En palabras de Víctor Heredia, “cuando uno revisa la obra de César Isella se encuentra con un océano de maravillas. Cada una de estas melodías, cada una de las canciones que César compartió con distintos artistas y poetas es parte de un cimiento sustancial para la cultura popular argentina”. Así es. La huella del compositor salteño es inmensa en la historia de la música argentina del siglo XX y su obra, resulta inabarcable para un texto periodístico urgente -escrito al ritmo de la noticia de un jueves del verano de la pandemia- que pretende reseñar sus dotes artísticas. La hoja de ruta propuesta es viajar a través de algunas de sus más grandes canciones -esas que sabemos todos- para construir un digno retrato del artista. Aunque siempre parecerá incompleto. Pero aquí va el intento.
Isella fue -según su graciosa descripción- un beatle del folklore con Los Fronterizos, y tan pronto dejó el conjunto que marcó una época con sus zambas, chacareras y virtuosos arreglos vocales, se embarcó en un viaje que lo habría de conducir por los caminos de América Latina para construir su leyenda de autor e intérprete. Sus asociaciones de letra y música con Armando Tejada Gómez y Horacio Guarany, tanto como las melodías que concibió para acompañar poemas de Guillén, Neruda y Cortázar entre otros, así lo comprueban. Es posible que en su ausencia física, esa leyenda se agigante desde este mismo momento.
Como parte constitutiva del Movimiento “Nuevo Cancionero” que puso en línea a la música y la poesía con la efervescente realidad social del país y el continente en los 60, es inevitable (y obvio) describir la obra de Isella como un fresco de época. La banda de sonido de un tiempo y un lugar, en la misma línea constitutiva de la identidad de trovadores que define por ejemplo a Woody Guthrie, Víctor Jara, Bob Dylan y Atahualpa Yupanqui. Así coescribió varias de las grandes canciones de ese período, y por uno u otro motivo, dio en el blanco cuando se trató de reportar desde el arte eso que sucedía en la calle pero también para contar alegrías, tristezas y pulsiones existenciales que nacen desde muy adentro. A las pruebas es necesario remitirse.
Padre del Carnaval
Una perla de la fructífera sociedad artístico-amistosa con Horacio Guarany, a quien había conocido en un viaje a Moscú (y allí en plena Plaza Roja, el barbado cantor le transmitió el evangelio proletario de Lenin). La historia de esta canción es sencilla y graciosa, relatada alguna vez por el propio Isella. Él volvía de Salta feliz y contento con varias melodías en la cabeza y el baúl de su auto poblado de botellas de buen vino de su provincia. Al llegar a su departamento de la Avenida 9 de Julio y en una noche alargada junto a un amigo, una de esas melodías cobró vida. Se hicieron las 4 de la mañana y levantó el teléfono para llamar a su amigo, quién extrañamente estaba durmiendo. De mal humor Guarany escuchó el entusiasmo por la zamba recién nacida pero cerró la conversación con un contundente “borracho pendenciero, con razón te prohíben a vos…” y le cortó.
Dos horas más tarde, ya en el amanecer, el que llamó fue Guarany: “¿cómo era eso de la zamba?”, preguntó mientras ya casi tenía la letra completa. En ese momento nació esta canción. “Vibra en tus parches vino salteño / la voz del carnaval / machao de tiempo voy a tu encuentro / necesito olvidar machao de tiempo voy a tu encuentro / padre del carnaval”, reza una primera estrofa que luego da pie a la mención del persa Omar Khayyam, el poeta del vino para todos los tiempos, y al Cuchi Leguizamón, padre espiritual del folklore salteño.
Canción con todos
En una de las últimas entrevistas que brindó, contó que la pensó para reflejar “las vivencias de la gente de este continente”. La anécdota que relató a continuación pinta de cuerpo entero el espíritu que lo hermanó con el poeta mendocino Armando Tejada Gómez, tal vez su mayor socio creativo. “Vino Armando a mi casa, le conté todo lo que había visto en un viaje hasta México... Salió de mi casa y no llegó muy lejos porque en la esquina había una vinería (risas). Al rato volvió con el poema hecho”. Propuesta formalmente para ser Himno de la Unasur en 2014 -una formalidad, por cierto, himno fue y será siempre- es un distintivo carnet de identidad regional y también, una de las canciones argentinas más versionadas de la historia: la cantó Mercedes Sosa y ya nada fue igual, pero también la entonaron Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez y los cubanos de Buena Vista Social Club.
Alguna vez Tejada Gómez explicó que “con todos” quiere decir que “nadie debe ser olvidado, porque en esta formidable aventura de la vida –tan breve– ser todos es ser alguien en el relámpago de la historia. Ser todos es pensarse en todos. De ese modo, ninguna lágrima, ningún júbilo, allí donde suceda, nos será extraño”. Isella, el cantor es -en palabras de Tejada- “profeta ardido, hijo de su canto; sabe la soledad de cada uno, es un sabio ancestral vuelto palabra, río tonal del hombre, cauce loco”.
Canción de las simples cosas
Pensar que la cantaron, en su momento, Mercedes Sosa, Chavela Vargas y Diego El Cigala habla del espíritu universal que representa otra de las joyas de la cosecha compositiva en sociedad con Tejada Gómez. A diferencia del “himno” de la América Latina, esta es una canción chiquita, una melodía simple que se asienta en el peso específico de las palabras para erguirse en todo su esplendor. Sensorial y sentimental, la canción es vehículo de esas reflexiones que emana (y provoca). Hablar de las “simples cosas” es darse cuenta que muchas veces, las formas de caminar el mundo vuelven a los seres humanos incapaces de entender que ahí está la verdadera grandeza de la vida.
“Así la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas, / esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón”, remite a ese tipo de sensación universal. Sueños y temores, lugares antes felices que se van llenando luego de ausencias, cambios y nostalgia. Y también cuenta por qué abandonar el presente, por unas expectativas futuras, es a menudo alimentar la fuerza destructora del tiempo. “Demórate aquí,en la luz mayor de este mediodía, donde encontrarás con el pan al sol la mesa tendida” dice más adelante e invita a vivir el presente (carpe diem), para arrebatarle el tiempo ese mismo instante de vida iluminado por el sol en su cénit.
Fuego en Anymaná
Imposible olvidarla en la voz de Mercedes Sosa (una vez más, ella nuestra madre tierra hecha cantora) y su gozosa interpretación en el disco que reflejó aquellos históricos recitales de regreso del exilio, en 1982. Aquel espíritu festivo que emana de la voz de la señora tucumana tenía sin embargo, en las entrañas de la canción, la precisión de la crónica social hecha poesía: no hay referencias explícitas al episodio pero ahí está. En ese sentido, la figura del “fuego” que la encabeza, no es casual. Lo que Isella y Tejada Gómez escribieron en formato canción norteña, sucedió en julio de 1972 en el pueblo de Anymaná, cuando una pueblada de trabajadores dio en llamarse el “animanazo”. Así la canción condensa núcleos de sentido significativos en torno a la imagen simbólica del fuego y de un pueblo en “llamas” por el reclamo social.
La primera grabación fue interpretada por César Isella y Los Trovadores en el disco A José Pedroni, editado ese mismo 1972. “El juglar ha vuelto. Desde el remoto tiempo en que su canto era pregón de júbilo por las aldeas, ha vuelto. Pero ahora avanza esclarecido por el alto magisterio de cantar un tipo de canciones que no tienen la mera función de distraer, sino también la de agitar la conciencia activa de una Argentina joven (...) En la obra y el canto de César Isella está claro que no hay forma sin contenido ni contenido sin forma”, escribió Tejada Gómez para la contratapa de aquel disco que contenía esta canción que es crónica, testimonio y poética forma de lucha.
Canción para despertar un negrito
Uno de los emblemáticos poemas del cubano Nicolás Guillén encontró en la música de Isella el complemento ideal que habría de convertirlo -hasta hoy y así será por siempre- en una canción popular basal de la América Latina de raíz. En el diálogo con Víctor Heredia -de dónde se extrajo la cita inicial de este texto- que sucedió en el fatídico 2020 para la Fm Folklórica de Radio Nacional, Isella la denominó “un milagro”. Y contó la historia de su amistad con el negro (con perdón de la Premier League inglesa de fútbol). “En 1967 nos invitaron con Tejada Gómez a viajar a Cuba. Y en esos barcitos famosos de La Habana sucedió que lo conocimos, él siempre andaba por ahí… Fue mágico. Es un bellísimo poema que resalta en su obra y que por suerte luego fue universalizado por muchos artistas y especialmente, resalto este detalle, por muchos coros alrededor del mundo”, contó.
En la feliz asociación poema-melodía, magistral realización de Isella, emerge también el “ritmo” de la poesía de Guillén. El nativo de Camagüey tiene como una de las marcas distintivas de su obra, haber adaptado su escritura al molde rítmico del cancionero popular de la isla, tanto como haber incorporado inflexiones fonéticas del habla cubana en sus más espontáneas formaciones. He ahí el encanto irresistible de esas palabras. Al decir de su compañero Cintio Vitier, los poemas de Guillen son también “depurados, finísimos sones”. El contrapunto festivo de la canción -tal vez la razón por qué a Isella le asombraba que fuera tantas veces versionadas por coros de todo el mundo- tradujo notablemente el vehículo expresivo de Guillén sobre los múltiples aspectos del sentimiento mulato: lo pintoresco, lo supersticioso, lo mágico y el drama del mestizaje. Así de hermoso y sencillo, como la canción que se sigue cantando.
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