“Los cuentos de la abuela loba”: una estirpe de mujeres rebeldes, para no olvidar la niñez

A partir de ocho relatos, la autora busca salvaguardar del olvido la historia de su abuela a través de una reinterpretación actual de más de historias clásicas

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“Los cuentos de la abuela loba” (Hexágono), Cecilia Rodríguez
“Los cuentos de la abuela loba” (Hexágono), Cecilia Rodríguez

Si bien algunos cuentos empezaron a escribirse antes, la idea de este libro surgió cuando a mi abuela le diagnosticaron los inicios de una demencia senil.

Para infinidad de niños y niñas cuyas madres deben trabajar, la primera contadora de cuentos es la abuela. Para mí fue así. De hecho, aun cuando su memoria ya estaba achacada, cada vez que me reconocía siempre decía lo mismo: “¿Te acordás, nena, cuando ibas a la peluquería a leerle cuentos a las clientas?”.

Tenía entre dos y tres años, y en la casa de mi abuela había una colección de cuentos de los hermanos Grimm. Recordaba la trama a partir de los dibujos y se los contaba a las clientas. Mi abuela, chocha de la vida. Mi bisabuela me maquillaba y disfrazaba. Se armaba un show. Estoy muy agradecida con el azaroso sinsentido que me depositó en esa familia y en esa casa con libros. Lamento mucho (y lucho en contra de) que esto constituya hoy día un privilegio del que carecen la mayoría de los niños y niñas del mundo.

Para mí, la literatura es, ante todo, contradicción. Lo que empezó siendo un juego trocó rápidamente en una primera experiencia con la muerte: falleció mi bisabuela. Se acabó el show, cerró la peluquería y pasaron esas cosas que pasan cuando alguien muere. Fue mi abuela la que respondió a mi pregunta ¿dónde está la nona? Fue su voz la que narró, para mí, por primera vez, ese gran misterio. Allí radica el origen de mi pasión por la literatura, que es a la vez vida y muerte: una lucha, tal vez, entre la vida y la muerte.

Entonces, si mi abuela se iba a olvidar de los relatos, si mi abuela ya no iba a poder narrar, hacía falta un libro que recordara, recopilara, inmortalizara una voz.

Ahora, cuando entrás al mundo del libro, aparecen otras voces que hablan desde infinidad de otros libros. A mí se me aparecieron, sobre todo, voces de mujeres insurrectas, rebeldes, que vivieron vidas por fuera de las normas, que protagonizaron revoluciones como la mexicana, o estuvieron en el centro de esa enorme contradicción que fue el peronismo en la Argentina. También se me aparecieron voces de hombres que lidian (no siempre adecuadamente) con esas mujeres inusuales. La abuela loba es la fusión entre la voz de mi abuela y esa infinidad de voces, que llega tan intensa y confusamente que es imposible identificar a ciencia cierta la procedencia de cada palabra. Se tiene una idea general y abstracta que cambia con los años.

Cecilia Rodríguez
Cecilia Rodríguez

La abuela loba me enseñó que los personajes no son creaciones de un autor sino voces que hablaron a través del cuerpo del autor y siguen hablando aun cuando ese cuerpo de autor o de abuela se va. Y entonces, escribir es, antes que nada, disponerse a oír esas voces, prestar el cuerpo para que hablen y transcribirlas para que tal vez otro u otra lea, oiga, preste el cuerpo y transcriba también.

Todo lo anterior es para explicar de dónde vienen los materiales porque la literatura, como todo arte, trabaja siempre con materiales, y para mi fueron todas esas voces. Después, esos materiales se trabajan de algún modo, más o menos conscientemente. Y para lograr este trabajo siempre es necesaria la ayuda y colaboración de otras personas, especialmente de colegas. En mi caso, este libro condensa unos cuatro años de estudio y trabajo en diferentes talleres y clínicas, en la Licenciatura de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes y en la sección cultural de La Izquierda Diario.

Los cuentos Prófugos y Gas, y una primera versión de El sauce fueron trabajados en el taller de la escritora sevillana-rosarina Rocío Muñoz Vergara. Excelente poeta que, como suele pasar con las plumas del interior, se desconocen en la Capital Federal y el resto de las provincias. La versión final de El sauce fue trabajada en clínica con Gabriela Cabezón Cámara y, a la vez, estuvo fuertemente influenciada por la cursada del Taller de Poesía I, a cargo de Alicia Genovesse y Andi Nachon, que tuvo a bien apoyar la publicación de este libro escribiendo una hermosa contratapa.

La mujer de pelo colorado, Isabel, la mexicana y Abuela loba (que da título al libro) fueron escritos en paralelo a la cursada de Narrativa Argentina II, a cargo de Martín Kohan. Finalmente, unas primeras versiones de Falta uno, Berenice y Canoil fueron publicadas en la sección cultural de La Izquierda Diario, a propósito de las efemérides de Edgar Allan Poe y Ambrose Bierce. Precisamente estos dos cuentos, que habían salido rápido y casi sin edición, fueron los que más cambiaron a partir del trabajo con las editoras de Hexágono Editoras, lo que demuestra la importancia del oficio de editor y revela al libro como un producto colectivo. Las versiones originales siguen colgadas en La Izquierda Diario para que lectores y lectoras puedan apreciar los cambios que se operaron en ellos.

Mi mayor deseo sería que este libro contribuya a un material que se pueda usar en las escuelas, para traer a la actualidad algunos cuentos clásicos que tal vez, en su lenguaje original, a muchos pibes y pibas se les hacen anticuados. Sin embargo, muchos elementos siguen vigentes. Por eso todos los cuentos del libro son también reescrituras y reactualizaciones, no solo de obras literarias sino también de cuadros o canciones. Con esto se trata de poner en cuestión la idea de autor individual y propietario absoluto del texto, que muy a menudo no beneficia al autor o autora (cuyo derecho a vivir sin morir de hambre es más que legítimo) sino a los herederos. Y esto de los derechos se vuelve muy complejo porque hace que en muchos casos pasen entre 70 y 100 años hasta que esa obra literaria pueda circular libremente y ser apropiada por las nuevas generaciones. Este asunto me parece totalmente ajeno a la naturaleza de la literatura y más bien me resulta una imposición del sistema capitalista a la literatura, que la constriñe y la limita.

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