
Como gran parte de la obra de Antonio Ortiz Echagüe, su cuadro Desnudo de frente —un óleo sobre lienzo de 180 x 200 centímetros pintado en París en 1922— está en el Museo Reina Sofía. Difícil precisar si se trata de su obra más completa, eso quedará a gusto subjetivo de cada espectador. De lo que no hay dudas es que Desnudo de frente es una buena muestra de su magnífico potencial estético y técnico.
Llegó al Reina Sofía luego de que su viuda, Elisabeth Smidt, la donara en 1976, aunque ingresó en el año 1988, procedente de la ordenación de fondos del Museo Español de Arte Contemporáneo. Es una obra colorida, llena de formas y detalles, donde una modelo posa desnuda sobre la cama ocultando su sexo con un abanico. Lleva unos tacos azules y un peinado de época. A los pies de la cama, de traje y galera, ¿el pintor?
El cuadro fue pintado tres años después de que se casara con Smidt, a quien conoció gracias a la pintura: una familia holandesa le encargó en Roma un retrato de su hija, que era la propia Elisabeth. En 1919 serían marido y mujer y luego de pasar un tiempo en Granada, comenzaron a vivir de forma itinerante entre Holanda y Francia, los dos países, junto con España, que mejor le sentaban. Y no serían los únicos.

Pero Francia estaba viviendo una época dorada en el arte: la estela de la Belle Époque. En el parque Monceaux de París, Ortiz Echagüe tenía su estudio. Allí pintó muchos de sus desnudos femeninos, influidos por Édouard Manet, uno de sus pintores favoritos, que para ese entonces llevaba cuarenta años muerto. Examinada con atención, esta obra tiene un parecido a Olympia del pintor francés.
Podría decirse que a partir de esta obra y de las que pinta en esta época, cuando su carrera comienza a levitar en el mercado del arte. Al año siguiente, 1923, la galería Georges Petit realiza una exposición individual de sus obras y el Salón de Artistas le otorga la medalla de oro por Jacobo Van Amstel en mi casa, otro de sus cuadros más sofisticados, muy en sintonía con Desnudo de frente.
Sigue con una exposición en el Museo Stedelijke de Ámsterdam, en Holanda, y con el nombramiento de Caballero de la Orden de Alfonso XII por parte del el gobierno español. En 1926 se instala en Madrid, en la Quinta de la Fuente del Berro, y comienza una serie de retratos de los miembros de la aristocracia española como el Infante Don Alfonso de Orleans, la Duquesa de Parcent o el príncipe Hohenlohe Langenburg.
Fue nombrado presidente de la Asociación de Pintores y Escultores de Madrid, y para 1926 realiza su primera muestra individual en España en la Biblioteca Nacional. Dos años después la XVI Muestra internacional de Venecia le dedica una sala completa a su obra y el gobierno francés lo distingue con la Legión de Honor. Ya es uno de los pintores más importantes de su generación.

El itinerario de Antonio Ortiz Echagüe sigue así: vive dos años en Fez, Marruecos, donde pinta, expone y recibe la Medalla Alauita; realiza varias exposiciones en Madrid y en París; se traslada a Santa Rosa, Argentina, donde tenía una estancia pero con el estallido de la Guerra Civil española, seguida de la Segunda Guerra Mundial, decide quedarse a salvo en las tierras sudamericanas.
A fines de los treinta y principios de los cuarenta expone en Buenos Aires y también en Estados Unidos. La capital argentina le gustaba porque le recordaba, no sólo su patria, España —su era padre andaluz y su madre vasca—, también el mundo entero y su proliferación de culturas. Allí murió, en Buenos Aires, año 1942, víctima de un cáncer de pulmón. Tenía 58 años.
Era joven y le quedaba todavía una larga carrera por delante. ¿Cuántos cuadros de Ortiz Echagüe nos arrebató la muerte? El mundo lo siguió recordando con muestras y retrospectivas. En octubre de 1998 se inauguró en Santa Rosa el Museo Atelier Antonio Ortiz Echagüe y en agosto de 2000 el Museo d´Arte Moderna e Contemporanea Antonio Ortiz Echagüe en Atzara, Italia.
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