Tenía 86 años y seguía activo. Era, para muchos, una referencia ineludible. Un intelectual de fuste y una figura que había trascendido el marco de la academia, a la que consagró buena parte de su vida. Su reconocimiento como analista e investigador no era solo argentino. Lejos de ello, su obra tuvo pregnancia en distintos países y dialogó con algunos de los intelectuales más importantes de los últimos cincuenta años. Se llamaba José Nun y falleció este jueves.
Hace poco más de un año, había salido un libro que lo homenajeaba en vida. Su título era José Nun y las Ciencias Sociales y sus editores eran personas que habían sentido su influencia y su mano generosa: Maristella Svampa, Mariana Heredia y Sebastián Pereyra. El libro compilaba a otros de sus discípulos y a interlocutores que valoraban su obra. La de Nun era también una vida atravesada junto a amigos y discípulos diversos. Publicado por la Editorial Biblos, el libro tiene textos de Carlos Altamirano y José Emilio Burucúa, Pablo Alabarces y José Carlos Chiaramonte, Roberto Gargarella y Mariana Heredia, Oscar Oszlack, Eduardo Rinesi y Gabriel Vommaro. Son solo algunos. Hay más: no son pocos quienes tenían algo que decir sobre el hombre que hoy nos deja.
Muchos de los textos de ese libro pusieron el acento en la cuestión democrática. Entre ellos, el de Gerardo Aboy Carlés. No se trata de un aspecto menor, sino, por el contrario, de una cuestión medular: ¿cómo pensar la democracia en nuestro país? ¿por qué es importante ser demócratas? En ese texto, en el que Aboy Carlés recupera también una memoria sentimental de los primeros años ochenta -la época en la que todo estaba por hacerse— se asume una idea fuerza: Nun cree en una democracia que no es solo procedimental, pero tampoco instrumental. A la salida de la dictadura, cuando esas concepciones podían estar a la orden del día, Nun se posiciona de otro modo. Aboy Carlés lo dice con toda claridad: “para Nun, la democracia no constituye un punto de llegada sino un camino. La idea misma de transición de un punto a otro, del autoritarismo a la democracia, por ejemplo, es incapaz en su interpretación de dar cuenta de la heterogeneidad de escalas y sentidos de los procesos implicados. La democracia es en Nun un horizonte, una búsqueda que nunca se alcanza y cuyo sentido está en el caminar hacia ella.”
Esta concepción de la democracia, en un sentido fuerte, se vinculaba a un pensamiento emergente en la transición: el que Aboy Carlés llama “de orientación socialista”. Muchos de los que adscribían a él provenían de izquierdas –la comunista, la maoista—, pero también de versiones del peronismo y del radicalismo. No es extraño el pensamiento de Nun de la democracia como camino: el acercamiento al pensamiento socialista democrático tenía ya bases para esa idea. El propio Eduard Bernstein, el padre del revisionismo socialista, pensaba así a su ideología: el socialismo, más que un punto a alcanzar era un movimiento permanente, un sendero. En aquel tiempo, Nun dedicó especial atención a ese pensamiento socialista en Punto de Vista, la revista fundada en la clandestinidad por Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Elías Semán y Ricardo Piglia, cobró importancia en la década del ochenta y expresó, como ninguna otra, la renovación del pensamiento de la izquierda democrática. Allí es posible encontrar áridos debates y posiciones ineludibles de Pepe Nun: su debate sobre los niveles y las etapas del socialismo (en una posición nada complaciente, por cierto) y su recuperación particular de Gramsci para la crítica del sentido común. Se trataba, es cierto, de textos áridos (sus menciones a pensadores como Sorel, Kolakowsky o al entonces emergente Charles Taylor eran permanentes), pero posibles de leer, comprender y analizar en un tiempo en el que la cultura política media era más elevada que ahora.
En 1989, llegó La rebelión del coro” un libro de ensayos en el que se incluían muchos de los publicados en Punto de Vista. Probablemente, como dijo el politólogo Adrián Velázquez, ese sea el libro infaltable “en cualquier antología de pensamiento latinoamericano”. En el texto que daba origen al título, Nun no solo apuntaba contra los discursos heroicos, sino contra concepciones ortodoxas del marxismo, que infravaloraban el papel de la sociedad civil y que no comprendían adecuadamente esferas de la vida cotidiana (esa que, según sus propias palabras, había “comenzado a rebelarse”). En aquel ensayo clásico, se destaca un fragmento que, frente a quienes afirman que la izquierda jamás se preocupó por aquellos que no formaban parte de la “clase oprimida”, resulta iluminador. La izquierda “no entendía” la creciente revolución femenina (“la mujer ha sido siempre el símbolo por excelencia de la vida cotidiana”, decía en su texto) pero, además, “se descompaginaba el libreto”. “También las minorías étnicas, los ancianos, los sin casa, los inválidos, los homosexuales, los marginados, violan el ritual de la discreción y de las buenas formas, se plantan en medio del escenario y exigen que se los oiga”. Se trataba de la rebelión de sujetos a los que la izquierda no había puesto en primer lugar. Se trataba, de algún modo, de la emergencia de los “nuevos movimientos sociales”.
Ese no fue el único punto fuerte de la obra de Nun. Ya a fines de la década de 1960, había visto y analizado el creciente proceso de desempleo y exclusión social. Alejandro Galliano, autor de ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? –libro en el que recoge algunas de las ideas de Nun en la materia— dijo hoy, ante la muerte del intelectual: “Fue el primero en ver, allá por 1969, que había una creciente población desempleada, la masa marginal, que (a diferencia de lo que decían el marxismo y el funcionalismo) no cumplían ningún rol en el sistema. El primero en ver que al capitalismo le sobra gente”. Nun diferenciaba el “Ejército Industrial de Reserva de la “masa marginal” o “población sobrante” -discutiendo, entre otros, con Fernando Henrique Cardoso, pero también con un marxismo vulgar que las consideraba similares— (algo que tanto Maristella Svampa como Agustín Salvia trabajaron en el libro dedicado a su pensamiento). Sin vinculación con el proceso de producción y con lo producido, esa población directamente era un estorbo, una sobra del capitalismo incapaz de ser incorporada en los procesos de producción. No es extraño que hoy, cuando el número de esa población parece ser creciente, diversos movimientos sociales vuelvan a esas ideas expresadas por Nun (y también por Murmis y Marín, con quienes escribió La marginalidad en América Latina para el Instituto Torcuato Di Tella).
José Nun fue un intelectual de tradición de izquierda, pero transversal al campo político argentino. Los liberales de centroderecha podían asumir al menos parte de su discurso democrático. Los socialdemócratas de anclaje progresista podían reinterpretar su valoración de la sociedad civil como actor fundamental. Y peronistas vinculados a los movimientos sociales podían leer desde su propia interpretación de la “masa marginal” los nuevos procesos políticos de los sectores populares excluidos –tal como lo hizo, no solo en declaraciones públicas, sino en textos académicos, el dirigente Juan Grabois—.
No es extraño que un hombre de preocupaciones intelectuales sinceras por la igualdad y la democracia como Nun tuviera participación, en plena dictadura y desde México, del Grupo de Discusión Socialista, desarrollado en México por Juan Carlos Portantiero y José Aricó. Pero tampoco lo es que haya participado de la gestión pública, relevando en su día a Torcuato Di Tella como ministro de Cultura durante la gestión de Néstor Kirchner. Recuerdo que, en una de las pocas ocasiones que lo vi –ya fuera de la gestión— me comentó, emocionado, que uno de sus mayores orgullos había sido la concreción de su plan “Libros y Casas”, un plan que llevaba no solo los libros a las casas de pibas y pibas de origen humilde: también les llevaba la biblioteca. “Es importante que ellos tengan acceso incluso a ese mueble”—decía.
Nada de lo igualitario le era ajeno. Quizás por eso su participación en el ámbito universitario fue también la de dejar huella. Fundador de las Maestrías en Ciencia Política, Sociología Económica y Sociología de la Cultura en la Fundación Banco Patricios –carreras que luego pasaron a la Universidad Nacional de San Martín—, Nun fue honrado con el cariño de investigadores a quienes les daba un lugar privilegiado. El politólogo Martín Vicente cuenta que, en una oportunidad, Juan Suriano –uno de los mejores estudiosos del movimiento obrero en Argentina— ingresó a la oficina de Nun junto a él porque la oficina estaba vacía. “En eso, entró Nun y dijo: ah veo que me ocuparon la oficina, me siento invadido”-cuenta Vicente. Y Suriano le respondió: “es que estar en su oficina me hace sentir mejor investigador”.
Hoy no son pocos los que recuerdan el espaldarazo que él les dio al comenzar sus trayectorias académicas. Paula Canelo comentó, por ejemplo, que Nun le realizó en su día una carta de recomendación que le abrió puertas para poder investigar. “Cuando me entrevistó para ingresar como alumna a la Maestría en Ciencia Política del IDAES me dijo que yo iba a hacer una “tesis ilustrada”. Así que a veces, cuando me veía, me hablaba de historietas” – remató, destacando su humor (Paula es hija de Gerardo Canelo, destacado historietista argentino)
Fue becario Guggenheim y acreedor de numerosas distinciones. Pero fue también - ¿sobre todo? — el creador de una colección de libros que trascendió al ámbito académico. Una colección que pensó de ese modo: accesible, pero con ideas fuertes, con autores de peso para un público no especializado pero deseoso de saber. Se llama “Claves para todos” y se metió en la casa de muchas argentinos y argentinos. Sus libros, cada uno con una tapa de un color diferente y editados siempre por Capital Intelectual, analizaban desde cuestiones vinculadas a la tecnología al auge de China, desde los vínculos entre cine y dictadura hasta el conflicto de Malvinas, desde el fenómeno religioso hasta el auge del movimiento piquetero, desde los derechos de las mujeres a los conflictos vinculados con el agua. Alguna vez dijo que la colección tenía un propósito: poner en el papel “todo aquello que un ciudadano informado debería saber para estar en mejores condiciones de deliberar, de debatir y de decidir sus preferencias políticas”. Esta vocación didáctica y dialógica, la de transmitir conocimientos y a la vez ponerlos en discusión y debate, lo ponía por encima de aquellos que han visto al ámbito académico como un espacio cerrado. El conocimiento debe ser también igualitario.
“Nun se pensaba, y así me lo comentó cuando tuve oportunidad de entrevistarlo, como un intelectual público más que un académico sin más. Sus preocupaciones intelectuales se anudaron con su actividad política, con dos ejes centrales: la igualdad social y la democracia.” -dice el historiador Fernando Manuel Suárez.
Igualdad social y democracia: dos conceptos que configuran un marco necesario para una Argentina que precisa volver a pensarse. Nun, el cientista político argentino más reconocido en el mundo junto a Guillermo O´Donnell, merece ser reflexionado en base a esas ideas. Su pensamiento no es de estos ni de aquellos. Es de los ciudadanos y las ciudadanas que quieran pensar en proyectos de país que, más allá de las diferencias y los antagonismos, se planteen la posibilidad de transitar ese camino. Un camino que exige luchar y acordar. Pero que también exige pensar. El camino, como decía Aboy Carlés, es largo y nunca se acaba.
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