Alejandra Laurencich: “Creía que el amor se podía descartar como un vino de baja calidad”

La autora argentina reflexiona sobre la reedición modificada de “Vete de mí”, novela en la que narra una relación de amor salvaje. “Las redes ayudan, claro, pero también confunden y distorsionan”, dijo

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Alejandra Laurencich
Alejandra Laurencich

A más de once años de su publicación original, la escritora Alejandra Laurencich dio a conocer la reedición de la novela Vete de mí, con modificaciones en la escritura de la historia que narra un amor salvaje capaz de devorar a quienes caen en sus redes y que le permitió poner en juego su mirada diferente sobre el amor a través del tiempo.

“Donde está el amor está la pena”, anuncia el epígrafe que abre el texto, extraído del Carmina Burana. Y es un presagio de lo que viene y de lo que es capaz de provocar el protagonista en las mujeres y los hombres con los que se relaciona. Luis se convierte desde el inicio en el centro de las vidas de esa gente que no puede resistirse a sus encantos, pero además en el de los que aman a quienes lo desean a él.

Pero el personaje también es central en lo discursivo, ya que se construye a partir de las distintas voces que hablan sobre él, que lo describen, que buscan interpretarlo a partir de la cuidadosa operación de montaje que realiza la autora.

Laurencich es narradora y editora. Autora de los libros de cuentos Lo que dicen cuando callan (2013), Historias de mujeres oscuras (2007), Coronadas de Gloria (2002); del ensayo El Taller. Nociones sobre el oficio de escribir (2014), la novela Las olas del mundo (2015) y el libro de crónicas Diario de Eslovenia (2019), creó la Revista Literaria La Balandra, de la que fue directora editorial entre los años 2011 y 2019.

"Vete de mí" (Factotum), de
"Vete de mí" (Factotum), de Alejandra Laurencich

- La primera versión de Vete de mí salió en 2009, pero contaste que venías trabajando el personaje de Luis desde hacía muchos años. ¿Se trata de una reedición o hubo cambios?

- Es una reedición de aquella novela que salió en 2009 (y ya era imposible conseguir en librerías) pero a la que aproveché para hacerle modificaciones, no a la historia, porque eso sería escribir otra novela, pero sí a la escritura. No solo porque habían pasado más de once años desde su publicación y, como alguna vez dijo Richard Ford, “uno tiene que mejorar en cada libro”. Esto no significa que desestimemos o descartemos el libro que escribimos antes, pero cada vez que se escribe uno nuevo hay que intentar, humildemente, hacerlo mejor; con más razón si el autor o la autora cree que esos cambios o modificaciones pueden beneficiar a la obra.

- Se puede olvidar el amor o sería necesario recurrir a avances de ciencia ficción como el que cuenta el personaje que es médico o el que vertebra la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”...

- Cuando empecé a escribir la primera versión de esta historia (después pasó por cantidad de versiones hasta que se publicó finalmente en el 2009) tenía un poco menos de 30 años, y creía que el amor que no traía dicha o “correspondencia” se podía descartar como un vino de baja calidad, o un auto que no sirve. Ahora tengo 57 años y creo que el amor, aunque no sea correspondido, deja huellas indelebles, y que todos los intentos que se hagan por arrancarlo -en el caso del protagonista de la novela, de taparlo con drogas o estímulos de cualquier clase, en el caso de Mariana, su coequiper, digamos, con otra pareja- son inútiles. A lo sumo uno puede ponerle fin a una relación, pero sabiendo que la propia vida será otra después, porque uno o una ya fue “contaminado” por ese vínculo, esa pasión, ese otro u otra. Y no sé qué pasaría de llevarse a cabo la intervención que plantea el personaje al que te referís, el neurocirujano Raymond Copeland, nunca podremos saberlo porque es algo impracticable, pero el mismo tipo que propone la “operación” está tan atrapado en su amor, o en la perversidad y rabia de ese amor, que ni siquiera creo que él podría olvidar la razón por la que se le ha ocurrido esta “cura” milagrosa.

- ¿Las distintas voces que describen a Louis, el protagonista, y sujeto del amor del resto de los personajes, alcanzan a construir el personaje o siempre queda un costado oculto para que el lector construya su propia versión?

- Mi intuición, o quizá debería decir mi posibilidad, al escribir esta novela fue la de armar un personaje a partir de las miradas de los y las demás, porque es también así como creo que vive el protagonista, esperando “ser” en los otros y otras, tan poca estima guarda sobre sí mismo. Cuando quería abordarlo desde su punto de vista, la escena se me escapaba al de los y las que lo rodeaban, así que intenté inspirar y retratar esas miradas, algunas terribles, otras realmente amorosas, violentas o amistosas o delirantes o piadosas. Y en esa mirada de los otros y las otras, lógicamente estaba incluida la de quien fuera a leer la novela.

Otros título de Laurencich
Otros título de Laurencich

- ¿Cómo trabajaste los diálogos, ya que son muy realistas y a la vez tienen la particularidad de que el protagonista adopta el inglés en los momentos álgidos?

- Para que un diálogo sea creíble debe manipularse, con todos los recursos y herramientas a disposición, podarle todo lo que no sea esencial, lo que no construya sentido o arme la situación. Y más que hablar por los codos, hay que sugerir, dar pistas bien dadas, claves. Los diálogos siempre me han parecido oportunidades para desnudar la verdad sobre cada personaje o situación. En este caso, el de un personaje bilingüe, el desafío era mayor, pero lo trabajé de muchas maneras, incluso lo di a leer a gente que tiene como lengua materna el inglés, porque al igual que en cualquier país, son muchos los modos de expresión de un ciudadano, dependen de su cultura, su edad, el tiempo en que te toque vivir, así que todos los diálogos de la novela están trabajados incansablemente, y me alegra que den por resultado ese realismo o naturalidad que me han planteado como cualidad en varias ocasiones.

-¿Cuál fue el trabajo que hiciste sobre el narrador? Por momentos es un personaje lateral que va adquiriendo protagonismo pero parece tener el talento de saber todo lo que sienten y hasta piensan los demás personajes...

- Pachu es un gran pilar en la novela porque fue parte de la historia narrada pero a su vez ella la cuenta desde otro plano temporal. Es ni más ni menos que la mirada de cualquiera que se dedica a escribir, alguien que puede sufrir o gozar lo que sea, pero también tiene la posibilidad de trascender lo vivido llevándolo al terreno de lo literario, ver con objetividad la trama y cómo se fue organizando y entrelazando cada una de las circunstancias, cómo fue anudándose de una manera y no de otra, en síntesis, como muy bien lo describió Bioy Casares: “Está la vida y está pensar sobre la vida, que es otra manera de recorrerla intensamente”.

-El título tiene el dramatismo de un bolero, pero también es una canción de Almendra...

- La novela en su versión original se llamó “Fin de Milenio”, era el año 1993 o 94 cuando la presenté a un concurso, creo que el Emecé, y salió finalista. Y el título respondía a lo que yo creía que era la maldición de los amores de ese fin de milenio, tremendos y desgarrados amores que veía a mi alrededor, en amigos y amigas. Luego llegó el verdadero fin de milenio, el año 2000, y ya ese título había quedado viejo y también la versión primera de la novela, así que le puse “Sin Remitente” por las cartas que no tenían una maldita dirección a la cual responder (es un poco la teoría del boomerang que le expone Pachu a Matías en la novela), pero cuando iba a ser publicada el título no gustó y en la editorial me propusieron ese entre otros. Dije que sí y quedó Vete de mí. Como era fan de Spinetta, de Pescado Rabioso y Almendra sobre todo, me pareció adecuado porque la canción que lleva este título, en realidad es “Vete de mí, cuervo negro”, y Spinetta dice: “No te quiero ver más, ni aquí, ni allá”. Además, el Louis de mi novela estaba inspirado en la figura de Spinetta, entonces todo cerraba.

-“Dónde está el amor está la pena”, dice el epígrafe que abre la novela. ¿Siempre es salvaje y cruel el amor?

- No, para nada. El amor es algo maravilloso, pero para él o la que sufre por amor, esa es la mejor definición, sin vueltas. Las penas de amor son tremendas, devastadoras.

- Tanto desde La Balandra como desde tus talleres te dedicaste a colaborar con la difusión de nuevos nombres en la narrativa. ¿Cómo ves esas posibilidades en este momento? ¿Qué herramientas tiene a su alcance alguien que comienza para mostrar lo que hace? ¿Ayudan las redes sociales?

- Las redes ayudan, claro, pero también confunden y distorsionan, porque por momentos se convierten en una vidriera grotesca en la que se exponen las vanidades más grandes, junto a lealtades por favores, intercambio de elogios propios de una corte de Luis XV, todo tipo de estupideces y pavadas mezcladas con lo genuinamente literario. Realmente es la biblia junto al calefón. Entonces es muy duro para alguien que recién empieza poder difundir lo propio en ese hipermercado infinito, o encontrar qué leer, porque muchas veces lo que se vuelve popular y reiterado una y otra vez no es literatura sino solo un producto de la capacidad de sus gestores o gestoras para mostrarlo y difundirlo de ese modo. Yo intento no confundir una herramienta de difusión bien usada con un logro literario.

- ¿Cómo definirías ese camino de escritura en medio de tanto ruido?

- Creo que el mejor camino que puede tomar alguien que escribe es intentar acercarse a su propia verdad, a su lenguaje personal, sin copiar a nadie, esforzándose en lograr la mejor literatura que pueda producir, sin soñar con firmar ejemplares en las Ferias de Libros o tener cinco mil likes o corazoncitos porque postea que le gusta comer dos kiwis antes de ir a dormir. Incluso los contratos y anticipos y traducciones y entrevistas y citas, si llegan, bienvenidos, cómo no, por qué rechazarlos, cada uno o una sabe hasta dónde estimulan o envilecen esas circunstancias, pero la apuesta no puede ser la fama y el reconocimiento. La apuesta debería ser escribir cada día mejor que el anterior. Las modas pasan, tarde o temprano pasan, la literatura queda. Y es saludable entonces, según mi humilde opinión, no perder el tiempo y dedicarse a construirla, cuantas más horas de vuelo tengamos, a mayor distancia llegaremos, y nadie más que nosotros nos podrá regalar esa capacidad de volar, ni la felicidad de vislumbrar esos paisajes desde la altura.

Fuente: Télam

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