“Escribo este libro como una manera de abrazarme a la promesa de esa palabra, para dilucidar qué significa vivir tu vida reclamando esa palabra como tuya: ser feminista, hacerse feminista, hablar como una feminista.” La palabra a la que Sara Ahmed (Reino Unido, 1969) se refiere es “feminismo”. La escritora y académica inglesa describe en Vivir una vida feminista (que acaba de ser publicado por Caja Negra) experiencias personales que, claro, son experiencias colectivas. Desde las enseñanzas de su tía hasta su renuncia a su cargo en la Universidad de Goldsmiths en 2016, cuando la institución se negó a tratar los casos de acoso sexual, el viaje de Ahmed indaga en los mundos cotidianos para hacer pedagogía feminista. La autora de La promesa de la felicidad (Caja Negra, 2019) y de Fenomenología queer, entre otros libros, desarrolla el concepto de “feminista aguafiestas” que viene con su propio “kit de supervivencia” y en el encuentro de aguafiestas ve una semilla de rebelión. En esta nota con Infobae, que se llevó adelante a través de emails, la reconocida teórica habla de la necesidad de salir del lenguaje académico, de las citas como construcción de la memoria feminista y de la importancia de movimientos colectivos como Ni Una Menos.
-¿Por qué cree que es importante hacer pedagogía feminista? ¿Cómo es la operación de “traducir” los conceptos que se discuten en la Academia “para que los entienda todo el mundo”?
-Pienso en el tema de la “traducción” como un sutil recordatorio para quienes hemos pasado años (¡vidas enteras!) en la academia, un recordatorio que nos sirva para tener presente que también podemos acostumbrarnos demasiado a hablar en un lenguaje que puede que no sea accesible para todos. Pero no estoy segura de que sean conceptos lo que estamos traduciendo. En el libro recurro a la idea de “conceptos sudorosos” para intentar escapar a esa concepción del concepto como eso que se nos ocurre a través de la contemplación o incluso la conversación. Me inspiré en Audre Lorde. Ella desarrolla conceptos, maneras de entender el mundo a partir de las difíciles experiencias que tuvo que atravesar como mujer negra en un mundo dominado por hombres blancos. Muchas de las más importantes pensadoras de conceptos (¡del tipo sudorosos!) del feminismo no lo hacían desde la academia. Mi libro se trata en parte de intentar pensar los conceptos de manera diferente; cómo se nos ocurren al querer explicar lo que nos ocurre. Las teorías feministas que podemos llegar a encontrar en la academia se vuelven útiles y significativas porque nos ofrecen distintos modos de entender un problema que nos es familiar en nuestra experiencia cotidiana.
-Los conceptos de “feminista aguafiestas” y “sujeto voluntarioso” ayudan mucho a entender algunas incomodidades que sufrimos las feministas todos los días. ¿Cree que son útiles pedagógicamente fuera de los debates académicos?
-Ambos conceptos o figuras provienen de la vida cotidiana. La feminista aguafiestas es también un estereotipo muy negativo de las feministas: se dice que las feministas están en contra del sexismo, el acoso sexual, etc. porque quieren quitarle la diversión a todo, evitar que otras personas la pasen bien. Apropiarse de esta figura es decir: bueno, si piensan que enfrentarse al acoso sexual se trata de privarlos de su disfrute, estamos más que dispuestas a privarlos de su disfrute. Por supuesto, esto no es fácil. Comencé a escribir sobre la feminista aguafiestas refiriéndome a experiencias de mi infancia, cuando me decían que “había arruinado la cena” al cuestionar el sexismo de mi propio padre. Ser una feminista aguafiestas puede ser una experiencia difícil y dolorosa: puede ser duro ser la causa de infelicidad de otros, ¡incluso si no estás de acuerdo con ellos! Apropiarse esta figura es el resultado de muchos otros actos de recuperar términos negativos, acciones que han realizado quienes luchan por sus derechos o por existir en sus propios términos. “Queer” sería otro ejemplo; una palabra que comenzó utilizándose como un insulto, y terminó siendo el nombre que algunas usamos para llamarnos a nosotras mismas o nuestra postura política. “Voluntariedad” también usualmente se emplea como un término negativo para diagnosticar el desacuerdo como un problema de carácter (como diciendo: “estás siendo tan voluntariosa o terca que no nos obedeces”). Por eso apropiarse de la palabra “voluntariosa” fue una manera de decir “estoy dispuesta a que me juzguen como un problema con el fin de exponer un problema”.
Fue la feminista aguafiestas, creo, la que me llevó a hablar mucho más directamente a las feministas (especialmente a las feministas jóvenes) por fuera de los muros de la academia. Cuando comencé a hablar de la feminista aguafiestas me impactó mucho cuántas feministas la reconocían por las experiencias que ellas mismas habían tenido, ya fuese durante su infancia o más tarde. Y otra cosa que me impactó fue cuánto se entusiasmaban las personas al hablar de la feminista aguafiestas. ¡Es interesante que sea tan emocionante! Incluso si ser una feminista aguafiestas puede ser doloroso; reconocerla, y hasta reconocer que nosotras podemos ser ella, puede ser reconfortante y una fuente de conexión. Conectar con otras aguafiestas puede brindarnos alegría; la rebelión puede ser una conexión. En otras palabras, uno de los grandes beneficios de ser una aguafiestas es que te encuentras con otras aguafiestas. Y es útil saber que podemos hacer uso de las experiencias duras y difíciles, aprendemos de los mundos al tratar de dar nombre a los problemas.
-¿Hay todavía resistencias y aun desprecio desde la filosofía feminista a los feminismos masivos o a quienes divulgan la teoría feminista?
-El feminismo en la academia –y eso incluye la filosofía feminista– solo es posible por el feminismo como movimiento político. El problema es que muchas feministas tienen que luchar para que las tomen en serio como filósofas o miembros de cualquier campo académico. A veces, para ser tomadas en serio, las feministas en la academia pueden hasta intentar despegarse de aquello que hacen respecto de un movimiento más amplio. Sería una pérdida inmensa si para que la lucha feminista se tome en serio en la academia hubiera que cerrar la puerta al movimiento político que nos llevó hasta allí.
-¿Cree que el feminismo no interseccional es necesario en ciertas alianzas y para ciertos momentos históricos? ¿O es una diferencia irreconciliable para quienes no podemos pensarnos feministas sin interseccionalidad?
-No estoy acostumbrada a pensar en “interseccional” o “no interseccional” como adjetivos. Creo que la interseccionalidad es un tema de las estructuras, cómo se cruzan para determinar lo que pasa en una situación u otra. La interseccionalidad para mí entonces refiere a un compromiso con explorar una circunstancia sin asumir de antemano una categoría (como el género) como lo principal. Las feministas que, por ejemplo, dicen “esto es sobre el género” (y la raza es secundaria) tendrán menos capacidad de hablar con aquellas personas para las cuales la raza define sus circunstancias y realidades. Tendemos a no reparar en eso que nos habilita a hacer cosas, lo cual puede querer decir que solemos no identificar algunos problemas como problemas. Reclamar la primacía de una categoría por lo general significa imponer el privilegio de un grupo sobre otros. Las alianzas se dan mejor cuando el abordaje es interseccional.
Parte de lo que hago es tratar de cambiar cómo pensamos en las citas de los textos: no se trata de una vieja convención académica, sino más bien de una intervención política
-Usted pone énfasis en la necesidad de reconocer a quienes vinieron antes, tanto desde la práctica como desde la teoría feminista. ¿Por qué es tan fundamental?
-Una frase del libro dice: “Citar es construir memoria feminista”. Es importante para mí: citar es parte de cómo construimos un movimiento político. Traes al texto a quien te ha posibilitado el vivir en el mundo. Parte de lo que hago es tratar de cambiar cómo pensamos en las citas de los textos: no se trata de una vieja convención académica, sino más bien de una intervención política. El modo en que yo cito es también una manera de enfrentar esas convenciones. Como feminista académica, vi cuántas veces no se citaban obras feministas. Hay muchas disciplinas o campos que parecen estar escritos únicamente por “hombres blancos”. Incluso observé que hasta nuevos campos emergentes a los cuales las propias feministas daban forma, estaban re-escritos como si se hubieran originado con “hombres blancos” (por ejemplo, la sociología del cuerpo). Intento explicar eso que llamo la “violencia de las citas” en mi libro ¿Para qué sirve? Los usos del uso: que nos enseñen a citar a aquellos que tienen más influencia es la manera en que se reproduce un estrecho camino intelectual. En Vivir una vida feminista tengo una estrategia bien simple para lidiar con la “violencia de las citas”: la rechazo.
-¿Cómo analiza las diferencias entre movimientos como Ni Una Menos y Me Too, que se volvieron masivos y que pusieron en agenda las violencias contra las mujeres? Uno, el primero, nació en la Argentina, a partir de la iniciativa de un grupo diverso de comunicadoras y académicas y puso énfasis en la movilización callejera y en el grito colectivo. El otro nació en los Estados Unidos, como iniciativa de celebridades y fue la suma de experiencias individuales. ¿Hay conexiones entre ambos?
-La colectividad de Ni Una Menos es una profunda inspiración, un verdadero recordatorio de que cuando un no es articulado por muchas, puede volverse una fuerza tremenda. Hay muchos movimientos que se han construido a partir de decir no. Sin dudas, al expandirse el Me Too en los Estados Unidos, fue como que amplificó las voces de las celebridades. Pero es importante recordar que, creo que antes de que se volviera un hashtag en Twitter, Me Too era una campaña que inició la feminista negra Tarana Burke. Ella describió al Me Too como “un espacio para brindar apoyo y amplificar las voces de las sobrevivientes de violencia sexual, acoso y explotación”. Crear estos espacios para ampliar las voces de las sobrevivientes es un proyecto compartido, que llega a todo el globo. Sí: las personas que tienen un poder individual o estatus puede que acaben consiguiendo que su voz se amplifique. Pero el movimiento no se origina con esas voces. Lo colectivo es la conexión.
La colectividad de Ni Una Menos es una profunda inspiración, un verdadero recordatorio de que cuando un no es articulado por muchas, puede volverse una fuerza tremenda
-El kit de supervivencia para las feministas aguafiestas debería ser llevado como tatuaje para tenerlo cerca cada vez que necesitamos tomar fuerzas para seguir. Me gustaría detenerme especialmente en dos puntos. El primero, aquel que habla de otras aguafiestas, porque muchas veces nos sentimos agredidas y hasta disciplinadas por otras feministas. ¿Cómo activamos nuestro kit en estos casos? Y el segundo punto, el humor. Muchas veces nos guardamos los chistes sobre nosotras mismas y el humor es una de las grandes herramientas de supervivencia. ¿Necesitamos un permiso especial, acaso? ¿Estamos condenadas a la preocupación, a la tristeza y, sobre todo, al enojo?
-La mayoría de mis más difíciles experiencias de ser una feminista aguafiestas ocurrieron en espacios feministas… podemos terminar aguando la fiesta feminista. Esto me pasó con muchas feministas racializadas en la muy blanca academia del Reino Unido. Y cuando renuncié a mi puesto a modo de protesta contra el acoso sexual, fueron otras feministas las personas que más hostiles se mostraron. Decían que mi decisión era perjudicial para la reputación de la universidad. Las feministas también pueden involucrarse mucho con las instituciones en las que están insertas y pueden acabar alineándose con ellas. Pero, en cualquier caso, la manera en que yo entiendo las dinámicas de la aguafiestas –cómo algunas se convierten en problemas porque nombran los problemas– me ayudó a comprender esta hostilidad y a aprender a vivir con ella. Sí: yo hablé. Y si hablar sobre el acoso sexual al interior de las instituciones perjudica a las instituciones, entonces estoy dispuesta a perjudicar instituciones.
Ser una feminista aguafiestas no implica ser desdichada y estar triste, así que no, ¡no es una condena! Puede que te sientas así, triste y desdichada, pero hay muchas cosas que pueden entristecernos, y el feminismo tal vez nos ponga en contacto con esos sentimientos, pero no se trata de sentirse así. Pienso en la feminista aguafiestas más como una postura que como un sentimiento. Reclamamos esa figura como una manera de decir que no estamos dispuestas a seguir el juego. La felicidad es un guion muy estrecho. Aflojar el lazo de la felicidad es abrir la vida a más, no a menos. Una feminista aguafiestas puede sentir muchas cosas y la alegría es una de ellas, incluida la alegría del conocimiento y el aprendizaje que vienen de cuestionar las normas y creencias sociales. Y con esa apertura vienen el humor, los espacios de desahogo. Ser una feminista en compañía feminista puede ser fuente de entretenimiento infinito por eso que reconocemos (los viejos patrones conocidos: podemos señalarlos porque los vemos), aunque no siempre y no solamente.
-¿Se puede ser feminista y no ser aguafiestas?
-¡Ser una aguafiestas no es todo lo que implica ser una feminista! Pero creo que vale la pena recordarnos que ser una feminista es un compromiso a oponernos al sexismo, al acoso y la violencia sexual, a la violencia basada en el género, etc. Ese compromiso es lo que frecuentemente nos lleva a ser juzgadas como feministas aguafiestas, nos identifiquemos con esa figura o no. En este punto, ser una feminista aguafiestas no es realmente una decisión. Así que diría que podemos ser feministas sin proclamarnos feministas aguafiestas, pero ser feministas implica vivir en proximidad a feministas aguafiestas.
*Vivir una vida feminista será presentado el 5 de marzo a las 17 por Tamara Tenenbaum (a cargo de la traducción y el prólogo del libro publicado por Caja Negra) y Agostina Mileo, en el marco de un evento llamado “Nosotras movemos el mundo”, de la Feria del Libro Feminista (FILFEM) en el Centro Cultural Kirchner (Más información: instagram.com/cajanegraeditora)
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