Habla de ella y la llama Susan y eso, para cualquiera que lo escuche, ya representa una señal de lo que el objeto de su libro significa para él. Habla sobre Susan Sontag (1933-2004) y es como si hablara de un familiar, de una amiga, de alguien muy cercano. Y es que Benjamin Moser pasó nada menos que siete años trabajando sobre sus días y sus obras, a partir de los archivos y documentos a los que el hijo de Sontag, el periodista y ensayista David Rieff, el permitió acceder.
Moser nació en Houston, en 1976. Es escritor, editor y traductor, fue y es columnista de publicaciones como Harper’s, The New York Times Book Review, The New Yorker, y The New York Review of Books. Tradujo libros del francés, el español, el portugués y el holandés y antes de dedicarse a reconstruir en detalle la vida de Sontag se había sumergido en la vida de otra gran escritora judía, Clarice Lispector, la autora brasileña nacida en Ucrania a quien tradujo. Su biografía de Clarice es muy conocida y se llama Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector, y fue finalista del National Book Critics Circle Award.
El año pasado Moser recibió el Premio Pulitzer de biografía por Susan Sontag. Vida y obra, un trabajo monumental -y muy esperado por los fans de Sontag, entre ellos la autora de esta nota- dedicado a analizar los días y los trabajos de la gran intelectual estadounidense, la más importante de la segunda mitad del siglo XX y posiblemente una de las pensadoras y narradoras más influyentes en todo el mundo. El libro fue publicado por Anagrama. Días atrás, Moser fue entrevistado en el programa Vidas Prestadas de la radio pública argentina.
Lo que sigue es la transcripción de esa charla, que se realizó vía zoom, con el escritor hablando generosamente y de buen humor, en un excelente castellano, pleno de matices, desde el sur de Francia.
— Me gustaría saber quién era o qué representaba Susan Sontag para vos antes de que encararas el trabajo de ser su biógrafo.
— Bueno, esa es una cosa que es difícil de explicar. Porque yo nací en Estados Unidos, que era el país de Susan Sontag por supuesto, pero ella había sido una personalidad, una presencia en nuestro mundo cultural, político y todo, mucho antes de nacer yo. Entonces muchas veces la gente me pregunta ¿”cuándo te enteraste de la existencia de Susan Sontag por primera vez?” y yo les digo que ella era tan presente que es, no sé, no es una cosa que uno se enterara, ella existía. Ella era como una montaña, siempre había estado presente. Entonces, me intimidaba bastante. La verdad es que cuando empecé a pensar hacer este libro estaba bastante intimidado, porque Sontag había sido la reina de la cultura nacional durante tantos años. Supongo que sería como para un argentino hacer Borges o algo así, es algo muy grande que difícilmente uno se atreve a aproximarse.
— Hay gente que de pronto dice “sí, conozco ese nombre, la vi en alguna película de Woody Allen, sé que fue importante”. Pero al mismo tiempo se preguntan si Susan Sontag fue representante de la alta cultura o de la cultura popular. Porque justamente esa contradicción aparece en ella. ¿Cómo definirías su lugar dentro de la cultura?
— Bueno, es una cosa que se puede comparar en Estados Unidos a lo que representan muchos escritores en Latinoamérica o en Europa. Porque nosotros no tenemos intelectuales públicos famosos, eso casi no existe. Tenemos intelectuales o escritores respetados, conocidos, pero están en una parte de la cultura que no alcanza a la cultura popular. Ella era la excepción. Y eso me llamó mucho la atención porque me dije “¿cómo es que esa señora que escribe esos ensayos que casi nadie lee -porque uno tiene que tener como tres doctorados para aproximarse a esa obra-, cómo es que mi abuela sabía quién era? Ella había alcanzado para mí la gloria, se había convertido en una celebridad, que es una cosa muy rara, que nunca había pasado. Y ella había sido criticada bastante justamente por la alta cultura más conservadora, más tradicional, por haber sido tan popular. Y esa nunca fue la pretensión de Susan Sontag, llegar a ser famosa de este modo, digo. Pero son las cosas que pasan una vez en una generación, le toca a alguien.
— Claro. Es interesante porque a veces cuando trato de pensar en Sontag la veo como una persona, no solo como una mujer, sino como una persona que era capaz de expresar sus contradicciones políticas y estéticas en voz alta. Y eso no es tampoco tan frecuente, ¿no?
— No. Justamente, durante casi 50 años de carrera, y de carrera pública, ella había hecho muchas cosas que eran de hecho contradictorias. Que la gente se preguntaba por qué razón si había ido contra la guerra de Vietnam 40 años después estaba a favor de otra cosa. Y ella se estaba siempre explicando que no era un monumento ni una estatua si no una persona que iba pensando con su tiempo y contra su tiempo. Y eso incomodaba a la gente porque mucha gente quiere la estatua, quiere el monumento, quiere la cosa que no cambia. Y, eso, como nosotros en nuestras propias vidas, todo cambia, ¿no? Lo dijo Mercedes Sosa.
— Sí, exactamente (risas). Lo interesante de ella es que esto lo hacía públicamente, por escrito y en las entrevistas. Es decir, era una persona que se atrevía a decir “yo pensaba esto pero ahora pienso lo contrario” y, sin embargo, hubo cosas a las que no se atrevió y que tienen que ver más con su intimidad y, básicamente, con su sexualidad.
— Sí, exactamente. Ella se supo lesbiana muy joven. Como a los 13, 14 años ya en sus diarios, que mantuvo privados toda su vida, hay una otra Susan que es invisible al público. Ella describe sin miedos qué siente al enterarse de su sexualidad. Ese es un tema muy difícil porque hay que considerar toda la historia de la sexualidad y la homosexualidad, que era una cosa en Estados Unidos, como en casi todos los países, o criminalizada o casi que la sociedad la discriminaba tanto que era como si fuera un crimen. Entonces ella había puesto eso casi literalmente en una caja separada de su vida pública, lo que hacía casi todo el mundo en aquel entonces. Cambió la sociedad muy radicalmente a partir de los años 70, 80 y, con el SIDA, más todavía en que la exigencia comenzó a ser que toda persona homosexual tiene que decir que es homosexual porque si no estás perpetuando la discriminación, es decir, si no lo hacés estás diciendo que es algo de lo que hay que avergonzarse. Tiene que ser algo como decir que soy negro, o soy uruguayo, soy católico. No importa, es una cosa que no tiene un valor moral, es una descripción empírica sin ningún valor personal.
— Algo importante que aparece en la biografía que escribiste, que es una biografía muy voluminosa en la cual aparece mucho trabajo sobre su vida y sobre su obra, tiene que ver con sus padres. Ella prácticamente no conoció a su papá, murió cuando ella era muy chica, tenía 5 años, y la presencia de su madre, Mildred, sí es una presencia muy fuerte y algo que uno lee con mucha atención en tu trabajo tiene que ver con el alcoholismo de su madre y con la marca que ese alcoholismo dejó en la que era entonces era Susan Rosenblatt.
— Eso me fascinó y fue uno de los motivos que me animaron a hacer ese proyecto. Porque yo también tuve una madre alcohólica, que es una cosa que tal vez se pueda entender cuando escribo sobre ese asunto. Es una cosa que ha sido parte de mi niñez, que mi mamá ha superado hace muchos años y por eso me siento cómodo hablando de eso. Pero eso marca al niño de manera muy específica, no solamente de manera profunda sino específica. Es una cosa que no se entendía en la época. Porque como con la homosexualidad había una vergüenza, un juzgamiento moral alrededor de una cosa que hoy entendemos que es una enfermedad, que no tiene valor moral. Hay gente que bebe mucho y que nunca pasa a ser alcohólica y hay gente que bebe un poco y se convierte en alcohólico, por una cosa genética tal vez. Entonces esa vergüenza de la parte moral me fascinaba porque era una oportunidad no solamente de hablar de eso en tu caso, en mi caso, en el caso de mucha gente, sino de ver cómo ha cambiado el mundo. Cómo ha cambiado la manera de todos nosotros de pensar sobre la enfermedad, el vicio. Y ya esa es una palabra.. ¿Hay alguna otra palabra en español para reemplazar vicio?
— Se habla más que nada de adicción.
— Adicción, exactamente. Porque vicio ya tiene en la misma palabra…
— Tiene una connotación, claro, que criminaliza de algún modo, claro.
— Exactamente. Y eso está hasta en el lenguaje. Entonces esa revolución, porque ha sido una revolución para mucha gente entender la sexualidad, como entender la enfermedad, el cáncer. Sontag le ha dedicado un libro fenomenal al cáncer, sobre el que también había un juzgamiento moral. Cuando murió Clarice Lispector en Río en el 77 nadie le dijo que había tenido cáncer porque era un motivo de vergüenza para ella, para la familia. Entonces todo ha cambiado y es una oportunidad de enseñar a la gente más joven tal vez cómo ver el mundo. Y Susan te da una llave al mundo.
— Claro, porque al mismo tiempo estamos hablando de lo que tiene que ver con la adicción al alcohol pero además en una mujer. Porque si ya era algo que estaba mal visto en un hombre, en una mujer se amplificaba ese cuestionamiento, ¿no?
— No, era como una cosa que no se hablaba. No era una cosa de una mujer decente, sí tal vez de una prostituta. Es una cosa que no… Entonces mucha gente sufría por eso en silencio, con vergüenza, y se moría de eso porque no había dónde ir. No había a quién dirigirse y buscar la ayuda que se necesitaba. Entonces eso es un progreso real porque entre tantos retrocesos en el mundo me gusta al menos decir que en alguna cosa, bueno, hemos ido un poco adelante. Por lo menos.
— La relación con su madre es algo que está muy marcado en tu trabajo como, por supuesto, está muy marcada la relación con David Rieff, su único hijo. También fue una relación muy complicada, como si ella no hubiera podido ser solamente la hija de su madre o la madre de su hijo. Fueron vínculos que marcaron toda su primera etapa y toda su vida, porque fue madre muy joven, y su madre y su hijo han tenido una influencia notable no solo en su vida sino también en su obra, ¿no?
— Claro. Y eso es algo que pasa al niño de la madre o de padre alcohólico. Es que se convierte en la madre de la madre. Porque la madre está desamparada, necesita ayuda. Entonces ¿quién se ocupa de ella? La niña. Y eso le pasó de una u otra forma al hijo de Susan también porque era muy chica cuando él nació. Tenía 19 años cuando nació David. Entonces no estaba preparada para nada para encargarse de este niño. Son las relaciones más importantes. Y nos marca a todos nosotros.
— En cuanto a sus vínculos, hay muchas cosas que no se sabían porque como decíamos recién todo lo que tiene que ver con sus relaciones con las mujeres era algo que no era público, pero lo curioso también es lo que aparece en tu trabajo y que tiene que ver con lo que ella dice en sus diarios, en relación a su lugar de demandante en las relaciones amorosas.
— Exacto. Y eso sí, eso me dolió mucho porque había siempre en ellas una relación de poder entre la dueña y la sirviente, digamos. Y eso nunca se resolvió. Lo dice Freud, que la relación ideal es entre dos iguales, una pareja son dos personas iguales. Es la relación ideal. Y eso me dolió mucho porque Susan nunca llegó a tener esa igualdad. O estaba humillándose o estaba humillando a la otra. Y eso, bueno, se me hizo difícil describir eso tantas veces porque es un proceso que no se resuelve.
— Benjamin, tanto en el caso de Sontag como en el de Clarice Lispector, que es tu anterior biografiada, se trata de mujeres que no conociste, ¿verdad?
— Nunca, no. Qué pena, ¿no?
— Claro, eso te quería preguntar. Qué se siente, cómo sentís eso, porque en lo personal me tocó escribir libros sobre personas que no conocí y, en este caso, curiosamente, yo sí conocí a Susan Sontag y la entrevisté.
— ¿Ah sí?
— Sí, en Río de Janeiro en el año 93. Entonces me resulta muy interesante preguntarte cómo vivís a tus biografiados sin haberlos conocido. ¿Qué son para vos, qué representan para vos?
— Es una pregunta que me tiene ocupado diariamente porque, por un lado, siempre las quiero. Bueno, hay siempre dudas, hay siempre zonas de oscuridad en las vidas sobre las que estamos queriendo obtener una respuesta que no vamos a tener porque no hay, porque se murió. Entonces, qué ilusión me haría llamar a Susan y preguntarle qué pasó con esto o esto. Pero bueno, no se puede, es una ilusión que uno tiene, que es un poco infantil tal vez. Estaba hablando con un señor el otro día que quería escribir una biografía de un escritor americano que tiene como 80 años, entonces ya es viejo pero está vivo. Y yo le dije: cuídate con eso. Cuidado, cuidado, cuidado. Porque las vidas que nosotros escribimos no son las vidas de la gente. Es una biografía, es una narrativa, es algo que nosotros inventamos a partir de unos hechos que descubrimos que son opiniones, que muchas veces hay mucha gente que no está de acuerdo con las opiniones ajenas. Es como la foto -es algo tan Susan Sontag esto- pero hay fotos buenas y fotos malas. Hay gente simpática y hay gente antipática. Entonces, te pueden contar la misma historia de dos maneras, la primera deja a la señora como una cosa monstruosa y la otra, como una santa. Y puede ser la misma historia. Entonces, lo que yo desarrollo, porque es automático, es que uno se queda mucho tiempo con esas figuras, muchos años frecuentándolas, aunque sea de los libros, de los amigos y todo. Y uno acaba conociéndolas muy bien. No digo que yo siempre tengo razón en todo, todo, todo lo que digo porque no es así, pero es como alguien de la familia, es alguien a quien conoces muy bien. Y entonces conoces lo que está por detrás de lo que hacen y lo que dicen. Pero es algo muy precario.
— Quiero decirte algo que me parece importante y es que es cierto que yo la entrevisté, yo era muy joven, estamos hablando en el año 93, yo tenía 32 años entonces, pero me acuerdo que la sensación que tuve, y es una Susan Sontag que encuentro en tu biografía, es la de una persona muy compleja, con una capacidad intelectual enorme, y al mismo tiempo una frivolidad si se quiere. Porque la misma persona que hablaba de la cuestión política de Balcanes y de lo que significaba poner a la luz de las velas una obra de teatro en la Sarajevo sitiada, era la que te decía “cada vez que voy a Sarajevo bajo 8 kilos”. Me acuerdo que me quedé muy sorprendida...
— Pero así somos todos, ¿no? Eso es el encanto de Susan Sontag para mí, es que ella, por más “estatuesca” que la gente quería que fuera, no lo era: era una persona viva. La persona viva, por inteligente que sea también quiere bajar 8 kilos, ¿no? Porque es una persona que tiene un costado normal, es una mujer normal que está preocupada por las cosas de todo el mundo. Y, del otro lado tiene algo que supera esa cotidianeidad, esa cosa normal de todos los días. Porque hay mucha gente que no va más allá de lo de querer bajar los 8 kilos (risas). Hay gente que se queda ahí y no está en los Balcanes y no está alcanzando lo que alcanzó ella. Pero a mí no me gusta, porque hay gente así que quiere presentarse como dioses, como una cosa perfecta, y hay mucha gente que quiere santos también.
— Sí, sí, claro.
— Que exigen.
— Estamos hablando de todas estas contradicciones, y te mencionaba esto porque recuerdo, por ejemplo, haberla visto comer de una bandeja de frutas de la manera en que vos describís que ella comía, arrasando (risas)…
— Sí, atacaba la comida. Es una cosa muy rara. Todo el mundo me contó eso, que comía muy grotesco. Claro.
— Me gustaría preguntarte en qué momento de tu trabajo tuviste la claridad de que habías encontrado un tono o un estilo para contar la vida de Sontag.
— Ah, esa es una pregunta muy difícil. ¿Por qué? Uno siempre está en la duda porque uno siempre está creyendo encontrar el tono justo para una persona muy compleja, como lo dijiste. Es una persona muy difícil, muy difícil de captar, muy difícil de reunir al ídolo con la mujer más sencilla. Entonces, el momento en que empecé el libro es lo que está en el inicio del libro, algo que encontré en Los Ángeles en sus archivos: una foto de su madre con su abuela, en una película en Hollywood en 1919. O sea que estamos en el inicio-inicio de la industria cinemática californiana. En ese momento llamaban a la gente del barrio para actuar en las películas cuando necesitaban gente. No había ningún profesionalismo. Llamaban a la gente de la calle para participar. Y esa es la foto de una escena de genocidio, en ese caso el genocidio armenio en Turquía. Y lo que me fascinó es que las dos mujeres estaban fingiendo ser víctimas de un genocidio; eran mujeres que iban a volver a sus casas después. Pero lo que pasa es que la abuela no sabía, no tenía cómo saber que muy poco tiempo después ella iba a estar muerta ella también. Entonces esa foto de la inocencia de las personas delante de la cámara me fascinó y yo dije bueno, es así, con esa inocencia que tengo que empezar. Porque yo soy como un fotógrafo en ese caso, voy tirando de unas fotos de una persona que no puede saber hasta dónde va a llegar esa vida. Está viviendo como todos nosotros en una nube de desconocimiento, de ignorancia, haciendo lo que puede hacer, sin ninguna garantía de nada.
— Es interesante porque hablamos de una foto como el comienzo o como el telón que se abre ante la vida de Susan Sontag, para quien además la cuestión de la fotografía fue clave en cuanto a lo que significó su nombre en la historia de la cultura. Su relación con la fotografía y su descripción y su crítica sobre el tema de la fotografía y la fotografía de guerra, por ejemplo.
— Eso es una cosa fascinante. Porque a mí me encanta leer crítica literaria, crítica, todo, y no conozco, no hay libro después de Sobre la fotografía de Susan Sontag en que no haya una referencia a ese libro. Está la gente que detesta ese libro y la que ama ese libro. Pero sin embargo el libro es imposible de evitar. Y eso, en todas las reflexiones nuestras hoy sobre la guerra, sobre cómo miramos el sufrimiento, la crueldad, tenemos obligatoriamente que volver a Susan Sontag.
— Qué interesante también pensar lo que pasó ya sobre el final, incluso con ella muerta, en relación a esas fotos que tomó su última pareja, Annie Leibovitz. Esas fotos que fueron publicadas y también cuestionadas, de ella ya enferma, mal, incluso imágenes de ella muerta.
— Eso es fascinante también, lo que decís sobre la fotografía. Sontag anuncia exactamente lo que va a pasar con su propio cuerpo. Es una cosa un poco rara para decir, pero así es, porque ella dijo que la fotografía puede ser un acto de amor, puede ser un acto de obscenidad, y puede ser la misma foto. O sea, entonces el hijo de Susan ha visto esas fotos como una obscenidad, una falta de respeto a su madre, pero su pareja las hizo como homenaje. Es la misma foto, el mismo libro. Es entonces cuando vemos cómo Susan nos ayuda a pensar cómo una cosa, una sola cosa puede ser dos cosas al mismo tiempo y que no es una cuestión filosófica, abstracta, seca, sino una cosa muy emocionalmente electrizante.
— Hay dos líneas importantes que aparecen en tu trabajo vinculadas a la obra de Sontag que tienen que ver con cómo aprender a mirar, por un lado, y con el concepto de “la vida entre las ruinas”, por otro. Me gustaría un poquito que profundicemos eso.
— Bueno, la vida entre las ruinas es una frase de Walter Benjamin, sobre cómo se vive en el siglo XX. Susan nace en enero del 33, el mismo mes en que Hitler llega al poder. Entonces esa fecha para todo el mundo es importante y para una niña judía todavía más. Eso es una conciencia de vivir bajo la sombra del Holocausto, de Hiroshima, de la bomba atómica, de la destrucción del medioambiente, de todo eso que estamos viviendo en esas ruinas y qué hacemos entonces. Es una pregunta además muy claricelispectoriana, de otra manera, pero es una pregunta que en el siglo XX se impone porque nosotros sabemos que estamos viviendo en un mundo que en cierta forma está llegando a su final, entonces qué hacemos, cómo actuamos moralmente, artísticamente, intelectualmente, cuál es el papel del pensador. Y del pensador como escritor, como artista, pero también como ciudadano. Cómo relacionamos, qué relación debemos tener con el poder, la política. ¿Vale la pena todo eso? Y es una cosa muy penosa porque la respuesta sencilla es no, que no vale la pena, que se va a joder todo el mundo.
— Claro.
— Como pasó en la Segunda Guerra. Pero hay una obligación casi personal de mantenerse fiel a sus propios dioses. A su cultura. A su lenguaje. A su idea de sí mismo, que refleja Susan Sontag de una manera muy bella.
— Siguiendo lo que fue el pensamiento de ella en relación con la izquierda y con el comunismo, es interesante recordar las cosas que llegó a decir, volviendo a esto de cómo podía contradecir su propia opinión. Es ella la intelectual que llega a decir que “el comunismo es fascismo con rostro humano”. Y en esto, importa cuánto influyó en ella el ruso Joseph Brodsky al punto que, esto yo no lo sabía y es una de las sorpresas con las que me encontré en tu libro, el de Brodsky es uno de los nombres que Sontag menciona en sus últimas palabras, ¿no?
— Claro. Porque él era un maestro. Él era el hombre que lo sabía todo. Como era ella; ella era famosa por ser la mujer que lo sabía todo. Entonces ella había encontrado en él, no una pareja en el sentido sexual sino una pareja en el sentido de un igual…
— Un par, claro.
— Un par. Eso es una cosa que ella anhelaba toda su vida. Él había vivido en la Unión Soviética, había sido perseguido políticamente, y entonces él tenía una idea muy negra del comunismo. Ella no porque ella vivió en un país donde el Partido Comunista en el poder o hasta en el Parlamento no existía como existió en Francia, en Italia o en otros países democráticos. Y esa palabra, comunista, me daba mucha dificultad porque yo soy americano de una generación en que eso no existía, y además no había existido y había caído el comunismo, la Unión Soviética dejó de existir. Entonces yo pensé: por qué se interesa tanto ella por esa idea tan mala, tan obviamente terrible. Y ahora que tengo 44 años lo veo de una manera distinta de la que tenía cuando tenía 20 años. Ahora el capitalismo me parece una cosa horrenda, que necesita una crítica. Por eso veo que en mi generación, y en las generaciones más nuevas, hay una cierta reivindicación del marxismo, del pensamiento comunista, no como el estalinismo, pero una cosa con más facetas. Y eso me da una cierta esperanza.
— Y te pone un poco más cerca de ella, que en definitiva se oponía a la cara más oscura, oscurísima del capitalismo.
— Claro, porque no es para decir que todo es igual o que el capitalismo y el comunismo es la misma cosa, porque son cosas distintas. Pero todos los sistemas tienen esos lados oscuros. Si nosotros no estamos preparados para eso… Yo creo que si yo hubiera crecido en Latinoamérica mi pensamiento sería distinto, porque aunque no sea comunista yo creo que en Latinoamérica se ven mejor las contradicciones del capitalismo. En Estados Unidos había un tipo de mascarilla que para gente de mi clase social, de mi educación, era posible pensar que todo estaba muy bien (risas).
— Claro, entiendo.
— Que hoy es una cosa ridícula para decir, me da vergüenza decir eso, pero cuando yo era niño nosotros pensábamos que todo estaba muy bien. Y ahora vemos las contradicciones, los crímenes del capitalismo. Y nos da ilusión pensar la sociedad de otra forma.
— Bueno, los cuatro años con Trump no fueron en vano, seguramente…
— Era difícil no ver a lo que había llegado nuestro sistema. Pero hace 30 años, cuando yo era niño, pensábamos que estaba todo muy bien y que todo el mundo quería ser como nosotros. Hasta en Argentina. Bueno, se habían dolarizado, todo eso. Todo el mundo quería ser como nosotros. Después hubo como una conciencia que fue insinuándose en nuestras cabezas,o muy como en contra de todo lo que habíamos visto de niños. Es una cosa un poco trágica. Yo creo que aquello nos impidió ver cómo era el mundo.
— Benjamin, trabajaste con las vidas grandes heroínas intelectuales, tanto Clarice como Susan Sontag. Y estamos hablando además de obras muy leídas y consideradas. Como biógrafo, ¿pensás que hay algún límite, hay cosas sobre las que no se puede escribir? Porque en tu libro uno se encuentra con cosas como esto que mencionábamos antes de cómo comía Susan Sontag, y también cuestiones vinculadas a su higiene, por ejemplo. ¡Qué pensás vos que es un límite para un biógrafo? ¿O no existen?
— Sí, existen claro. Existen de muchas formas. Bueno, yo te doy un ejemplo que se aplica a Brasil pero supongo que en Argentina es la misma cosa. Es que en Brasil no hay censura. No hay nadie en general que te diga no puedes publicar eso en el diario La Nación. Eso no existe. Pero lo que existe es una censura en la sociedad. Hay muchos asuntos que uno no toca. Y uno lo sabe porque uno es argentino y uno sabe en qué mejor no entrar en ese asunto. Brasil es la misma cosa. Pero yo no sabía eso porque yo llegaba de afuera a Brasil, que es un país que conozco muy bien pero yo no soy brasileño, entonces yo no sé todo lo que no se puede decir del ministro no sé quién. Entonces la gente se sorprendió mucho en Brasil con las libertades que me había tomado en ese libro. Y todo el mundo me dijo “qué coraje”, todo eso. Yo me dije: “pero nunca me pasó por mi cabeza que era coraje que yo escribiera porque alguien me dijo eso y me pareció interesante”. Entonces hay límites sociales, jurídicos, todos esos son un poco distintos tal vez en los distintos países.
Pero hay otros límites personales que yo tengo. Yo nunca quiero humillar a mis heroínas, porque son heroínas. Tienen sus defectos, tienen sus cosas, pero para mí son mujeres totalmente admirables, totalmente humanas, que como todos nosotros tienen sus aciertos y sus errores. Pero no quiero exponerlas a ellas a las malas lenguas. Yo no quiero repetir cosas que me dijeron pero de las cuales yo no tengo su visión. Como por ejemplo hay mucho, no en la vida de Clarice, pero en la vida de Susan hay muchas rupturas amorosas. Entonces yo no sé en esas cosas de los matrimonios de la gente, Fulano dijo eso y Zutano dijo eso, la realidad es que nunca sabemos exactamente lo que pasa entre dos personas.
Yo nunca quiero humillar a mis heroínas, porque son heroínas. Tienen sus defectos, tienen sus cosas, pero para mí son mujeres totalmente admirables, totalmente humanas, que como todos nosotros tienen sus aciertos y sus errores
— Claro.
— Por qué se enamoran, por qué rompen. Y tampoco me interesa eso mucho. Yo quiero dejar a la gente con su dignidad.
— Una de las cosas que aparece en tu libro tiene que ver quien fue el marido de Sontag, el papá de David, Philip Rieff, y lo que aparece muy certeramente tiene que ver con La mente de un moralista, el primer libro de Philip Rieff, que firmó él como autor y en el que supuestamente Susan lo ayudó, pero que todo indica que en realidad la autora de ese libro fue ella. ¿Es así?
— Eso es una cosa que ha causado mucha controversia en Estados Unidos e Inglaterra cuando salió mi libro. Todo el mundo escribió sobre ese escándalo descubierto pero es muy chistoso también porque eso solo puede ser un escándalo descubierto para quien está totalmente fuera del mundo literario de Nueva York. En realidad era una banalidad total. Pero bueno, hay mucha gente que estaba queriendo un escándalo y lo encontraron con eso. Pero es una cosa muy interesante en la generación de las mujeres, porque el feminismo es algo que se piensa que se inventó el jueves pasado, ¿no? Pero la gente no sabe la historia del feminismo, hay muchas mujeres más viejas que dijeron “que ridículo, todo el mundo hacía eso, no nos quedaba otra. Teníamos que escribir para nuestros maridos”. En las universidades no había lugares para las mujeres, con algunas excepciones pero raras, entonces las mujeres académicas, literarias, muchas veces publicaban cosas con los nombres de sus maridos, eso era muy común.
— Sí, eso es cierto.
— Mientras las más jóvenes no sabían de eso y se enojaban bastante con ese señor que le “robó” el libro a Susan. Lo que es correcto, pero todo el mundo me dijo que en aquel tiempo eso era bastante común.
— Quiero hacerte la última pregunta. En tu trabajo te ocupás tanto de sus textos teóricos como de sus ficciones y de sus guiones y de sus películas, y lo hacés con mucha seriedad y mucha profundidad, pero quiero preguntarte si te gustan las narraciones, es decir, si de verdad te gustan las ficciones de Sontag.
— Oficialmente, hay que odiarlas, ¿no? Es la regla de oro de todo el mundo. Yo creo que a mucha gente le gustó que no les gustaran las ficciones. Porque Susan era una figura de un tamaño tan inmenso que le daba mucho gusto a la gente decir “pero la vieja, la pobre, sus ficciones son terribles”, una imbecilidad. A mucha gente le gusta sentirse superior a la gente superior. Eso lo sabemos. A mí no me gustan las dos primeras novelas, que son imposibles de leer. Pero también son interesantes a su manera. Las novelas que ha publicado en los años 60, para nuestros gustos de hoy, son imposibles de leer.
— Bueno, pero hoy tampoco leemos el objetivismo francés de manera masiva, así que en ese sentido…
— Tampoco. Pero esa era la moda en todo el mundo. Entonces para mí el interés no es el interés de una novela que me encanta leer, pero sí es el gusto de una novela que me interesa leer porque aprendo algo sobre lo que era el arte en aquella época.
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