Fernando Pino Solanas mira. Sus ojos están atentos a la intervención de un actor. Fijos. De pronto, todo cobra movimiento. Explica con su propio cuerpo la dinámica expresiva que pretende del actor, como si jugara a ser un modelo a seguir. Pero es un juego que se juega con toda seriedad. Es 1993 y Pino dirige una producción de gran envergadura, cuyo rodaje durará un año y que recorrerá gran parte de Latinoamérica, que llevará las cámaras a sitios alejados de las filmaciones, por ejemplo, en Brasil. La película se llama El viaje y fue protagonizada por un muy joven Walter Quiroz, que contaba con 18 años, y que en él recorre el continente para encontrar a su padre.
Si bien la película tiene hallazgos como la transformación de la ciudad de Buenos Aires en un territorio inundado gracias a los oficios del director de fotografía Félix Monti o el auspicioso debut actoral de Quirós, el film no logró obtener el favor de la crítica. Sin embargo, El viaje ocultaba un secreto. Si Ricardo Piglia señalaba en su Teoría sobre el cuento: “Un cuento siempre cuenta dos historias. Un relato visible esconde un relato secreto que, cuando al final del primero, surge a la superficie, provoca un efecto sorpresa”, quizás se podría aplicar al documental Solanas en filmación, incubado durante el rodaje de El viaje en 1993 y que acaba de ser encontrado luego de que se diera por perdido. Esta es la historia de Solanas en filmación.
El documental se exhibe virtualmente en Puentes de Cine alrededor del aniversario 85 del nacimiento de Pino y apenas meses después de que el director de la mítica La hora de los hornos falleciera en París debido al Covid-19. El documental dirigido por Dolly Pussi y Enrique Muzio rescata y selecciona de entre más de un centenar de horas de escenas de la filmación del filme y ofrece al público un documento, un archivo sobre el método de dirección de uno de los cineastas argentinos más importantes del siglo XX, y que en el siglo XXI no dejó de filmar una obra política, de denuncia, a veces clandestina como La hora de los hornos o Los hijos de Fierro, a veces urgente como sus películas de 2000 en adelante, que retrataron la movilización que sacó a De la Rúa del poder, los efectos de la megaminería o de los agrotóxicos.
Infobae Cultura conversó con el celebrado fotógrafo Marcos López quien ofició como camarógrafo del documental y responsable de su fotografía. El documental no sólo es un buen homenaje al fallecido Pino, sino que resulta un documento fundamental para los jóvenes cineastas del país, a la vez que un regalo del destino a los espectadores de Solanas. Esto contó López sobre aquel rodaje.
–En el documental, usted tiene un rol protagónico pero no visible, ¿podría decirse así?
–Creo que sí. De alguna manera tenía autonomía, Pino me daba alguna dirección. Tenía una gran cámara, además porque el objetivo era hacer algo para la televisión europea y promocionar la película que tenía su andarivel independiente en la televisión. Yo ya era un fotógrafo formado en esa época, ya era sólido, pero no tenía experiencia como documentalista. Es decir me iba moviendo intuitivamente como documentalista, para mi fue una experiencia, un punto de inflexión en mi vida o una experiencia en relación a América Latina. El personaje de Walter Quiroz pasa de Ushuaia hasta México, a Oaxaca, atravesando esta metáfora de la intensa América. Para mi fue casi como un máster, te diría, una universidad un año seguido al lado de Pino viéndolo trabajar, yendo a lugares absolutamente mitológicos, o emblemáticos como las minas de oro de Sierra Pelada en el nordeste de Brasil. Ese lugar lo había fotografiado Sebastian Salgado, con mineros precarizados y nosotros fuimos hasta allí. Filmamos en Machu Picchu, en Oaxaca, navegamos el Estrecho de Magallanes, filmamos en la Patagonia con vientos. Obviamente en esta película el punto de vista es el mío, lo que yo encuadraba. Cuando volvimos, editamos con Pino, intentamos armar un grupo con Martín Caparros y yo, ya que Martin era amigo mío. El material mío quedó en un cajón, y unos años después Pino convocó a Dolly, que había sido productora de la película y es una persona muy importante en la industria del cine latioamericano porque fue la productora de Los inundados, de Fernando Birri, en Santa Fe.
–¿Fue un año de viaje y filmación?
– Fue un viaje, íbamos a un país, volvíamos a Buenos Aires, a los dos meses volvíamos a otro lugar, con epicentro en Buenos Aires ibamos y veníamos a distintos lugares de América Latina, muy emblemáticos, porque es lo que piensa Pino de la América profunda. Es un buscarse a uno mismo.
–En el documental se ve claramente el rol de Pino, muy fuerte en su presencialidad, en indicar a los actores con el cuerpo.
–Se puede ver su vocación actoral y una técnica del director de mostrarle a los actores cómo actuar. Pienso que Pino también estaba actuando para mi cámara al marcarle a los actores, haciendo un tono de voz. Se ve esa vocación, y pienso que también se divertía. A esta altura de mi vida si tengo que hacer una repisa con quienes puedo considerar como mis maestros Pino estaría ahí. Con los años rescato de Pino es su vocación, rescato y admiro de alguna manera su coherencia ideológica que después hizo varios documentales de bajísimo presupuesto sobre los agrotóxicos, la megaminería, donde él ponía el cuerpo.
–¿Qué influencia este trabajo tuvo sobre su obra fotográfica más celebrada?
–Puede ser que haya encendido la puesta en escena de tratar temas con metáforas. A mí siempre me interesó un poco como la obviedad eufórica, viste, la carne, el asado, el chorizo, no temerle a los estereotipos. Creo que Pino iba también hacia eso. Yo voy tomando influencias, después va quedando una obra, una obra ya toma su propio camino.
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