Hace veinticinco años fallecía en París la escritora Marguerite Duras, mundialmente conocida por su libro El amante y reputada en Francia aún a día de hoy por su carácter agriado. Una imagen que no basta para explicar al mito detrás de la escritora que simplificó la escritura y asentó la autoficción.
Marguerite Germaine Marie Donnadieu (Saigón, 1914-París, 3 de marzo de 1996), conocida como Duras, es uno de los rostros clave del siglo XX, pero el éxito de una de sus últimas novelas, El amante, premio Goncourt en 1984 y un fenómeno literario que logró vender hasta un millón de ejemplares en poco tiempo, eclipsó la diversidad de su obra.
Refugiada detrás de su máquina de escribir en un apartamento parisino, cortando a su interlocutor con cierta soberbia y opinando de todo (desde literatura y política hasta el último suceso violento aparecido en la prensa amarilla), Duras es a menudo recordada como una viejecita senil que divagaba en círculos sobre su vida. “Hemos guardado la imagen de la última Duras. Era un personaje complejo y diverso, pero 25 años después de su muerte podemos alejarnos de esa personalidad tan fuerte que ha llegado a ahogar la complejidad de su obra”, constata la editora Sophie Bogaert, especialista en su obra.
Para Bogaert, Duras es un clásico de la literatura francesa que ha marcado a las generaciones posteriores de escritores que han seguido también la vía de la autoficción. “Esta corriente viene en buena parte del trabajo que Duras inició a principio de los años 80, que en su época era experimental, valiente e innovador. Esa manera de escribir a partir de lo cotidiano y lo banal, mezclando continuamente con la ficción de forma que uno ya no sabe lo que es inventado es muy de Duras”, añade.
No es el único rastro de Duras presente en la literatura francesa contemporánea: en sus manuscritos se observa una voluntad casi obsesiva de simplificar y simplificar, que consolidó un estilo parco y sobrio, pero no simple de fondo, que ha creado escuela. Escritoras como Ana María Matute, Annie Ernaux, Camille Laurens o la directora de cine Isabel Coixet, han sido algunas de las creadoras influidas por su trabajo.
La directora francesa Lise Baron acaba de lanzar en Francia el documental Marguerite Duras: L’écriture et la vie (La escritura y la vida), creado por la productora Les Nouveaux Jours para France Télévisions, un intento de ofrecer una visión más pedagógica de la vida y obra de la artista, mostrando todas las piezas del puzle Duras.
“La densidad de su vida es fascinante. Vivir solo uno de los periodos de la vida de Duras bastaría para tener una vida prodigiosa”, dice Baron. Resuelta a que el público la lea con otros ojos tras ver su película, Baron confiesa haberse deshecho de los clichés que tenía sobre la autora antes de empezar su investigación.
“Detrás de la mujer de 80 años con jersey de cuello alto y falda larga, no me imaginaba una mujer tan comprometida y anclada en su siglo. Cuesta pensar que una sola persona haya podido tener una vida política y activista tan rica y al mismo tiempo una vida creativa tan amplia”, constata Baron.
Algunos pasajes de su controvertido carácter han marcado a fuego el recuerdo de una anciana excéntrica y al borde de la locura. El más desagradable es sin duda un artículo en el diario Libération donde señalaba a la madre de un niño asesinado, Grégory Villemin, como supuesta autora de un crimen que sacudió el país en los años 80 y sigue sin resolverse. Sus problemas con el alcohol, su relación con un hombre 38 años menor que ella y su soberbia manera de hacer prevalecer su opinión tampoco ayudaron a la imagen que el público guarda de ella. “La vejez la hizo más radical y el alcohol la estropeó mucho por lo que al final de su vida no estaba en plena posesión de sus facultades”, explica Bogaert.
Sin negar su lado más oscuro, el nuevo documental recuerda a la autora más allá de su gran éxito literario y sus extravagancias: Duras fue una guionista excelente, una precursora en la dirección de cine y una mujer capaz de enfrentarse a la opinión de la mayoría plantando cara al machismo de la época. Su infancia y adolescencia en la antigua Indochina acentuaron también ese sentimiento de no ser como los demás. Si aquel territorio exótico marcó sus libros, ese sentimiento de extrañeza le sirvió para no temer ir a contracorriente, incluso cuando la crítica literaria de los años 50 se ensañaba con obras como Un dique contra el Pacífico o Moderato Cantabile, hoy consideradas clásicas en las letras francesas.
Duras tenía un don para convertir la tragedia en arte y, sin matices, llegó a decir que su infancia en Indochina fue una experiencia tan traumática como sus vivencias en la Segunda Guerra Mundial, une etapa convulsa que tardó cuarenta años en digerir hasta transformarla en otra obra mayor, El dolor. Si algo es evidente 25 años después de su muerte, es que comprender la obra de Duras dejando a un lado su vida es tan difícil como mirar su vida sin prestar atención a su literatura. Quizás porque ella misma comprendía su propia complejidad, cuando las preguntas se volvían demasiado personales respondía sin dar más detalles: “Todo está en los libros”.
Fuente: EFE
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