A veces uno se encuentra con una historia en la mano, mira alrededor sorprendido y se pregunta “¿cómo no escribí esto antes?”. Eso me pasó con La institutriz.
Cada escritor tiene sus caminos literarios. Me gusta mucho la literatura inglesa, la historia inglesa y la forma de hacer historia que tienen los ingleses. Junto a la historia y la literatura argentina, se unen formar mi imaginario y el universo de donde salen mis novelas. Mujercitas de Alcott fue el primer libro que mi mamá me puso en las manos. Alcott no era inglesa, pero abrió el camino. Las Brontë fueron el pilar de mis lecturas adolescencia. Jane Austen moldeó mis lecturas mi juventud. Es imposible pensar en escribir sin pensar en ellas.
Fue cuando leí el libro Infernales. La hermandad Brontë de Laura Ramos que logré entender que algo faltaba, que había algo que no había entendido del todo. La gran influencia en mi historia como lectora tenía que ver con escritoras que eran hijas pobres de pastores protestantes. Jane, hija del reverendo Austen; Charlotte, Emily y Anne, hijas del reverendo Brontë. Alcott no es inglesa ni es hija de clérigos, pero sí hija de un educador y ella misma, maestra y pobre.
Jane Austen no era institutriz, pero era amiga de una, Anne Sharp, que se encargaba de la educación de su sobrina Fanny y a quien le envió un ejemplar de su novela Emma en 1815. Es muy probable, también que las tareas de Austen como mujer soltera mantenida por sus hermanos, hubiese sido muy similar a la de una institutriz, aunque sin recibir pago alguno. El trabajo familiar no remunerado no es una novedad.
Charlotte fue la hermana Brontë que hizo famosa a una institutriz, Jane Eyre, pero fue otra hermana, Anne, la que trabajó como tal. Las experiencias de Anne Brontë como institutriz están reflejadas en la menos famosa de los escritos de la familia, Agnes Grey. La novela, contada en primera persona, tiene mucho menos atractivo sobrenatural o encanto que las de sus hermanas, pero refleja, sin decorados, lo que debió ser la vida de esas mujeres.
¿Qué era una institutriz? Una maestra privada en una época en la que no existía la formación escolar institucionalizada. ¿Quién era una institutriz? Una mujer educada y pobre, cuya familia no podía hacerse cargo de ese “lujo social” que consistía en hacer que las mujeres de la familia no trabajaran fuera de la casa. Una institutriz era un ser anfibio, una empleada, pero no una criada, una mujer capaz de educar a los niños de la familia, pero sin poder alguno sobre ellos. Una mujer sola, aislada, inteligente, pobre, faro moral de una familia ajena, obligada a una vida intachable.
Este conjunto de escritoras con una educación tal que les permitió escribir novelas que hoy son un clásico, fue una de ramas que dieron origen a La institutriz. La otra rama, tiene que ver con la historia y la literatura argentina. Las Ocampo aparecieron en mis lecturas de manera más tardía, pero no por eso son menos importantes. Victoria como una intelectual que se construyó a sí misma y modeló parte de la literatura argentina de la primera mitad del siglo XX. Silvina como esa escritora íntima que tiene un modo endiablado de contar historias disfrazadas de inocencia.
Cuando entendí que quería escribir sobre la institutriz de inmediato asumí que la novela tendría lugar en Argentina, al menos en una parte. Las institutrices en Argentina se volvieron importantes a fines del siglo XIX y principios del XX. La elite argentina se abría al mundo, hacía negocios con Europa así que necesitaba educar a sus niños en lo más refinado de la cultura europea.
Victoria, la mayor, vivió la época con ojos adolescentes y la dejó reflejada en sus cartas a Delfina Bunge y en los primeros tomos de su Autobiografía. Silvina, la menor, vivió la época y la dejó reflejada en ese universo lleno de fragmentos de infancia que constituyen parte de sus cuentos.
La institutriz nace, como muchos libros, de esa mezcla personal que hace un escritor en su cabeza. En mi caso, era imposible que no contara una historia como esta. La figura de la institutriz tiene los elementos de las historias que me gusta contar: personajes anfibios que se mueven de un lugar a otro del mundo social, sin desentonar, pero sin pertenecer. Elizabeth Shaw, la protagonista, es una mujer inglesa de treinta y seis años, que está sola en la vida y cuyo sostén anímico está sostenido por el regreso a su pueblo. Es un personaje áspero, difícil, a veces caprichoso. Y disciplinado. Elizabeth, como la mayoría de las mujeres de principios del siglo XX, entiende que, siendo una mujer sola, la única red de contención posible es ella misma. Por supuesto, la vida no es como uno quisiera. El pasado volverá a buscar a Elizabeth, en la forma de esas familias de la elite porteña, que le reclamará el lugar que tiene definido para ella. Aceptar o rechazar, es la pregunta que sostiene la novela: ¿hasta qué punto estamos obligados a la lealtad?
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