El texto recupera la matriz autobiográfica en la obra de este autor multipremiado por su novela negra Que de lejos parecen moscas, con varios títulos de literatura contrafáctica en su haber (Todos nosotros y Lo que no fue). Los rastros de Ferrari están en la historia de amor, en las reflexiones sobre la literatura y en la elección de un epígrafe cuanto menos curioso del Manifiesto Comunista de Karl Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, que da cuenta de su militancia, que ejerce como delegado de los empleados del subte, en el cual trabaja.
—Tu libro parece buscar lo imposible, ¿se puede poner en palabras el desamor?
—Kike Ferrari: Sí. Si me pongo de acuerdo conmigo mismo, con lo que pensé siempre de la literatura, se puede narrar el desamor. Creo que todo es material narrativo y se puede narrar. El tema es qué pasa en el proceso de escritura. En cualquier caso, lo que pienso sobre “El oficio de narrar” es que es más un texto sobre el amor que sobre el desamor. Yo hablo de un amor que busca otras formas. Un amor al que se le rompe la estructura que lo contiene, pero, en cualquier caso es un texto sobre el amor.
—¿Cómo definís el texto: novela intimista, aguafuerte, poemas en prosa, nouvelle?
—K.F.: La pregunta sobre el género es muy interesante porque me costó y todavía me cuesta encontrarle un lugar. No es exactamente un cuento aunque tenga las dos historias que requería la tesis de Ricardo Piglia sobre el género. No es exactamente una nouvelle porque tiene una extensión incluso menor que eso. Me parece que el que acertó sobre la forma que mejor le queda, aunque sea raro pensarlo, así es Acho Estol (N.R.: el músico, líder del grupo “la Chicana”), que lo pensó como una canción, porque inclusive tiene un estribillo al final de cada texto breve. Pero la verdad es que no estoy seguro. A grandes rasgos, si yo tuviera que clasificarlo en algún lado, diría que es un cuento. Quizás un cuento hibridado con otras formas literarias, pero en cualquier caso creo que es un cuento.
—¿”El oficio de narrar” es lo primero que escribís de corte autobiográfico?
—K.F.: “El oficio…” no es lo primero que escribo autobiográfico pero si es lo más profundamente autobiográfico que escribí. Y es el primer texto biográfico en mucho tiempo desde que yo puedo considerarme un escritor un poco más ducho, más eficaz. Hay algunos textos más tempranos míos que están más plagados de autobiografía pero después generalmente es un material que no me interesa tanto, pero en este caso fue el material de base. Sucedió que yo estaba escribiendo para no enloquecer una suerte de diario de mi crisis de pareja y, en un momento, como el oficio de narrar se mete en todos lados, encontré que en estos apuntes había, si yo le conseguía un contrapunto indicado, la posibilidad de armar un texto que funcionara, ya no como opción terapéutica para mi cabeza, sino como material narrativo que podía convertir en literatura. En ese sentido esto es lo más íntimamente personal que publiqué.
—¿Cómo interactúa con la historia del fin de un amor la reflexión sobre la escritura, la metaliteratura?
—K.F.: Entiendo que, de alguna manera, funcionan como contrapunto y como complemento. La historia de la disolución de una pareja por sí sola me parece que no construía un texto y esta serie de reflexiones sobre el oficio de la escritura por sí mismas quizás era algo que yo podía dar en un taller. Pero me pareció que la combinación sí nos daba algo y además me permitía decir una serie de cosas que me interesaban. Me permitía decir que la literatura o, dicho de otro modo, la escritura es una de las formas del amor que yo conozco y me permitía decir que, así como aprendo cosas en la vida que llevo a la literatura, aprendo cosas en la praxis literaria que después me llevo a la vida privada.
—¿La cita de Karl Marx que abre el libro reivindica tu condición militante?
—K.F.: Entiendo que la cita a Marx funciona en tres sentidos al mismo tiempo. El primero es el más obvio para un epígrafe que da cuenta de algo que va a narrar el texto, que me parece que se ajusta a la historia que ahí se cuenta. En segunda instancia, funciona en el mismo sentido que el título, hace ingresar un componente que no parece tener nada que ver con las dos cosas que se van a jugar en el relato. No es del orden del manual de escritura. No es del orden de las historias del desamor. No es del orden de la política y la revolución social. Y en el tercer sentido, es decir “Marx” en voz alta, que es una cosa que siempre me gusta hacer. De este modo puedo ingresar una tercer directriz que cruza mi vida de manera transversal, impregnándolo todo, como sucede con la literatura, como sucede con el amor.
—¿Por qué la interacción con las ilustraciones de Apo? ¿Sentís que tal cual están ponen en imágenes tus sentimientos y emociones en un momento de transformación de ese amor que narrás?
—K.F.: La idea de que Apo trabajara ilustraciones sobre el texto fue de las editoras, Julieta Elffman y Cristina Agelini, de la editorial TantaAgua. Yo creía que era necesario que el texto se publicara solo, no dentro de una colección de relatos. Requería un dispositivo exclusivo, un libro. Pero era muy corto. Entonces necesitaba esas dos “novias” que encontró en la editorial que le dieron la estructura que necesitaba en papel. Y en ese sentido es que fueron a buscarlo a Apo. Lo que él logra es que haya tres historias trabajando: una es la de mi texto; otra es la de sus dibujos y otra es la que se construye en ese cruce. La tensión entre lo que mis textos dicen y sus dibujos cuentan. Me da la sensación de que él encuentra un montón el clima de la historia y de alguna manera la completa.
—¿El título El oficio de narrar es un guiño al lector? ¿Busca desconcertarlo, ya que pareciera apuntar a un manual de escritura y no a un texto sobre el fin del amor?
—K.F.: Claro. Tiene esa doble función. Por un lado desconcertar, despistar, alejar al lector de una hipótesis de lectura y, por otro lado, brindarle un guiño. Busca avisarle algo de lo que va a suceder en relación con la escritura, y dar por supuesto que el que inicia el viajecito que implica ese texto conmigo va a compartir, aunque sea mínimamente, la idea de que hay una pasión en la escritura, en la lectura y que hay una serie de emociones muy importantes en las ideas.
El encargado de registrar cómo se vive y cómo se narra el fin del amor con sus dibujos es Nicolás Aponte, un cineasta e ilustrador que publica sus obras bajo el seudónimo de Apo. “Hago dibujos. También hago docencia y, de vez en cuando una película”, cuenta en su minibiografía en la que también aclara que nació en 1978, que vive en Floresta con su gata Linn y que reúne sus trabajos en el perfil de Facebook Apontinopla. Pero su práctica casi a modo de pasatiempo se convirtió en el complemento para la reflexión sobre la transformación del amor de Ferrari. Sobre esa interacción entre la prosa del autor y sus trazos habló Apo.
—¿Cómo surgió la idea de ponerle imágenes a la historia del fin del amor?
—Apo: La propuesta llegó por parte de Julieta Elffman, la editora del proyecto junto a su socia Cristina Agelini, de TantaAgua. Ellas ya tenian una idea previa, una suerte de boceto o propuesta y a partir de ahí comenzamos a intercambiar ideas y propuestas, brindándome cada vez mayor libertad (es decir, a medida que me adentraba y apropiaba del texto y la propuesta original).
—¿Hablaste sobre las ilustraciones con Kike para ponerse de acuerdo?
—A.: Tuvimos en un momento del proceso un encuentro con Kike para conocernos, para intercambiar ideas. En general, creemos que el dibujante o quien ilustra está al servicio del texto y/o de quien lo escribe, interpretando o proponiendo sobre esa base. Aún más cuando el texto es tan.’intimo’. Sin embargo, en este caso, la propuesta por parte de Kike fue de intervenir lo menos posible, lo cual siempre tiene una doble cara para un dibujante: por un lado es frustrante y por otro es fascinante. Es el tema ese del juego de la libertad.
—¿Cómo planteaste el trabajo, entonces?
—A.: Del encuentro con Kike me llevé algunas imagenes mentales y una amena conversación de quien sabe ser hospitalario y generoso para la charla. A la hora entonces de ponerse a trabajar ya pude liberarme de la parte de presión que nos ponemos al pensar en cómo expresar los sentimientos de otro y comencé a soltarme un poco de ese aspecto. También recordé que Kike había contado que fue el texto una suerte de expresión catartica y me quedó muy grabada la imagen de los manuscritos del texto en un cuaderno. La caligrafía, los tachones, dan cuenta de un ánimo al momento de la acción de escribir.
—¿Hubo una evolución en los dibujos, que es paralela a la de la disolución del amor que cuenta la historia?
—A.: Digamos que los primeros dibujos fueron más clásicos. Es decir, busqué mostrar una imagen de lo que el texto cuenta y, poco a poco, me fui animando a probar cosas que fueran más ilustrativas de sensaciones o emociones y ya no tanto de acciones o situaciones. Ahí entonces comencé a explorar cosas y permitirme otras, y en cierto modo la idea comenzó a ser ‘ensuciar’, ‘desemprolijar’, es decir, recuperar algo de ese cuaderno que vi en manos de Kike y que no se pierda esa urgencia por escribir al momento de la edición al libro. Finalmente fue una cuestión de ‘poner en orden’ o establecer una progresión (quizás esto por el gusto por el cine): empezar con cierto tipo de imágenes y gradualmente ir pasando a otro tipo para, al final, terminar con una imagen que sintetice todo el tránsito. Mi práctica como ilustrador e historietista es errática y un poco amateur, ciertamente las editoras se la jugaron y fue muy reconfortante saber que tanto ellas como Kike quedaron satisfechos con las imágenes.
Fuente: Télam
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