“Por las tardes un viento fresco bajaba de las montañas y atravesaba la ciudad. Despertaba a los guayacanes, entraba por las ventanas abiertas y sacudía también a las plantas de adentro. El alboroto que se armaba era igual al de la gente en un concierto. Al atardecer mi mamá las regaba. El agua llenaba las materas, se filtraba por la tierra, salía por los huecos y caía en los platos de barro con el sonido de un riachuelo”.
Así describe Pilar Quintana, en su novela Los abismos, a Cali, la ciudad del occidente de Colombia donde nació en 1972; la misma ciudad del exuberante Pacífico latinoamericano que ha descrito, sin nombrarla, en gran parte de su obra, desde que decidió convertirse en escritora.
Creció, recuerda ahora, rodeada de libros; los que le leía su mamá, cuando era demasiado pequeña para hacerlo ella sola, y los que le leía su padre, cuando estaba lo suficientemente grande como para acosarlo a preguntas.
A esa niña tuvo que regresar, de alguna manera, para escribir Los abismos, su particular relato sobre la maternidad que hizo que un jurado, compuesto por Héctor Abad Faciolince, Irene Vallejo, Cristina Fuentes La Roche, Ana Merino, Xavi Ayén, Xavier Vidal y Pilar Reyes, le otorgara el premio Alfaguara de novela 2020, destacando que su escrito “se adentra en la oscuridad del mundo de los adultos a través del punto de vista de una niña que, desde la memoria de su vida familiar, intenta comprender la conflictiva relación entre sus padres”.
Desde su casa de campo en Cali, rodeada de la vegetación que trasladó a su novela, Quintana habló con Infobae en una conversación por Zoom en la cual reveló sus obsesiones, las razones que la llevaron a la escritura y el origen del texto que le permitió obtener el Premio Alfaguara de Novela.
- Últimamente, uno de los términos que más encuentro relacionado con su manera de escribir es “revolucionaria”.
-Me sorprende mucho esa palabra asociada con mi literatura, no me hubiera imaginado eso, tal vez otras: crudo, directo, oscuro. No me siento que sea una escritora revolucionaria, pienso más que mi literatura es bastante tradicional, convencional, en un sentido tradicional, es una literatura que cuenta una historia.
- Cuando estaba presentando su anterior libro, La perra, decía que no sabía si iba a volver a escribir de Cali, su ciudad natal, y resulta que terminó escribiendo su novela más caleña.
- Sí, tal vez de alguna manera es lo mas caleño que he hecho, porque, aunque gran parte de mis obras transcurren en Cali, esta es la primera vez que la ciudad se llama Cali, en las otras evitaba llamarla así, porque sentía que era una Cali reinventada, esta, naturalmente, también es un Cali reinventada, pero es una reinvención de la Cali en la que viví en los 80, la Calí donde crecí y pasé mucho tiempo.
- ¿Cómo es esa Cali que recuerda?
- La primera etapa, cuando estaba chiquita, la viví en las montañas de Cali, en la carretera al mar, donde hay fincas de recreo, un clima más templado, con neblina, hace frío, es más bosque de niebla, con colibríes, flores, colinas, abismos Luego, lo pasé en el oeste de Cali. Esos dos ambientes están muy presentes en la novela; la Cali del oeste es una Cali dividida por el río, que es un río que no ha sido canalizado, que tiene árboles, piedras, meandros, y eso está presente en la novela todo el tiempo, se siente como una ciudad perdida en medio de los árboles. Alguna vez volé en un avión pequeño, muy bajito, sobre Cali y esa fue la sensación que me quedó, que era una ciudad entre los árboles.
Cuando estaba escribiendo este libro también traté de no ponerle nombre a la ciudad, pero esta vez sentí que era raro no nombrarla; en los otros libros conseguí hacerlo sin problema, pero esta vez me pareció raro, sentí que no era natural, que realmente lo estaba evadiendo, entonces dije pues “güeva”, es Cali, para que negarlo. Uno sabe que es lo que hace es ficción, que uno crea Cali, realmente una versión de Cali, porque uno se inventa que en determinada esquina había una tienda, cuando la verdad no había, pero esta vez me apegué a la memoria, no a la realidad, a la memoria, que es otra forma de ficción, entonces, claro, es una Cali que también es reinventada, ficticia, pero muy cercana a la Cali de mis recuerdos.
- ¿Cómo fue su relación con los libros de pequeña?
- Yo crecí entre libros. Recuerdo que muy chiquita, antes de entrar al colegio, mi mamá nos leía a mi hermana y a mí; mi hermana es cuatro años menor que yo, y yo le decía que iba a aprender a leer para leerle los cuentos que mi mamá nos leía, y recuerdo que en mis primeras clases de lectura tenía muchas ganas de aprender a leer, pero también de aprender a escribir, y tan pronto aprendí, lo primero que hice fue escribir una historia de ficción, a mano; luego, le dije a la secretaria de mi padrastro que si me la pasaba a máquina, ella la pasó a máquina y ya adquirió altura literaria, porque a mano, y con la letra de una niña de 7 años, pues no parecía serio, pero ya a máquina se veía como un trabajo profesional, y entonces, en cada visita que hacíamos mi mamá o mi padrastro decían: “Pili les va a leer un escrito”, y yo sacaba mis hojas a máquina y leía y todos se reían. Yo no entendía porqué se reían, porque era una historia muy triste, de un payaso que tenía la sonrisa pintada, pero se le había quemado la casa, se le murió la mamá, yo no sabía porqué se reían, para mí eso era muy doloroso.
- La escritura fue siempre, entonces, una forma de expresar lo que sentía
Para mí escribir siempre fue mi forma de entender el mundo y poner en alguna parte todo lo que no decía, porque escribir es pensar, es reflexionar, es revisitar las cosas que uno no entiende, y cuando las escribís no es que necesariamente las entendés, pero les das un lugar, y esa es mi manera de entender el mundo.
- Si siempre supo que quería ser escritora ¿para qué estudio Comunicaciones?
- Yo, de alguna manera, siempre supe que quería ser escritora, pero en esa época no era como ahora, que uno puede estudiar creación literaria, o escrituras creativas en la universidad, pero, la verdad, agradezco que eso haya pasado. Uno de los profesores que más recuerdo decía que para ser escritor había que tener más que literatura en la cabeza y que le parecía que esos escritores que eran ingenieros, abogados, aventureros, tenían otras cosas que contar, no solo literatura.
En esa época, cuando uno quería ser escritor, el referente era García Márquez, pero como yo era mujer, entonces fue Oriana Fallaci, una mujer que aparecía entrevistando jeques árabes, príncipes y señores muy importantes, y siempre estaba fumando, entonces aprendí a fumar, y decidí que quería ser como ella, y ella era periodista. Me fui a Bogotá a estudiar Comunicación Social, pero ya en la universidad, en la primera clase de redacción, me di cuenta de que realmente eso no era lo que yo quería hacer, yo no quería redactar, yo lo que quería era escribir, quería crear, no reproducir la realidad, ni dar la versión oficial, yo lo que quería era inventar la realidad, entonces me empecé a especializar, a hacer cursos de libretos; descubrí que podía escribir ficción y de eso podía vivir, porque tampoco es que uno salga y empiece a escribir novelas y ya pueda vivir de eso, pero de escribir libretos sí; además, aprendí lecciones muy valiosas: primero, que si no funciona, se bota a la basura y, segundo, aprendí cómo contar una historia de manera efectiva, puede que no necesariamente fuera una buena historia, pero si la contaba de manera efectiva podría servir para la telenovela del medio dia.
- Pero lo dejó
- Sí, hubo un momento en que me di cuenta de que ya no quería hacer eso, porque no tenía libertad, tenía que escribir ocho personajes en ocho locaciones por capítulo, no había forma de elaborar nada; además, yo escribí una serie que se llamó Cartas a Harrison, que era sobre un grupo de “pelaos” de pelo largo y aretes que no podían decir “marica” ni los podía poner a fumar marihuana, porque la serie se transmitía en horario familiar, y eso no era verosímil, entonces me di cuenta de que la única forma en que uno puede hacer lo que le dé la puta gana es escribiendo libros.
- En La perra usted habla del drama de una mujer que quiere y no puede tener hijos y en Los abismos cuestiona que la maternidad deba ser el destino de las mujeres, ¿a qué se debió esa variación?
- En La perra yo exploro el deseo de tener hijos. Para muchas mujeres, para muchas parejas llegar a tener bebés no es tan fácil, no es como que uno tiró y quedó embarazada, a veces sí, pero muchas viven procesos muy largos y traumáticos, por eso en La perra quería narrar las frustraciones de mujeres que quieren ser mamás y no pueden.
Lo vi en los ojos de mis amigos. Yo fui mamá a los 43 años, tuve sobre mí esas miradas como de lástima porque me había perdido de algo porque no había estado embarazada y quería contar eso. Ya luego fui madre porque quise. Primero fui profesional, viajé por el mundo, me emborraché, tiré, me fui a vivir a la selva, la embarré, construí mi propia casa, subí volcanes, llegué hasta el campamento base del Everest, monté en camello, viví en el desierto y en la selva y cuando volví a la ciudad y me sentí segura decidí que iba a tener un bebé. Pero yo soy una afortunada, las mujeres de mi generación, de clase media alta, que tenemos privilegios, podemos ir a la universidad y desobedecer los mandatos sociales, podemos casarnos y divorciarnos porque podemos mantenernos solas, así todavía no enfrentemos esos retos en igualdad de condiciones con los hombres.
Por el contrario, en la generación de mi mamá solo algunas mujeres estudiaron, no todas, y, por ejemplo, en el círculo de mi mamá la mayoría no lo hicieron. Cuando mi mamá se graduó del colegio le dijo a mi abuelito que quería estudiar Derecho, y él le dijo que no, que las mujeres decentes se casaban y tenían hijos, y ella se casó y tuvo hijos.
Hay una escena que yo realmente no recuerdo, pero mi mamá me dijo que una vez, cuando yo llegué del colegio, ella estaba leyendo una revista, y me cuenta que yo le dije: “ve, vos no vivís sino que vegetás” y a ella le causó tanto impacto que se buscó un trabajo como vendedora en una joyería muy lujosa, pero al final no tuvo la oportunidad de estudiar ni de elegir su vida, y esta novela trata sobre eso, cómo es ser la hija de una mujer que no tuvo las oportunidades ni los privilegios que yo tuve; ahora, siendo madre, recuerdo cuando mi mamá me decía: “es que usted no me entiende porque usted no ha tenido hijos”, y sí.
- ¿Cómo recuerda esa infancia?
- Desde chiquita, desde que tengo memoria, me recuerdo tratando de encajar, pero sentía que para poder encajar tenía que alisarme el cabello, caminar de cierta manera, ponerme tacones y maquillarme y dije, no, mejor me suicido, pero antes de suicidarme me voy de viaje, y me fui, y eso me salvó.
- ¿Qué imagen tiene de su madre?
- Mi relación con mi mamá siempre fue conflictiva, pero creo que hoy le he dado a mi mamá un lugar en mi vida y siento que tengo un lugar en su vida y nos llevamos bien, estamos bien, cada una en su casa y con cierta distancia pero nos la llevamos muy bien.
- ¿Por qué eligió contar la historia de Los abismos desde el punto de vista de una niña?
- La verdad es que no fue algo que yo decidí, fue algo que se me impuso. Al principio yo estaba contando la historia desde un personaje más grande, pero poco a poco se me fue recortando y ahora ese personaje vive en un cuento que voy a terminar algún día, y entonces la niña se me fue imponiendo, esa visión se me impuso.
Ahí encontré la fuerza y la veta de la historia y acepté que era por ahí. Creo que esta novela se trata sobre ese momento en que los niños creemos que somos dueños de nuestra mamá, que ella existe por mí y que mi mamá solo es mamá y que somos nosotros los que le damos sentido a su existencia y hay un momento en la novela en que la niña mira a su mamá con ojos nuevos y se da cuenta de que es un individuo con deseos, con historia, con necesidades y que tiene una vida por fuera de ella.
Mi hijo a los 5 años estaba convencido de que mamá y mujer eran sinónimos, y yo, bien feminista, le dije: “no mijito”, y él al principio era aterrado, y entonces yo he tenido el cuidado de hacerle entender que yo existía antes de él, que hice millones de cosas, que estuve en la selva, que tuve otro esposo.
- Aún no ha salido el libro y con lo poco que se conoce, ya hay personas que han empezado a hacer comparaciones con La perra, ¿Cómo lidiar con las expectativas?
- Ese sí es problema de ellos, mi problema es contar una buena historia, y a eso me dediqué desde el 2016 hasta el 2020, yo no me dediqué a clonar una historia, esto no es La perra, esto es otra cosa, realmente lo que esperen de mí no es mi problema.
- Uno queda con la impresión de que ahora tiene una vida más tranquila, ¿se aplacó o se resignó?
- No, ni lo uno ni lo otro, yo me voy a volver a ir, cuando mi hijo sea un adulto; por el momento soy una mamá de 49 años, soy una señora de su casa, pero mi hijo es mi hijo, y ya camina páramos, ya va a “caretear” a (la isla de) Providencia. Cuando estaba embarazada fui a un curso profiláctico donde nos dijeron que los papás no se adaptan a los bebés, son los hijos los que se adaptan a los papás, y a él le tocó ser aventurero, y lo es.
- Usted se refirió a sí misma como feminista, pero en alguna oportunidad dijo que había sido sexista y machista.
- Claro, yo crecí en una sociedad muy machista y muy sexista, pero al mismo tiempo tenía ideas feministas, aunque también renegaba un poco del feminismo, me parecía una palabra jurásica y las feministas una señoras jartas (aburridas), pero me di cuenta de que la jarta era yo. Me incorporé al movimiento, desde lo que soy y lo que hago. Yo hago el activismo que puedo y a través de lo que escribo.
- Entonces hay una intención feminista en sus libros.
- Creo que mi deber como escritora es recrear el mundo y tener una mirada crítica sobre ese mundo, pero no quiero poner ahí mis opiniones sino que el lector pueda encontrar su propio camino y haga explícito lo que está implícito en el libro.
- ¿Por qué va a terapia?
- Porque hay un punto en que uno no puede verse bien a uno mismo y necesita una persona especializada que le ayude a ver, que le ayude a entender. Al principio llegué convencida de que era un desastre y necesitaba a alguien que me ayudara con eso, pero lo que he descubierto es que tengo que ser más compasiva conmigo misma y que la verdad es que trato de hacer las cosas bien.
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