La obra del pintor estadounidense Jonathan Eastman Johnson (1824 -1906) tuvo dos carriles: la pintura de género y los retratos de celebridades, pero sin dudas su controversial Vida negra en el sur es la pieza por la que más se lo recuerda.
Eastman Johnson nació en Maine y comenzó a estudiar arte durante su adolescencia con un litógrafo de Boston. Su padre era un hombre inlfuyente, que llegó a ser secretario en jefe de la Oficina de Construcción, Equipo y Reparación del Departamento de Marina, por lo que la familia se mudó a Washington, DC, a pocas cuadras de la Casa Blanca.
Esas conexiones le permitieron al artista comenzar a realizar sus primeros reatratos en crayón para personalidades como Quincy Adams y Dolly Madison. Con el tiempo realizaría óleos sobre Abraham Lincoln, Nathaniel Hawthorne, Ralph Waldo Emerson y Henry Wadsworth Longfellow, entre otros.
Para 1849, viaja a Europa, donde termina de formarse como pintor. Primero en la inflyuente Düsseldorf, un destino habitual de los estadounidenses que buscaban hacerse un nombre. En Alemania también estudió con el destacado Emanuel Gottlieb Leutze. Luego se mudó a La Haya, donde se espacilaizó en los maestros holandeses y flamencos del siglo XVII, y también pasó por París, como aprendiz del pintor académico Thomas Couture, antes de regresar a EE.UU. tras conocer la la muerte de su madre.
Comenzó a pintar afrodescendientes tras una visita a su hermana, en Superior, Wisconsin, donde un guía de raza mixta, ojibwe y afroamericano, lo llevó a conocer los nativos Anishinaabe (Ojibwe). En 1859 se mudó a Nueva York y presentó Vida negra en el sur en la exposición de la Academia Nacional de Diseño. En el ‘72 sería cofundador del Museo Metropolitano de Arte (Met) de la ciudad.
Llamada popularmente Casa del viejo Kentucky, la pintura fue ambientada en realidad en Washington D.C. y no en una plantación como se decía. De hecho, se considera que es la casa de al lado de la de su padre. La obra tuvo muchas reseñas en los medios de la época y contó con la aprobación de los críticos, pero su planteo despertó polémicas.
La pintura recrea una escena doméstica en una casa en ruinas junto a otra que se encuentra en mucho mejor estado. Allí suceden diferentes escenas, aunque por el uso de la luz la principal sería la de la pareja de jóvenes cortejando, donde la mujer es blanca. Hacia la derecha, un hombre toca el banjo en compañía de un niño, y una mujer parece bailar con otro menor. Sobre el borde derecho, una mujer sale de la casa en una postura que no queda clara: ¿está obervando todo?, ¿también le despierta curiosdad la música? o ¿tiene alguna relación con la joven que es cortejada? Desde arriba de la casa en ruinas, una mujer observa la escena desde una ventana mientras sostiene a un pequeño niño de raza mixta sentado sobre un techo que ya se cayó a pedazos. Todo sucede donde alguna vez hubo un comedor, como lo denota la estufa del centro.
La obra tiene elementos simbólicos que insinuarían una relación entre un hombre blanco y alguna de las mujeres negras: el gato ingresando sigilosamente por la ventana, el gallo -arriba del árbol- como reinando sobre todos, incluso una escalera que se apoya sobre la casa en buen estado. Aunque, lo más notorio es la presencia de los niños mulatos.
Vida negra en el sur, que es propiedad de la Biblioteca Pública de Nueva York y se encuentra en préstamo permanente a la Sociedad Histórica de Nueva York, despertó admiración y rechazo por parte de los defensores como de los detractores de la esclavitud. Los sureños lo asociaron con la vida en las plantaciones y sostenían la felicidad de la familia en sus momentos de ocio, mientras que los del norte hacían hincapié en el estado de ambas casas y el mestizaje como abuso de las mujeres y el escarnio que luego pasaban esos niños.
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