Natalia Ginzburg nació en Italia en 1916 y atravesó el siglo XX con pasión y compromiso; desde su escritura, su trabajo como editora o sus días como diputada, fue protagonista de su tiempo histórico porque supo combinar la capacidad de creación con su potencia como militante antifascista y esos roles, sumados a los de esposa, madre, amiga y abuela confluyen en la biografía que escribió su traductora al alemán Maja Pflug.
Editado por Siglo XXI, el trabajo de la alemana sobre la vida de la autora de Léxico familiar que cuenta con un prólogo de Flavia Pittella se puede leer en castellano por la tarea de traducción de Gabriela Adamo, quien sostuvo que lo que más la sorprendió al hacer este trabajo fue “cómo esta mujer vivió y encarnó un siglo entero porque nació antes de la guerra”.
“Eso fue lo que hace súper interesante la lectura de este libro, este corto o largo siglo XX del que hablaba Hobsbawm está muy a la vista y muy explicado a través de la vida de una persona extraordinaria”, relata la editora y traductora acerca de Natalia Levi (su apellido original), la autora de novelas y ensayos que se desempeñó como una de las permanentes y centrales editoras del reconocido sello italiano Einaudi y que tomó el apellido de su primer marido Leone Ginzburg.
Con fotos de los lugares en los que vivió en Turín, Roma o Londres, de su familia, con sus hijos, nietos o en momentos de reconocimiento público y también con testimonios de la protagonista, Natalia Ginzburg, audazmente tímida logra trazar un perfil de las distintas dimensiones de una autora que se hizo un lugar en el mundo cultural y político de su tiempo a fuerza de pasión y compromiso por la lectura y la vida, que para ella iban al mismo ritmo.
“Cuando el miedo dura mucho, se transforma. Se vuelve valentía, no: acostumbramiento. Eso. En definitiva, cuando uno tuvo demasiado miedo, no es que todavía lo tiene. O enloquece, o se mata, o no lo tiene más”, dijo después de que su marido Leone fuera encontrado muerto en su celda de la prisión romana de Regina Coeli, después de haber sido apresado y torturado durante meses por los nazis en febrero de 1944.
Natalia tuvo con el intelectual tres hijos Carlo, Alessandra y Andrea y juntos, tras la caída de Mussolini se instalaron en Roma para participar en la resistencia clandestina, ciudad que dejó después de la muerte de su marido y a la que volvió tras la liberación de Roma para comenzar a trabajar como editora en Einaudi, la editorial que había armado Leone junto a Giulio Einaudi y a la que sumó como colaborador permanente a Cesare Pavese.
En ese momento ya había publicado una primera novela El camino que va a la ciudad bajo el seudónimo Alessandra Tornimparte, que remitía a una estación de ferrocarril, y ya había traducido En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
“Las biografías de editores son un género que es algo así como mirar entre bambalinas lo que hace la gente que uno admira. Uno no puede dejar de mirar estas cosas con un poco de nostalgia porque el siglo XX era la época de oro de la edición, que está en un enorme proceso de cambio ya desde hace diez años y esta cosa más romántica, más ligada a proyectos profundos, no solo proyectos de autores sino también proyectos ideológicos, políticos, esta intención de querer participar en la forma de hacer mundo que tenían las editoriales antes claramente no existe más”, analiza Adamo.
Para la ex directora de la Feria del Libro y del Filba, “hoy en día las editoriales son proyectos comerciales, siempre hay excepciones pero esa época de oro se ve clarísima en este libro y es muy lindo y nostálgico a la vez”.
Como editora, Natalia fue la que impulsó la publicación de escritores como Elsa Morante o de El diario de Ana Frank y asumió la tarea de traducir Madame Bovary, un trabajo que, según recupera Pflug, le llevó mucho tiempo en sus horas de oficina en la editorial pero también en su casa porque, como le dijo a Einaudi, “es una traducción demasiado demandante, demasiado difícil, requería la mayor de las concentraciones y una entrega absoluta”.
Su oficio como editora ocupó gran parte de sus días y el propio Einaudi la describía como “la conciencia crítica de la editorial”. Pero la escritura siempre estaba presente: la autora de esta biografía devela detalles de esa práctica y así nos enteramos que “escribía a mano, en el sofá, durante las primeras horas de la mañana, cuando aún reinaba el silencio. Terminaba un par de páginas y se las daba a Carlo, que justo estaba en Roma y las esperaba ansioso, como el lector de una novela por entregas”.
Así cuenta Pflug que Ginzburg creaba Léxico familiar, con la lectura atenta de su hijo Carlo, el historiador que más tarde escribiría la célebre obra El queso y los gusanos, que era un lector exigente cuyo mayor elogio podía ser: “No está mal”. Más tarde, ella caracterizaría a ese libro como el único que escribió “en un estado de absoluta libertad”.
Para Adamo, “es quizás el gran libro por el que entrar a su obra” aunque aclara que “no es una escritora compleja en lo más mínimo, esa es una de las cosas fascinantes que tiene. Es una literatura que no es compleja o elitista y, a la vez, ofrece un montón y es profunda y uno puede leerla y releerla”.
Natalia se volvió a casar en 1959 con Gabriele Baldini, profesor de literatura inglesa a quien admiraba, y con él que tuvo dos hijos: Sussana, que nació con hidrocefalia, fue operada y sobrevivió pero quedó con discapacidad, y Antonio, quien tuvo graves problemas de salud y murió al año.
Por la designación de Baldini como director del Instituto Italiano de Cultura de Londres, la familia se trasladó a esa ciudad, allí Natalia escribió la novela Las palabras de la noche y al leer el manuscrito su amigo Italo Calvino subrayó lo que implicó la lejanía en su escritura: “De este Piamonte ahora que estás lejos; antes lo difuminabas o lo generalizabas, siempre, y en cambio ahora te sale por todos los poros. Nunca había leído algo así, piamontés hasta las lágrimas”.
Esa mujer rodeada de palabras escritas, editadas y traducidas fue la diputada con las intervenciones “más cortas que hayan registrado alguna vez los taquígrafos del Parlamento”, asegura Pflug sobre aquella Natalia Ginzburg que asumió como diputada “independiente de izquierda”, dentro las listas del PCI, en 1983.
“Escritura y política fueron a la par para ella porque fueron su forma de entender el mundo y su forma de concebir lo que tenía que hacer en la vida, era una forma de concebir una serie de valores y de principios y eso lo podía hacer escribiendo, como diputada pero también en los pequeños gestos de la vida que tuvo con sus amigos, con sus vecinos, con sus hijos. La forma en la que crió a sus hijos es muy interesante también, como la forma en la que logró armar sus vínculos de pareja”, piensa Adamo.
En ese sentido, asevera que “a pesar de la durísima vida que le tocó tener supo tener una sabiduría afectiva muy grande y supo armar ese equilibrio que todos necesitamos en la vida, muy lejos de estos ideales del éxito y de la vida feliz que nos tratan de vender hoy en día, para aceptar las dificultades pero sin dejar de luchar en ningún momento por las pequeñas cosas y creo que esa es la enormísima lección de la vida de Natalia”.
Escritora, ensayista, traductora, editora, dramaturga, Natalia Ginzburg (1916-1991) decía que “hay dos peligros que amenazan al que escribe: el de ser demasiado bueno y tolerante consigo mismo, y el de menospreciarse” por eso le daba tanta importancia a tener dos o tres interlocutores y en este libro, su biógrafa logra evidenciar esa red de lectores que formó durante su vida.
La traducción y lo lúdico
Natalia Ginzburg, audazmente tímida es un trabajo de Maja Pflug (Alemania, 1946) quien tradujo al alemán la mayor parte de la obra de la italiana y de otros autores de esa lengua como Cesare Pavese, Elsa Morante o Susanna Tamaro, y en este caso se abocó a una tarea artesanal conjugando materiales de archivo, extractos de intercambios epistolares y discursos parlamentarios para dar fuerza a una biografía exhaustiva y multidimensional de la escritora, editora, traductora y dramaturga.
“El escritor, cuando escribe, se comporta como un soberano; pero en cambio ahora siente que debe comportarse como un sirviente. Traducir es servir. Y sin embargo, uno mantiene cierta soberanía secreta: esa soberanía que se destina a los sirvientes de los soberanos cuando viven en una estrecha intimidad con ellos, respirando su admirada grandeza, espiando en las arrugas de su frente deseos e intenciones”, dijo Ginzburg y tradujo Pflug.
Gabriela Adamo es la responsable de que este libro pueda leerse en castellano, ya que aceptó el desafío de volver a la tarea de traducción ante la propuesta de la editorial Siglo XXI después de haberse alejado de ese oficio para dedicarse, entre otras cosas, a dirigir el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires y la Feria del Libro de la Ciudad de Buenos Aires.
“Fue un trabajo hermosísimo que agradezco mucho a la gente de Siglo XXI. Había dejado de traducir varios años porque estuve con mucho trabajo de otro tipo, en la Feria y en Filba, así que muy feliz de volver a este trabajo más concentrado, más ligado directamente al texto, a esta cosa lúdica de jugar con las palabras y de tratar de encontrar la mejor forma de decir las cosas y la forma más ajustada a la intención de la original”, describe en una charla con esta agencia.
Para Adamo se trató de “una traducción relativamente fácil porque Maja Pflug, la autora, escribe con un alemán muy claro, muy sencillo, no era un libro que tuviera demasiadas trampas de esas que al traductor lo vuelven loco, que siempre las hay”.
La ex jefa de prensa y editora en Sudamericana y Paidós manifestó su admiración por Pflug porque “se animó a hacer esta traducción (es muy difícil dar este salto de traducir a escribir), a soltarse. Alguien habló de la traducción como una escritura en cadenas porque escribe pero está como acotado, limitado y cuidado por esas cadenas. Y soltar esas cadenas y escribir por su propia cuenta sobre la vida de alguien que tradujiste tanto es todo un gran paso y Maja lo resuelve muy muy bien”.
“Una particularidad que tiene este libro es que por haber traducido tanto su obra y conocerla tan bien, está armado con muchísimos testimonios y con textos directos de Natalia y Maja los va hilvanando y cosiendo con información propia”, subraya y aclara que “por decisión conjunta de la editorial” retradujeron todo y “eso también fue un gran placer” porque no solo le tocó traducir a Maja sino también a Natalia.
Otro de los oficios que Adamo comparte con Ginzburg es el de la edición y asegura que “está esta idea del editor como alguien que pasa desapercibido”, una característica que a ella le encanta porque implica pensar en “alguien que está tras bambalinas, en un segundo plano ayudando a que los buenos textos lleguen al lector”.
“Siempre me gusta la imagen de la partera, es la persona que ayuda a que un autor pueda alumbrar un libro y hacerlo llegar al público y en Natalia esto se ve clarísimo, este es el lugar que tenía y donde ella estaba cómoda también, no buscaba protagonismo en ningún momento y eso es como el quid de la cuestión de la edición”, destaca.
*Con información de Télam
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