Este verano, en uno de mis talleres, le propuse a un grupo de piantados (de esos que tanto le gustaban a Julio) que nos juntáramos a analizar Rayuela, la anti novela cortazariana, quizás uno de los libros más citados y menos leídos de la literatura argentina.
Casi todos sabemos que Rayuela arranca con un tablero de dirección en el que el autor nos da a elegir entre dos maneras de leerlo. La primera es sencilla, basta con seguir la numeración de los capítulos y terminar ahí donde tres simpáticos asteriscos representan la palabra fin (puntitos-letras, Cortázar prendiendo fuego el abecedario desde la página uno). La segunda nos invita a maltratar el ejemplar, ir y venir, abrirlo y cerrarlo como al fuelle de un bandoneón. Del capítulo 2 saltamos al 116, sólo por poner un ejemplo. En lo particular, creo que esa es la única manera de leer Rayuela y ser el lector comprometido que Julio buscaba. Es verdad que muchos se sienten abismados al caer de repente en una página que sólo contiene, por ejemplo, un aviso publicado en The Observer. No faltan los que revolean el libro, hartos ya de tanto capricho. Están en todo su derecho, algo así es lo Cortázar buscaba que nos pasara. Que nos enojemos, que no seamos complacientes. Pero cuando tomamos distancia, si sobrevivimos al salto absurdo, ahí asoma la obra. Y de repente, sin buscar nada, entendemos todo.
Acaban de cumplirse 37 años de su muerte, allá en su París amante. Entonces se me ocurrió armar, con los números de su vida, mi propio tablero de dirección de Rayuela. Lo peor que puede pasar es que mi editora diga que mi juego es es impublicable. Morelli, el alter ego de Cortázar, estaría bastante feliz con esa respuesta.
Tablero de dirección a partir de fragmentos extraídos de los siguietes capítulos:
26 (día de su nacimiento) - 8 (mes de su nacimiento) - 14 (año de su nacimiento) - 4 (edad a la que se viene a vivir a la Argentina) - 9 (a esa edad ya es un niño leído y escribió sus primeros textos) - 35 (año en el que se recibe de profesor de Letras) - 19 (edad en la que lee a Jean Cocteau) - 46 (año en que publica “Casa Tomada”) - 50 (año en que le rechazan la novela “El examen”) - 86 (“El examen” se publica de manera póstuma) - 53 (año en el que se casa con Aurora Bernárdez) - 70 (año en el que viaja a Chile y se solidariza con Salvador Allende) - 31 (primeros dos números de la ficha en la que anotaban los movimientos de Cortázar en la Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires) - 78 (año en el que se hace amigo de Ernesto Cardenal y apoya la Revolución Sandinista) - 83 (año en el que viaja a Buenos Aires por el regreso de la democracia) - 12 (día de su fallecimiento) - 3 (mes de su fallecimiento) - 84 (año de su fallecimiento) - 5 (día de su entierro en el cementerio de Montparnasse) - 56 (año en que se publica Final del Juego) - 26 (día de su nacimiento)
- En el fondo- dijo Gregorovius, París es una enorme metáfora.
Y pensábamos en esa cosa increíble que habíamos leído, que un pez solo en su pecera se entristece y entonces basta ponerle un espejo y el pez vuelve a estar contento.
-¿Es cierto que usted prepara un libro sobre la tortura?
-Oh, no es exactamente eso- dijo Wong.
-¿Qué es, entonces?
-En China se tenía un concepto distinto del arte.
-Despertémonos- decía Oliveira alguna que otra vez.
-Para qué- contestaba la Maga, mirando correr las péniches desde el Pont Neuf- Toc, toc, tenés un pajarito en la cabeza. Toc, toc, te picotea todo el tiempo, quiere que les des de comer comida argentina. Toc, toc.
“Y después siempre es la cópula”, pensó gramaticalmente Oliveira. Si la Maga hubiera podido comprender cómo de pronto la obediencia al deseo lo exasperaba… Quería arreglar cuentas con Oliveira, era el momento justo de decirle a Oliveira lo de inquisidor, de afirmar lacrimosamente que en su perra vida había conocido alguien más infame, desalmado, hijo de puta, sádico, maligno, verdugo, racista, incapaz de la menor decencia, basura, podrido, montón de mierda, asqueroso y sifilítico.
-Yo creo que te comprendo- dijo la Maga, acariciándole el pelo-. Vos buscás algo que no sabés lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes. Eso que hablaban la otra noche… Sí, vos sos más bien un Mondrian y yo un Vieira da Silva.
-Ah- dijo Oliveira-, así que yo soy un Mondrian.
-Sí, Horacio.
-Querés decir un espíritu lleno de rigor.
-Yo digo un Mondrian.
-Uno cree que va a explicar algo y es peor.
-La explicación es un error bien vestido- dijo Oliveira-. Anotá eso.
-Si he entendido bien- dijo Ferraguto-, ese trámite debería hacerse de inmediato.
-¿Y para qué se cree que los he convocado? Vamos llamando a los enfermos y todo se resuelve hoy mismo.
-La cuestión -dijo Traveler- es que los puntos estén en eso que usted llamó período lúcido.
Quizás haya un lugar en el hombre desde donde pueda percibirse la realidad entera. Esta hipótesis parece delirante.
¿Cómo se podía empezar a vivir esa vida, así apaciblemente, sin demasiado extrañamiento? El hombre es un animal que se acostumbra hasta no estar acostumbrado. Cuando estaba yo en mi causa primera, no tenía a Dios…; me quería a mí mismo y no quería nada más…
-No fuiste al entierro porque aunque renuncies a muchas cosas, ya no sos capaz de mirar en la cara a tus amigos.
-Hipólito Yrigoyen 749 (34-0936)
-Y Lucía está mejor en el fondo del río que en tu cama.
Oh pelotudo. A ver si de nuevo sembrás la confusión en las filas, si te aparecés para estropearles la vida a gentes tranquilas. Al final de lo que Balzac hubiese llamado una orgía, cierto individuo nada metafísico me dijo, creyendo hacer un chiste, que defecar le causaba una impresión de realidad. Me acuerdo de sus palabras: “Te levantás, te das vuelta y mirás, y entonces decís: ¿Pero esto lo hice yo?”
Una mano de humo lo llevaba de la mano, lo iniciaba en un descenso, si era un descenso, le mostraba un centro, si era un centro, le ponía en el estómago, donde el vodka hervía dulcemente cristales y burbujas, algo que otra ilusión infinitamente hermosa y desesperada había llamado en algún momento inmortalidad.
-Vos crees que estás en esta pieza pero no estás.
-Me quedo pensando en todas las hojas que no veré yo, el juntador de hojas secas.
Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte. Al fin y al cabo algún encuentro había, aunque no pudiera durar más que ese instante terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas hubiera sido inclinarse apenas hacia afuera y dejarse ir, paf se acabó.
- En el fondo- dijo Gregorovius, París es una enorme metáfora.
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