“En fin, espero que termine la guerra y poder llevarle personalmente unos ejemplares a mis hijos que viven en España e Inglaterra”, dice refiriéndose a la pandemia el director de cine Héctor Olivera sobre su libro Fabricante de sueños, que acaba de editar Sudamericana. Un libro que es un recorrido por sus casi noventa años como realizador de films en una nación tan conflictuada como la Argentina y un atrapante relato de sus memorias.
El cineasta conversó con Infobae Cultura sobre su frondosa carrera, la historia nacional en la que se desarrolló y su propia vida personal, en la que tuvo un rol importante su relación íntima, de amistad y empresarial con el director Fernando Ayala. Sentado en su escritorio, debajo de un gran retrato pop de Ayala, Olivera así recordó.
La carrera de Olivera detrás de las cámaras atraviesa cinco décadas del cine argentino, desde su debut con Psexoanálisis (1968), en las que reaizó una serie de cintas consideradas esenciales como Los neuróticos (1971), La Patagonia rebelde (1974), El muerto (1975), La nona (1979), Buenos Aires Rock (1983), La noche de los lápices (1986), El caso María Soledad (1993), Ay, Juancito (2004) y El mural (2010), entre otras. Además de guionista y productor cinematográfico, estuvo al frente de series para la televisión como Nueve lunas y De poeta y de loco.
–Su libro es una gran narración sobre el mundo del cine, a la vez que desarrolla sus memorias personales. ¿Qué lo llevó a escribirlo ahora, cerca de sus noventa años?
–Básicamente siempre fui una persona muy ocupada, por decirlo de alguna manera. Fijate que en Aries (N. de R: empresa fílmica dirigida por Olivera y Ayala) producíamos 5 o 6 películas nacionales, distribuíamos las extranjeras y yo estaba un poco en todos esos asuntos. Si bien el presidente de la empresa era Fernando Ayala, yo era más empresario que él. Dirigir una película te absorbe enormemente, también producir otra ya que podía ser el productor ejecutivo de un film de Ayala, además tener contacto con el ala Porcel y Olmedo de la empresa, que era muy importante desde el punto de vista comercial. Así es que puedo decir que tenía mi tiempo muy absorbido. Un día hablando con mis hijos les contaba una anécdota y Marcos me dijo: “Papá, ¡sos demasiado anecdotista!”. Le respondí: “Mirá, alguien le hizo la misma observación a Gabo, a Gabriel Garcia Marquez, y el dijo sí, si no hubiera sido así no hubiera escrito Cien años de Soledad”. Mi humilde adaptación de eso, salvadas las distancias, es que no hubiera hecho películas, no hubiera contado en imágenes y en sonidos historias, quizás hubiera sido un gran documentalista, pero no el director que soy. Así fue como empecé. Me dije: “Bueno, ¿cómo se escriben las memorias”. En mi caso, ya que soy un ordenado, dije: “Bueno, empecemos por el principio”. El principio es el 6 de septiembre de 1930, día del golpe militar del general Uriburu, hecho que después derivó en que la Argentina, en ese periodo del treinta al ochenta y tantos, tuvo 15 presidentes generales de la nación. Entre esos 15 incluyo a Perón, que no fue de facto sino elegido abrumadoramente por el pueblo y muy bien por cierto, pero que surge no de un partido político, no de una carrera hecha, sino del golpe militar de 1943.
–¿Cómo surge ese marcado interés suyo por la política?
–De la manera más natural imaginable. Mi familia tenía una rama francesa y la caída de París fue un detonante muy duro para muchos de ellos y de una gran parte de la sociedad argentina. Esa parte de la sociedad se consideró del campo aliado y fue crítica de una serie de fascismos que sucedieron en nuestro país. Recuerdo una foto de entonces con la infantería de la infantería de la Wehrmacht desfilando por los Campos Elíseos con el Arco de Triunfo detrás y la esvástica ondeando al viento. Aquello fue muy conmovedor para mucha gente en la Argentina y a partir de ese momento entiendo yo que nació la grieta que aún continúa.
–Muchos consideraban a Perón fascista, incluso el Partido Comunista, ¿Cuál era su consideración al respecto?
–Bueno, Perón era un coronel de la nación destinado a un regimiento alpino y que luego bajó a Roma como agregado militar y asistió a las grandes manifestaciones de Mussolini, de gran impacto en él. Creo que en ese momento surgió la idea de que si Perón y otros estaban destinados a dar un golpe militar, ese gobierno tenía que estar apoyado en trabajadores. Así fue que entre el 43 y el 46 fue secretario de Trabajo y dio mucho a los trabajadores que, con toda razón, lo ensalzaron. En ese tiempo en la Argentina fue neutral primero y después fue el último país en declararle la guerra a Alemania.
–En ese tiempo también se forjó una conciencia sindical de la que usted mismo fue testigo, como señala en su libro.
–Cuento mi primera experiencia como ayudante de producción. Me llamó la atención porque el que dirigía la orquesta para la música de la película era el maestro Sebastian Piana, que era toda una autoridad en el tema del tango. El sindicalismo durante esa época fue muy duro y lo siguió siendo durante mucho tiempo. En el cine llegaba la hora de la merienda y se acababa, se paraba todo. Si llegaba la hora cuarenta de grabación y correspondía la merienda, el maestro se quedaba con la batuta en la mano porque todo se detenía. La herencia del peronismo es tremenda. Hoy en día se canta la marcha, Menem llegó al gobierno por ser peronista, Néstor que no lo era de entrada ve a los muchachos peronistas y le pone ese nombre a una Unidad Básica, en fin, el peronismo siempre estuvo presente en los últimos años.
–Y el sindicalismo se ejercía incluso en el rodaje de La patagonia rebelde, que usted dirigió.
–Había exigencias sindicales que vos debías cumplir y si no las cumplías te castigaban con pequeños paros, como me pasó en Santa Cruz, lo cual era absurdo, porque era la primera vez que el cine argentino se ocupaba del sindicalismo, se ocupaba del anarquismo, pero eran otros tiempos.
–¿Por qué le iniciaban un paro?
–Porque no llegaba la merienda. En serio, fue así, estábamos filmando a 80 kilómetros de Río Turbio y a las seis de la tarde dije: “corten”, puse la cámara dos pasos más allá y nadie se movía, estaban todos quietos. “¿Qué pasa?”, pregunté, y se acercó el delegado y me dijo: “Son las 6 de la tarde y aún no ha llegado la merienda”. Pero podía haber sido que el auto que la traía pudo haber pinchado una goma en el medio del desierto, como efectivamente pasó, mientras teníamos como 300 extras que eran mineros, se modificaba todo el plan de trabajo e iban al paro porque la merienda llegaba 15 minutos tarde.
–Además del gran valor fílmico y político de La patagonia rebelde, también dio lugar a mitos como el que dice que Néstor Kirchner participó como extra.
–Un disparate, es un invento de Nestor. El haber participado en La patagonia rebelde daba cierto prestigio y entonces él se inventó eso y es muy gracioso porque nunca participó. Hay un sitio kirchnerista en la web que tiene un video llamado “Néstor Kichner en La patagonia rebelde” y muestran una larga escena, muy linda escena, de los sindicalistas en el sindicato, pero era un decorado construido en los estudios Baires, de acá, no de Santa Cruz. Jamás estuvo Kirchner y el video señala a Kirchner pero es un actor secundario que no tenía nada que ver con Kirchner, que tenía unos rasgos muy particulares.
–Para la productora Aries significó un mojón en su largo camino. ¿Qué le dejó esa película?
–Desde los homenajes en forma de amenazas de la Triple A a que fuera a Berlín a recibir un Oso de Plata por la película. Después tristemente nos vimos impedidos de concurrir a festivales por la tremenda situación política y lo peor que no se pudo exportar la película. Por ejemplo había un contrato con Italia y no se pudo cumplir porque no podíamos exportar las copias y finalmente las tuvimos que sacar de circulación porque eran un peligro.
–Usted cuenta que luego cuando se pasó en televisión tuvo un público muy pronunciado, como en otra película suya, La noche de los lápices.
–La noche de los lápices tuvo 49 puntos y medio de rating. Fue un asombro. El programa que se llamaba Bajo el signo de Aries, que pasaba todas nuestra películas, y debido a ese rating tuvo un promedio de 27 puntos, y se convirtió en el tercero en rating de los programas abiertos de la televisión.
–Es interesante la combinación que se realizaba en Aries de películas como esta con un cine muy popular.
–Nosotros hicimos como primera película El jefe, una película excelente, nos fue muy bien en el festival de Mar del Plata. Después hicimos varias otras pero fuimos perdiendo dinero. Un buen día convencí a Fernando Ayala de hacer Hotel alojamiento, que fue una película récord en materia de espectadores de Aries y nos llevó a la conclusión de que no se puede hacer una empresa productora de cine que haga lo que a uno le gusta exclusivamente, había que hacer tambien algo que le gustara al publico, y ahi empezamos con películas como El profesor hippie, en otros momentos fueron las Argentinísimas y luego los éxitos de Porcel y Olmedo, que hicieron con nosotros 36 películas.
–Usted dice que no se puede hacer exclusivamente lo que le guste personalmente, ¿pero podía disfrutar de las películas de Olmedo y Porcel?
–Yo me divertía, además alternaba con ellos aunque no fuera el productor ejecutivo, y tenía mucho afecto a Alberto Olmedo y creo que Porcel era un hazmerreir espectacular.
–¿Porcel más que Olmedo?
–Producíamos tres películas por año, una que era de los dos que eran top en la boletería, después venía Porcel y después Olmedo. A su muerte pasó a ser más estrella que Porcel.
–Una cosa que recuerdo de Cuba es que la gente al saber que eras argentino te mencionaba a Fito Páez y a la película La noche de los lápices.
–La noche de los lápices sigue siendo tema de estudio en la Universidad de Cine de Cuba. En Colombia se pasa todos los 16 de septiembre en casi todas las escuelas. Es una película que ha trascendido mucho en Latinoamérica.
–Es una película de gran trascendencia, sin embargo en su libro cuenta que pensaba que no iba a hacer un film sobre desaparecidos.
–Mirá, a mí una vez me preguntaron cuándo iba a hacer la película de desaparecidos y yo dije: “No soy la persona indicada porque yo tengo una posición crítica respecto de la guerrilla”. Me parecía una falla de percepción porque cómo podían intentar un golpe contra 200.000 uniformados que había en la Argentina entre ejército, gendarmería, prefectura, la policía de la provincia de Buenos Aires, que en ese momento eran 80.000 uniformados, y después las policías de todas las provincias que estaban instruidos para matar, no tomaban los prisioneros para juzgarlos. Por eso el operativo de la Contraofensiva de 1978 fue realmente un disparate y un acto criminal de los jefes por los muchachos y chicas jóvenes que murieron. David Viñas perdió sus dos hijos en ese operativo. Pero cuando yo leo en el suplemento que traía el diario sobre el juicio a los comandantes de la dictadura y leo el testimonio de Pablo Diaz, digo: “Esta es la gran película”, porque nadie puede decir que estos muchachos eran unos criminales asesinos. Y, bueno, la película salió muy bien y tuvimos un grupo de actores formidable.
–Tambien les valió una bomba en las oficinas de Aries.
–Tal cual, pero no explotó porque si llegaba a explotar volaba la empresa y medio o un cuarto del colegio del Salvador que estaba justo frente a nuestras oficinas. Estaba destinada a no explotar, pero además hay un absurdo porque si ellos en lugar de esto ponen un petardo en un cine, automáticamente mataban la película porque los dueños de los cines no iban a querer poner en riesgo su público con una película que promovía estas cosas. Un militar y su grupo pararon la emisión de la película en un cine de Punta Lara. Y hubo una noche en la que un auto Ford Falcon dio varias vueltas a la manzana por la casa donde yo vivía en las Lomas de San Isidro. En ese momento era una época de bonanza, así que tenia flor de casa. Seguro que el que se asomó a ver volvió al auto y dijo: “Mirá, esta no puede ser la casa de un bolche, de un trosko, porque no viven así”.
–Esa fue una gran construcción, ¿no? Y duró lo que duró su matrimonio con Elsa.
–Creo que 12 años más porque ella se quedó en esa casa, se fueron yendo los hijos y al final se quedó sola.
–El libro es bastante audaz porque cuenta, por así decirlo, las infidelidades de ese matrimonio. Y otras cuestiones. Quizás otro autor hubiera dicho que no escribía sobre eso, que no se exponía.
–No, hay muchas cosas íntimas que yo cuento, como que soy hijo ilegítimo, con lo cual asombro a muchísima gente porque era un tema que jamás había tratado, pero que me pareció que si yo estaba escribiendo una, una sola obra en mi vida, tenía que ser sincero en todos los sentidos
–También cuenta acerca de la relación íntima que tuvo con Fernando Ayala.
–Sí, era un tema que jamas se contó y mucho menos públicamente, ¿no?
–Además de esta relación íntima, tenía una gran amistad con Ayala.
–Eramos amigos, pero primero había una relación de padre e hijo, o tío y sobrino. Era una cuestión generacional, Fernando me llevaba diez años y tenía una muy buena biblioteca de arte, de cine. Tenía un conocimiento, una cultura y una pasión por el cine, por ver películas como yo. Ahí nació la historia y después derivó en otra cosa. Luego hicimos Aries. Fernando siempre fue más conservador que yo, yo era el que se jugaba, hicimos una buena pareja social y una buena pareja empresaria. A veces él me paraba las imprudencias, otras veces ganaba mi criterio, pero el hecho es que la sociedad produjo películas que han quedado para la historia.
–¿Cómo tomó su propuesta de llevar adelante una “amistad particular”?
–Han pasado 70 años, no sé. De entrada no me sorprendió porque evidentemente él era homosexual pero no era un homosexual de andar mostrando, de andar mariposeando. Todo lo contrario: se encontraba dentro del closet y nunca salió del closet. Luego mantuvimos una relación amistosa. Pero además éramos dos profesionales que estábamos en lo mismo y que no competíamos, sino que nos complementábamos. Yo podía ver sus películas y le decía: “Mirá, a mí me sobra como espectador tal secuencia”. Por supuesto, la primera reacción no estaba muy bien pero después se cortaba
–Es interesante que con tal formación cinematográfica se decidieran a hacer películas de Olmedo y Porcel, por ejemplo.
–Nunca nos imaginamos cuando en un almuerzo con Gerardo y Hugo Sofovich en La cabaña, que era el restaurante de moda, Gerardo dijo que quería hacer una película que se llamara Los caballeros de la cama redonda. Nosotros dijimos que sí, porque desde el vamos era un título muy vendedor.
–Y a la vez recorría el mundo en festivales y todo su glamour.
–Sí, y tuve la suerte de ser miembro del jurado en Cannes, también lo fui en Berlín, lo fui en San Sebastián, lo fui en muchos otros festivales que es algo muy positivo para mí, porque no es un festival al que vas y te encontras con que tenés una reunión de productores. Ahí lo sagrado era ver las películas en el momento que se proyectaban para el jurado, entonces uno veía una buena película y otra regular. Realmente amábamos el cine, al mismo tiempo de que tenías una pátina de glamour, de una actividad social de primer nivel porque cuando llegabas te encontrabas con una serie de invitaciones, una hermosa suite, un auto con chofer al que a veces abrían paso dos motociclistas. Lo cuento porque es importante que el lector se entretenga, que el lector conozca algo del cine, y además siga la vida de una persona que nació en 1931 y que no sabe cuándo se morirá pero por ahora sigue vivito y coleando. Y mucho.
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