La belleza del día: “La ciudad dolorida”, de Marianne von Werefkin

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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“La ciudad dolorida” (1930) de Marianne von Werefkin
“La ciudad dolorida” (1930) de Marianne von Werefkin

Al sur de Suiza está la histórica ciudad del cantón de Tesino, Ascona, donde se habla italiano. Allí, a tres cuadras del Lago Maggiore, está el Museo Comunale d’Arte Moderna, que alberga una gran colección de arte de principios del siglo XX. Una de sus sus grandes atracciones turísticas y de sus refinadas y envidiadas joyas es la obra de Marianne von Werefkin, artista rusa que murió el 6 de febrero de 1938, a los 77 años, allí, en Ascona.

Nació en Tula em 1860, hija del comandante del regimiento de Ekaterinburgo, perteneciente a una antigua familia aristocrática moscovita. Su madre, por su parte, era descendiente de un antiguo linaje principesco cosaco y una generosa pintora que ni bien vio en su hija cualidades para el arte le enseñó todo lo que sabía. Por eso, a los veinte años, fue alumna particular del ilustre Ilya Repin hasta que ingresó en la Academia Moscovita bajo la dirección de Illarion M. Prjanišnikov.

Luego del arte llegó el amor. A Alexej Jawlensky lo conoció pintando. Ella se enamoró de él y de su trabajo a tal punto que, desafortunadamente, dejó de pintar con tanta frecuencia para dedicarse a la promoción del arte de Jawlensky, casi sometida a la voluntad del esposo. Quería convertirlo en el profeta del Nuevo Arte. En 1896, se mudaron juntos a Munich, Alemania, y empiezan una vida dedicada a la vanguardia.

“Autorretrato” (1910) de Marianne von Werefkin
“Autorretrato” (1910) de Marianne von Werefkin

De pronto, su casa era el lugar de encuentro de artistas e intelectuales como Kandinski, Gabriele Münter, Franz Marc, Paul Klee, Kubin, Nolde, el compositor Schönberg, el bailarín Alexander Sacharoff, Serguei Diagilev, entre tantos otros. Y ahí estaba Werefkin. Era una provocadora que radicalizaba las discusiones para volverlas más interesantes. Era una lectora formidable, no sólo sabía de arte, también de ciencia. En su mente estaba la síntesis del movimiento.

Cuando se inicia la Primera Guerra Mundial, en 1914, ella y Jawlensky se van de Alemania. Primero Saint-Prex, luego Zurich —Werefkin frecuenta el ambiente dadaísta y exhibe en la Coray Gallery— y finalmente Ascona. Hacia 1921, dos años después, la pareja se separa. ¿El motivo? Jawlensky se enamoró de la empleada que tenían en su casa, la que cuidaba a su hijo Andreas. Se va y se casa con ella. Werefkin queda sola en medio del frío.

“Otoño, escuela” (1907) de Marianne von Werefkin
“Otoño, escuela” (1907) de Marianne von Werefkin

Para no deprimirse, comienza a trabajar cada vez más: participa en la Bienal de Venecia, funda el Museo Municipal y el grupo Orsa Maggiore. En 1928 expone en Berlín, Ginebra, Basilea y Lucerna. De pronto quedó sin apoyo económico y tuvo que reinventarse como vendedora de medicamentos y pintando postales en serie. Algunos amigos la ayudaron, así como también sus vecinos. Tenía un hijo, eso era lo único importante en su vida.

En Ascona era una artista muy querida. La apodaron cariñosamente “la abuela de Ascona”. Gran parte de su producción ocurre en esta localidad suiza. La ciudad dolorida, pintada en 1930, es de esa época. Está en el Museo Comunale d’Arte Moderna, junto a varias de sus mejores obras. Murió el 6 de febrero de 1938, a los 77 años. Está enterrada en el cementerio ruso de Ascona.

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