Después de la Primera Guerra Mundial, el boxeo era un deporte muy popular en Alemania. La necesidad de canalizar la violencia contenida por el desencanto de la derrota, se disputaba en un cuadrilátero. Y en ese ring se destacó Johann Trollmann, un gitano de la familia Sinti, apodado Rukeli -que significa árbol en romaní- por su espléndida figura y su fortaleza en la pelea.
En las calles de Hanover, donde se crió con sus hermanos, aprendió las primeras lecciones de box, peleando para sobrevivir en la adversidad. Demostrado su talento como púgil subió al ring a los ocho años y al alcanzar la adolescencia ya había ganado cuatro campeonatos regionales gracias a su particular estilo de lucha, que se anticipaba a la forma de pelear casi coreográfica de Cassius Clay. Rukeli danzaba sobre el ring, amagaba, esquivaba, cansaba a su adversario y después lo liquidaba con su derecha. Se convirtió en “el gitano bailarín”, que no entraba en los parámetros del boxeo alemán, rígido, contundente y racista.
Después de ser rechazado para la nominación de los Juegos Olímpicos de 1928 decidió ingresar al profesionalismo donde pronto lució sus dotes en el cuadrilátero. En su primera pelea derrotó a Willy Bolze en el cuarto round. Era lo que el público esperaba y lo recibió alborozado. Pronto se generó a su alrededor un grupo de seguidores que incluía damas seducidas por su apostura. Alto, moreno y atlético, Rukeli no tardó en convertirse en un sex symbol.
En 1930, ganó 13 peleas consecutivas; en 1932 se dedicó a crecer en plano internacional, combatió contra púgiles de distintas nacionalidades que incluyeron al púgil argentino llamado Russo. A todos los venció y en 1933 ganó por puntos el campeonato alemán. Rukeli estaba destinado a brillar en el mundo del boxeo cuando en 1933 irrumpió el nazismo y sus normas raciales, y “la lucha de puños alemana” -nuevo nombre para el deporte reglado por el marqués de Queensberry- tomó una forma siniestra: debía predominar la raza aria que iba a dominar al mundo. Algunos boxeadores como Eric Seelig, de origen judío, fueron amenazados y decidieron irse del país. Trollmann decidió quedarse a pelear, cosa que había hecho toda su vida.
A Adolf Witt lo derrotó en junio de 1933. El estadio rugía a su alrededor, coreaban su nombre, era el nuevo ídolo del deporte y un problema para los nazis que veían a un gitano derrotar a un ario. Sin embargo y a pesar de la clara victoria, los jueces declararon empate. El público presente gritó enfurecido, y comenzaron a arrojar objetos a los árbitros, quienes atemorizados revisaron su fallo y declararon a Trollmann vencedor. Rukeli se ciñó el título de campeón, pero una semana más tarde, la Asociación Alemana de Boxeo le quitó el título por conducta inapropiada. Rukeli había llorado de alegría por el apoyo del público al obtener el título, pero para la Asociación de box, esa era una actitud impropia de un alemán.
Trollmann fue perfectamente consciente de lo que estaba pasando y lo que podría ocurrir si no aceptaba las nuevas condiciones. Era más cauto retirarse, irse al exterior y continuar su carrera afuera del país, pero no era eso lo que había aprendido en las calles de Hanover. Rukeli subió una vez más al ring, sin estar dispuesto a ganar títulos ni honores, estaba dispuesto a entrar en la historia poniendo en ridículo las reglas que lo consagraban una persona inferior.
El 21 de julio de 1933 subió al ring para pelear contra Gustav Eder con el cabello teñido de rubio y la cara empolvada de blanco parodiando al ario perfecto. También le habían dicho que se le iba a retirar la licencia de pugilista si persistía en lo que las autoridades daban en llamar “el baile del gitano”. Allí estaba Rukeli en el centro del ring, rubio, blanco, inmóvil, recibiendo y dando golpes hasta que lo noquearon en el quinto round. Terminaba así la carrera del campeón gitano y comenzaba su viacrucis.
Después de esta derrota se ganó la vida peleando en ferias, se casó, se divorció, fue recluido en un campo de trabajo, y vivió en un bosque para evitar ser arrestado. En 1941 fue alistado y conducido al frente a Rusia hasta 1942 cuando las nuevas leyes raciales ordenaron la expulsión de los sinti y romaní del ejército alemán. Ese año Rukeli fue arrestado, torturado y llevado al campo de concentración de Neuengamme donde fue condenado a trabajos forzados. Después de cada día de dura labor, sin casi haber ingerido alimentos, era obligado a pelear contra soldados de la SS. Ya no era el campeón gitano, era el prisionero número 9841, delgado, débil y debilitado.
Gracias a la popularidad de antaño logró que le sea dada la identidad de un prisionero muerto y destinado a otro campo de trabajo, pero su fama también era inmensa y a pesar del deterioro físico fue una vez más reconocido y obligado a pelear. Las versiones divergen en este punto. Hay quien dice que fue golpeado hasta perder el conocimiento, otros sostienen que fue atacado a traición y quienes afirman que, por haber derrotado a un púgil de la SS, fue apaleado hasta morir. Su muerte se mantuvo oculta hasta que uno de los prisioneros, testigo del round final, contó a la prensa el destino del gitano que bailaba en los rings.
En el 2003 la Asociación Alemana de Boxeo, lo reconoció en forma póstuma como Campeón Alemán y una calle de Hanover pasó a llamarse con su nombre, el del rey gitano de los rings que desafió hasta sus últimas consecuencias las perversas normas racistas de un régimen que jamás deberemos olvidar.
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