“El origen es un mail”, dice Ingrid Sarchman, dentro del recuadro de la pantalla, en esta conversación con Infobae Cultura. Se refiere a Respiración ovárica, su primera novela, editada por Milena Caserola a fines del año pasado. La protagonista, traductora, divorciada, dos hijos, sufre un desamor. Pero como con todo conflicto existencial que se destapa, afloran problemas más universales, se hunde en la angustia. La pregunta es: cómo salir. Respiración ovárica, cuyo subtítulo es “El fin de los intentos” —el fin como objetivo y el momento final en que uno tira la toalla—, es un diario esquemático de una mujer que, para sacarse la angustia, la culpa y el tedio, recorre diferentes terapias alternativas y cursos para salvarse o, por lo menos, “encontrar alivio”. “Nada me sacaba la tristeza, ni siquiera mis hijos. Especialmente cuando los miraba y sabía que les estaba dando una vida de mierda. ¿Qué tipo de vida pueden tener con una mamá deprimida?”, se lee en las primeras páginas.
“Hay un mail —continúa Sarchman, Licenciada en Comunicación, docente universitaria, investigadora, ensayista— que se cuenta en una parte de la novela donde una amiga de la protagonista le escribe contándole que hay un curso que se llama ‘respiración ovárica’. Se lo manda de una manera un poco irónica. Ese mail existió de verdad, hace muchos años, creo que fue en el 2013. ¿Por qué digo el año? Porque todavía no se hablaba de estas cosas y en ese momento me dio mucha más curiosidad saber de qué se podía tratar un curso que se llamara así. Obviamente quedó ahí la idea y lo que sí me quedé pensando es quién podía hacer un curso así, qué tipo de personalidad o qué circunstancias harían que alguien quisiera ir a a hacer un curso así. Esa fue la primera pregunta que me hice en ese momento. Fue macerando la idea hasta que entendí que ese curso no se podía pensar de forma aislada: era como el resultado de muchos intentos y un poco por eso quedó el título”.
La novela comienza con un repentino intento de suicidio. “No, yo sólo quería dormir muchas horas, me pasé con la dosis porque no sabía cuántas pastillas me iban a hacer dormir todo el fin de semana, no me quería despertar por varias horas, quería dormir desde el viernes hasta el domingo, no quería ni tener hambre ni ganas de hacer pis, y tengo el sueño tan liviano que preferí asegurarme con más de una pastilla, fue eso. ni pensé en lo que iba a pasar”, le cuenta a una psicóloga en la clínica donde está internada. ¿Qué pasó antes? Intentos: tarot, evangelismo, constelaciones familiares, astrología... “Me llaman mucho la atención las terapias alternativas. Esta amiga que me manda el mail me dice: ‘tendríamos que ir a ver de qué se trata para escribir algo’. Y yo en ese momento la pregunta que me hice fue: ¿Efectivamente uno tiene que ir a conocer de qué se trata para poder escribir o puede apelar un poco a su imaginación, una imaginación situada en tiempo y espacio?”, cuenta.
“No me corresponde decir si cada una de esas experiencias ha sido hecha efectivamente porque perdería la gracia”, aclara y luego agrega: “Uno de esos intentos es ir a una Iglesia Evangélica y después lo combina con un Constelador. Estos dos intentos que en apariencia no tienen nada que ver están sostenidos en la misma idea: la necesidad es la de creer en algo, la de creer que en ese lugar alguien va a dar una respuesta”. “Si la novela se trataba de sucesivos intentos hasta que llega este curso, había que explorar los lenguajes de esos intentos. Y ahí combinar un poco de todo: los que escribimos combinamos de alguna manera con imaginación. Me divertí mucho escribiendo algunas partes. Fueron espacios donde hice, a mí que me gusta cocina, una especie de receta de muchas elementos”, confiesa. Y es así: un plato lleno de terapias, de visiones de mundo, de creencias, de perspectivas, de opiniones, de esperanzas, pero ¿qué hay en cada una y qué tipo de respuestas ofrecen?
Los personajes de la novela se definen sólo por una inicial o, en algunos casos, adjetivos calificativos; la instructora del curso de respiración ovárica se llama La Boca por el grosor de sus labios, por ejemplo. La protagonista es la única que no tiene nombre. No lo necesita; su primera persona la mantiene en primer plano durante toda la trama. Y cuando ingresa a nuevos mundos, a nuevas terapias, mantiene una actitud dual: por un lado descree, pero por otro lado se lanza y se deja llevar. Con la tarotista, por ejemplo, tiene esta sensación: “Hasta ahora todo lo que me había dicho se acercaba bastante a la realidad, aunque es verdad que mi realidad se podría aplicar a cualquiera”. “La relación con el escepticismo era algo que yo quería trabajar bastante en cada uno de los intentos. Esta idea de no creer del todo y sin embargo rendirse ante lo que la otra persona quiere decir, pero sí quería jugar con esta ambivalencia. ¿Por qué? Porque también sería mucho más cómodo decir ‘son todos chantas’ o ‘esta es la realidad’”.
“Personalmente —continúa— no me gusta esa posición porque yo puedo escribir un poco divirtiéndome con respecto a eso, poner tal vez en algunos momentos en duda ciertas verdades. De hecho por eso en un momento ella dice: ‘Los que van a consultar siempre consultan por salud, dinero o amor’. Entonces todo eso que le están diciendo podría aplicarse a cualquiera, sin embargo en esa misma escena le dicen algo específico, entonces ella sospecha que tal vez no esté diciendo cualquier cosa. Con lo cual me interesaba jugar con esa idea de que no está todo dicho y que la protagonista, si bien en algunos momentos le agarran ataques de risa, aunque es una risa más de nervios, como ‘¿qué hago acá?, pero sin embargo sigo’. De hecho en algún momento dice: ‘yo no estoy segura’. Es un poco lo que hacemos todos nosotros. Salvo gente muy fanática, estamos todo el tiempo queriendo confiar en determinadas cosas y sospechando de esas mismas cosas”.
Todas estas terapias, todos estos “intentos”, tienen un costo. “Siempre me pasa lo mismo cuando tengo que pagar estas consultas. Mientras cuento los billetes me pregunto si vale la pena gastar tanta plata en tan poco tiempo y en este tipo de cosas. Si no sería mejor gastarla en alguna crema para la cara, en un spa o en un par de zapatos”, se lee. “Quería trabajar sobre la idea del dinero —cuenta ahora—, cómo uno gasta plata en estas cosas. La escribí antes de la pandemia, pero pensaba: la pandemia potenció la búsqueda de terapias rápidas, soluciones mágicas a la angustia del encierro o lo que fuera. Y al mismo tiempo es una gran maquinaria económica que le permitió una salida laboral a un montón de gente. Entonces, en realidad lo que aparece ahí, o por lo menos a mí me parecía que era como inevitable, esta protagonista que es tan culposa, que revisa todo el tiempo lo que le pasa, que se siente mal y no se quiere sentir mal, gasta plata, formaba parte de esa culpa”.
La protagonista siente culpa y los lectores reflejados en ella, también. “Es la culpa que tenemos todos los que no somos millonarios y que laburamos. La culpa es constante y creo que este año lo vimos especialmente. ‘Tenemos que sentirnos bien pero qué hacemos para sentirnos bien’. Es una cosa muy propia de toda nuestra época y que creo que se potenció este año”, dice Sarchman que acá, en esta entrevista con Infobae Cultura, reflexiona, así como también lo hace en sus ensayos, en sus clases, y también en su ficción. Se cuela en Respiración ovárica una exploración sobre el mundo, este mundo, nuestro mundo, entre signos de preguntas, no de exclamación, donde priman las inquietudes por sobre las verdades universales y se evidencian las contradicciones de los valores, de los mandatos, incluso de los sentimientos. La protagonista, que se hamaca entre la tristeza y la voluntad duda de todo y, a partir de esa duda, desnuda el mundo.
“La búsqueda de reflexión en la ficción es la combinación de que evidentemente vengo de la academia, vengo del ensayo. Muchas de las cuestiones por las que atraviesa la protagonista sí eran cosas que me estaban preocupando y que en el momento en que las escribí pensé que era mejor escribirlas ahí y no en un ensayo, porque no quería generar determinadas polémicas y porque tampoco me interesaba ponerme a discutir con nadie, simplemente eran impresiones. Lo que no sé si logré es no bajar línea. ¿Por qué? Hay un autor que a mí me gustaba mucho, lo voy a decir en pasado, que es Michel Houellebecq, que cuando yo leí Las partículas elementales, allá por comienzos del siglo XXI, que incluso lo dábamos en Informática y Sociedad, que es la materia en la que doy clases, yo daba un teórico específicamente sobre eso, fue mi primer teórico, estaba fascinada con un historia de ficción que pudiera reflexionar acerca del siglo XX sin bajar, vamos a decirlo así, demasiada línea”.
Las partículas elementales es “la historia de dos hermanos nacidos en la segunda mitad del siglo XX y cada uno encarna otra idea filosófica: el humanismo y el posthumanismo enfrentados”. Michel es un investigador en biología cuya vida sólo gira alrededor de su trabajo; Bruno es un profesor de literatura obsesionado por el sexo. En esta novela publicada en 1998, “ellos van atravesando diferentes situaciones y no pueden evitar reflexionar. En el momento en el cual yo leí Las partículas elementales me pareció genial esa manera de reflexionar sobre la época sin bajar demasiada línea. Y me pareció que a medida que fueron sucediendo sus novelas se fue poniendo bajador de línea. La última novela, Serotonina, ya es un ensayo. Entonces la cuestión es: ¿tenés ganas de escribir un ensayo?, escribílo, no hagas reflexiones y le pongas nombras a tus personajes. Si Michel Houellebecq quiere decir algo con respecto a la época, que lo diga Michel Houellebecq. Además él escribe ensayos”.
“Entonces cuando estaba escribiendo la novela y pasaban determinadas cosas en relación a los debates en relación al feminismo, que aparece ahí, mi gran preocupación era: yo no quiero bajar línea, yo quiero reflejar una época y lo que se dice acerca de lo que las mujeres tienen que hacer. De hecho, lo que ella hace en ese curso, vamos a spoilear otra vez, arte con sangre menstrual, conversaciones acerca de qué supone el acoso... cosas que están en la época. Pero lo que no quería, insisto que no sé si lo logré, era bajar línea. Y por eso puse especial atención en que ella no juzgara. Obviamente que juzga porque son sus reflexiones, su pensamiento, pero no pararse en la posición superior. Si ella considera que algo está mal es porque hay escenas que la horrorizan”, dice Sarchman sobre la relación entre narrativa y ensayo, entre contar y pensar.
“La vida no fue lo que habíamos planificado”, dice la protagonista. ¿Qué hacer con eso? ¿Cómo pesa hoy esa falta de certezas? ¿Qué significa vivir en un mundo donde cualquier planificación, sobre todo la más ambiciosa, se deshace entre los dedos del tiempo? “La incertidumbre es un mal de época y especialmente venimos de un año donde todas nuestras certezas, si teníamos algunas, quedaron un poco en stand-by. Me voy a poner en optimista y pensar que la incertidumbre te obliga a replantearte un montón de cosas. En ese sentido también pensaba que cuando ella recibe el mail, lo primero que piensa es para quién está dedicado ese curso. Justo en ese momento recibe un mensaje en el chat de madres y entonces dice: ‘Bueno, seguramente este tipo de cursos no lo hacen las madres casadas, con lindas familias’. Como si ellas ya tuvieran asegurado el futuro y en este caso me parece que esta idea de incertidumbre nos uniformó a todos”, cuenta.
“Yo no puedo decir qué va a pasar. Algunas personas a los comienzos decían que la pandemia nos iba a sacar mejores, íbamos a ser mejores personas, nos íbamos a conformar con menos cosas, lo que fuera. No sé. Me parece que la incertidumbre es algo con lo que vivimos en nuestro siglo donde las cosas cambian todo el tiempo, y que también, insisto, te obliga, por lo menos desde mi posición, te obliga a preguntarte qué estás haciendo. Esta famosa frase que la odio, pero la odio por lugar común, la de ‘zona de confort’, de hecho no aparece en la novela, creo que porque la odio tanto y no la quería meter, pero en algún punto está bien el concepto de ‘zona de confort’. Es mucho más cómodo suponer que el día de mañana va a ser igual que el día de ayer. Y si hay algo que hemos aprendido es que no sabemos qué va a pasar. Y bueno, lidiamos con eso. Me voy a hacer la canchera y decir que para mí está bueno porque a mí me aburren un poco las certezas. Pero a mí”, agrega.
En la primera página de Respiración ovárica hay una frase de Joaquín Sabina, de la canción de 1987 “Que se llama soledad”. Eso anticipa lo que después el lector percibe: es también una novela sobre la soledad. Ante la pregunta, Sarchman dice: “En un punto creo que estamos todos solos y lo que aparece ahí es la idea de que incluso podés tener amigos, podés tener relaciones, pero es cierto que cuando te vas a dormir estás solo, y el asunto es ver qué hacés con eso. Vivimos en una época donde no está bien disfrutar de la soledad; o sí, pero un poquito. Igual la soledad no aparece sólo en ella. Me parece que todos los personajes están solos en un punto”.
—Y en este panorama de época que acabás de caracterizar, de incertidumbre y soledad, ¿qué lugar ocupa la literatura?
—Particularmente a mí, porque tampoco puede dar una respuesta universal, me parece que ocupa el lugar de una soledad buscada. Leo muchísimo menos porque a la noche veo series. Es como si las series hubieran reemplazado a la novela que podía leer antes de dormirme. No sé si por la edad o por la falta de atención, entonces prefiero ver un poquito de la serie a la noche. La literatura ocupa ese lugar de soledad buscado, porque cuando vos estás viendo una serie o una película lo podés hacer con otra persona, incluso podés comentar con otra persona, pero el libro lo leés en soledad y es una soledad buscada. Y cuando estás leyendo algo que te gusta de verdad, te aislás y de verdad entrás en una dimensión que solamente podés entrar vos y nadie más. Entonces, cuando antes decíamos que vivimos en una época donde la soledad es algo a evitar y a veces se recomienda como estas especies de manuales de instructivos que está bien estar un ratito solo, la soledad de la literatura, el momento en el que estás leyendo, es un momento de una soledad única, buscada. Insisto: cuando algo que estás leyendo te gusta mucho realmente no querés estar con otras personas ni interactuar. En todo caso podés discutir el libro. Personalmente soy alguien a la que no le gustan los debates posteriores con respecto al libro o películas. Siempre hago el chiste de ‘hagamos cine debate: no’, porque lo que a vos te pasó con esa película, con ese libro, con esa serie, te pasó a vos. Podés hacer reseñas, lo que quieras, pero eso está en otro orden de cosas. Esa soledad me encanta y ojalá la sigamos teniendo y ojalá podamos fomentarla. Pero en una época donde la gente lee cada vez menos es más difícil.
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