Adelanto de “Bobbio y Sartori”, de Gianfranco Pasquino

El libro del politólogo italiano transita el pensamiento de los destacados filósofos de la ciencia política, de quienes fue discípulo. Infobae Cultura publica el capítulo 7

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 “Bobbio y Sartori” (Eudeba),
“Bobbio y Sartori” (Eudeba), de Gianfranco Pasquino

Lo que sé de Giovanni Sartori

La primera vez que me encontré con Giovanni Sartori fue en Florencia, un día de diciembre que podría haber sido el 14 o el 15, de 1967. El Centro Studi di Politica Comparata, que él había fundado y dirigido, había anunciado algunas becas de estudio de posgrado. Hacía unos meses que había regresado de los Estados Unidos y apliqué por indicación de Bobbio, el supervisor de mi tesis de grado que, por otra parte, me advirtió “no sé cuáles postulantes tendrá en mente Sartori”. No había leído todavía el fundamental libro de Sartori, Democrazia e definizioni, publicado en 1957, pero respecto de los otros candidatos –lo supe después de la prueba escrita–, gozaba de dos ventajas: un buen conocimiento del inglés y, sobre todo, más que un conocimiento básico de ciencia política y de política comparada adquirida en la School of Advanced International Studies de Washington DC, donde había obtenido la maestría en relaciones internacionales. Sartori fue agradablemente, un adverbio “fuerte” para quienes lo conocieron, sorprendido y obtuve la beca de estudio. De este modo comenzó nuestra relación personal y científica que, con altibajos, duró cincuenta años, hasta su desaparición, el 4 de abril de 2017. Seguramente, sin su enseñanza transmitida en los exigentes seminarios semanales en Florencia, en la legendaria sede de Via Laura 48, y sin la lectura de sus libros, me habría convertido en un académico, cualquiera sea el juicio que ustedes quieran dar sobre mi producción científica hasta ahora, de baja calidad. Lo que más cuenta, sin embargo, son dos hechos indudables. El primero es que, sin Sartori, probablemente la ciencia política no habría hecho su (re)aparición en Italia. No existiría ninguna Rivista Italiana di Scienza Politica (RISP), fundada y dirigida por él entre 1971 y 2004. No habría ninguna Società Italiana di Scienza Politica (SISP): él la constituyó y fue su primer presidente. El segundo hecho es que la teoría de la democracia, el análisis de los partidos y, sobre todo, de los sistemas de partidos y de la ingeniería constitucional comparada se encontrarían, con seguridad, en un estadio del conocimiento netamente inferior al actual.

No intento aquí desarrollar un análisis puntual de los tres grandes libros de Sartori, ni hacer una biografía personal e intelectual (para la cual remito al Apéndice II de esta obra) pero sí, lamentablemente, sería apropiado rebatir la voz descuidada y con varios errores escrita para el Dizionario biografico degli italiani por alguno que no ha leído estos libros, que de esos libros no ha aprendido nada y con cuyo autor no tenía ninguna empatía. Tras confrontrarme reiteradamente con esos libros (Pasquino, 2009), y de haber recibido de múltiples expertos las contribuciones aparecidas en volúmenes y en secciones especiales de revistas que consigno en la bibliografía, aquí me limitaré a algunas anotaciones esenciales. Lo haré, en buena medida, tratando de interpretar aquello que aprendí sobre las preferencias de Sartori respecto de sus trabajos, y combinarlo con mis valoraciones, no siempre, comprensiblemente, del todo coincidentes con las suyas.

Ante todo,es importante subrayar que Sartori no ha sido el autor de un único libro luego varias veces reelaborado y reescrito. Aunque la temática de la democracia lo ha ocupado y preocupado en forma reiterada, la síntesis contenida en los dos volúmenes de The Theory of Democracy Revisited (1987) no solamente va mucho más allá de Democrazia e definizioni, publicado treinta años antes. En esencia es una obra nueva y distinta, que merece ser leída y estudiada por todos los que consideran, por ejemplo, que han inventado la democracia participativa y la deliberativa. Descubrirían que Sartori ya había expuesto el problema e indicado las limitaciones analíticas y prácticas. Parties and party systems (1976), cuyo título cito en inglés porque Sartori nunca quiso/consintió que se hiciese una traducción italiana (pero está traducido incluso al chino), es un análisis comparado, ganador de numerosos premios, reimpreso en años recientes, simplemente insuperable, imposible de sintetizar en pocas palabras. Mientras asistimos al tradicional fenómeno de la creación de partiditos, que algún tiempo atrás se habían merecido por cierto la denominación de “brotes” o “enanos”, me limito a recordar que uno de los grandes méritos de Sartori en ese libro consiste no solo en afirmar que se necesita “contar los partidos que cuentan” y en delinear los criterios del conteo (dando preminencia al potencial de coalición y al de chantaje), sino sobre todo en explicar por qué y cómo el número de partidos y sus interacciones, por ejemplo, con las prácticas de sobreofertar (outbidding) y de desresponsabilizarse (buckpassing) influencian con frecuencia decisiva el funcionamiento del sistema partidario. El tercer libro notable, Ingegneria costituzionale comparata (primera edición en inglés, 1994), junto con la quinta edición italiana representa la consecuencia lógica e importante de la concepción que Sartori ha tenido de la ciencia política como ciencia aplicable, vale decir, aquellos conocimientos que, en determinadas condiciones, pueden y deben ser aplicados incluso para poner a prueba la validez de la verificación sobre el campo –para una ampliación sobre este punto, que capta toda la originalidad y problemática, véase Valbruzzi (2014), y también mi capítulo final, el 12, en este libro.

Los fundamentos de la ciencia política según Sartori

La cientificidad de la ciencia política se apoya, según Sartori (2011), sobre dos patas: una conceptual, otra metodológica. Además, contra los determinismos de los más variados tipos –económicos, sociológicos, culturales (los caracteres nacionales)–, Sartori ha afirmado de modo firme e intransigente que “la política se explica con la política”, y por supuesto aplicó este precepto suyo en todos sus análisis de los fenómenos políticos: de la dictatura a la representación, de la ideología a la opinión pública (Sartori, 1969; Sartori, 2016). De modo incesante, Sartori ha subrayado que la definición y la formación de los conceptos son operaciones esenciales para proceder a cualquier investigación y a teorizaciones adecuadas. Aquello que ya era muy cierto hace cuarenta años se ha convertido todavía en más relevante en la época de las fake news y, por supuesto, de las conceptualizaciones fake que, por ejemplo, en el caso italiano han invadido alegremente el terreno de las leyes electorales. En cuanto al método, Sartori ha sostenido con vigor que, en esencia, el único, en cualquier caso el mejor, del cual la ciencia política puede y debe hacer uso es el comparado, entendido como método de control de las hipótesis, de las generalizaciones, de las teorías. Su extenso y denso artículo “Concept Misformation in Comparative Politics”, publicado en diciembre de 1970 en la prestigiosa American Political Science Review –uno de los artículos más citados de todos los tiempos–, hace caminar juntas a las dos patas de la ciencia política (véase también Sartori 1971, no casualmente el artículo inaugural de la Rivista Italiana di Scienza Politica).

En cuanto a la comparación, Sartori ha afirmado y escrito a menudo que “quien conoce únicamente un sistema político no conoce ni siquiera ese sistema político”, en cuanto no está efectivamente en grado de apreciar ni las similitudes con otros, y mucho menos, sus diferencias. El aislamiento analítico de un sistema político nunca puede ser espléndido. En el mejor de los casos es limitante; en el peor, es equivocado e inadecuado. El peor está debajo de nuestros ojos italianos. Sartori no ha sido un especialista sobre el sistema político italiano, y tampoco un experto de la política mexicana, como quiso hacer creer el organizador de una desafortunada conferencia de homenaje póstumo en noviembre de 2017 en la ciudad de México. Sin embargo, sus categorías analíticas, si se las utiliza sabiamente, han tenido y mantienen el mérito de iluminar los rasgos esenciales de la política italiana, por ejemplo, la dinámica del sistema partidario (Sartori, 1982), los efectos de las leyes electorales, la representación política, así como sobre el recorrido de la transición democrática en México desde un sistema partidario de partido hegemónico pragmático, en el que ambos adjetivos son esenciales, a un sistema multipartidario competitivo.

Respecto de las deplorables tendencias a la especialización en un único campo de tantos politólogos contemporáneos, cuya ambición –por otra parte, nunca satisfecha– parece ser la de lograr saber todo en áreas siempre más estrechas, Sartori ha sido en esencia un politólogo integral. No solo ha estudiado las dos temáticas, democracia y partidos, absolutamente más importantes en cualquier sistema político, sobre todo a partir de los democráticos, sino que además se ocupó de las leyes electorales y de la representación política, del parlamento y de las formas de gobierno. Podría extender su afirmación recién citada hasta sostener que quien conoce una sola institución, un único fenómeno político, un único sector, no conoce con suficiencia ni siquiera esa específica institución, este particular fenómeno político o aquel peculiar sector. Me limitaré a decir, y no me importa si a muchos les zumban los oídos –al contrario, justo por este quizá noble objetivo–, que quien quiere reformar el parlamento en una democracia parlamentaria tiene la obligación analítica y política de saber cómo funciona el gobierno, de conocer las relaciones parlamento-gobierno y de ofrecer razonables previsiones sobre las más que probables transformaciones y subsiguientes interacciones. Cuanta más ciencia política se conoce, tanto mejor es la ciencia política que se logra hacer.

Giovanni Sartori
Giovanni Sartori

Como mencioné al principio, Sartori estaba firmemente convencido de la aplicabilidad del conocimiento politológico. Con frecuencia citaba el título de un ensayo publicado en 1939 por el sociólogo estadounidense Robert S. Lynd, Knowledge for What? (subtitulado The Place of Social Science in American Culture). El significado del “what”, o a qué cosa debiese/deba servir el saber politológico, ha sido doble, y creo que puedo decirlo con razón suficiente. De un lado, desde el inicio Sartori persigue el objetivo de desafiar y combatir a las dos culturas políticas dominantes en los años cincuenta y sesenta –la marxista-comunista y la católico-democristiana– y sus lecturas de la política, ambas inadecuadas y por él consideradas, al menos en parte, nocivas. Por supuesto, Norberto Bobbio ya había contribuido a la crítica de la cultura política comunista con el volumen Politica e cultura (1955), que compilaba sus intervenciones en un cerrado debate con algunos intelectuales comunistas y con el mismo Togliatti. Incansable y, aunque el adjetivo puede sonar discordante si se refiere a él, provocador, Bobbio, mi primer maestro, no atenuaría el ataque (ni soltaría a la presa), y publicó en 1976 Quale socialismo?, que incluye el capítulo “¿Existe una doctrina marxista del Estado?”, que levantó un intenso debate, caracterizado por la argumentación sin fundamento alguno de parte de ciertos intelectuales entonces comunistas y luego convertidos en renzianos.

A las provocadoras preguntas de Bobbio, la ciencia política de Sartori ya había ofrecido en abundancia una respuesta negativa. No se puede no leer y, sugeriría, releer Democrazia e definizioni (1957) sin pensar lo insidioso que ese texto debió haber resultado a los ojos de los comunistas, también porque el espacio, argumentadamente crítico, concerniente sobre todo a Marx, pero asimismo, aunque en menor medida, a Gramsci (que no era una lectura difundida a mediados de los años cincuenta), es todo menos moderado. Pero Sartori no estaba interesado en un debate “público” con democristianos y comunistas. Deseaba, en cambio, demostrar con los textos, con las investigaciones, con los análisis, cuánto mejor que las culturas políticas de los dos grandes partidos resultaba la ciencia política, en qué medida la ciencia política era la disciplina más adecuada para crecer en un contexto democrático y sostener la cultura política que hace posible a la democracia en funcionamiento, perfeccionable. Marx también podría continuar argumentando que los filosófos debían dejar de estudiar el mundo para compremeterse con tratar de cambiarlo. Sin embargo, Sartori lo escribió varias veces ad usum no solamente de los italianos, sino también de los norteamericanos y los latinoamericanos. Solo la ciencia política está en condiciones de revelar las manipulaciones conceptuales del tipo “democracias populares” y producir un saber aplicable y verificable. Con este propósito Sartori adhirió a la fundamental lección metodológica de Popper, según la cual las teorías deben ser formuladas en manera tal de ofrecer la posibilidad de su falsabilidad.

La desaparición de las dos culturas políticas dominantes, la comunista y la católico-democrática –algunos de cuyos exponentes definían sin ninguna vergüenza las anomalías positivas (sic) de Italia–, también habría podido abrir el espacio al liberalismo del cual Sartori ha sido un influyente intérprete académico y político. Confiscados por el anticomunismo de Berlusconi, también desaparecieron los supuestos liberales italianos y lo poco que se conservaba de su cultura política. Sartori nunca dudó en afrontar todos los debates que una concepción liberal de la política y del Estado hacía necesarios y urgentes. De modo directo, explícito, detallado, con sus editoriales en el Corriere della Sera y con sus participaciones en programas televisivos, Sartori respondía en los hechos a aquellos que, incluso politólogos, sostenían la necesidad de separar entre comentarios periodísticos y conocimientos politológicos. Creo que resulta oportuno detenerse sobre este uso de la ciencia política presentando ejemplos y profundizaciones específicas.

Sistemas electorales y democracia parlamentaria

Como hemos aprendido de Gramsci, en el interregno de lo viejo que no quiere morir y lo nuevo que no logra nacer proliferan los gérmenes de la degeneración. Desde 1992-1994, el comienzo de la incompleta transición político-institucional italiana, Sartori se comprometió sistemáticamente a impedir que esos gérmenes infectaran y destruyeran la forma de gobierno parlamentaria italiana. Estoy seguro de que todos ustedes se han encontrado varias veces con el análisis de Sartori y, sobre todo, que han comprendido tanto la profundidad como el sarcasmo. Sin embargo, más en general, temo que en la opinión pública y, por cierto, en la clase política, no hayan sido suficientemente apreciados los presupuestos y las implicancias de las críticas que el autor ha dirigido a los reformadores institucionales, más o menos preparados, más o menos de buena fe. Avanzaré con algunos ejemplos, comenzando con la clarificación del término Mattarellum, relativo a la ley electoral elaborada sobre la ola de un referéndum y que abrió la puerta a comentaristas sin imaginación que han usado su pobre e improvisado latín para todas las sucesivas leyes electorales, incluso aquella con la que tristemente fuimos a votar en marzo de 2018.

Jugando con el nombre del principal redactor de la ley, el parlamentario Sergio Mattarella, la intención de Sartori era sobre todo la de poner en evidencia las “locas” consecuencias de los mecanismos de esa ley en términos, no de reducción del número de partidos, sino de su aumento según el modo de asignación de los escaños en la cámara de diputados. Sobre la base de la amplia literatura existente, Sartori por supuesto tenía razón (mientras que no queda claro qué sabían en verdad aquellos aprendices de reformadores electorales y sus sucesores). El número de partidos representados en el Parlamento aumentó, y provocó el nacimiento de coaliciones de gobierno multipartidarias y volubles, derivadas de las oportunidades generosamente ofrecidas por los mecanismos electorales a los pequeños partidos –vorazmente propensos a aprovecharlas– y de la estabilidad gubernamental, difícil y problemática.

A su vez, la ley Calderoli, que sustituyó a la ley Mattarella, mereció de Sartori el apelativo Porcellum, en cuanto fue deliberadamente elaborada para perjudicar a la centro-izquierda, mal y apresuradamente diseñada para atribuir en el Senado pequeños premios de mayoría región por región. Los ingratos resultados para la centro-izquierda, tanto en 2006 como en 2013, demuestran qué tan manipuladora logró ser la ley Calderoli. Dentro de poco discutiré también la incidencia de las leyes electorales sobre la representación político-parlamentaria, pero es importante que recuerde asimismo la dura crítica de Sartori a la decisión de los partidos y de las coaliciones de insertar en sus símbolos y listas electorales el nombre de su líder, y convertirlo en candidato oficial al cargo de presidente del Consejo de Ministros. Por supuesto, esto también se aplica al presidente del Senado Piero Grasso: aunque su decisión de presentarse a la competencia electoral es legítima, la inserción de su nombre en el logo de su fuerza política es engañoso y choca contra las best practices de las democracias parlamentarias. En el Reino Unido, el nombre de los respectivos líderes-candidatos al cargo de primer ministro no está en los símbolos de los laboristas, ni de los conservadores, ni de los liberales. Solo figura en el único distrito electoral donde buscan obtener una banca para la Cámara de los Comunes. En Alemania, nunca figuró el nombre de los jefes partidarios que luego fueron cancilleres. Lo mismo vale para España y Portugal. Y ya basta.

Norberto Bobbio
Norberto Bobbio

Destaco que la objeción de Sartori no estaba dirigida principalmente a la personalización de la política cuanto a la alteración de un principio cardinal de las democracias parlamentarias: los gobiernos nacen en el parlamento. Una vez contadas las bancas, son el producto de la formación de mayorías que deciden a qué líder debe confiársele el cargo de jefe de Gobierno y, en consecuencia, en determinas condiciones también pueden sustituirlo. En ninguna de las democracias parlamentarias existe, como afirmaron y escribieron algunos malos maestros, la elección cuasi (sic) directa del gobierno ni, mucho menos, de su jefe, como hasta ahora el Reino Unido lo ha demostrado ad abundantiam.

Es posible considerar reprobables a los denominados “ribaltoni” denunciados por Berlusconi, pero los cambios de gobierno en y por obra del Parlamento son parte integrante de la fisiología parlamentaria. Permiten sustituir sin graves consecuencias institucionales (y políticas) a jefes de Gobierno devenidos en inadecuados por múltiples razones. La muy eventual degeneración patológica de los “ribaltoni” no se cura sosteniendo artificialmente al gobierno y privando al modelo parlamentario de una de sus mayores ventajas, la flexibilidad, sino operando sobre la ley electoral, apuntando a contener el número de partidos, poniendo barreras parlamentarias al típico vicio italiano del trasformismo.

Sartori ha sostenido con vigor que, en vez de trastornar al parlamentarismo con los resultados negativos que tres elecciones populares directas del primer ministro en Israel habían ampliamente puesto en evidencia (para luego restituir al Parlamento, Knesset, la formación de los gobiernos y la selección de los jefes de Gobierno), era mucho mejor pasar al modelo semipresidencial de la Quinta República francesa (Sartori, 1995). Al mismo tiempo, Sartori expresaba en forma reiterada su preferencia por un sistema electoral específico, el adoptado en la Quinta República: doble turno con cláusula porcentual de acceso al segundo turno en cada distrito uninominal, inicialmente fijada en 5 por ciento, luego rápidamente elevada al 10 y, por último, al actual 12,5 por ciento del padrón de votantes. Consciente de la oposición de todos los partidos italianos, que se consideraban preliminarmente imposibilitados de superar una predefinida cláusula porcentual de acceso al segundo turno, Sartori propuso que en cada distrito uninominal fuese dada la facultad de acceder al segundo turno a los primeros cuatro candidatos, sin tomar en cuenta el porcentual de votos obtenidos. De un lado, esta cláusula habría permitido a los electores –obviamente “coordinados” por los dirigentes partidarios y por los mismos candidatos– valorar mejor las consecuencias de su voto; y del otro, luego habría dado vida a la formación de mayorías en apoyo de candidatos que, luego de haber pasado a la segunda vuelta, tenían posibilidades reales de triunfar. A este propósito, vale la pena agregar que la ley electoral francesa garantiza plena competitividad y, al ofrecer a los electores la posibilidad de votar dos veces en forma separada, permite tanto la expresión de un voto sincero, a favor del candidato efectivamente preferido, como de un voto estratégico, a favor del candidato menos desagradable para evitar la eventual victoria del candidato más desagradable.

Por supuesto, sin la posibilidad de candidaturas múltiples, curiosamente no rechazadas por la Corte Constitucional –aunque chocan en forma abierta contra el artículo 3 de la Constitución porque ponen en condiciones desiguales a todos los candidatos no “múltiples”–, los distritos uninominales implican grandes riesgos: allí se vence o se pierde y no existe ninguna revancha. La crítica de Sartori a las candidaturas múltiples y a la designación (para quien prefiere evitar la palabra nombramiento) de los parlamentarios, fue formulada por él bajo la forma de pregunta en el amplio capítulo final de una investigación sobre los primeros cuatro parlamentos italianos (Sartori, 1963). ¿Qué sanción temen más los parlamentarios italianos?: ¿la del (jefe del) partido? ¿de un grupo externo? ¿de los votantes? Quien no debe su elección a los electores por cierto representará poco, y probablemente también mal, a los electores a los que no conoce e incluso más ciertamente no se pondrá de frente a ellos para rendir cuentas de lo que hizo, o no hizo, o ha hecho mal. Su sanción será la menos temida. Para algunos parlamentarios contará mucho, en el hecho de ser incluidos en una lista y luegos recandidateados, la voluntad/capacidad de dar representación al grupo o a los grupos externos que lo han impuesto. Para la gran mayoría de los electos será decisiva su obediencia al líder del partido, manifestada bajo la forma de disciplina partidaria. También este ejemplo revela la enorme relevancia de la ciencia política de Giovanni Sartori en la interpretación de los fenómenos y de los comportamientos políticos, así como de permitirle criticar lo que existe y de prever soluciones.

El conflicto de intereses

Por fin, last but not least entre sus intervenciones sobre la dinámica del sistema político italiano, se alza lo relativo al conflicto de intereses. Se equivoca a lo grande quien interpreta sus artículos y comentarios editoriales en la materia como únicamente dictados por la hostilidad hacia Silvio Berlusconi (flagrante desde el mismo título de su siguiente libro, Il sultanato: Sartori, 2009). Que los intereses personales y privados no deben obtener ventajas sobre los deberes políticos y públicos de los gobernantes y de los representantes es un sacrosanto principio liberal. De hecho, el liberalismo, que Sartori interpreta en su versión más clásicamente política, nace como técnica de separación de los poderes, todavía antes de las instituciones, con el objetivo de evitar que un poder logre subyugar a los otros. En particular, el liberalismo tiene como objetivo fundamental el de impedir que el poder económico conquiste el poder políitico y lo instrumentalice. Por supuesto, lo contrario también vale: al poder político debe vetársele la posibilidad de apropiarse del poder económico. Comprensiblemente, entre las dos esferas existe siempre tensión. Por lo tanto, es imperativo que se proceda a una reglamentación lo más rigurosa posible del conflicto de intereses, no como la blanda y agrietada, llena de vías de evasión, y sustancialmente inadecuada, aprobada por el Parlamento italiano despúes de demasiados años de resistencia y dilaciones.

En cuanto al conflicto de intereses del Berlusconi gobernante, el caso era (y sigue siendo) todavía más grave porque el control de casi la mitad de la audiencia televisiva en manos de Mediaset comporta graves distorsiones en la formación de la opinión pública. Sartori se tomaba muy en serio este tema, porque cualquier democracia cualitativamente apreciable requiere de una opinión pública formada, con acceso a una pluralidad de fuentes de información que compitan entre sí. Quizá las preocupaciones de Sartori, expresadas en un libro que apreciaba mucho (Sartori, 1999), relativas a la “mutación genética” de homo sapiens a homo videns inducida por la televisión, son exageradas. Probablemente no están fundadas sobre un adecuado conocimiento de la impresionante literatura relativa a la comunicación política (véanse los tres volúmenes sobre esta materia editados por Mazzoleni, 2016). Sin embargo, me parece innegable que el duopolio televisivo no solamente configura un conflicto de intereses toda vez que el duopolista adquiera el poder de gobernar, sino que constituye también un problema de la democracia por la formación de la opinión pública.

Conclusiones

Ninguna conclusión puede hacer justicia a las contribuciones de Giovanni Sartori al estudio científico de la política. Ninguna conferencia nacional organizada a las apuradas o autodenominada internacional podrá explorar verdaderamente y en profundidad todo lo que quienes estudian las democracias, los sistemas partidarios, la ingeniería institucional han aprendido o tomado prestado gracias a Sartori, el gigante sobre cuyos hombros han logrado subir, criticado o mejorado. En lo que respecta más en general a la democracia y a los sistemas partidarios, casi todo aquello que se ha escrito después de la publicación de los libros fundamentales de Sartori constituye, en el mejor de los casos, puntualizaciones o profundizaciones, toma de distancia no superación, de cuanto él elaboró hace algunas décadas. Sobre el sistema político italiano, la distancia entre el modelo de gobierno italiano realmente existente y el de una democracia parlamentaria representativa muestra lo indispensable que resulta recurrir a los análisis politológicos y a las propuestas de ingeniería constitucional formuladas por Sartori, eventualmente para criticarlas y superarlas de manera “sistémica”. Por supuesto, esto vale exclusivamente para quien conoce esos análisis y aprecia esas propuestas. Leer y estudiar esos libros, esos artículos, incluso sus comentarios editoriales, es todavía una experiencia gratificante y esclarecedora para quien quiera aprender ciencia política, apreciarla en su sustancia, comprender su utilidad y su relevancia. Lo será incluso más para quienes, dentro de cinco o más años, se encuentren en condiciones de valorar la obra completa de Giovanni Sartori con la debida distancia.

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