Juan Diego Incardona: “En el conurbano hay problemas y marginalidad pero también hay victorias todos los días y mucha belleza”

El autor argentino reflexiona sobre su reciente libro “La culpa fue de la noche”, donde realiza un recorrido literario por su infancia y su experiencia como vendedor ambulante y reflexiona sobre cómo la pandemia afecta la vida de un escritor, entre otros temas

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Juan Diego Incardona
Juan Diego Incardona

Juan Diego Incardona arma en su reciente libro La culpa fue de la noche un recorrido literario en el que revisa su infancia en Villa Celina, recupera sus años como vendedor ambulante en Palermo y se acerca a la coyuntura con las problemáticas que plantea la pandemia para un escritor que habita el barrio porteño del Abasto y siempre lo hace con humor y mirada crítica.

El autor de Villa Celina, Objetos maravillosos, El campito, Las estrellas federales y La cárcel del fin del mundo combina en este libro trabajos de hace algunos años con textos recientes, en los que el cambio planetario producido por la pandemia llega en forma de disparador de situaciones atravesadas por el absurdo y la capacidad de cuestionar la propia perspectiva.

El autor cuenta que le interesó publicar el libro por Ediciones Futurock porque “proviene de una radio, es un proyecto más amplio que tiene una comunidad de oyentes, público joven especialmente, no trabajan los circuitos editoriales tradicionales, sus libros no están en las librerías”, y dice que es un trabajo muy autobiográfico y en el que “más aparecen romances y novias”.

- ¿Cómo nació este trabajo? En los textos que se diferencian por la tipografía, por el tono y por el anclaje en el presente, hay un narrador del que te reís y que establece un diálogo irónico con el Incardona escritor que conocemos.

- Cuando empezó la cuarentena el Centro Cultural Kirchner nos propuso escribir un diario durante un mes y estuvo bueno porque los primeros días no podía hacer nada pero esa consigna me estimuló y fueron saliendo esos diarios que después ordenaron este libro, ya que cuenta con cuatro sublibros y cada uno abre y cierra con el diario que vendría a funcionar como un presente de la narración. En el medio de esos diarios, que están marcados con otra tipografía, hay relatos que van hacia atrás a distintas etapas autobiográficas. Venía escribiendo cuentos, algunos más en la línea de Villa Celina, otros me habían quedado más en la de Objetos maravillosos, más bien urbanos donde aparecen nuevos trabajos y también mucho el amor. Es mi libro en el que más aparecen los romances, las novias. Cuando empecé a trabajar con la editora de Futurock, Leila Gamba, me ayudó mucho porque a todo ese material, que en principio parecía más bien desordenado o seguía ciertas líneas narrativas, pude encontrarle una unidad. Ella también me propuso el pacto autobiográfico que por momentos es realista y por momentos fantástico.

"La culpa fue de la noche" (Ediciones Futurock), de Juan Diego Incardona
"La culpa fue de la noche" (Ediciones Futurock), de Juan Diego Incardona

- En uno de los cuentos, Electrofilia, el narrador dice que los seres humanos estamos llenos de zonas inexploradas. Ahí la electricidad es un motor para activarlas. ¿La literatura puede motorizar esas zonas?

- Es un cuento bastante antiguo, nunca lo había publicado y me pareció bien incluirlo porque en el libro hay otros relatos en los que aparecen la electricidad, los rayos, y también porque en el cuento aparece el oficio del electricista. En este libro aparecen mucho los oficios, los trabajos que hice en mi vida, cuando fui vendedor ambulante, el trabajo en el taller de motores eléctricos. Todo el libro se compone de una serie de relatos breves porque intenté que fuera muy dinámica la lectura y Electrofilia está en esa línea. Por otra parte, en mi sensación a la hora de escribir y sus posibles analogías la electricidad podría ser una buena comparación porque en un punto parece que uno se enchufara a algo, el teclado de la compu se vuelve como el teclado de un piano. Uno está construyendo ritmos, haciendo como una música. Cada cuento tiene algo de canción, hay estribillos, hay movimientos de la música, hay como acordes que a uno le resuenan en la cabeza, más allá de las pequeñas tramas que pueda ir hilvanando. También me pasa que cuando escribo siento que conecto con un ritmo, hay algo eléctrico en eso y me parece que la escritura también, en un punto, va hacia zonas inexploradas. Ese es también el desafío de la literatura: no ir necesariamente hacia los lugares comunes, a los lugares que ya están subrayados o definidos sino explorar, apuntar la linterna hacia la oscuridad y descubrir cosas. Es un cuentito simpático, chiquito que siento que suma al rompecabezas.

- Pity Álvarez como personaje de Borges, Gardel como “padre de todos los buscas” o Néstor Kirchner reapareciendo en una plaza que lo llora. ¿Cómo te interesa trabajar el anclaje en datos de la realidad? ¿Es la hipérbole uno de los mejores recursos para narrar lo tan contado, recreado?

- Me gusta trabajar con tradiciones, con referencias. Mi intención no es ser críptico ni plagar de intertextualidades el relato para que sea una lectura de eruditos. Por ejemplo, en El campito me esforcé para que el lector que no supiera todas esas referencias igual pudiera disfrutar de la historia. En este caso, el cruce es parecido: en un punto, jugar, actualizar tradiciones de un modo lúdico y mezclar a Pity con Borges, faltar un poco el respeto a la solemnidad y a la idea pesada de la literatura y de lo que ya está sacralizado. Es un recurso que siempre aparece cuando estoy inventando porque en un punto escribir es mezclar y en esa mezcla puede salir cualquier cosa. Por otra parte, la hipérbole es un recurso que uso mucho, sobre todo cuando estoy trabajando textos realistas suelo extremarlos. Roberto Arlt fue el gran maestro de ese tipo de narrativas, lo leí con mucha voracidad en su momento y un poco me influenció, sobre todo antes de escribir la saga de Villa Celina. Pienso en Los lanzallamas, El juguete rabioso, donde los personajes se vuelven extraños a través de las hipérboles. En un punto lo que me pasa es que en mi barrio había una forma de contar atravesada por la exageración. Un poco mamé eso de escuchar tantas historias, los chismes, las historias en el almacén. El barrio tenía algo muy de pueblo en los 80, 90 y en las veredas y en los negocios se contaban historias y en los diálogos había lugar para la conversación. Esa es una marca que todavía tiene el conurbano, donde la gente todavía charla en las calles. En cambio, en la Ciudad de Buenos Aires eso es más difícil, uno sale a la calle y hay un ruido tremendo y la gente está en otra velocidad.

Juan Diego Incardona (Télam)
Juan Diego Incardona (Télam)

- Leía que te definís como un cuentista y que no te considerás un buen poeta. ¿Seguís con esa idea?

- Sí, siento que soy cuentista, que mis poemas son muy narrativos, que más allá de que el corte verso responde a un ritmo que uno desplaza hacia la escritura y que busca una medida, nunca relajo la voluntad por contar una historia. En la novela, en general, uno ve que los personajes viven, están en el centro y los hechos giran alrededor. A mí me pasa al revés: las acciones en el medio y los personajes van rotando alrededor de esos acontecimientos, se me ocurren todo el tiempo peripecias. Está incorporado en mi estilo, por eso digo que soy cuentista. Por otra parte, más allá de que es un género muy antiguo, el cuento tiene un origen oral, del mismo modo que la novela pertenece a la escritura, el cuento pertenece a la oralidad y algo de esa genética todavía se mantiene. Conecto mucho porque Celina tenía incorporada la forma de comunicarse entre los vecinos, como pasa en cualquier barrio donde hay tiempo para charlar y contarse cosas, el cuento está metido e incorporado en la cotidianeidad. Algo de eso todavía se mantiene en mi escritura, algo que tiene que ver con la infancia, con el oído de aquella infancia. Por eso siento que el cuento realmente me representa y es el género en el que siempre estoy más cómodo.

Incardona nació en Buenos Aires en 1971, se crió en la localidad de Villa Celina, perteneciente al partido de La Matanza, y tomó a ese barrio como disparador de una saga compuesta por Villa Celina, El campito, Rock barrial y Las estrellas federales en las que logró tomar al barrio como disparador para formar un universo literario que trascendió al original y de este modo logró alejarse de los estereotipos y de los sellos realistas.

“Una vez me atropelló un auto a ocho cuadras de la General Paz, por suerte zafé, estuve un mes en cama, no fue para tanto pero me acuerdo que los vecinos iban contando la historia de un chico que fue atropellado y en cada cuadra me iban sacando partes del cuerpo, me sacaban brazos, piernas. Una cuadra antes de la General Paz quedé inconsciente y ya era un torso. O sea que en el relato exagerado de los vecinos y en la hipérbole del teléfono descompuesto los vecinos me terminaron matando”, recuerda el autor.

Sobre cómo se suele narrar ese territorio, las formas de narrar que le imprimió y su búsqueda por narrarlo “ni como algo costumbrista ni como algo folclórico”, el escritor habló en esta entrevista.

-Se habló por estos días mucho del conurbano a partir de una nota de Pablo Sirvén en La Nación. Sos del conurbano, escribiste y escribís sobre el conurbano. ¿Qué creés que aporta la literatura para repensar, narrar y complejizar un territorio tan amplio y diverso como el conurbano bonaerense?

- Me enteré de ese adjetivo “africanizado”. Además de ser una falta de respeto, dista mucho de la realidad, el conurbano tiene una riqueza cultural que es realmente enorme, conviven inmigrantes de diferentes lugares, le da un carácter muy babélico al lugar. En mi barrio en los 80, 90 el tano, la gallega, los paraguayos, los bolivianos le daban al lugar un colorido y una riqueza muy mezclada que siempre fue hermosa e implicó una experiencia muy intensa. Así que todo lo que etiquete o sea reduccionista, además discriminador y prejuicioso, muchas veces se filtra en los medios de comunicación aunque ahora haya quedado expuesto en esa nota. Ya lo dije muchas veces: si el conurbano bonaerense aparece en un noticiero es porque hay un hecho de inseguridad y no por otra cosa. Sabemos que eso existe y el estigma que tiene el conurbano es que es el lugar del drama de la inseguridad. No hay otra cosa en los medios de comunicación. La literatura en un momento fue una oportunidad para echar luz sobre otros aspectos.

- ¿Cómo pensaste inicialmente esa Villa Celina que querías contar y cómo se fue transformando después?

- No quería contar una Villa Celina que fuera todo robos extorsivos, violaciones, porque para eso el lector puede prender el noticiero. Quería contar otras historias que tuvieron que ver con mi vivencia en el conurbano y que tienen que ver con la solidaridad, con la amistad, con las tradiciones cooperativistas, las comunitarias. En el conurbano también pasan cosas hermosas y obviamente no podemos definirlo solamente con un adjetivo al pasar. Nadie puede definirlo. Para mí, el conurbano no solo significó una vida, una formación, una infancia, una juventud sino también fue una puerta inesperada a la literatura. En un momento empecé a escribir sobre mis años en Villa Celina y después se abrió un universo al cual tengo mucho que agradecerle porque me permitió escribir muchos libros y disfrutar de la escritura y de la literatura. En un punto fue vivir para contarla y, en mi caso, eso fue totalmente ligado al conurbano. Pero no como algo costumbrista o folclórico porque en la literatura abundan los ejemplos donde a veces los universos literarios están anclados en un lugar, en una localidad, en una región pero siempre son excusa para hablar de otra cosa. Los barrios también son universales, eso no implica que sea algo localista. En la literatura de América, hay muchos ejemplos de ciudades y regiones que se desarrollan para pensar un montón de otros temas. Cuando pienso en mi Villa Celina me gusta pensarla en la tradición de las ciudades inventadas como Macondo o como Santa María de Onetti, la Comala de Rulfo. Mi Villa Celina partió de algo real pero después empezó a cobrar vida propia. Ya estamos acostumbrados a ese tipo de apreciaciones que estigmatizan a los que van a las universidades del conurbano porque no tiene sentido que vayan a estudiar, por ejemplo. El conurbano es un lugar de asfalto y de pasto donde se ve el cielo, donde la gente se junta, hay amigos, amor, problemas, marginalidad, pero también victorias todos los días y donde hay mucha belleza.

Fuente: Télam

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