I
¿La mujer más hermosa de la historia? Algunos dirán Marilyn Monroe y Audrey Hepburn, otros viajarán al pasado y se inclinarán por Nefertiti o Cleopatra, incluso seguro estarán los que nombren a Simonetta Vespucci, la musa de Sandro Botticelli en el famoso cuadro El nacimiento de Venus. Pero la belleza de Cléo de Mérode, bailarina, modelo e ícono de la Bélle Époque, es sin duda deslumbrante y está a la par de cualquiera. Para muchos, la mujer más hermosa de la historia.
Nació en 1875 en París. Su madre, la baronesa belga Vincentia Marie Cécilia von Mérode, la trajo a la vida con mejillas aún mojadas por las lágrimas del desamor. El padre de Cléo era un importante miembro de la clase media alta austriaca que, tras enterarse del embarazo, huyó despavorido. Sin embargo, la familia del padre brindó el apoyo económico necesario para que la niña, si no contaba con su amor, al menos cuente con su dinero.
Estudió con las Hermanas de Saint-Vincent-de-Paul, luego se formó en la escuela de danza de la Ópera de París y más tarde inició una carrera independiente internacional. Su encanto era un imán. Tenía admiradores en toda Europa que se maravillaban al verla en el escenario o en fotografías, ese invento aún reciente. Fue la reina de la Bella Époque, ese tramo de la historia en Francia entre el final de la Guerra franco-prusiana en 1871 y la Primera Guerra Mundial en 1914.
Se movía en el escenario con una sutileza hipnótica. Según Jean Cocteau, era “la Belleza de la Belleza”. Así la describió: “Virgen que no lo es, dama prerrafaelita que camina con los ojos bajos por los grupos (...) El perfil de Cléo es tan gracioso, tan divino, que los dibujantes lo rompen”. En 1896, la revista L’Illustration hizo un largo ranking de mujeres, más de cien, y eligió a Cléo de Mérode como “la mujer más bella del mundo”. Tenía 21 años.
II
Vivió como quiso. Tuvo muchos amantes —el rey Leopoldo II de Bélgica, por ejemplo— y cientos de artistas que querían retratarla. Decían que una mujer con su belleza nacía cada mil años. Uno de los primeros fue Alexandre Falguière con su esbelta escultura La bailarina de 1896. También los pintores Edgar Degas, Jean-Louis Forain, Henri Gervex, Mariano Benlliure, Manuel Benedito, Friedrich August von Kaulbach, Georges Jules Victor Clairin y Henri de Toulouse-Lautrec.
Quizás su mejor retrato sea el de Giovanni Boldini, un respetado pintor italiano que trabajó en París la mayor parte de su carrera. “Con su trazo enérgico —escribe Nuria Luis en Vogue—, Boldini retrató la elegancia de la floreciente burguesía parisiense de los años relativos a 1900. Sus refrescantes ‘cuadros a la moda’ ejercen como una especie de crónica de lo que estaba en boga, y también de las mujeres que fascinaron a la Belle Époque”.
Retrato de Cléo de Mérode es un óleo de 1901 que hoy está en una colección privada. “Representa la gracilidad y coquetería de su feminidad”, dice Eduardo Beltrán Jordá en la revista valenciana Los ojos de Hipatia. Sus ojos grandes color almendra, la mirada “puritana” aunque traviesa, el cuello estirado, su peinado —se dice que fue ella la primera en usar los “bandós virginales que esconden las orejas”—, su piel delicada, la postura... Boldini la enaltece todavía más.
El estilo de este pintor fue muy comentado. Tenía fascinados y detractores. Ambos señalaban la “facilidad” que representaba en la obra: para unos era defecto, para otros virtud. “Giovanni Boldini encarna el genio vibrante y fácil, la maestría puesta siempre al servicio del placer de los sentidos, el artista de la decadencia extrema, dotado de varias de las cualidades que fueron ignoradas por los maestros italianos de las grandes épocas”, escribió el también pintor Jacques Émile Blanche.
III
Finalmente Cléo de Mérode decidió bajarse de los escenarios de la danza, lugar que había estado desde los ocho, para subirse a otros, más populares y menos solemnes: los teatros de variedades. En el Folies Bergères mezcló su formación clásica con tintes exóticos. Todo se dio en un momento de proliferación de los estudios fotográficos en París. Así fue que se convirtió en una gran celebritie, en el sentido del término que hoy conocemos.
Y si bien disfrutó del estrellato sufrió los embates mediáticos de toda celebritie: rumores y escándalos. Para muchos, Cléo era una “cocotte”, término francés que se usaba para nombrar a las prostitutas de lujo de la época. Muchos años después, la gran filósofa feminista Simone de Beauvoir usó ese término para describirla. Ella se enojó tanto que no dudó en demandarla.
No dejó que el paso del tiempo sea una barrera para su belleza. Siguió posando para los fotógrafos, incluso cuando la juventud ya había quedado atrás. En 1964 Cecil Beaton la fotografió para la edición británica de Vogue. Cuenta el fotógrafo que, luego de la sesión, Cléo le pidió ver todo el material y le hizo prometer que destruiría todas las fotos en las que no había salido bien. “Cléo de Mérode sabe cómo proteger su leyenda”, escribió Beaton.
IV
Murió dos años después, a los 91, en su casa de París, en el barrio de Europa, sobre la rue de Teheran. Fue enterrada en el cementerio de Père Lachaise. A su tumba la adorna una estatua hecha por el escultor español y amante durante trece años Luis de Périnat, esculpida en 1909.
En Père Lachaise también están enterrados los restos de una gran cantidad de artistas, intelectuales y grandes figuras de su tiempo como Molière, Jean de La Fontaine, Eloísa, Guillaume Apollinaire, Sophie Germain, Honoré de Balzac, Pierre Bourdieu, Marcel Camus, Marias Callas, Marcel Proust, Oscar Wilde y Juan José Saer. Y entre ellos, la mujer más hermosa de la historia: Cléo de Mérode.
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